“Dioses, no me juzguéis como un dios, sino como un
hombre destrozado por el mar.”
Plegaria
fenicia.
En junio de 1940, y ante el aparentemente incontenible avance nazi en Europa, Benito Mussolini dio rienda suelta a su delirio imperial y metió a Italia de cabeza en una guerra para la que no estaba preparada. Ni mucho menos. Buena prueba de ello fue la incomprensible invasión de Albania -poco más que un pequeño satélite financiero de Italia- o la astracanada de la campaña de Grecia, que no terminó en la humillación del fascismo sólo porque los alemanes llegaron a tiempo para sacar las castañas del fuego.
En esa precariedad e inoperancia militar, la enmohecida Regia Marina no desentonaba. Los almirantes reclamaban -con justa razón- la fabricación de portaaviones para no navegar a ciegas ante la todopoderosa Royal Navy que se enseñoreaba del Mediterráneo. Sin embargo, el duce se negaba a escuchar y daba excusas geográficas: “Italia es un portaviones en sí misma”, decía.
Sin embargo, en esa carencia generalizada hubo algunas excepciones. Los torpedos humanos maiale (cerdo, en italiano) resultaron un inmejorable negocio calidad- precio. A bordo de una suerte de jet ski sumergido, los buzos eran capaces de llegar sigilosamente bajo los navíos enemigos y colocar en sus cascos poderosas bombas de tiempo. Este eficaz y barato sistema provocó dolores de cabeza a los aliados en varios puntos del Mediterráneo.
El fracaso o el éxito de estas operaciones de sabotaje dependía casi en su totalidad de la destreza y el coraje de sus tripulantes, quienes arriesgaban la vida y sufrían arduas penalidades. Para hacerse una pequeña idea de ello, imagínese el lector a bordo de una moto de agua, navegando en la oscuridad de la noche en el mar helado y a varios metros de profundidad, con visibilidad cero.
Las acciones de estos buzos en el enclave británico de Gibraltar son el telón de fondo y el motivo de buena parte de la acción de El Italiano, la nueva novela del célebre escritor español Arturo Pérez-Reverte. En esa frontera única donde -como hoy- confluían España, el Reino Unido y África, diversos actores jugaron un peligroso juego de gato y ratón, en el que los roles podían invertirse a cada instante.
Según el autor, la semilla inicial de la obra fue plantada en su niñez, luego de una función de cine a la que fue en compañía de su padre. La película era sobre la Segunda Guerra Mundial y pintaba a los italianos como patanes cobardes y ruines. En la salida, su progenitor le recomendó que no creyera en esa leyenda. Le dijo entonces que, si bien esos hombres defendían una causa equivocada, podían ser tan valientes como cualquier otro.
En la presente obra, el narrador echa mano del mismo recurso que empleara en su reciente trilogía protagonizada por el personaje Lorenzo Falcó, un espía y sicario del bando Nacional en la Guerra Civil Española: contar la historia desde el punto de vista de uno de los “malos”. Porque como él mismo explicara en anteriores ocasiones, el héroe -o el efímero comportamiento heroico- puede surgir en cualquiera de los lados de las líneas ideológicas.
Sin ingresar en el terreno de los spoilers -o destripes, como prefiere la RAE, entidad en la que el autor tiene plaza- los seguidores de la obra de Pérez-Reverte -como este humilde cronista- encontrarán un poco de “lo de siempre”, algo que en este caso no es denostable sino lo contrario. Porque cierto es que aparecen allí los hombres valientes, estoicos y hasta taciturnos, habituales en los textos del autor murciano. Y también la mujer sabia, profunda y corajuda obligada a apechugar en un mundo masculino, que es otro personaje recurrente en la obra de Pérez-Reverte.
Pero también están allí el rigor histórico de siempre -en este caso llevado casi al extremo del documental- y la narrativa sólida y ágil a la vez que suele prodigar el autor. En esta ocasión, con el mérito añadido de conseguir que el lector permanezca enganchado a un relato cuyo desenlace conoce de antemano.
Novela histórica, bélica, romántica y de espionaje,
El Italiano es una obra poliédrica que constituye también una reivindicación
del sur mediterráneo frente a la “pérfida Albión” y su soberbia. Trufado de
referencias a los clásicos griegos y latinos, el libro propone también una
interesante revisita al concepto antiguo del héroe y a sus motivaciones. Que
nunca son unívocas ni se dejan explicar con facilidad.
Gerardo Carrasco / Montevideo Portal