Por The New York Times | Isabelia Herrera
NUEVA YORK – “¿Quién dijo que la República Dominicana no podía ser un fenómeno mundial?”, anunció desde el escenario El Alfa a la mitad de su primer concierto en el Madison Square Garden, mientras banderas dominicanas rojiazules ondeaban entre el público de miles de personas. El rapero de 30 años, cuyo nombre de nacimiento es Emanuel Herrera Batista, tiene buenos motivos para celebrar. La noche del viernes, el embajador global del dembow se convirtió en el primer artista del género en agotar las entradas del histórico recinto.
Esto no solo representó un éxito personal, sino un punto de inflexión para el movimiento del dembow que él ha encabezado desde hace más de una década: un sonido callejero que contiene historias enredadas del Caribe. El dembow dominicano es un género musical de la diáspora africana que nació en los barrios negros y de clase trabajadora a las afueras de Santo Domingo a finales de los años noventa y principios de los 2000, inspirado en los riddims (la palabra patuá para “ritmo”) del dancehall jamaicano, que son su base principal. Sin embargo, en lugar de permanecer en una bruma líquida y lenta, los productores del dembow aceleran el tempo a la velocidad de la luz, hilando y alternando distintos riddims mientras los raperos declaman rimas vertiginosas y eléctricas. Después, los mezcladores de ritmos, o “beatmakers”, cortan y duplican los ganchos, o “hooks”, en el coro, a fin de que la canción sea lo más citable y pegajosa posible.
En cuanto a la letra, el dembow es un espacio creativo donde los artistas siempre inventan sus propios vocabularios y argots de transformación. El género acoge la euforia de los placeres cotidianos, como el sexo, el baile y la juerga. Como es de esperarse, a menudo se ha usado como chivo expiatorio para los problemas sociales de la República Dominicana, una crítica sustentada en el racismo y el clasismo. Las élites tachan al dembow de ser un semillero de delincuencia, drogas y “desviación sexual” y lo califican como una forma de expresión simple y vulgar, tal como ha sucedido en la historia de la mayoría de los géneros musicales que nacen de la adversidad. El gobierno dominicano suele censurar las canciones de dembow que considera “explícitas” y “obscenas”. Al igual que muchos géneros, el dembow también debe enfrentarse a su pasado y presente patriarcales, pero es demasiado sencillo y estrecho de miras reducirlo a pura lascivia o misoginia. El dembow también es un gesto de resistencia, una negación a someterse a las formas coloniales y “correctas” de ser, hablar y vivir.
Y honestamente, también es muy divertido. El Alfa es un artista sumamente carismático, un comediante cuyo encanto puede trascender el escenario y saturar un estadio. En repetidas ocasiones a lo largo de la noche, le pidió al público que gritara si se sentía orgulloso de ser dominicano, dirigió a miles de espectadores sentados en diferentes áreas del recinto en una competencia de quién gritaba más fuerte y en broma les dedicó una canción a los padres que les compran productos de Louis Vuitton y Gucci a sus hijos. Cuando invitó al escenario al ícono del merengue Fernandito Villalona, quien salió con una chaqueta plateada resplandeciente que llevaba diamantes falsos en color rojo y azul que formaban la bandera dominicana, El Alfa se arrodilló en un gesto de deferencia y se refirió a Villalona como su padre.
Bajo el mando de El Alfa, el Madison Square Garden, un recinto de conciertos de por sí carnavalesco, se volvió una bacanal. En todo momento, el artista se divirtió con excesos y buen humor. Tocó su éxito del verano que siempre provoca carcajadas “La Mamá de la Mamá” no una, sino dos veces, con un ensamble de bailarines en atuendos coordinados detrás de él. Los artistas invitados El Cherry Scom y CJ lo acompañaron en el escenario, un espectáculo que culminó con El Alfa montado en un monitor y El Cherry, con su cabello verde limón, sin pantalones ni camisa, meneándose con desenfreno en su ropa interior frente a miles de personas. Antes de que terminara el concierto, El Alfa anunció que él y su equipo habían sido multados por divertirse demasiado y dejar que el espectáculo se alargara más de lo permitido.
Sin embargo, si te concentras demasiado en el cotorreo humorístico o las payasadas juguetonas en el escenario, podrías pasar por alto la habilidad artística. El Alfa tiene un control impresionante sobre su voz. En “Mueve La Cadera”, la esculpió para crear un balbuceo percutivo; en “Tarzan”, se transformó en alaridos estridentes; en “Suave”, la usó para hablar como bebé en un tono muy agudo. Cuando interpretó “Acuetate”, El Alfa le dijo a su DJ que silenciara la pista para que pudiera recitar la letra a capela al doble de velocidad, demostrando sin esfuerzo su destreza como rapero. En “Sientate en Ese Deo”, su DJ bajó el ritmo para que la letra pudiera expresarse con una precisión desacelerada. Fue una muestra sublime de la habilidad de El Alfa para ampliar las fronteras del lenguaje y el discurso. Para algunos, su voz podría evocar los falsettos de los Bee Gees; para otros, los aullidos del rapero de Atlanta Young Thug. Pero que quede bien claro: esta es una manera inequívocamente dominicana de hablar y manipular el lenguaje.
Los detractores a menudo desestiman el dembow por ser repetitivo, pero esa crítica no reconoce la creatividad que implica la iteración. La repetición es parte de la razón por la que El Alfa puede convertir cualquier cosa en un gancho y hacer reír a los oyentes en el proceso; los chistes recurrentes son parte esencial de su estilo. “La Mamá de la Mamá” es una canción que se vale de dobles sentidos sobre sexo oral, una broma que se revela por completo cuando llega el coro. Cuando El Alfa la interpretó el viernes, la letra apareció en las pantallas en color neón: “Dale cuchupla-pla-pla, cuchupla-pla-pla”. Para el oído inocente, esto suena a puros sinsentidos. Yo hice una breve pausa y solté una risa nerviosa pensando cómo iba a traducir al inglés el ingenio de este adictivo gancho onomatopéyico. Me di cuenta de que era inútil, y de ahí precisamente venía la pericia.
Si bien el concierto fue una demostración de la agilidad y la maestría escénica de El Alfa, será recordado como la celebración de un movimiento. A los pocos minutos del inicio del espectáculo, él marcó la pauta de la velada declarando: “Este no es mi éxito; es el éxito de mi país”. De manera deliberada compartió los reflectores, invitando a un desfile de otros artistas dominicanos (Kiko el Crazy, con su cabello rosado; el vocalista mujeriego Mark B; el dembowsero sin pelos en la lengua Shelow Shaq) y a un elenco de colaboradores no dominicanos que le han ayudado en su trayectoria (la estrella colombiana del pop J Balvin, la personalidad de la radio neoyorquina Alex Sensation, el artista puertorriqueño del reguetón Farruko). En particular, fue evidente la ausencia de las mujeres que han ayudado a impulsar el dembow. Pero, aun así, el gesto se sintió como una revancha gustosa contra quienes dijeron que el dembow jamás saldría de las fronteras de su lugar de nacimiento. El Alfa en el escenario del Madison Square Garden en Manhattan, el viernes 22 de octubre de 2021. (An Rong Xu/The New York Times) Miembros del público ven a El Alfa en el escenario del Madison Square Garden en Manhattan, el viernes 22 de octubre de 2021. (An Rong Xu/The New York Times).