Lisboa, 25 de abril de 1974. Valter Hugo Lemos tiene dos años y medio y está en una plaza con su madre. Hace apenas unos días que llegaron de África, previo paso por París, y ambos aguardan a que su padre, empleado del Banco de Portugal, termine de realizar unas gestiones mediante las que pretende cambiar su futuro, sin sospechar que eso iba a suceder de inmediato y sin necesidad de burocracia alguna.
Por causa de su trabajo la familia lleva ya nueve años en Angola, una de las más importantes posesiones africanas de ese Portugal que se niega a dejar atrás su rancio sistema colonial. Por ello, el padre de Valter quiere aprovechar las vacaciones para tramitar su regreso definitivo a la tierra natal. Pero en las oficinas del Banco no encuentra a nadie, y en las calles todo es confusión. Entonces oye los disparos.
Asustado, corre a la plaza donde están su esposa y el pequeño. Ninguno de los tres sabe -al igual que la mayoría de los portugueses- que en ese mismo momento se está produciendo la Revolución de los Claveles, alzamiento que en sólo veinticuatro horas daría por tierra con más de cuatro décadas de dictadura. La mujer sujeta al pequeño entre sus brazos y corre también. Valter Hugo Lemos siente el miedo de su madre, y esa sensación, ese escenario, constituyen el recuerdo más antiguo que guarda en su memoria.
Ese pequeño testigo del cambio de los tiempos es hoy uno de los más exitosos escritores de su tierra, apreciado y respetado tanto por su original poesía como por su intensa y original obra narrativa. Curiosamente, es también un éxito de ventas en la remota Islandia.
En el marco de la primera Semana de Portugal en Uruguay, Valter Hugo Mae visitó nuestro país y dialogó con Montevideo Portal acerca de literatura, miedos, búsquedas, y también sobre dos uruguayos muy distintos y que le resultan de interés por razones igualmente diversas: Isidore Ducasse y José Mujica.
Esa anomalía de escribir
Cuando Valter Hugo Lemos comenzó su andadura artística, una de sus primeras decisiones fue crearse un nombre artístico, o, mejor dicho, un apellido. Así, Lemos fue sustituido por Mãe (que en portugués significa madre). Y tal modificación no fue algo antojadizo.
"Es que no quería tener un nombre normal, porque no veo la literatura como una cosa normal, sino como una obsesión que no tiene nada de común", explica.
"La idea es que es que los momentos en los que leemos sean extraordinarios. No quería estar en los libros como un ciudadano, sino como un artista, ya como un personaje. El autor es el primer personaje, entonces quise tener un nombre de personaje".
"La vida es una mediocridad la mayor parte del tiempo, pero no quiero que la literatura también lo sea. No quiero que sea lo cotidiano, aunque hable de cosas que puedan ocurrir todos los días" | |
En cuanto a la elección del vocablo, afirma que "no existe nada que se compare a la maternidad, es como lo extremo de la experiencia de la vida, de estar vivo", y para un escritor o artista "hay una utopía muy delicada en relación a la obra. Queremos que sea tan importante para la humanidad al punto de que sea como el hijo de todos. Algo sagrado como son los hijos. Hay una maternidad en los libros, en el arte, y yo quería empezar por eso, establecer casi como un pacto de sacralización del oficio de escribir, y es una manera de relacionarme con las personas, pero utilizando una cosa que no es el absoluto cotidiano, sino algo que se sitúa por encima. La literatura para mí es eso, una ascensión que nos trae la espiritualidad de la naturaleza. Es una sacralidad que no invoca a Dios, sino algo mucho más allá de lo que podemos entender", expresa.
"Me interesa mucho esa dimensión porque creo que es la más categórica del arte, porque el arte ocurre siempre más allá de donde estás. Puedes ser el autor, pero el libro está más allá, sabe cosas que tú no. Hay algo que tengo muy claro: escribo porque quiero descubrir, para saber de algo que sospecho que está ahí".
El coleccionista de palabras
La afición por la poesía comenzó en Valter de forma temprana y lúdica. De muy pequeño gustaba de tomar nota de aquellas palabras que la agradaban, acumulando -a la manera de Stephen Dedalus, el personaje de James Joyce- un tesoro de vocablos relucientes como piedras preciosas, que más adelante aprendería a emplear con talento.
