Por The New York Times | Rick Rojas y Josh Peck
UVALDE, Texas — El día después de que un tirador de 18 años masacró a veintiún estudiantes y maestras en una primaria, líderes políticos estatales expresaron su furia por el tiroteo, pero con rapidez acallaron la posibilidad de promulgar nuevas leyes de control de armas para impedir una mayor violencia. El arzobispo Gustavo García Siller estaba atento.
Cuando concluyó la conferencia de prensa en el bachillerato local, hizo una petición espontánea y apasionada a algunos de los muchos reporteros que habían llegado a Uvalde: mencionó que Estados Unidos debe reformar sus leyes de armas para limitar el acceso a las armas destinadas a maximizar las masacres y el sufrimiento. También debe abandonar lo que García describió como la inquietante aceptación cultural de la violencia que estas armas representan.
García, quien lidera la arquidiócesis de San Antonio, manifestó: “¡Tenemos que hacerlo! Se supone que nosotros promovemos la vida, la vida de las personas”.
Desde el ataque, el arzobispo, cuyo vasto dominio de alrededor de 796.000 católicos incluye Uvalde, se ha convertido en uno de los defensores más visibles y francos del control de armas en el sur de Texas.
Ha pronunciado sermones, hablado en reuniones públicas, hecho apariciones en televisión nacional y dado entrevistas a periodistas locales e internacionales. Ha argumentado que exigir cambios a las leyes de control de armas no es diferente a la oposición de la Iglesia católica romana al aborto o a la pena de muerte, por lo que se suma a un grupo de obispos que han ejercido presión para que la Iglesia se replantee tener una posición más fuerte en el debate sobre las armas de fuego.
No obstante, a diferencia de otros, García aboga a favor de ello en un lugar donde las armas están arraigadas de manera profunda en la cultura y la mayoría de los líderes públicos presumen su lealtad a la Segunda Enmienda.
En una reciente aparición en MSNBC, García comentó: “Hemos convertido a las armas en un ídolo en este país. Creo con todo mi corazón que el control de armas tiene que llevarse a cabo de una forma más radical”.
La mayoría del tiempo, el arzobispo se ha esforzado en intentar guiar a una comunidad en duelo, al hacer el viaje de una hora en auto desde San Antonio a Uvalde una y otra vez en las semanas recientes (para celebrar misas y presidir funerales). Se reunió con adolescentes que perdieron a sus padres. También le pidieron que aconsejara a la madre del joven que le disparó a su abuela y luego irrumpió en la Escuela Primaria Robb el 24 de mayo.
Aun así, alzar la voz también se sentía como parte de su misión, incluso a pesar de que sabía que no debía esperar un público del todo receptivo dentro de su arquidiócesis, la cual abarca casi dos docenas de condados alrededor de San Antonio.
Al preguntarle en entrevista con The New York Times sobre cómo reconciliar su llamado a la comunidad con su prolongada aceptación de las armas, su respuesta fue contundente. Declaró: “No puedes reconciliar las armas con la vida”.
Los activistas a favor del control de armas declararon que García está alzando la voz en un momento crucial, aferrados a un atisbo de optimismo de que la ira y la angustia del tiroteo podrían llevar a las personas a reconsiderar puntos de vista que han mantenido durante mucho tiempo sobre el derecho a poseer armas.
“Les da a los cristianos (en particular a los católicos) un momento para reflexionar en el que notan la disonancia”, opinó Johnny Zokovitch, el director ejecutivo de Pax Christi USA, una organización católica que defiende la no violencia, al notar que los comentarios del arzobispo “contrastan fuertemente con el liderazgo político en Texas”.
En los sermones, García, de 65 años, usa una voz suave. En las conversaciones, su voz apenas supera el volumen de un murmullo. Sin embargo, la postura del arzobispo ha sido inquebrantable. También ha sido, de alguna manera, poco sorprendente.
En más de una década como arzobispo de San Antonio, García (nativo de San Luis Potosí, en el centro de México) ha desarrollado una reputación de hablar sobre problemas sociales, en particular en apoyo de los inmigrantes que viven en Estados Unidos de manera ilegal. También irritó a los conservadores en 2019 después de que un hombre armado abrió fuego contra clientes latinos en un Walmart en El Paso, Texas, al hacer un llamado en Twitter al entonces presidente Donald Trump para “acabar con el racismo, empezando por usted”. (Después, borró el tuit y se disculpó por criticar a un individuo en lugar de enfocarse en el tema en general).
