NICOLÁS BECERRA: ¿Qué tienen en común Uruguay y Groenlandia?

GP: Tenemos en común el mismo huso horario, que no es poco, y cierta invisibilidad y misterio a los ojos del resto del mundo. No es muy común haber estado en sitios como Uruguay, Groenlandia o Belice, ¿me explico? Como que estamos afuera del mundo... Me acuerdo que este año leí una noticia que me encantó: era un informe de la BBC en el que se señalaba que los tres países más seguros para hacer turismo eran Groenlandia, Corea del Norte y Uruguay.

LUCIANO ARAMBURU: ¿Destierro, exilio, purgatorio o mundo real? O quizás nada de eso. ¿Qué es lo que se acerca más a Groenlandia?

GP: En una posible lectura de la obra, Groenlandia es destierro. Pero también puede entenderse como purgatorio, como interpretaron muchos espectadores.

NOELIA CAMPO: ¿Por qué surgieron en vos las ganas de contar una historia familiar que llega a ese grado de violencia? Cuando digo grado de violencia , me refiero al parricidio y al canibalismo.

GP: Esa sí que es una pregunta difícil... A veces me asusto de lo que escribo, especialmente cuando en el teatro la palabra se vuelve física y me golpea también a mí como espectador. Hay un plano privado en el que puede asustar el estar trabajando tanta violencia, pero en todo momento Groenlandia es para mí una historia que se expande a lo colectivo, a la necesidad de violentar y denunciar la realidad de un país -Uruguay - que envejeció y en el que sus generaciones más jóvenes -sin mucho espacio para potenciarse- terminan enloqueciendo. Hace falta un verdadero parricidio en este país; los cambios no vendrán solamente por lo político o lo económico.

LA: ¿Tu visión del mundo está más cercana a Groenlandia o a Montevideo?

GP: Estar en Groenlandia, como ya dije, sería estar en el purgatorio o en el exilio. Allí no estoy y no quiero estar por el momento. Y ahí está el problema central para mí como espectador, porque el nivel de identificación es con Luca, con el hermano manipulado casi como marioneta, casi esquizofrénico. No es precisamente una obra muy optimista.

NC: ¿Surgieron revelaciones de tu propio texto al estar Groenlandia terminado como espectáculo? Me refiero a visiones, conceptos, ideas, que no estuvieron en tu conciencia al escribirlo y al ver la obra aparecieron. ¿Cuáles fueron?

GP: Lo más inquietante fue cuando empezaron a aparecer interpretaciones de que Melina y el padre estarían muertos. Sinceramente no había pensado en esa posibilidad. Para mí la historia era más plana, más sobre el exilio y sus disparadores. Fue muy intenso, porque fue como que el espectáculo cobrara vida y lo tuviera que reinterpretar constantemente. Es que al jugarlo en un nivel tan poético y de la palabra, teniendo como centro a la teoría de los fractales, la incertidumbre y las diferentes interpretaciones son parte de la propia concepción de Groenlandia.

LA: En forma concisa, y lo más concreta posible, ¿cuál fué el propósito de escribir y llevar adelante un proyecto como Groenlandia?

GP: Es difícil dar una respuesta concisa, Luciano, porque la escritura -en mi caso- no tiene propósitos definidos más que el de entretener y provocar con un acto estético. Si tengo que hablar de ideas, siempre estuvo presente el conflicto de los dos hermanos con sus padres y la sensación de jugar con la metáfora "Groenlandia" como territorio utópico del exilio. Pero ya cuando nos embarcamos con María en el proyecto, tuvimos claro el propósito de trabajar una puesta donde la palabra y los actores estuvieran en primer plano, que fueran protagonistas casi absolutos del espectáculo.

NC: ¿Qué miedos o inseguridades sentiste cuando estaba por empezar Groenlandia, la primera vez que se realizó para el público?

GP: Como seguí de cerca el tiempo de ensayos no tenía mayores dudas respecto a la interpretación y al nivel que habían llegado ustedes con los personajes, así como el laburo increíble que hicieron Federico y Samantha con la música. El tema es que además de escribir la obra me involucré en la producción, así que los miedos más intensos fueron extra-artísticos, más que nada concretar el desafío de generar un espacio teatral en el piso 26 de la Torre... Digamos que mientras ustedes se maquillaban para el estreno, todavía estábamos probando la teoría de que subir 15 espectadores nos demandaba dos minutos y medio de ascensor, y cuánto tiempo se demoraba en subir 120 y que todo resultara cómodo... Fue toda una aventura, a espaldas de ustedes, ¡porque vaya que los cuidamos de tantas incertidumbres! Por suerte salió todo bien.

NC: ¿Qué es, para vos, lo más importante que le aporta María Dodera a tus obras?

GP: María no deja de sorprenderme nunca, porque tiene una capacidad extraordinaria para ir de la superficie a lo profundo sin perderse en el camino. Ella visualiza la puesta desde un primer momento, sin traicionarse y sin traicionar el texto ni a quienes lo interpretarán. En todos los espectáculos que hicimos juntos, pero sobre todo en El hueco y Groenlandia, el riesgo es parte esencial de la actitud hacia el trabajo. Pero solo se puede apostar al riesgo si hay confianza absoluta. Y es eso: cuando María leyó las primeras cinco páginas de Groenlandia, me dijo "esto hay que hacerlo en la punta de la torre de Antel". Y no le erró. Más allá de lo alucinante de poder concretar las ideas más locas, no le erró... casi todos los espectadores te lo dicen, salen de la torre con la sensación de que la obra fue escrita para ser representada en ese único lugar.

NB: ¿Quien te gustaría que viera el espectáculo?

GP: Una posible y otra imposible. Primero, que pudiera verlo Carlos Ott, el arquitecto de la Torre, ya que trabajó sin quererlo como escenógrafo. Todavía no lo pudimos invitar, pero ya lo encontraremos... Y me gustaría que pudiera haberla visto Alcides Martínez Portillo, que soñó la idea de hacer Groenlandia allá por el año 1995, en la primera versión del texto. Lamentablemente Alcides falleció hace algunos años, pero durante el proceso de la puesta en escena me volvieron una y otra vez algunas ideas que manejamos con él, así que de alguna manera sentí que estuvo presente.