Por Gerardo Carrasco
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Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973) pertenece a una generación de colombianos que vivieron su adolescencia y juventud en medio de la mayor escalada de violencia que se recuerde en el país. La guerra encarnizada entre Pablo Escobar "El zar de la droga" y las autoridades, acabó por convertir en campo de batalla algunas de las ciudades más importantes de Colombia, sometiendo a su habitantes a una situación de permanente amenaza que modificaría sus vidas.
Tras la pista del impacto que el narcoterrorismo tuvo en la vida privada y cotidiana de quienes lo sufrieron, se lanza Vásquez en "El ruido de las cosas al caer", novela ganadora del premio Alfaguara 2011, y de cuya presentación en Uruguay se encargó personalmente el autor.
En diálogo con Montevideo Portal, Vásquez aclara que la suya no es una "narconovela", y que los hechos ocurridos durante el imperio de Escobar son parte del marco de la obra, pero no su ingrediente esencial. "Es una novela de vidas privadas, de personajes, y muy concentrada en emociones íntimas. Habla de los efectos que tuvieron en la vida de las personas la cosas que ocurrieron, pero no de esa cosas".
En cuanto al origen de su obra, recuerda que la primera imagen de la novela "es algo que vi cuando estudiaba en el centro bogotano y me iba con mucha frecuencia a la Casa de la Poesía Silva, que aparece en la novela" la antigua residencia del infortunado poeta bogotano José asunción Silva "hoy es un centro cultural, un sitio fantástico, donde uno puede sentarse cómodamente y escuchar con auriculares la obra del poeta". Vásquez relata que en sus tiempos de estudiante "iba mucho a ese lugar, porque desde la mitad de mi carrera en Derecho, yo ya había decidido que lo mío era la literatura, así que los cursos me aburrían terriblemente". Uno de esos días, "estaba escuchando poesía con auriculares, y frente a mí hacía lo mismo un hombre que yo recuerdo como de unos cincuenta años". Ese hombre empezó repentinamente a llorar "como yo nunca he visto llorar a un adulto. Esa imagen me impresionó mucho, y aunque probablemente la olvidara la día siguiente, en el momento me impactó, y se convirtió en la imagen de la que partí cuando comencé a escribir la novela, tirando un poco del hilo e intentando conjeturar, preguntarme quién era ese hombre, qué estaba escuchando en sus audífonos y por qué lloraba de ese modo". Así nació Ricardo Laverde, uno de los protagonistas de la novela, cuya historia "estuve escribiendo durante un año, pero en tercera persona, de forma muy convencional", detalla.
"Por esos tiempos, encontré en las páginas de una revista la imagen de un hipopótamo muerto", uno de los que habían pertenecido al zoo privado de Pablo Escobar. "Esa imagen me recordó inmediatamente mi propia visita a ese lugar cuando tenía doce años, la misma edad a la que el narrador de la novela acude también allí. Entonces me puse a pensar en cómo mi vida había corrido paralela a la historia del narcotráfico. Mi generación creció con el narcotráfico, aunque no tuviéramos nada que ver ni con el negocio ni con la guerra ni con nada: el narcotráfico nos afectaba de formas indirectas y laterales. De preguntarme justamente de qué modos nos afectaba, nació el narrador, Antonio Yammara, el encargado de contar la historia de Laverde. De esa situación parte toda la novela".
Todos los miedos el miedo
A la hora de componer su narración., Vásquez buscaba plantearse una pregunta para luego buscar su respuesta: "la pregunta de qué consecuencias había tenido -si es que las tuvo- en mi generación, haber nacido con el negocio del narcotráfico. Nosotros nacimos a principios de los '70, por la misma época en que salían los primeros aviones cargados de marihuana rumbo a Estados Unidos, y llegamos a la vida adulta cuando el narcotráfico hacía lo propio, alcanzando sus máximos niveles de penetración en la sociedad colombiana, a su máxima expresión de corrupción y violencia. Entonces, la pregunta que yo intentaba plantear en la novela era qué consecuencia tuvo esto para nuestra vidas, como influyó", subraya el novelista.
Y una de las quizá numerosas consecuencias que más de una década de violencia dejaron en la sociedad colombiana en general, y bogotana en particular, fue el miedo. O más bien una sensación diferente, producida por la "exposición prolongada" al temor.