"Escribo desde niño, siempre lo he hecho, pero no tenía el coraje de siquiera imaginarme como un escritor. A menudo me pensaba como alguien que necesitaba de una expresión escrita para entender cosas, y ya tenía muy claro que encontraba soluciones escribiendo, como si fuera una forma de meditar".
Sin embargo, sus escritos estaban destinados a la imprenta, aunque él no lo sospechara y el camino hacia el libro fuera casual.
"Un día estuve en Coímbra y conocí a una chica, me quedé encantado con ella, hablamos una tarde entera de poesía y me preguntó si escribía", recuerda.
"Había sido una tarde tan maravillosa que no pude mentir, le dije que había escrito unos poemas y me pidió para leerlos". En ese punto, su timidez estuvo a punto de sabotear el momento, pero decidió acceder a la petición. "Vivo en Vila do Conde, a unos 170 kilómetros de Coímbra, entonces supuse que si no le gustaban mis poemas podría lograr pasar el resto de mi vida sin verla de nuevo", cuenta sonriendo.
"Le envié algunos poemas y le encantaron, y luego supe que ella era editora de una pequeña editorial dedicada a la poesía, así que meses después salía mi primer libro". Ese primer ‘hijo de papel' fue un verdadero impacto en su vida.
"No lo podía creer. A veces digo que la sensación que tuve fue de nacimiento absoluto, fue el momento en que nací como una persona completa, que supe que, aunque era tímido tenía un derecho, fue una conquista de existencia, el saber que la vida me estaba dando una oportunidad. Y aunque ese primer libro era una mierda, pienso que resultó fundamental para que yo pudiera creer".
Ese primer paso fue el primero de muchos, andadura en la que Mae ha tenido un raro privilegio. "Todos mis libros han sido publicados por invitación de los editores, nunca tuve que golpear puertas", expresa sin asomo de vanidad. "Tengo un amigo que siempre me dice que por culpa de mi éxito necesito la tensión de escribir como un fracasado, que nunca debo permitirme escribir como un escritor triunfante", señala.
"La mitad de los libros que se publican son una mierda, y hay gente que sabe que lo está haciendo solamente para ganar dinero, o porque no puede controlar el ego" | |
Y esa es precisamente la razón de una de las características más señaladas de su obra: el permanente cambio de temáticas y estilo.
"Lo que hago es algo así como huir de mis libros una vez que están terminados, y procurar que el próximo sea diferente a los anteriores y obsesionarme con la idea de ser casi otro escritor. En cierto modo es como proponer el fracaso. Por eso, aun a sabiendas de que tu último libro se vendió mucho ya la gente habló bien de él, tienes que arriesgarte a hacer algo nuevo, que hasta puede resultar una mierda, porque es la única manera de descubrir algo".
Además de la perpetua sed de cambios, hay otro fermento necesario para que el bollo literario crezca: el miedo.
"Tener siempre un temor es fundamental para escribir. Si no tienes miedo es porque quizá no estás prestando suficiente atención a lo que haces. Como ya dije, el texto siempre está un paso adelante del autor, y si no tienes miedo quizá no estás entendiendo algo, y ese algo puede ser sencillamente que el libro que estás escribiendo es una porquería, y esos es algo muy común", asegura.
"La mitad de todos los libros que se publican son una mierda, y hay gente que sabe que lo está haciendo solamente para ganar dinero, o porque no puede controlar el ego. Pero hay otros que ni siquiera se dan cuenta, no esperan, no tienen ese miedo que te hace leer el texto treinta veces antes de pedirle a tu primo que lea apenas el primer párrafo". Por el contrario, "a veces escriben sólo ese primer párrafo y antes de corregir las faltas ya lo ponen en el blog o el Facebook y piden que les comenten. Lógicamente, a veces los comentarios son terribles", ríe.
Del sentimiento trágico de la vida
Pese a los ya mencionados y frecuentes cambios de estilo en la obra de Mãe, sus lectores saben que hay un par de elementos que siempre hallarán: la construcción de la belleza a través de imágenes pesarosas o terribles, y en ocasiones un tono sombrío, con la presencia de la muerte rondando.
Sucede que esa ominosa presencia ha estado en la vida del escritor desde siempre.
"Mis padres tuvieron un hijo que murió al año de edad, eso fue antes de que yo naciera", recuerda. Por ello, Valter creció acompañado siempre por "la presencia de esa ausencia", y tuvo una cercanía temprana con la realidad del morir.
