En el principio era la idea
“Soy psicóloga gestáltica, trabajé durante muchos años con niños y hoy lo hago también con adultos”, comienza a relatar Fanny Berger, agregando que la idea de El paraíso posible surgió a partir de una frase que escucha a menudo, y que dice que alguien “es así porque...” La psicóloga afirma que ese tipo de frases serían válidas “si todo tuviera una causa única que fuera condicionante de por vida. 'Es así porque sus padres se divorciaron, o porque su familia era de tal manera', etc”.
Afortunadamente, la realidad es muy otra. “Siempre se encuentra un porqué en el mundo externo” señala Berger, quien explica que en su libro “no se niega la influencia que puedan tener en la vida ese tipo de hechos puntuales, pero lo que hay que destacar es que ante esas situaciones, uno puede tener una actitud propia. Esos “porqué” existen en la vida de todos, pero con ese paquete afectivo que nos tocó, podemos hacer muchas cosas”, sostiene
Se puede lo que se hace
En cuanto al ejemplo puntual del divorcio de los padres, Berger entiende que “puede que no sea algo como para alegrarse”, pero refiere que en consulta muchas veces se puede notar que es percibido por los niños como una mejora en su vida. “Al menos se acabaron los gritos y las peleas”, dicen. Según la profesional “el problema sucede cuando el adulto que se siente culpable comienza a ser demasiado complaciente con el niño, pero no en la separación en sí”.
La referencia a la niñez viene a cuento porque en términos generales, “la idea del libro es explicar que si bien todos tenemos un pasado, no somos esclavos del mismo. Podemos cambiarlo a partir de la toma de conciencia de aquello que nos pasó”, destaca.
La obra de Fanny Berger pretende enseñar al lector que “la experiencia vivida en la infancia no es un lastre definitivo. Lo que es definitivo es lo que los adultos deciden cambiar o no”. Por tanto, el “guión de vida” puede modificarse, pero hay diferentes actitudes para plantarse ante él. “Podés escudarte en lo que te ocurrió y decir 'yo soy así porque...' o bien tomar conciencia de lo ocurrido y trabajar por modificarlo”. La autora es consciente de que “a veces nos tocan historias de vida difíciles, pero lo importante es tener claro que ese pasado quizá negativo, no tiene por qué marcarnos el camino de por vida. Se puede revertir.” Se trata de lo que la psicóloga llama descondicionamiento, “pararse un momento a pensar qué podemos hacer hoy con esa experiencia que nos tocó, y no andar por la vida sólo lamentándola”.
El efecto del afecto
Existe una teoría denominada como de las necesidades afectivas, que la autora divide en tres grupos: necesidad de amor y aceptación; de contención y sostén, y en tercer lugar, de saber la verdad. “Cuando estas necesidades no son saciadas comienzan los verdaderos problemas” señala Berger, más allá de que los padres se hayan o no divorciado, o el niño haya perdido un ser querido, u otros hechos puntuales. “Se trata de ver la historia personal desde otra perspectiva, y poder construir a partir de ella”, explica
“Yo cito mucho a Víctor Frankl” reconoce la escritora, recordando que el célebre autor de El hombre en busca de sentido “pasó cinco años en los campos de concentración del nazismo, donde perdió a toda su familia. Luego de la liberación, se instaló en Viena, formó una nueva familia y creo la logoterapia, una disciplina existencialista donde se procura encontrar sentido en el sufrimiento, ni más ni menos”.
La Reina de la Queja
Para Fanny Berger, “es pertinente llamar la atención sobre ejemplos como el de Frankl, ante una mentalidad uruguaya donde menudean las quejas, válidas o no”. Dichas quejas pueden recaer sobre el gobierno, la familia o el entorno en general. “Achacar estas culpas a terceros es cómodo, pero esa comodidad puede ser paralizante. A veces uno se queda instalado en los puntos de comodidad, porque los conoce y se siente seguro. El problema es que de ese modo se pierde la gran oportunidad de crecer”, advierte.
Más allá de los problemas auténticos que puedan existir en un país como Uruguay, la autora opina que “es muy fácil decir que acá no se puede y listo”. Contrariamente a esa actitud poco constructiva, “la gran pregunta es qué estás dispuesto a hacer para cambiar”. Berger lamenta que “es muy típico de nuestra mentalidad nacional el no hacerse cargo de la situación y encontrar culpables externos, cayendo entonces en esa comodidad inmovilizante. Por el contrario, una vez que percibís el problema y te resolvés a buscar una solución, posiblemente tengas que movilizar fuerzas internas e incluso atravesar el sufrimiento, pero eso te va a permitir lograr el cambio”.