"En mi memoria no estaba tan vivo el miedo como la convivencia con el miedo, la costumbre del miedo, eso lo tengo muy presente y también es abordado en la novela", reconoce el joven escritor, enfatizando "esa cosa terrible y fascinante, la capacidad que tenemos los humanos para acostumbrarnos a situaciones extremas, desarrollar estrategias y poder convivir con el miedo, con la sensación de amenaza y vulnerabilidad. Eso también lo quería explorar". Puesto a investigar en ese tema, "para mí resultaba muy fácil conseguir todo el material periodístico que fuera necesario, y cubrir así un aspecto externo del tema. Pero evidentemente, en ninguna parte de esos archivos iba a encontrar cómo esa situación nos afectó en nuestras vidas privadas", vacío que podría completarse desde la literatura. "Eso hacen las novelas, contar el lado privado de la experiencia social, de la historia", explica.
El resultado de ese ejercicio de memoria e introspección parece haber sido positivo, ya que la novela resultante logra reflejar con creces los sentimientos y emociones no sólo de su autor, sino de sus coetáneos. "Esa era una de mis ansiedades más grandes, porque todo bien podía acabar siendo un ejercicio de mi memoria distorsionada", advierte Vásquez, quien desde hace quince años reside en Europa. "Yo salí de Colombia en 1996, que es el momento en el que comienza la novela, por lo que era posible que estuviera distorsionándolo todo. Sin embargo, los lectores de mi generación me han dicho que no es así, que en la novela están las palabras que ellos utilizarían para describir sus propias experiencias". Y como espaldarazo definitivo "recibí un reproche muy positivo de parte de las generaciones mayores de colombianos, de los más viejos. Me critican haber limitado esa descripción a mi generación, cuando ellos dicen verse identificados plenamente en el relato".
Negociar con el enemigo
"Colombia siempre ha tenido un conflicto con el narcotráfico, en el sentido de que siempre se ha condenado, y que la violencia hacia y desde esa actividad ha causado mucho daño", refiere. En tiempos de Pablo Escobar "los colombianos, y en particular los bogotanos pasaron muy malas épocas", ya que el líder traficante "le había declarado la guerra al gobierno del país, convirtiendo a todos los ciudadanos en objetivos legítimos". Así las cosas, "se ponía una bomba en un centro comercial en el Día de la Madre, se estrellaba un avión de pasajeros, etc".
Montevideo Portal
El aumento de la violencia y su consolidación en la vida urbana, hizo a los bogotanos notar "a partir de cierto momento que la guerra no sucedía en otra parte, ocurría en nuestras casas, nuestros barrios, y éramos objetivos en ella. Pero la situación era todavía más compleja, y mostraba numerosos puntos oscuros. "Por un lado se condenaba el narcoterrorismo de manera muy clara, y por otro lado los terratenientes colombianos daban gracias al cielo si un narcotraficante se interesaba por una propiedad suya, y no tenían ningún escrúpulo en venderles la tierra, porque los narcotraficantes pagaban cuatro o cinco veces más que el precio de mercado". En ese tipo de situaciones "existía una gran hipocresía muy evidente. Por un lado, la clase medía y alta condenaba a los narcos, calificándolos de nuevos ricos con pésimo gusto, pero no dejaban de aceptar todo el dinero que estos nuevos ricos pudieran dar".
A ley de juego
"El narcotráfico comenzó en Colombia como un contrabando más", y si bien quienes lo practicaban "tenían plena conciencia de estar transportando sustancias ilícitas, estaba muy, muy lejos de ser la industria de violencia, terrorismo y corrupción en que se convirtió después. Eso tiene que hacerte pensar en las consecuencias de la prohibición y la guerra contra las drogas". En opinión de Vásquez, "la lección de la historia - y esto ya no tiene que ver con la novela sino con mi opinión- indica que la prohibición, en gran medida ha generado mafias con una gran capacidad de corrupción, y que alcanzan grados de violencia extrema procurando proteger un negocio que les resulta muy lucrativo. Si no hubiera estos niveles ridículamente enormes de ganancia en un negocio ilegal, no se vivirían estas situaciones".
Por ello, afirma estar a favor de la legalización de las drogas, cuyo consumo "es primero una cuestión de responsabilidad individual. Y cuando ese consumo se vuelve problemático, cosa que sin duda ocurre y es grave, es un problema de salud pública, que se debe enfrentar con campañas de información y con atención médica, pero no se trata de un problema de orden público". En ese sentido, el consumo de la drogas hoy ilegales debería permitirse "igual que el alcohol. No hay ninguna diferencia: el alcohol ya conoció una época de prohibición y todos sabemos muy bien que pasó", afirma.
