En la versión cinematográfica del libro Alta fidelidad, escrito por Nick Hornby, el “duro” Barry discute con el “sensible” Dick a causa de un tema que suena en la tienda de discos en la que trabajan ambos. La canción es “Seymour Stein”, de Belle & Sebastian, y aunque Barry —encarnado por Jack Black— usa las expresiones shit, fuck, sucks ass y sad bastard music para definir en forma hilarante lo que escucha, el tema de Belle & Sebastian le gana a la escena, al chiste y hasta a la entrada triunfal del hit “Walking on sunshine” que comienza a sonar inmediatamente después.
A esta altura, los escoceses Belle & Sebastian ya se acostumbraron al estereotipo de sus fanáticos como universitarios afectados e hipersensibles que se deprimen en estilo hipster, seleccionando cuidadosamente qué vinilo miserable y poco conocido van a escuchar. Su mejor defensa desde 1996 es su capacidad para desparramar paisajes de belleza desoladora entre acorde y acorde, en canciones protagonizadas por personajes desajustados y jóvenes de sexualidad ambigua.
Con su dulzura engañosa a cuestas, los Belle & Sebastian lograron convertirse en uno de esos grupos entrañables que forman parte de la banda sonora de las vidas de quienes tuvieron la suerte de escucharlos al crecer. La explicación no está sólo en la fragilidad conmovedora de la voz de Stuart Murdoch, sino también en su capacidad para contar historias y su talento para crear canciones que pueden ir desde el pop sesentero a la electrónica o el folk de campiña.
El público uruguayo podrá comprobarlo en vivo el 19 de octubre, cuando la banda escocesa presente su disco Girls in peacetime want to dance en La Trastienda, en el marco del ciclo Primavera Cero (las entradas ya están a la venta en Red UTS).
Es su tercera gira por Sudamérica y la primera que los trae a nuestro país, algo celebrado con entusiasmo por el grupo. Sin embargo, cuando el tecladista y miembro fundador, Chris Geddes, nos atiende desde Nueva York, no es el mejor momento para preguntarle sobre lo mucho que disfrutan las giras. El ómnibus que los traslada se había roto esa misma mañana, lo que obligó a los miembros de la banda a manejar una camioneta durante cientos de kilómetros para llegar a tiempo a su recital en la Gran Manzana. El inconveniente, sin embargo, no impide que Geddes nos conteste con amabilidad escocesa unas cuantas preguntas sobre la fama, los hipsters, el papel de la música en la cultura y estas épocas de celebridad descartable.
La banda te recuerda como el miembro con más experiencia musical de Belle & Sebastian en los inicios. ¿Qué te llevó a unirte al grupo?
No sé si era el caso. Era el más joven. Probablemente Stevie (Jackson, guitarrista) y Stuart (Murdoch, cantante y guitarrista) habían hecho más cosas que yo. Yo tenía una banda en la universidad y llegué al punto de hacer algunas giras o telonear otros artistas de perfil bajo. Stevie era el más experimentado, había estado en una banda que hizo giras por Europa. Con respecto a mi decisión, creía que las canciones de Stuart eran muy buenas, esa fue la razón principal. Y me caía muy bien toda la gente involucrada, pensé que podía ser muy divertido unirme al grupo.
¿Qué música escuchabas cuando te uniste a la banda?
No ha cambiado mucho: rock y soul de los 60. En aquella época estaba un poco más interesado en la música contemporánea. Me gustaban bastante Oasis, Primal Scream, Stone Roses y cosas obvias como los Beatles, los Stones, Otis Redding , Aretha Franklin y artistas del estilo. También me gustaban todas las bandas electrónicas de los 90, como los Chemical Brothers, Underworld, Leftfield, Orbital… Todos los grandes grupos tecno.
En sus primeros años Belle & Sebastian no daba entrevistas, lo que generó cierto misterio en torno al grupo. ¿Por qué era así?
En las primeras épocas hicimos un par de entrevistas y al leerlas no nos gustaron, no nos gustó la forma en que quedamos representados o en la que el periodista nos retrató. También creo que había entonces una dinámica en el grupo que no era estable. Algunos no se sentían cómodos con las entrevistas y eso ponía una presión en la banda que no era buena.
¿Por qué cambió con el paso de los años?
En parte porque nos sentimos más cómodos, en parte porque algunos dejaron la banda y quizá ahora las cosas son un poco más transparentes entre nosotros.
¿Creían quizá que la notoriedad o la fama iba a pasarles factura como grupo, como ha sucedido en otros casos?
Definitivamente teníamos una sensación en esos primeros días de no estar listos en caso de producirse esa fama. Yo era joven, bastante inmaduro y si la banda se hubiera vuelto famosa en esos primeros discos creo que no hubiera estado preparado para lidiar con eso.
Y hoy, que la banda se ha vuelto más famosa, ¿cómo lidian con eso?