El niño interior
El concepto de infancia interna que se maneja a menudo en el libro, “es un invento mío”, confiesa Berger. “Todos sabemos que la infancia es el período de los primero años de vida. Infancia interna le llamo al modo como lo percibió el sujeto mientras lo vivía”. La terapeuta explica que precisamente “en terapia a veces se reciben pacientes que proviene de 'familias perfectas' que tenían dinero, poder, respetabilidad, etc. Sin embargo, estas personas se sienten afectivamente carenciadas”. Explica entonces que “se trata de personas a las que no les faltó nada desde el punto de vista material, y probablemente sus padres los quisieran bien. Pero no fueron contempladas debidamente esas necesidades afectivas que mencionaba antes”. Quizá esos padres adoptaban la actitud de negar los problemas, “ocultaban la verdad y no generaron una comunicación franca”. Por ello, Berger especifica que “la infancia interna no son los hechos objetivos, sino el modo como el niño los vive. Hay niños que son felices con sólo un abrazo, otros pueden ser más exigentes”, considera.
Cuando menos es más
“Uno de los grandes problemas del tercer milenio son los padres complacientes, que se gastan fortunas en satisfacer todos lo caprichos de sus hijos, y estos no son por ello más felices”, relata la autora del libro, quien cuenta con una vasta experiencia en trabajo con niños y padres. Según explica, “ahí aparecen afirmaciones como 'me mato doce horas trabajando para vos', el cansancio y los nervios. Quizá ese hijo, con un poco menos de trabajo del padre, pero una dosis mayor de atención, afecto y contención, sería más feliz”.
Ante esas carencias originadas en el pasado, Berger considera que “la gran pregunta es qué necesitás para ser feliz hoy, como adulto”. Responder esa pregunta “te va a ayudar no sólo a resolver tu problema, sino a comprender mejor a los demás”.
Quisiera ser grande
“Más allá de que buena parte de mi experiencia tiene que ver con niños, y en el libro se aborda principalmente la aparición de esas necesidades afectivas en la infancia, vale la pena interrogar al adulto a ese respecto, y resulta muy positivo en terapia” declara la escritora.
Explica luego que en gestáltica “trabajamos mucho en ayudar al paciente a hacerse cargo de su vida en el presente y desarrollar su potencial”. Por eso es muy útil preguntarle al adulto acerca de sus necesidades emocionales. “Porque vienen y dicen 'yo trabajo muchas horas, hago esto y aquello'. En respuesta puede decirse 'Eso está muy bien y es lo que se espera de vos' pero inmediatamente tiene que venir la repregunta: 'pero vos ¿qué necesitás?'” interroga.
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Los adaptados de siempre
“Adaptarse implica ser consciente de la carga emocional que uno lleva, y hacer algo con ella”, considera Fanny Berger. Un ejemplo válido en ese sentido, sería el de una persona capaz de cocinar un plato delicioso con ingredientes sencillos y económicos, que son los que tiene en su casa.
“En tu infancia, puede haberte tocado convivir con un padre alcohólico, una madre agresiva u otras situaciones problemáticas. Adaptarse no quiere decir que haya que negar esa historia personal, sino el negarse a arrastrarse por la vida lamentándolo” puntualiza la profesional, quien recuerda que el punto de partida para la superación está en “honrar y respetar lo que uno tiene, y construir algo a partir de esas carencias”.
Berger aclara que el término adaptación no se utiliza en la obra en un sentido que implique resignación, o mimetizarse con el problema. “El paraíso posible al que me refiero consiste en plantarse cara a cara con ese sufrimiento, carencia o vacío...y hacer algo positivo con ello, cosa que siempre es posible”, enfatiza.
La verdad sea dicha
Acerca de la tercera de las necesidades afectivas mencionadas al principio, consistente en el derecho del niño a conocer la verdad, la terapeuta puntualiza que “no se trata de La Verdad, en un sentido filosófico, sino verdades obvias que el niño puede comprender, y que en ocasiones se le niegan”. Según explica, eso resulta contraproducente, porque los chicos pueden percibir lo problema aunque su padres se nieguen a admitirlos. A modo de ejemplo, si un niño nota que la situación entre sus padres es tensa, y pregunta, “¿están enojados?”, por más que ellos digan que no, ese niño igual percibirá la situación, y sabrá que no se le dijo la verdad. “Ante esa situación, el niño comienza a descreer de su sentidos y desarrolla una baja autoestima” informa la autora.
“La verdad tiene que ser dicha siempre, pero de un modo acorde a la madurez del chico” afirma categóricamente Berger, explicando que si un niño pregunta cómo nacen los bebés o si es adoptado, no es posible establecer una edad fija para una determinada clase de respuesta. “En ese caso, hay que tener en cuenta el nivel de madurez intelectual y emocional de ese niño, y elaborar una respuesta en consecuencia”, sugiere la autora.
