Por The New York Times | Daniel Politi
Cuando Carime Morales era pequeña, todos los años su familia dedicaba dos días de sus vacaciones de invierno en Buenos Aires a ir a comprar libros, principalmente en la avenida Corrientes, donde las librerías, los teatros y las cafeterías brindaban un animado ambiente cultural.
Pero cuando llegó el momento de que Morales abriera su propia librería el año pasado, ni siquiera pensó en Corrientes, sino más bien optó por Parque Chas, el arbolado barrio residencial con calles serpenteantes donde ella vive.
Su librería, Malatesta, se volvió todo un éxito, como parte del auge de las librerías de barrio, que están multiplicándose y prosperando, incluso tras el confinamiento riguroso por la pandemia y la recesión de años en Argentina que ha devastado la industria editorial y gran parte de la economía.
Están surgiendo librerías pequeñas en las áreas residenciales, donde están sus lectores, lo que mantiene vivo el ambiente literario que hizo a Buenos Aires, la capital de Argentina, una de las ciudades con más librerías per cápita en todo el mundo.
“Se siguen abriendo librerías”, comentó Cecilia Fanti, quien inauguró la librería Céspedes Libros en agosto de 2017 y la pasó a un local más grande tres años después para satisfacer la demanda.
Pese a que las ventas de libros por internet aumentaron durante el confinamiento, las pequeñas librerías de barrio ofrecían algo que los vendedores en internet no podían proporcionar: recomendaciones pensadas.
“Es cierto que en internet se encuentra todo, pero solo hallamos lo que sabemos que vamos a buscar”, explica Víctor Malumián, editor de la pequeña editorial Godot y cofundador de una feria del libro popular para editoriales independientes. “Las librerías pequeñas nos ayudan a encontrar lo que no sabemos que estamos buscando”.
Para los porteños (como se les conoce a los residentes de Buenos Aires) que son aficionados a la lectura, ese contacto personal marca toda la diferencia. De acuerdo con Fernando Zamora, director de Promage, una empresa de consultoría que monitorea el sector editorial del país, aunque la cantidad de libros que se venden en Argentina no ha alcanzado el nivel que tenía antes de la recesión, las librerías pequeñas están ayudando a las editoriales y a los escritores a mantenerse en el negocio, y a los lectores con los libros.
Fue tal el éxito de la librería de Morales, que tuvo que dejar su trabajo de editora independiente para dedicarse de tiempo completo a la venta de libros.
“Malatesta está en el corazón del barrio”, comentó. “Los vecinos van a comprar su lechuga y luego pasan a la librería a comprarse un libro”.
La pandemia deterioró las economías de todo el mundo, pero Argentina ya estaba en una profunda crisis cuando esta inició: 2020 fue su tercer año consecutivo de recesión. Durante varios años, la industria editorial, al igual que otras, ya había estado teniendo muchos problemas y, cuando los argentinos entraron en un estricto confinamiento en marzo de 2020, le fue todavía peor. El ambiente de la avenida Corrientes, que alcanzó su mayor auge a mediados de las décadas de 1980 y 1990, cuando terminó la dictadura militar en Argentina, perdió gran parte de su esplendor en el momento en que el centro se quedó vacío y muchas de las grandes librerías cerraron.
No obstante, como los porteños se quedaron confinados en sus vecindarios durante buena parte de 2020, recurrieron a las librerías pequeñas que tenían cerca. Y estos establecimientos —con su personal más reducido, sus rentas más baratas y su ágil presencia en las redes sociales— de pronto se vieron con una marcada ventaja comparativa sobre las grandes cadenas de librerías.
La pandemia “las puso en igualdad de condiciones con los grandes monstruos” que dependían más del paso de peatones y de lectores de ocasión, señala Luis Mey, un escritor que fue librero durante años, parte de ellos en El Ateneo Grand Splendid, sin duda la librería más famosa de la ciudad, que por lo general está clasificada entre las librerías más bonitas del mundo y es una parada obligada para los turistas.
Nurit Kasztelan, quien en 2009 abrió una pequeña librería en su casa en el barrio de Villa Crespo (llamada, atinadamente, Mi Casa), solo atiende a clientes con cita y se siente orgullosa por poder conseguir títulos difíciles de encontrar. Según ella, después de más de una década en el negocio, se volvió a sentir “necesaria” cuando el país entró en confinamiento y las ventas de su pequeñísima librería incrementaron.
“Ni siquiera tenía tiempo para leer”, mencionó, ya que “la gente comenzó a comprar cuatro o cinco libros al mes”.
Los pequeños negocios han visto que pueden prosperar en Buenos Aires a pesar de los tiempos difíciles debido a que la capital de Argentina concentra una gran cantidad de lectores, algo que, según la gente de la industria, es excepcional en América Latina.
“Puede ser que Argentina siempre esté en crisis, pero tiene muchos lectores”, aseveró Cristian De Nápoli, escritor y propietario de Otras Orillas, una pequeña librería en el barrio Recoleta. “Y no son cualquier tipo de lectores, sino lectores que siempre andan buscando las novedades”.
Esta hambre de material nuevo ha sido una ventaja para las librerías de barrio, las cuales tienen una relación casi simbiótica con las editoriales pequeñas que también han estado apareciendo en Buenos Aires en las últimas dos décadas.
“Hay una enorme cantidad de libros”, explicó De Nápoli. “Son las librerías pequeñas las que, de alguna manera, ponen orden a esa efervescencia”.
Por lo general, las tiradas de las editoriales independientes van de 500 a 2000 ejemplares, a diferencia de los más de 10.000 de las editoriales más grandes. Así que las editoriales pequeñas dependen de que los libreros corran la voz sobre las publicaciones nuevas.
“Para que al cliente de las grandes cadenas le interese algo, hay que hacer grandes campañas de publicidad”, explica Damián Ríos, cofundador de la editorial Blatt y Ríos, creada en 2010, y que ahora publica de dos a tres libros por mes. “Eso es algo que nosotros, las pequeñas editoriales, no hacemos”.
Los libreros afirman que una librería pequeña puede ser más cuidadosa con su selección de libros y ofrecer títulos que no llegan a las grandes librerías. Así que el hecho de que haya una mayor cantidad de librerías pequeñas ha facilitado el nacimiento de editoriales más pequeñas, cuyas tiradas tal vez sean de solo 300 ejemplares.
“Tenemos los mismos libros que todos los demás, pero lo importante es que no exhibimos los mismos libros”, aclaró Ana López, quien dirige Suerte Maldita, una librería de 37 metros cuadrados en el barrio de Palermo. “Claro que si alguien me pide el último éxito de ventas, se lo puedo conseguir, pero no es lo que prefiero exhibir, sino mucho de lo que publican las editoriales pequeñas”.
Todavía no se sabe si la cultura de la lectura de Buenos Aires es lo suficientemente sólida como para mantener el auge actual de las librerías y las editoriales pequeñas.
“En verdad hay un exceso de librerías, sobre todo en algunos vecindarios”, señaló Kasztelan. “Yo no sé realmente si haya tantos lectores”.
Pero Zambra, el consultor editorial, comentó que, por el momento, el repunte de las librerías pequeñas demuestra que “los libros pueden seguir siendo un buen negocio”, sobre todo en Buenos Aires. Nurit Kasztelan en su librería, Mi Casa, en el barrio de Villa Crespo, en Buenos Aires, el 1.° de abril de 2022. (Magali Druscovich/The New York Times) Ana López en su librería, Suerte Maldita, en el barrio de Palermo, en Buenos Aires, el 1.° de abril de 2022. (Magali Druscovich/The New York Times)