Pese a estar "filosóficamente a favor de la legalización de todas las drogas", Vásquez reconoce el problema que entraña el consumo masivo de las llamadas "drogas duras", y entiende las consecuencias sociales que eso pueda tener. Sin embargo, desde su punto de vista, la prohibición no soluciona el problema, sino que acarrea otros mayores. "De lo que sí estoy absolutamente convencido es de que todas las llamadas drogas recreacionales tienen que ser legalizadas inmediatamente. Como dije antes, es un tema de responsabilidad individual, que se ha convertido en una guerra gigantesca", mantenida en buena medida porque esa misma guerra también mueve y genera dinero. "El presupuesto de la DEA (organismo de represión del narcotráfico) en Estados Unidos es equivalente al PBI de algunos países africanos. Hay mucho dinero metido en eso, y mucha gente interesada en que ese conflicto se perpetúe", sostiene.
Las alas de la historia
"El ruido de las cosas al caer", cuenta con un personaje decisivo cuya aparición recurrente permea la existencia del resto de los habitantes de la novela. Sin embargo, no se trata de un personaje en sentido estricto, sino de un objeto que cabe en la palma de una mano, o de varias manos: un casette Basf donde se guarda una copia de la grabación de las cajas negras del vuelo 965 de American Airlines, siniestrado en las cercanías de Cali el 20 de diciembre de 1995.
"Eso tuvo una llegada a la novela más bien instintiva e irracional", explica el autor, aclarando que "la transcripción es real, se trata del contenido de la caja negra del avión que se estrelló en ese accidente que se menciona, y creo que tiene un poco que ver con cierto hilo conductor que fue naciendo en la novela, a partir del momento en que noté que la historia colombiana del siglo XX puede ser contada a partir de aviones".
De hecho, los aviones tienen mucho que ver en la novela, ya que "El ruido de las cosas al caer" es a texto expreso "un ruido que no es humano o es más que humano, el ruido de las vidas que se extinguen, pero también el ruido de los materiales que se rompen (...) un ruido interrumpido y por lo mismo eterno, un ruido que no termina nunca".
Además de la tragedia aérea ya mencionada, la novela está permanentemente "sobrevolada" por aviones, y su nombre original, con el que se presentó al premio Alfaguara era "Todos los pilotos muertos". Por ello, la obra no deja de mencionar episodios ocurridos en los tiempos pioneros de la aviación colombiana. "Los aviones eran un símbolo cargado de patriotismo y los pilotos eran héroes nacionales, y me pareció muy curioso notar cómo en un lapso de unos setenta años, perdieron ese carácter heroico para convertirse en sinónimo de un negocio que jodió el país. Pablo Escobar puso encima del pórtico de su hacienda el avión con el que hizo sus primeros vuelos. Por eso resultaba interesante buscar ese momento de quiebre, de inversión simbólica donde aviones y pilotos dejan de estar asociados al heroísmo y comienzan a estar ligados al delito", refiere.
Como quien no se desangra
"Me fui por motivos literarios, quizá siguiendo ese gran cliché latinoamericano que dice que debemos ir a convertirnos en escritores en otra parte", explica Vásquez con una sonrisa, negando que su exilio tuviera el explícito propósito de alejarse de una ciudad en estado de sitio. Me fui para tratar de ser escritor, pero me doy cuenta de que si eso me resultó tan fácil, fue tan sencillo tomar la decisión de romper con mi país, mi familia y el destino profesional que se suponía que tenía...fue porque la ciudad en la que yo crecí los últimos diez años, era esa Bogotá muy violenta y predecible, donde la sensación de amenaza era constante".
En la actualidad, José Gabriel Vásquez está radicado en Barcelona, pero viaja a Colombia al menos una vez al año, y escribe una columna semanal en la prensa bogotana. Sin embargo, quizá fue necesario el alejamiento de ciudad otrora asediada por el narcoterrorismo, para comprender mejor esa situación, y saldar una deuda con su peripecia personal. Admite que la obra lo tomó "por sorpresa", especialmente en lo que refiere a su argumento. "Teóricamente, el narcotráfico no es uno de mis temas, yo pensaba que mis intereses y mi sensibilidad iban por otra parte, como se ve en mis novelas anteriores. Pero a partir del episodio de los hipopótamos, y el momento en que me di cuenta de la implicancia que tenía para mí haber atravesado esta época, el escribir la novela se convirtió en un ajuste de cuentas, pero también en la búsqueda de una compresión más profunda de lo que me pasó en esos años", relata el feliz ganador de un premio de 175.000 dólares, y una estatua del artista plástico español Martín Chirino. "Con la última página de la novela se agota el tema para mí, dudo mucho que vuelva a ser parte de un libro mío", concluye.
Conseguí "El ruido de las cosas al caer" en Nosgustaleer.com
Por Gerardo Carrasco
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