Pero es que no es famosa, o al menos yo no siento que lo sea. Por ejemplo, tenemos un gran show hoy en Nueva York y tuvimos que parar un rato largo con una camioneta fuera del mismo escenario en el que vamos a tocar y nadie nos reconoció.
Calculo que eso es mejor...
¡Exacto! Estamos en ese nivel en el que si bien pudimos tener una larga carrera haciendo música eso no interfiere con el resto de nuestras vidas. Podemos caminar por las calles sin que nos reconozcan, lo que es genial.
Tocan juntos desde hace veinte años, ¿cómo llevan la convivencia después de tanto tiempo?
En parte lo llevamos bien porque no fueron veinte años seguidos. Un par de veces tuvimos que separarnos un tiempo y descubrimos que en esas ocasiones, al volver, nos sentíamos más reanimados y más entusiasmados por trabajar juntos. Lo otro es que seguimos llevándonos bien y nos reímos juntos. Quizá en aquellos primeros tiempos la forma en que nos comunicábamos entre nosotros era un poco disfuncional y hemos mejorado mucho en eso, pero principalmente es porque nos divertimos juntos, lo que ayudó a que todo fluyera. Definitivamente somos amigos.
¿Creés que el noviazgo inconstante entre el cantante Stuart Murdoch y la chelista Isobel Campbell hizo que las cosas fueran un poco más difíciles?
Sin dudas. Pero no había mucho que pudiéramos hacer, las cosas eran como eran.
En el último disco hay una vertiente más electrónica. Ya había algunos ejemplos en su discografía, en especial en el disco Tigermilk, pero, ¿cómo te adaptaste a ese cambio?
Siempre me gustó tocar sintetizadores. Cuando era más joven y empezaba a hacer música quería ser Jean Michel Jarré (risas), pero creo que el principal ímpetu para ir en esa dirección en este disco no vino de mí. Sí funcionó bien para mí porque yo venía de hacer un montón de cosas con la computadora y en el estudio y estaba bien preparado para encargarme del asunto electrónico en el álbum, pero esa intención vino de las canciones que escribieron Sarah (Martin, violinista) y Stuart. Salió más de los compositores que de mi influencia; yo hubiera estado igual de feliz de haber tenido que tocar un órgano Hammond en canciones retro soul, por ejemplo. Me gustan ambas cosas.
Sos de comprar y escuchar vinilos. ¿Cómo cambió Internet tu forma de componer o acceder a la música?
Descargo alguna cosa y también escucho por streaming, pero me gustan los discos. Para ser honesto, no soy de comprar álbumes nuevos en vinilo, porque por la forma en que están grabados o masterizados creo que no se traducen bien a ese formato, pero en el caso de las grabaciones de los 50 y 60 me parece que es parte del asunto tener el “artefacto” tal cual fue hecho en su momento.
Ustedes siempre dieron mucha importancia al arte en sus discos. ¿Se perdió parte de esa magia en esta era en la que el formato físico importa cada vez menos?
Hasta cierto punto sí. Lo que a mí me sucede es que cuando uno pone un disco tiende a escucharlo de principio a fin, pero si uno está oyendo algo en Spotify es bastante común escuchar un par de temas de un álbum y luego saltar a algo completamente distinto. Es complejo, porque hay tanta buena e interesante música ahí afuera que querés descubrir cuanto más puedas, pero al mismo tiempo obtenés mucho más de un disco si lo pasás muchas veces; cuando escuchás cosas nuevas todos los días perdés eso, sólo las terminás apreciando a un nivel superficial.
A Belle & Sebastian se la etiquetó como banda “twee” (afectada) y, como tal, generó una imagen que suele asociarse con el esnobismo o los hipsters. ¿Están resentidos con eso?
No, resentimiento no es la palabra adecuada. Probablemente no es la forma en como nos vemos a nosotros mismos, pero por otro lado no es algo que podamos negar, porque las características de la música son como son.
Muchos artistas británicos se quejan hoy en día de la cultura superficial que prima en las islas, en la que vale más la fama y la celebridad que cualquier cosa, ¿te pasa lo mismo?
Es horrible, eso es seguro, pero creo que es sintomático del hecho de que la música pop no tiene el lugar central en la cultura que quizá tuvo en los años 60 o 70. En parte es por la forma en que la música se consume hoy en día; no está impulsando a la cultura del modo en que da la impresión de que lo hacía en esas décadas. Es más descartable. Y todo el tema de la celebridad... Bueno, así es la cultura hoy en día. Todos quieren ser famosos y salir en la tele.
¿Qué cambió para que la música haya dejado de tener ese lugar?
Supongo que es una cuestión evolutiva. Quizá fue sólo un accidente que fuera esa fuerza social en los 60 y 70, porque supongo que antes de eso el papel lo ocupaban las novelas o la poesía o el cine, otras formas de arte que empujaban a la cultura. Son esos accidentes históricos de los que nosotros vivimos el final, crecimos cuando acababa esa era en la que la música pop realmente importaba, y por eso sentimos cierta nostalgia.