Por Martín Otheguy
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El rock argentino de los 80 a esta parte no sería igual sin la presencia de Diego Frenkel, que imprimió un sello particular a las bandas que integró desde entonces, caracterizadas por la búsqueda de nuevos sonidos y la fusión del rock con influencias del jazz, el R&B y los ritmos latinos. Comenzó en 1984 con Clap, los "Talking Heads criollos", banda que se convirtió en una fábrica de músicos prestigiosos que fueron derivando a otras agrupaciones y artistas, como Gustavo Cerati y Charly García. Frenkel colaboró además en los noventa con el enorme David Byrne, el cantante de los Talking Heads, con el que comparte la misma hambre de música del mundo y sonidos nuevos.
Tras la separación de Clap, en 1990 fundó una banda esencial de la década en Argentina: La Portuaria, que logró escapar de los encasillamientos de la época y se nutrió de ritmos de todas partes del mundo para encontrar una nueva sonoridad, haciendo honor a la naturaleza sincrética y portuaria que indicaba directamente su nombre. Fue, además, una máquina de hits, como "Selva", "Hombre sin historia" o "Nada es igual".
Tras la disolución de La Portuaria -en sus dos etapas- Frenkel dio inicio a una rica carrera solista en la que demuestra que su inquietud artística sigue intacta. Su último trabajo es Ritmo, que presentará en el Auditorio Adela Reta el viernes 18 de marzo a partir de las 21 horas. En charla con Montevideo Portal, el ex cantante de La Portuaria habló de las motivaciones espirituales del arte, de la escena actual del rock argentino y de las influencias del macrismo en la cultura.
El disco hace énfasis en el ritmo, como demuestra el título. Si bien es un tema recurrente en tu carrera, ¿por qué hay un mayor énfasis ahora?
Mi vida con la música ha sido una constante investigación sobre el ritmo. Me siento un artista bastante ecléctico, no tengo una sola manera de componer ni una sola raíz, pero nadie abarca todo. Es una marca en mi vida desde Clap y La Portuaria: la pasión y el interés por la diversidad rítmica, por las influencias del mundo de lo afroamericano (en alusión a todo el continente), de la música de raíz pura africana, sus derivados -incluyendo lo electrónico- que siempre me atrajeron mucho porque desde muy pequeño siento una empatía enorme con eso. Y además, también con la danza, el movimiento, el cuerpo, que es la otra parte del ritmo. El ritmo va directo a las neuronas y al físico. Si bien son canciones las que integran el álbum, y hay algunas que no están basadas en la búsqueda rítmica y la repetición, trabajé mucho con la banda experimentando en la sala de ensayo. El golpe, el beat, el ritmo están muy presentes.
¿Cómo fue el proceso? ¿Venías con la idea del ritmo, probaban entre todos?
Venía o con un ritmo, o una idea de canción o una parte inicial con la que experimentaba con ellos y los iba dirigiendo. Y a partir de ahí compuse la mitad del disco. El resto eran canciones que yo traía y a las que la banda aportaba arreglos. Por ejemplo, temas como "Danza", "Ritmo", "Mantra", "Amor demolición", "El deseo", surgen de esa forma de trabajo.
Los títulos de las canciones, generalmente de una sola palabra, remiten a los ritmos pero también a la naturaleza. ¿Había una búsqueda espiritual detrás?
La música siempre es un hecho espiritual para mí. El sentido del arte es profundamente espiritual, incluso en los aspectos más divertidos. Es catártico. Para que salga lo que no puede salir o vivirse a través de las palabras cotidianas, el arte nos conecta a algo que va más allá de las cosas. Es una zona esotérica de la vida siempre, lo que no podemos abordar de otro modo. Me conecto mucho con las visiones ancestrales de la poesía, esos modos un tanto románticos en el sentido original del romanticismo, de conexión con la naturaleza y con lo escondido, lo oculto. En realidad es nuestra esencia humana. En estos últimos años mis letras abordan la música desde ahí y no tanto desde los relatos urbanos o los cuentos, como fueron los de La Portuaria. Son poesías entre narrativas e imágenes que surgen de mi inconsciente y que fonéticamente construyen algo interesante, porque en la letra no solo importa el contenido, lo que está diciendo, sino también el sonido.