"Un niño puede entender la idea de la muerte, pero la verá siempre como algo lejano que ocurrirá en un futuro distante, pero para mí era algo próximo, que podía suceder en cualquier momento. A los cinco años no podía evitar pensar que ya había vivido cinco veces más que mi hermano, y que eso era muchísimo tiempo", rememora.
"Siempre conviví con la idea de que la muerte estaba hecha para mí, de que si alguien tenía que morir de mala manera y siendo infeliz, ahí estaba yo para cumplir con esa mierda", ríe, subrayando que durante su niñez y juventud, "creía que moriría muy pronto y sin lograr nada en la vida", ominosas cavilaciones que hacen comprensible su a veces sombrío estilo poético.
Sin embargo, esa proximidad constante con la idea de una muerte temprana, tuvo efectos positivos en su obra, retempló su pluma y lo hizo buscar en las letras el costado más intenso de la vida.
"En la vida todo lo que está antes de la muerte, a excepción del nacimiento, es un poco mediocre. Lo que no significa en forma inmediata vida o muerte, tiene tendencia a ser un asunto mediocre. Y literariamente no me interesa la medianía, sino lo crudo, buscar una intensidad, una fuerza, aquella idea de que, si vas a hacer algo, hazlo mucho, y de lo contrario no hagas nada y sé un vegetal. Por eso en mis libros hay personajes que son de contraste absoluto, y a veces el mismo personaje empieza siendo algo y termina teniendo una fractura. Creo mucho en ese quiebre, y en que es casi una decisión. Todos podemos decidir pasar por la vida siendo buenas personas y haciendo cosas benéficas, o hacerlo jodiendo todo y a todos, y en mis libros exploro mucho esos extremos y los contrasto", describe.
"Trabajo mucho con la caricatura, el contraste extremo, porque la mayor parte del tiempo la vida es una mediocridad, pero no quiero que la literatura también lo sea, no quiero que sea lo cotidiano, aunque hable de cosas que puedan ocurrir todos los días. Quiero que sea algo extraordinario".
Milagro de abyección
Ese gusto por lo extremo, por las tonalidades literarias fuertes, ha hecho de Mãe un cultor del escritor francés nacido en Montevideo Isidore Ducasse, más conocido como el Conde de Lautréamont.
Durante su breve estancia en nuestro país, Mãe procuró visitar todos los lugares -son pocos, a decir verdad- vinculados a la breve vida montevideana del padre del surrealismo.
"Literariamente me parece importantísimo, porque lo que hace es una estética sin concesiones, crea una idea, una codificación que no hace concesiones a nada. Y así es la literatura que me interesa y el escritor que me gustaría ser. En el momento en que vivo quiero ser un ciudadano simpático y tener amigos, pero cuando escribo soy un artista, busco algo que ignoro y que bien puede ser violento. De hecho, algunos de mis propios personajes no me caen bien, pero cumplen una función, me permiten alcanzar una imagen estética que a veces es dé un grotesco muy bello".
Por ello, la crítica portuguesa ha dicho que en los libros de Mãe a veces ocurre un milagro literario obrado desde la abyección.
"Es como hacer las dos cosas más opuestas, pero como si se mezclaran para ser lo mismo", algo que sucede a menudo en las páginas de "La Deshumanización", una de sus novelas. "Puedes estar leyendo una cosa horrenda pero te la están diciendo de una manera que propende a la belleza, y entonces a lo mejor te quedas fascinado con la imagen, te dices 'pero esto es horrible ¿por qué estoy sonriendo?' o te preguntas por qué estás imaginando una cosa terrible y casi quieres que ocurra, porque quieres verla".
"Un libro es a veces un organismo vivo, que puede tener quinientos años y sientes en tus manos que tiene vida, y que te va a hacer algo" | |
Para el autor, ese tipo de imágenes que, al decir de Roberto Arlt, "son un cross a la mandíbula", son de suma importancia en su escritura.
"Necesito que tengan esa fuerza, que una vez que las leas o puedas volver a la realidad de inmediato, que necesites cinco minutos de descompresión", y pone como ejemplo de ello a cierto pasaje de la obra de Ducasse, donde se pondera la belleza de clavar las uñas en la espalda de un niño hasta que brote la sangre.