“Es conocido por tomar una postura más progresista, más proinmigrante”, afirmó Jacob Friesenhahn, quien dirige el programa de estudios religiosos en la Universidad de Nuestra Señora del Lago, una institución educativa católica en San Antonio.
Un contingente de católicos conservadores argumenta que las enseñanzas de la Iglesia, incluidas las de defensa propia y preservar el bien común, justifican poseer y portar un arma. Sin embargo, académicos señalan que la postura de García se alinea más con las enseñanzas católicas y representa una postura fuerte entre líderes católicos que ha crecido a raíz de su desesperación ante la violencia incesante.
“No creo que su opinión esté fuera de lugar”, puntualizó Dorian Llywelyn, un sacerdote jesuita y presidente del Instituto de Estudios Católicos Avanzados en la Universidad del Sur de California. “No es como si estuviera haciendo una declaración nueva y radical”. La reacción a la postura de García sobre las armas entre los católicos del sur de Texas ha sido matizada no solo por las creencias políticas de larga data y su mortificación ante el tiroteo de Uvalde, sino también por sus puntos de vista sobre cómo y cuándo es apropiado que los líderes eclesiásticos intervengan en un debate tan acalorado y en apariencia imposible de tratar.
“Ese es un tema para los políticos. No para la religión”, declaró Carlos Zimmerle, de 54 años, después de una misa reciente en una parroquia católica en el lado oeste de San Antonio.
En opinión de otros, García simplemente daba voz a las emociones dolorosas avivadas por la terrible violencia.
“El arzobispo es como todos nosotros”, expresó Daniel Casanova, de 66 años, quien posee armas y es feligrés de una parroquia en Helotes, una ciudad de poco más de 9000 habitantes al noroeste de San Antonio. “Somos humanos y pienso que él ve el dolor que todos vemos”.
Académicos y otros católicos aseguran que la influencia de los líderes eclesiásticos ha disminuido en años recientes, ya que ha sido socavada por la inacción institucional ante los casos de abuso sexual y un distanciamiento del culto religioso tradicional en la sociedad. Al asumir una postura tan firme sobre las armas, García pone a prueba la influencia que tiene en su rebaño. No obstante, el arzobispo puntualizó que su mandato era ofrecer claridad moral para inspirar compasión y cambio.
Entre vigilias y reuniones con familiares de las víctimas en Uvalde, ha visitado escuelas católicas en todo el sur de Texas para las festividades de fin de ciclo escolar. También ofreció un sermón especial para niños en una misa reciente en el Sagrado Corazón, la parroqua católica en Uvalde.
En entrevistas, se refiere en repetidas ocasiones a lo que ha escuchado de voces de niños de primaria que atraviesan este momento confuso. García relató que un estudiante preguntó si deberían rezar por el tirador y su familia. Otro dijo que creía que Dios los ayudaría. El arzobispo recordó que el joven aseveró: “Vamos a estar bien”.
“Oh, Dios mío. Vaya”, exclamó García, asombrado al recordar la interacción. Compartió una frase del Evangelio según San Mateo que ha repetido con frecuencia en los últimos días: “Dejad que los niños vengan a mí”.
García comentó que, al confrontar un tema tan polémico como las leyes de control de armas, también se podría obtener sabiduría de los niños que perdieron la vida.
“¿Podemos dejar que los niños vengan a nosotros? ¿Podemos prestarles atención?”, exhortó el arzobispo. “Estos inocentes que murieron se convirtieron en una fuente de luz para nosotros: para vivir mejor y para actuar mejor”. Un monumento conmemorativo a las víctimas del tiroteo masivo en la primaria Rob en Uvalde, Texas, el 3 de junio de 2022. (Ivan Pierre Aguirre/The New York Times). Miembros de la comunidad asisten al funeral de Irma Garcia, quien fue asesinada durante un tiroteo masivo en la Escuela Primaria Robb, y de su esposo, Joe Garcia, quien falleció de un infarto dos días después, en la Iglesia del Sagrado Corazón en Uvalde, Texas, el 1.° de junio de 2022. (Mark Abramson/The New York Times).
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