“Por desgracia, los padres -quizá por una idea errónea acerca de la educación- continúan mintiendo a su hijos”, señala la terapeuta, quien advierte que el problema no termina allí, dado que en el otro extremo “están los que tal vez se creen muy modernos, y le dan a niños muy pequeños respuestas adultas que no pueden comprender”. Berger advierte que “es necesario encontrar un término medio adecuado, que el chico pueda asimilar”. Para lograrlo, es menester que los padres “se interroguen acerca de qué niño es el que tienen delante, y logren saber qué grado de complejidad puede tener la respuesta que se le de”. En opinión de la profesional, se trata de un factor muy importante, “porque hoy día existen muchos niños que están un poco mareados en su rol, ya sea por exceso, falta o inadecuación en la información que reciben”.
La escondida no es juego de niños
“Yo hago hincapié en el tema de la verdad, porque hay muchos adultos que durante su infancia fueron víctimas de ocultamiento o mentiras, en hogares donde estaba vedado hablar de problemas familiares que eran evidentes”, relata Fanny Berger, recordando que “eso -como expliqué antes- genera baja autoestima”. Asimismo, considera fundamental aclarar “que ello ocurre no por el problema que se pretende esconder, que tal vez no es tan grave, sino por el ocultamiento en sí mismo, que se transforma en el verdadero problema”.
Si luego de una discusión conyugal, los padres admiten el hecho y le explican al niño que discutieron por asuntos de adultos, “el chico es capaz de comprender eso, y no se siente engañado. En cambio, si ese hijo pequeño presencia una pelea entre sus padres, y éstos luego lo niegan...ahí comienza el problema verdadero”, advierte.
Heridas de la vida
“Cuando una persona padeció las carencias afectivas mencionadas antes, y no logró saciarlas oportunamente, continúa sufriéndolas en su etapa adulta, y por eso hay tanta gente desdichada”, sostiene la autora, en cuya opinión “eso redunda con frecuencia en problemas en la relaciones con otras personas”. A modo de ejemplo, Berger explica que ese “es el caso de quien se siente herido, enojado y celoso si su pareja llega un poco tarde a una cita o se olvida de llamar por teléfono. Ante esa situación, asoman las carencias del pasado, y el individuo no es consciente de ello”.
Un botón de muestra
A. es un hombre de casi 60 años. Goza de una magnífica y merecida reputación en el ambiente de su profesión, donde se le considera una eminencia. Por un motivo quizá baladí, A. sostiene una discusión con un colega en su lugar de trabajo. El diálogo aumenta de temperatura, así como el volumen de la voces, situación que incomoda a otras personas. Un funcionario -más joven y de menor jerarquía- se asoma y ruega a los contendientes que bajen un poco la voz, dado que perturban el trabajo del resto del personal. La discusión se interrumpe, pero no el malestar de A. Minutos después y al borde del llanto, A, reclamará como un polluelo ante el atónito subalterno: “¿por qué no me defendiste?”
Para Berger, este episodio ocurrido a uno de sus pacientes, es un claro ejemplo “de una persona- adulta, madura y excelente profesional- que entra en conflicto con otros porque no es consciente de sus heridas”.
La psicóloga explica que esta persona “tuvo una madre muy desvalorizadora”. Ante un comentario de un colega “vio crítica, y en su reacción afloraron las carencias afectivas”. Finalmente, “terminó disgustándose con varias personas a causa de su historia infantil”, señala.
Según la terapeuta, ese tipo de situaciones se soluciona a partir de un paso inicial imprescindible: la toma de conciencia. Refiriéndose al ejemplo utilizado, Berger explica que “si vos sentís que tu padre no te defendió de las agresiones de tu madre, tenés que pensar en cómo te protegés vos mismo hoy día, haciendo algo a partir de esa experiencia que te tocó vivir”, detalla, recordando que para ello, es imprescindible “atravesar ese malestar” de lo sucedido en el pasado, “y no demandar a los sesenta años que te defiendan todos”.
Berger concluye afirmando que “la clave para el crecimiento emocional es tomar consciencia de lo que necesitamos para estar bien y -como adultos- ir a buscarlo”.
Sobre la autora:
Fanny Berger nació en Uruguay y estudió en la Facultad de Psicología de la Universidad de la República, de la cual egresó en 1980. Es Master en Psicología Clínica de Niños y Adolescentes, ambos títulos obtenidos en Israel. Es profesora de la Unidad de Formación Permanente para graduados en la Facultad de Psicología de la UDELAR. En la Universidad Católica dictó seminarios sobre niños y adolescentes en Gerontología Social. Es también invitada especial a los seminarios de profundización en el área de Psicopatología Infantil en cuarto año de la Facultad de Psicología(UDELAR).
Durante 13 años trabajó en Israel con niños y sus familias en distintos centros educativos y clínicos. Ha publicado “Papis, miren qué me pasa” (Editorial Fin de Siglo, 2005). Actualmente ejerce como Psicoterapeuta y Supervisora para Psicólogos en forma particular y coordina talleres para padres y adultos.