A tus 50 años, ¿te sentís más liberado a la hora de componer o al revés, te volviste más obsesivo?
Pasa por épocas, pero Ritmo lo hice en un modo muy relajado, en el sentido de darme tiempo para buscar lo que quería. Y fue la grabación de disco más placentera que tuve en los últimos años. Se hizo disfrutando del proceso y eso está impreso en el disco. Tiene una cosa muy vital, muy fresca,
Y en cuanto a la escena del rock argentino, ¿sentís que en los 80 era más fresca o más efervescente que ahora?
Hubo bastantes períodos, A principios de los 80 hubo una emergencia fuerte de bandas, que fue cuando yo empecé a salir al ruedo. En los noventa hubo un momento inicial muy colorido también, que fue más fuerte culturalmente en Argentina con todo el nacimiento del teatro independiente, que se arrastraba en realidad de los 80, y movimientos aledaños a la música, con algunos representantes musicales muy interesantes. Creo que por entonces Argentina se mezcló más con el mundo. La Portuaria o los Cadillacs, o la evolución de Soda Stereo y Cerati, de principios de los 90, tenían algo muy colorido mezclado con grupos de danza y teatro (como De la Guarda o El Descueve), que formaron un mundo más diverso, que se conjugaba con bandas del exterior como Aterciopelados o Café Tacuba. Se generó un mundo de viajes y movimientos bastante plural. Luego hubo una reacción social a un momento muy crítico, como la segunda parte del menemismo y toda la debacle económica. Ahí se empobreció bastante el panorama artístico en general, lamentablemente. Se le dio mucho lugar a un discurso más ligado al fútbol que al arte y eso se coló en el rock.
Por suerte vinieron una serie de artistas alternativos, más vinculados al mundo de los cantautores, como cuando Juana Molina decidió dedicarse a la música, o cuando apareció Lisandro Aristimuño y algunos otros más que comenzaron a mostrar sus canciones y que crecieron haciendo su propio camino, sin demasiado apoyo industrial. También surgieron bandas de rock interesantes, como Catupecu Machu, o las ya consagradas que se sostuvieron, como Cerati o Divididos, porque los artistas van mutando según las épocas; incluso yo mismo estoy sacando un disco nuevo, porque no todo arte es necesariamente generacional. Sí hay un momento donde se da una marca generacional. Por ejemplo, el momento de Devorador de Corazones y "Selva" fue el de un álbum y una canción que hicieron mucha marca en ese sentido, por su discurso y su estilo, pero uno hace cosas permanentemente.
En la escena actual argentina hay bandas uruguayas que se volvieron muy masivas, como La Vela Puerca o No Te Va Gustar. ¿Creés que ese éxito se debe a que ocupan un un lugar que no está llenando el rock argentino?
No, me parece que es porque se rompió la barrera geográfica de pertenencia a un lugar o a otro, simplemente, Son bandas uruguayas pero no creo que la gente diferencie mucho si son bandas uruguayas o argentinas.
Hoy hablabas del menemismo. ¿Cómo viviste la llegada al poder de Macri?
Estamos en un momento bastante complejo. El avance del pensamiento de derecha sobre toda Latinoamérica es muy muy fuerte, y un poco estamos viendo cómo son las reglas del juego sin comprender demasiado todavía la cosa desde el aspecto cultural. La propuesta del neoliberalismo se basa en la ley del más fuerte, entonces es sobre reglas en las que hay un concepto de desamparo gubernamental, que no suelen dar mucho lugar a la cultura, aunque en algunos puestos se mantienen personas valiosas, como en el área del teatro o la danza, personas que tienen su valor propio. Hay cierta autonomía propia de la cultura, pero hemos trabajado en condiciones muy diversas y momentos diversos, y siento que hoy en día, cuando el discurso regente es muy individualista y carente de espiritualidad, el arte cumple una función esencial.
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