Por The New York Times | Eric V. Copage
“¿Cómo va tu francés?”. La voz familiar, acompañada de un golpecito en el hombro, me sorprendió.
Me di la vuelta y vi a una exnovia nacida en Costa de Marfil y criada en París.
“Comme ci comme ça”, respondí mientras me acostumbraba a su inesperada presencia.
En realidad, apenas había hablado una palabra de francés desde nuestra amistosa ruptura una década antes. Después de nuestro fugaz encuentro casual en el Museo de Arte Moderno, me pregunté: si nuestra relación hubiera perdurado, ¿habría seguido tomando las clases de francés que había empezado? ¿O habría ella sucumbido a la atracción gravitatoria de la Lingua Britannica?
Aquel encuentro me hizo preguntarme por las parejas multilingües y si hablan la lengua materna de su pareja. ¿Qué pasa con las parejas que hablan más de dos lenguas entre los dos? Si los dos hablan con fluidez la lengua materna del otro, ¿cuál es su lengua de amor? ¿Prevalece una lengua sobre la otra en el uso cotidiano y, en caso afirmativo, por qué?
Según datos de la Oficina del Censo de Estados unidos, el número de hogares en los que se habla una lengua distinta del inglés aumentó de 25 millones en 2015 a 28,7 millones en 2021. Durante ese periodo, el porcentaje de hogares que hablan un idioma distinto del inglés aumentó del 21,2 por ciento al 22,5 por ciento.
Michael Kaye, responsable de comunicación global de OkCupid, dijo que las personas que hablan dos o tres idiomas habían obtenido un once por ciento más de coincidencias y un 22 por ciento más me gusta en la aplicación de citas durante los últimos 90 días que quienes solo hablan un idioma. Este dato se basa en una pregunta que se formula en la aplicación OkCupid desde 2009.
Kaye afirmó que, en lo que respecta a las preferencias en la aplicación, el 92 por ciento de las personas de todo el mundo no tenían problema en emparejarse con personas que no hablaran inglés. The New York Times pidió a varias parejas que compartieran cómo habían enfrentado las expectativas de sus relaciones amorosas multilingües. A continuación los relatos de cinco parejas.
Jennifer Miller-Wolf y Fiore di Fabrizio
Penne, Italia
“Mi nivel de italiano era de principiante, pero aun así superaba su inexistente inglés”, afirmó Jennifer Miller-Wolf, de 61 años. Conoció a su marido, Fiore di Fabrizio, de 66 años, en 2020, justo antes del cierre por la pandemia. Eran miembros de la sección Penne-Abruzzo del Club Alpino Italiano, un grupo de senderismo y montañismo.
Miller-Wolf, que se había trasladado hacía poco a Italia, dijo que ella y Di Fabrizio, un contratista independiente de energía solar, “iban dando tumbos en mi italiano deficiente y alguna versión del lenguaje de señas con las manos, en el que los italianos tienen bastante talento”.
“El italiano no me parece un idioma tan romántico como a la mayoría de mis amigos”, aseguró Miller-Wolf, profesora jubilada de francés y alemán de Saratoga Springs, Nueva York. “Con mucha frecuencia, me suena como si estuvieran discutiendo, aunque no sea así”.
Al final, se decantó por el idioma de su marido porque, para empezar, vivía en Italia. Además, ella aprende idiomas más rápido que él, dice, “aunque de vez en cuando aparecen algunos cariños en inglés: ‘sweetie’, ‘honey’ y ‘I love you’”. Cuenta que en esas ocasiones lo elogia diciendo: “Cariño, estás aprendiendo”, primero en inglés y luego en italiano para asegurarse de que lo entienda.
“Hay algo en oír ‘te quiero’ en tu propia lengua materna; de alguna manera te llega más hondo”, afirmó. Jorge D. Aguilar y Michael Lemay
Washington
“Mi madre es de Centroamérica”, dijo Jorge D. Aguilar, de 38 años, abogado del Departamento del Tesoro en Washington. “Crecí en Miami y me moví por la Costa Este hablando español e inglés en casa. Aprendí francés en la preparatoria”.
Michael Lemay, de 46 años, estadístico de la Oficina del Censo de Estados Unidos en Washington, creció en la zona rural de Quebec, donde solo hablaba francés en casa, según comentó. Consiguió dominar el inglés tras cursar sus estudios universitarios y de posgrado en Estados Unidos.
La pareja se conoció en marzo de 2018 en un bar de Washington.
“Tuvimos una de esas grandes charlas durante las cuales sientes que conoces a esta persona desde hace mucho tiempo”, relató Aguilar.
Sus primeras conversaciones fueron en inglés, pero a medida que su relación evolucionaba, el francés fue cobrando cada vez más importancia a la hora de comunicar afecto y romanticismo.
“Creo que una de las principales razones por las que empezamos a hablar francés fue que, varios meses después de iniciar nuestra relación, reconocimos que nos queríamos”, explicó Aguilar. “El francés fue la lengua que elegimos para expresar ese sentimiento mutuo y significativo”.
Aguilar añadió: “El inglés es la lengua de la vida cotidiana, la que utilizo cuando doy indicaciones a desconocidos o reservo mesa. Pero el amor es profundo y trasciende lo cotidiano”.
Rebecca Rovit y Robert Rohrschneider
Lawrence, Kansas
Rebecca Rovit y Robert Rohrschneider, ambos de 63 años, se conocieron en un tren en Alemania en 1982. Regresaban a la Universidad de Friburgo, donde ambos eran estudiantes, aunque no se conocían.
Charlaron de manera amistosa en alemán en el tren y luego tomaron caminos distintos. Dos semanas más tarde, en la universidad, se encontraron por casualidad en el campus, y ella le dijo en alemán: “¡Ah, eres el chico del tren! ¿Cómo estás?” (Wie geht’s dir?).
