Un simple anuncio en setiembre del año pasado, sin estrategia publicitaria, afiches o movida de marketing en redes sociales, bastó para que La Trampa tuviera que agendar cinco fechas en el Teatro de Verano para satisfacer la demanda de su público. La noticia de que la banda agregaba un nuevo show por entradas agotadas se volvió recurrente en el 2016, a tal punto de que no faltó el gracioso que les pidiera parar la rosca para no hacer peligrar al Carnaval del año que viene.
Esta reacción popular dice mucho sobre la capacidad de convocatoria de La Trampa pero también sobre el panorama estancado del rock nacional y la falta de una voz generacional en estos tiempos. Después de siete años en modo pausa, al que ingresó voluntariamente agobiada por presiones en lo interno y desencantos en lo externo, la banda descubrió que su espacio estaba sin ocupar y que en todo caso era aún más amplio.
Durante sus 25 años de existencia, La Trampa supo trascender en forma constante la popularidad inestable y limitada del rock en Uruguay. Lo hizo no sólo escapando a los límites del género (manejando recursos del tango, la milonga y el metal) sino también a través de un lenguaje con el que se sintió identificada una generación golpeada por la crisis y la falta de oportunidades.
Este 24, 25, 26, 30 y 31 de marzo (si no surgen agregados a último momento) la banda estará presentando viejas y nuevas canciones en el Teatro de Verano, intentando apuntar más hacia el futuro que al pasado. Antes, la vieja/nueva encarnación de La Trampa (Garo Arakelian, Alejandro Spuntone, Carlos Rafols e Irvin Carballo) se reunió en un caos más o menos ordenado en una mesa de bar y habló con Montevideo Portal sobre las nuevas crisis, el lugar del rock uruguayo, la nostalgia y de cómo usar metáforas marítimas para definir esta era de lo efímero y lo superficial.
¿La idea de regresar surge de un planteamiento de Alejandro en una charla casual?
Alejandro: Nada es casual. En realidad la primera vez fue Garo el que habló conmigo para analizar la posibilidad de rearmar la banda, de componer temas nuevos y ver con quiénes hacerlo. Pero para eso había que hablar antes, preguntarse para qué y por qué. Nos dimos cuenta de que había muchas cosas por las que ameritaba considerar la posibilidad.
¿Cuál era ese para qué o ese por qué?
Alejandro: Primero que nada, que pensábamos que La Trampa seguía teniendo un lugar para decir cosas. Nadie nos sacó el sitio, ni pensábamos que no tuviéramos lugar para entrar. Nos juntamos y fue como si hubiéramos terminado de tocar hace una semana.
Pero en el momento en que se dio la pausa también tenían algo para decir...
Garo: Son dos cosas diferentes. Por un lado estaba el mundo de la convivencia, la acumulación de tiempo y de vicios. Es decir, cosas recursivas de las que no se pueden escapar. Algunas de ellas son responsabilidad nuestra porque generamos una maquinaria interna en la banda que en algún momento nos aprisionó. Era como la isla del doctor Moreau; creamos un montón de monstruos y estábamos en una isla, no podíamos escapar. Pero eso no quiere decir que se hubiera debilitado el argumento.
Alejandro: No teníamos la energía para seguir subiendo a sostener esos argumentos como hacíamos siempre. Decidimos por respeto al proyecto dejarlo donde estaba y no hacerlo pelota contra una pared.
Irvin: Cuando hablamos de monstruos, nos referimos a los creados por nosotros. Viajábamos todos los fines de semana 10 personas en una camioneta en la que pasábamos muchísimas horas, lejos de nuestras familias. Se fue creando algo dentro de la camioneta que con tanta convivencia se volvió como un monstruo. Es muy difícil esa relación, porque es como una pareja multiplicada por todos los integrantes.
Garo: Y no nos veíamos tomando el té, sino cuando teníamos ese cansancio que hacía que salieran las frustraciones personales y las cosas explotaran.
Carlos: Yo me fui antes, en 2007, pero era muy complicado, sobre todo teniendo un trabajo de lunes a viernes. Y las giras eran siempre los fines de semana. Ahora, yo extrañé eso al siguiente día de dejarlo, pero no salía a ver bandas. Un cartero que se jubila no sale a dar vueltas manzana (risas).
¿Había monstruos externos también? ¿No sentían una presión del público exigiendo un determinado estilo, por ejemplo?
Irvin: El famoso "que vuelva La Trampa vieja", "vuelvan a las raíces". La Trampa se movió siempre por decisión propia, no consulta ese tipo de cosas. No podemos esperar a que alguien venga y nos diga "tenés que hacer tal o cual cosa".
Alejandro: De sentir esas presiones no hubiéramos hecho los discos que hicimos.
Garo: Somos respetuosos con el público pero de la forma menos evidente. Respetar al público es no seguir generando obras según la demanda. Es una forma de respetarlo según nuestra concepción. Hay otra, que es la predominante, que es darle al público lo que el público pide y todos contentos. Bueno, a nosotros nos parece una cagada eso.
¿Cuánto hay de nostalgia en este deseo de volver a salir?