"Cuando leí eso no podía creer que alguien pudiera decir semejante cosa. Me quedé al margen días y días, casi decidiendo si continuaba o no la lectura. Y luego entendí que me gustaba que el libro fuera así". Obviamente, "no se trata de estar de acuerdo con eso que escribe, pero lo que queremos de la literatura es que sea tan vívida que el propio texto ocurra. Un libro es a veces un organismo vivo, que puede tener quinientos años y sientes que está vivo en tus manos, y que te va a hacer algo. A veces te hace sonreír y otras veces te hace mirar todo de otra manera. Y te preguntas cómo puede ser que te incomode un texto de hace cinco siglos. Yo creo que la literatura debe incomodar, desde empujar al lector fuera de su zona de confort. Leer un libro tiene que ser una inseguridad constante", opina.
Claro que no todos los libros cumplen con ese revulsivo requisito, pero -según Mãe- los que no lo hacen tampoco suelen valer la pena.
"Los libros a conformistas son los que no te dicen nada que no sepas, sino que ratifican lo que ya sabes y te hacen sentir que estás en el lugar adecuado. A mí me interesan los libros que te hacen pararte y salir a la calle, los que te vuelan el techo".
Una roca solitaria en medio de la nada
Islandia, ese territorio mágico que atesorara las sagas nórdicas que tanto fascinaran a Jorge Luis Borges, ha dejado huella en la vida de Valter Hugo Mãe, y también ha dado frutos. En esa "Última Thule" el artista residió una buena temporada, y también allí concibió y plasmó la ya mencionada novela "La Deshumanización", cuyo argumento transcurre también en la isla.
Más allá de la curiosidad por lo aprendido en la escuela ("esa piedra cubierta de hielo en medio del océano"), otras particularidades islandesas atrajeron más tarde la atención del autor: la explosión del rock y el pop islandés, y el reciente renacer de los cultos paganos de los tiempos vikings.
"Me estuve guardando Islandia durante mucho tiempo. Fueron unos diez años en los que siempre pensaba en ir, pero incluso antes de tener la primera idea para el libro que escribí allí, tenía la impresión de que necesitaba ir en un momento en que pudiera escribir. Algo me decía que podría hacerlo".
A ojos de Mãe, "Islandia es un lugar creativo por su cultura, pero también muy espiritual, de una espiritualidad difícil de justificar. Yo creo que es una espiritualidad que perdura por obra de la opulenta manifestación de la naturaleza. Es como que habitar un lugar tan increíble, donde la naturaleza decide tantas cosas todos los días, no puedes dejar de pensar en que la naturaleza también está pensando", idea que se menciona en la novela.
"Eso es lo que sientes cuando llegas allí, que esa isla es muy joven y todavía se está imaginando a sí misma, a diferencia de lo que ocurre con Europa, que es una roca muerta".
El bonito Pepe
Además del Conde de Lautréamont, otro uruguayo ha llamado también la atención del escritor portugués. No se trata de un escritor, sino del ex presidente José Mujica Cordano.
"Lo que más quería llevarme de Uruguay era la idea de que gustar de Pepe Mujica era lo correcto" | |
"Yo escribí una vez sobre él, diciendo que como presidente era una de las personas más inspiradoras del mundo actual. Pero en la política todo conlleva polémica y tiene su fantasma. Sin embargo, todo lo que hizo aun siendo presidente, ha sido para mí una lección increíble de humanidad política", asegura luego de enumerar todos los elementos de la vida sencilla y austera que convirtieran al ex mandatario en una celebridad global.
"Lo que más quería llevarme de Uruguay era la idea de que gustar de Pepe Mujica era lo correcto. Lógicamente, varias personas aquí me han hablado muy mal de él, y es necesario escucharlas. Pero casi les dije que me dejaran creer en alguien, que me dejaran hacer de José Mujica lo mismo que con Mandela, dejen que Mujica sea bonito".
"Pepe Mujica lo tiene todo como para ser algo muy hermoso. Critiquemos, sí, pero sólo lo que tiene sentido criticar y con cuidado. Construyamos la posibilidad de creer en algo".
"Yo sé que la política es una mierda, pero vamos a creer que entre los políticos de cada país hay por lo menos una persona diferente. Y antes de destrozarlo todo, busquémosla", concluye.
La obra de Valter Hugo Mãe es inédita en nuestro país, a excepción de algunos poemas incluidos en la antología "Photomaton: nueva lírica portuguesa", a cargo de Andrés Navarro y publicada por Casa Editorial Hum.