Contenido creado por Gerardo Carrasco
Cultura

Arriba el telón

El arte es la última tumba. A propósito de “Memento mori” de Sergio Blanco

“Belleza, simetría, arte y una larga y bella lista de muertes hermosas”. Escribe Bernardo Borkenztain

10.12.2020 14:19

Lectura: 4'

2020-12-10T14:19:00-03:00
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Por Q.F. Bernardo Borkenztain

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"El que lucha con monstruos debe tener cuidado para no resultar él un monstruo. Y si mucho miras a un abismo, el abismo concluirá por mirar dentro de ti"
                                                                           K. F. Nietzsche

 

 

A veces Montevideo - solo a veces - se permite un lujo como tener en una de sus salas una producción de Sergio Blanco. Y decimos producción en un sentido más que el neoliberal, que toma a la cultura como el producto de una industria, sino en el de que Blanco ha dejado atrás su época de teatrista para ser - parafraseando uno de sus títulos - un "ingeniero del yo", y en ese sentido, el otro sinónimo, "obra", hablaría de la construcción de una monumental estructura marcada por la complejidad y la mirada de su autor (intérprete en este caso también) y con un solo norte: la belleza.

Sergio Blanco se encuentra tras una mesa-escritorio, como suele hacer desde Ostia, y tras él se proyecta una fotografía de Matilde Campodónico (todas son de ella) que presenta un cuarto con la pintura desvencijada, y entornada, ominosa, una puerta que no es una puerta invita a vislumbrar la frontera final, a través de su silencio nos recuerda que la atravesaremos una sola vez.

En esta, la primera de su trilogía de conferencias performáticas, aborda el tema de la muerte, uno que permea todas sus obras - las que en definitiva hablan de lo mismo que se habla siempre, del amor y de la muerte - y lo hace desde su particular mirada, desafiando a la segadora a que se atreva a llevarlo sin la última provocación de que sea un momento fáustico, de intensidad pura al que uno quisiera decirle "detente, eres tan bello".

Ayer no hubo respuesta, pero la provocación es una declaración de guerra, desde que empieza hasta la última frase que cierra el epitafio (nombre que Blanco ha puesto a la conclusión) una cita a Quevedo que es una declaración de intenciones y de principios a la vez. Citando a un viejo romance, Blanco está determinado a que su amor sea más poderoso que la muerte.

La teoría que desarrolla el autor/performer en su bello texto de 32 momentos (Introducción, desarrollo y epitafio, como dijimos) es que existe una erótica de la muerte, refutando a Freud en el oponer como contradictorios excluyentes a Eros y Thanatos y reconciliándolos con la argamasa de la belleza para unirlos.

Blanco toma uno de sus axiomas centrales, el hecho de que en el arte el principio del tercero excluido no es válido, y se puede, sin que colapse el universo, aceptar una contradicción como verdadera, y así ser y no ser, Eros y Tanathos pueden coexistir, lo mismo que la muerte lo hace con su contradictorio, que no es la vida sino el amor.

De esta manera lo une a un postulado que presenta en este texto por primera vez, y es el tema de que todo arte es naturaleza muerta, ese detenerse en el tiempo, esa fijación de la obra la convierte en el reflejo del pasado, en un cadáver de lo que fue, y - sostiene Blanco - eso es lo que nos fascina del arte, que nos permite asomarnos al abismo sin temer ser tragados - o interpelados - por éste.

A texto expreso nos plantea - e impone por la fuerza de su lógica informal pero implacable - que verdad y mentira no importan, resistirse a esa afirmación es fútil, en el arte lo que importa es que lo que se debía escribir se haya escrito, y el resto, como dice en alguna parte de la conferencia, "debería ser silencio".

Instala así uno de los más prolíficos de sus postulados, que resume a los otros y los sintetiza, y es que, al adentrarnos a una autoficción el único compromiso - como en toda ficción - es el pacto ficcional, ese suspender la incredulidad ese mandato de Coleridge que permite instalar el pacto ficcional, un compromiso entre artista y espectador mediado solamente por la fe poética, que, como nos demuestra Blanco, es la más poderosa de las que existen.

A lo largo de setenta minutos, Sergio Blanco nos pasea por las diferentes instancias de las muertes célebres, de las íntimas, y de sus experiencias autoficcionales con algunas de ellas, y nos da un golpe en la boca del estómago con su fuerza.

Belleza, simetría, arte y una larga y bella lista de muertes hermosas nos hacen suspender no solo la incredulidad, sino algún latido que otro mientras pensamos en Arya Stark y recordamos que al Dios de la Muerte le decimos ¡Hoy no!