Por The New York Times | Vanessa Friedman and Guy Trebay
Una de las más grandes tendencias de los desfiles de la temporada de primavera 2022 que recién concluyó no fue ninguna silueta o color en particular, sino que muchos diseñadores pusieron en sus pasarelas tanto a mujeres como a hombres en lo que antes se habría denominado “ropa de mujer”, no tanto como provocación sino simplemente como algo predeterminado. Aquí, nuestros dos críticos debaten por qué, y lo que esto puede significar en términos de identidad de género, sexualidad y sociedad.
Vanessa Friedman: Guy, estuve pensando en ti durante las dos últimas semanas de desfiles en Milán y París porque, aunque eran nominalmente “ropa de mujer”, ese término y su corolario —la “ropa de hombre”— parecen cada vez menos significativos.
No se trataba de fluidez de género o neutralidad de género o doble género, todos los híbridos que se han propuesto para referirse a los desfiles que combinan colecciones masculinas y femeninas, por ejemplo, o que presentan prendas que son más bien genéricas y no son realmente identificables por las categorías tradicionales de la vestimenta de género. Esto era algo nuevo. Como... un agnosticismo de género. Así que veíamos prendas clásicamente “femeninas” de colores brillantes, tejidos suaves y mucha decoración, solo que las llevaban puestas hombres.
En Raf Simons: traje de falda para ella; traje de falda para él. En Valentino: tafetán lavado de olor chocolate, violeta y verde brillante para ella; igual para él. Lo mismo en Lanvin. En Marni, vimos suéteres gigantes con grandes flores tanto en hombres como en mujeres. Al final de la temporada, se había convertido en algo tan habitual que apenas me llamó la atención. Solo veía ropa.
Me parece que se trata de un cambio sistémico interesante y posiblemente significativo, que responde a los cambios culturales y sociales, especialmente entre las generaciones más jóvenes. Pero también me pregunto hasta qué punto tiene repercusión más allá de la moda y la cultura pop. (Hola, Harry Styles, Billy Porter y Lil Nas X). ¿Qué opinas?
Guy Trebay: Dejemos de lado el género por un momento y hablemos de sexo. Más que el reciente agnosticismo de género —que no es más que la última evolución de un proceso iniciado hace un siglo con Chanel y las mujeres con pantalones—, lo que me ha sorprendido últimamente en la moda es un recelo ante las diferencias anatómicas que todavía, en su mayoría, diferencian a los hombres de las mujeres.
Con la excepción de alguien como Ludovic de Saint Sernin, que intercaló en su desfile propuestas al parecer femeninas con hombres que llevaban lo que parecía lencería de Cosabella, muchos diseñadores presentaron prendas tan voluminosas que nunca se adivinaría que sus portadores poseían características sexuales secundarias.
V.F.: Pero esa es mi pregunta: ¿Es este el final natural de la progresión iniciada en la década de 1920 por Gabrielle Chanel? Al fin y al cabo, si ahora aceptamos sin pestañear a las mujeres con pantalones, cosa que creo que hace todo el mundo (salvo quizá ciertos grupos religiosos), ¿no deberían tener la misma aceptación los hombres con vestidos y faldas?
Así es como la Comisión de Derechos Humanos de Nueva York interpretó hace unos años la ley relativa a los códigos de vestimenta en las oficinas: los empresarios podían exigir a sus empleados que se pusieran determinadas prendas, pero solo si ambos sexos podían llevar las mismas (por ejemplo, si las mujeres debían llevar tacones, los hombres también).
Y si todavía nos asustan los hombres con vestidos y faldas, como podría decirse que le ocurre a la mayoría de la gente fuera de este pequeño sector de la moda, ¿se debe quizá a que todavía nos aferramos a viejas estructuras de poder? ¿Se considera que el acceso de los hombres a las prendas clásicas femeninas les resta poder? Que de alguna manera... los debilita, pues las mujeres son supuestamente el “sexo débil”. Tal vez la moda se está adelantando en esto.
G.T.: Hay muchas cosas bonitas por ahí. Sin embargo, independientemente de la calidad de los diseños que estamos viendo, el ambiente puede parecer austero hasta el punto de ser puritano. Es lo mismo a ambos lados del océano, ya sea en una colección de Aaron Potts APOTTS, en la que vimos a los modelos enfundados en delantales de rafia que ocultaban el cuerpo, inspirados en los pueblos de la tribu Hamar del valle del río Omo, o, a mayor escala, en Valentino, donde los cuerpos siguen estando ceñidos y envueltos por volúmenes de tela tan arquitectónicos como orgánicos. ¿Qué ocurre aquí?
V.F.: No estoy de acuerdo contigo sobre la falta de sexo. Sí, algunos diseñadores —Raf Simons y Aaron Potts, como dices— les pusieron a todo mundo “shmattes” de trabajo gigantes, pero otros tantos hicieron de la piel un accesorio importante. E incluso Raf dijo que los volúmenes le parecían seductores cuando hablamos después del desfile.
Pero también es cierto que quienes sí se centraron en los cuerpos, como Donatella Versace, lo hicieron de una forma tradicionalmente sexista. Es decir, su desfile comenzó con una decena de hombres sin camisa que desfilaban por la pasarela en diferentes posiciones, y luego jalaban cuerdas de seda para que el techo se ondulara. Era como una especie de guarida de sultán muy “camp”. Y luego estaban esos dolorosos bodis y los tacones de nudista que llevaban las mujeres de Saint Laurent.