“Ese fue el principio de nuestra relación y de nuestra vida juntos”, afirmó.
“Hablábamos exclusivamente en alemán, con palabras ocasionales en inglés”, aseguró Rovit, profesora asociada de Teatro en la Universidad de Kansas, en Lawrence, donde su marido es distinguido profesor de Ciencias Políticas.
No fue sino hasta el otoño de 1983 —más de un año después de conocerse— que la pareja empezó a hablarse en inglés cuando Rohrschneider se trasladó a Estados Unidos para una beca de posgrado en la Universidad Estatal de Míchigan.
“El cambio gradual se produjo porque ambos vivíamos en un entorno predominantemente anglófono”, explicó Rovit. “Y él utilizaba el inglés a diario. En Europa, tendemos a hablar más alemán entre nosotros”. Eveline de Smalen y Douglas Bell
Groningen, Países Bajos
Eveline de Smalen, de 30 años, es conservadora en el Centro del Patrimonio Mundial del Mar de Wadden, en Lauwersoog, Países Bajos; Douglas Bell, de 38 años, es profesor de historia en la Escuela Secundaria Internacional de Róterdam.
Se conocieron en octubre de 2015 en la Universidad Ludwig Maximilian de Múnich, donde Bell, estadounidense, y De Smalen, neerlandesa, eran estudiantes de doctorado.
“Empezamos a pasar cada vez más tiempo juntos”, relató Bell, quien destacó su amor mutuo por los museos, el senderismo, los viajes, la cocina y la repostería.
Cuando visitaron juntos Italia en 2016, su relación floreció y se volvió romántica, pero, a partir de ese agosto, también se convirtió en relación a distancia. La beca de Bell terminó y tuvo que regresar a Estados Unidos. Siguieron en contacto con mensajes diarios y chats de video. También se visitaban varias veces al año hasta que él se trasladó a los Países Bajos unos cinco años después.
“Hasta que me mudé a los Países Bajos en abril de 2021, hablábamos casi exclusivamente en inglés”, explica Bell. “A partir de 2017, empezamos a utilizar frases cariñosas en neerlandés. Desde que llegué a los Países Bajos, he desarrollado un alto dominio de la lengua neerlandesa. Hoy, nos hablamos en neerlandés para conversaciones básicas, pero hablamos en inglés para temas más complejos.” Amanda Lopez y Rob Ciesielski
Manila y Washington
Los idiomas eran fundamentales en la vida de Amanda Lopez, de 37 años, y Rob Ciesielski, de 42, antes de conocerse. En agosto de 2021, ambos estaban suscritos a Duolingo, una aplicación y sitio web para aprender idiomas. Lopez, que vive en Manila, estaba aprendiendo mandarín; Ciesielski, que vive en Washington, estaba aprendiendo español. Su perfil de Duolingo incluía una foto. Más tarde dijo que se puso en contacto con ella en parte por su “lindura”.
No podía enviarle mensajes a través de Duolingo, así que dijo que se puso en contacto con ella haciendo clic en su botón de “felicitación” por cada lección consecutiva que completaba. Ella hacía lo mismo con él. Y así durante semanas.
“Esperaba que esta hermosa Amanda Lopez (que yo suponía que vivía en Orlando o Queens, no en Filipinas) me encontrara en Facebook por mi inusual apellido, y así fue”, cuenta Ciesielski.
Con la pandemia de COVID extendida por todo el mundo en aquel momento y a medio mundo de distancia el uno del otro, su relación se desarrolló a través de llamadas telefónicas y videollamadas.
“Casi siempre hablamos en inglés, pero las palabras que expresan exactamente lo que queremos decir en un momento dado simplemente no existen, así que hacemos lo que podemos para aproximarnos”, explica López, que escribe contenidos de marca y comunicación para una empresa de contabilidad de Manila.
“Como estábamos a mundos de distancia, utilizamos el lenguaje de la creatividad para reforzar nuestra conexión”, explicó Ciesielski, que visitó Manila en julio de 2022 para conocer a Lopez en persona. “Creábamos palabras nuevas juntos, a menudo mezclando tagalo e inglés para inspirar neologismos completamente nuevos”.
“Amanda me enseñó que tampo es una palabra tagala que describe el estado de estar emocionalmente magullado y hacérselo saber a la parte ofendida”, dijo Ciesielski, gerente de floristería para eventos en Washington. “En otras palabras, es estar especialmente sensible y manifiestamente molesto. Como pretendo ser una especie de poeta, se nos ocurrió ‘tampoet’ para indicar un poeta triste”.
“La palabra tagala ‘kilig’ se refiere al regocijo provocado por una experiencia romántica y no existe en inglés”, explica Lopez. “La palabra ‘giggle’, que significa ‘reírse ligeramente, nerviosamente o de forma tonta’, no tiene una traducción directa en tagalo. De hecho, Rob creó la palabra ‘kiliggle’, que es la risita que acompaña a los sentimientos de ‘kilig’”.
Ciesielski, que se casó con Lopez el 18 de enero en Manila, dijo: “Me ha ilustrado sobre conceptos como lambing, que significa acariciar y abrazar con ternura”.
Lopez, que dijo hablar, escribir y pensar tanto en tagalo como en inglés, se refiere a Ciesielski como “‘mahal ko’, que en tagalo significa ‘mi amor’, o para ser más específicos, ‘amor mío’. Para mí, ‘mahal ko’ es un poco más ‘kilig’”. The New York Times pidió a varias parejas que compartieran cómo enfrentan las expectativas de sus relaciones amorosas multilingües. (Debora Szpilman/The New York Times)
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