Garo: Recrear algo es creer que tu mejor versión es una ya pasada, en la que te reconoce el público y parte del entorno cultural, en la que vos te descansás en tu propia mejor imagen; ya está hecha tu mejor versión y no tenés nada nuevo para decir. Claro, no podés escapar de la atracción gravitacional del 99 % de tu repertorio que es pasado, pero la razón para volver es encontrar un yo nuevo que se complemente con ese pasado. Por eso fue tan importante tener temas nuevos para tocar o de lo contrario no volver. Es infinitamente más digno que volver a trabajar sobre el pasado. Lo digo con respeto, pero es como el programa Vivila otra vez de María Inés Obaldía, parece que esa fuera gran parte de la cultura del rock uruguayo. ¿Por qué no están todos en el programa de María Inés?
En tu caso, Garo, que sos el que trae los temas, ¿tuviste que cambiar el chip para componer para La Trampa ahora, después de haber cambiado tanto el estilo en tu carrera solista?
Garo: Cuando nos prometimos a nosotros mismos que volvíamos sólo si teníamos temas nuevos, nos miramos y nos dimos cuenta de que no teníamos nada (risas). Pero para eso no tuve que cambiar un chip. Lo que sí tengo claro es que cuando compongo en La Trampa compongo para Alejandro. Es una intención diferente. Hay cosas que yo sostengo con mi voz, pero es incomparable a la energía a la que puedo recurrir como compositor al hacer canciones para Alejandro, para La Trampa.
Cuando se separaron, además, tenían un desencanto con lo que pasaba en Uruguay en ese momento... ¿qué sienten hoy en día? ¿Cambió para peor o mejor?
Alejandro: En cuanto al rock, cuando dejamos de tocar ya estaba volviendo a su cauce, porque Uruguay no es un país de rock.
Garo: El rock no es autosustentable de este lado del río. El Estado dejó supuestamente de intervenir con sus sponsors, dejó de haber auspiciantes como pasaba con el Pilsen Rock y gran parte del rock uruguayo, en este período en que estuvimos ausentes, se dirigió como polilla a la luz hasta quemarse, quedó presa de esas nuevas modalidades del Estado: fondos concursables, proyectos para tocar en verano acá o allá.
Pero más allá del rock como industria rentable, ¿no hay una actitud complaciente hoy? El rock reaccionó antes a ciertos momentos, como la pos-dictadura o la crisis del 2002.
Garo: Hoy está la crisis del entretenimiento.
Alejandro: Que haya una crisis porque lo que pulula es solamente el entretenimiento no significa que nos quedemos mirando desde afuera cómo todo el mundo se divierte. El hecho es qué hacer para intentar cambiar eso que te molesta. Nosotros estamos parados en una situación de cierta masividad, pero me lo pregunto sobre cualquiera que quiera tener ganas hoy de tener una banda de rock en un país que no es rockero.
Se vive en una época en que el rock y la música en general dejó de tener el papel central en la cultura que tuvo en otras épocas. ¿Cómo se hace para transmitir algo en ese contexto?
Garo: Haciendo aquello de lo que estás convencido, teniendo vela en vez de ancla. Que esta cultura del entretenimiento funcione más como un velamen, que te permita orientar el navío y zafar de la navegación de cabotaje. Tenemos una cultura predominante en la que todo orilla la costa, nadie se anima a salir y alejarse un poco; es un lugar de complacencia, seguridad y funcional.
¿Los tomó por sorpresa la dimensión que fue adquiriendo la banda en esta pausa, teniendo en cuenta la cantidad de shows que hubo que agregar?
Carlos: No sé si creció esa dimensión, pero sí que nos tomó por sorpresa. Quizá era así y nosotros no lo sabíamos, pero que no lo esperábamos es seguro.
Garo: Lo que a nosotros nos pareció una novedad fue el reclamo, que parece casi de certificación, de no haber hecho algo en un lugar más grande, como un Velódromo o un Centenario. No lo habíamos vivido antes, pero eso es algo que ahora forma parte de la cultura masiva y que tiene connotaciones de las que preferimos zafar. Siempre quisimos hacer un Teatro de Verano y cuando empezó a crecer no se nos ocurrió moverlo a un Velódromo. El modelo nuestro es acotado, frontal y con la gente cerca, pero está el reclamo ese de pedirte una suerte de confirmación de que sos grande, casi como que la medida del éxito estuviera en el tamaño.
Alejandro: Todo esto de las redes ha hecho también que las cosas exitosas se midan por la cantidad, ya sea de likes en Facebook o visitas en Youtube. ¿Cuándo va a ser la calidad?
Carlos: Si recibimos algún tipo de reclamo por haber elegido el Teatro de Verano es justamente por la cantidad, y por no poder hacer pogo. Nadie nos dijo: ¿no sería mejor hacer ocho shows en un lugar más chico, por ejemplo, que si llueve no se suspende?
Alejandro: Nosotros pensamos siempre los lugares para armar el show que teníamos ganas de hacer, y luego se veía cuántos se hacían. En eso nos respalda la historia de la banda.