En cambio, en Marni, tanto los hombres como las mujeres llevaban los mismos vestidos de punto elástico a rayas, que rodeaban el cuerpo en forma de espiral y se cortaban a los lados. No dejaban mucho a la imaginación. ¿Qué te parece?
G.T.: ¿Recuerdas “Unzipped”, el documental de Douglas Keeve de 1995 sobre Isaac Mizrahi? ¿Isaac había hecho una colección inspirada en “Nanook of the North”, solo para enterarse, justo antes de la presentación, de que otro diseñador había hecho lo mismo?
A veces da la sensación de que existe una especie de mente colectiva de diseñadores. No es algo consciente. Hace un par de temporadas, en París, GmbH presentó una colección en la que los modelos varones tenían los hombros descubiertos o el pecho desnudo. Ahora todo el mundo lo hace, desde Versace hasta Willy Chavarria. Tengo la sensación de que la moda se está poniendo al día con la cultura en general.
Si pasas algo de tiempo en las redes sociales, sabrás con qué facilidad los hombres adoptan ahora elementos de la ropa y el aseo tradicionalmente femeninos. No es difícil imaginar que se normalice el uso de vestidos para los hombres o lo que sea en la oficina. Los kilts son la prueba. Sin embargo, aunque algunos diseñadores europeos han transformado el deseo en una especie de caricatura, todavía no vemos mucho que parezca particularmente positivo desde el punto de vista del sexo o incluso de la afirmación del cuerpo.
Tal vez sea una consecuencia de nuestro aislamiento forzado o de vivir dentro de las pantallas. Lo último en lo que pienso cuando veo la moda de las pasarelas es en la seducción. A menudo recuerdo aquel comentario de Vivienne Westwood acerca de que el verdadero fin de todo esto de vestirse es que dos personas se desnuden. Es como si nos olvidáramos del atractivo sexual.
V.F.: Pues sí, para desnudarse. Pero también para blindarse, para decirle al mundo quién eres, para indicar la pertenencia a un grupo. Y por eso es importante ese agnosticismo de género. Para ello, ¿realmente crees que los chicos van a ponerse vestidos en el Congreso o en Wall Street o incluso en Facebook muy pronto? Me gustaría pensar que sí, pero no estoy tan seguro. Nos aferramos a nuestros prejuicios sobre la moda con mucha fuerza, especialmente cuando se trata del género. Tal vez por eso se siente menos la vibración de la seducción.
En general, tengo la sensación de que una colección puede comunicar un enfoque político o físico, pero rara vez ambos. Y en este momento, el mensaje sobre el género —sobre los cuerpos en la ropa y quién puede ponerse qué (y la idea de que todo el mundo debería poder usar todo)— parece tener prioridad.
G.T.: No creo ver pronto a Palomo Spain en Wall Street. Sin embargo, si algo me ha enseñado el reportaje sobre este tema es que la moda es el primer lenguaje de una cultura en evolución. Y aunque los diseñadores puedan articular plenamente el mensaje que transmiten (generalmente no), nos están proporcionando actualizaciones sociopolíticas cuando se saltan las señales oficiales de género. La teórica del género Eve Kosofsky Sedgwick acertó al señalar que estas categorías y falsas oposiciones son útiles para los Estados, pero para los individuos... no tanto.
Lo mejor —lo más crítico, incluso— de lo que ocurre en las pasarelas es que podemos ver cómo se rompen las divisiones arbitrarias de género en tiempo real. Hacía tiempo que no disfrutaba tanto de un desfile como el más reciente de Miu Miu. Miuccia Prada, reina de las ambigüedades, nos dio su visión de lo físico como algo político mostrando a chicas vestidas de chicos vestidas de chicas vestidas de machos.
V.F.: A mí también me gustó mucho Miu Miu, especialmente la reflexión sobre el uniforme escolar y el uniforme de trabajo, que, como señalas y Prada dejó absolutamente claro, es clásicamente masculino. Thom Browne lleva años jugando con esta idea y siempre pone a los hombres en sus variaciones femeninas del hombre del traje gris. Lo que me lleva de nuevo al punto original: las mujeres se vestían originalmente con camuflaje masculino en parte para infiltrarse primero en el lugar de trabajo, luego en la oficina ejecutiva y después en la sala de reuniones (también el club de los chicos).
Ahora que gran parte del mundo se está haciendo a la idea de que las chicas pueden gobernar el mundo —ahora que por fin tenemos una vicepresidenta (aunque siempre use traje sastre)— ¿significa eso que los hombres se vestirán con camuflaje femenino? Eso es lo que subraya la moda: el equilibrio de poder está cambiando. Estas distinciones no son más que viejas construcciones históricas. Ese es el simbolismo de todo eso.
Y honestamente, apuesto a que eso puede asustar tanto a los hombres... que se les caerán los pantalones. Una modelo presenta un atuendo en el desfile de Raf Simons de primavera 2022 en París el 30 de septiembre de 2021. (Valerio Mezzanotti/The New York Times)
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