Por The New York Times | Rory Smith
Edmund Addo hizo la postura del niño en la mitad del campo, su frente tocaba la tierra y tenía los brazos estaban estirados frente a él, en un gesto de súplica y agradecimiento. A unos 50 metros, la euforia había abrumado a su compañero Giorgos Athanasiadis, las piernas le temblaban mientras dos colegas intentaban ayudarlo a ponerse de pie. Su entrenador, Yuriy Vernydub, bailó en la línea de banda.
Todos eran recientes ingresos del club Sheriff Tiraspol: Addo, un centrocampista ghanés, y el portero griego Athanasiadis se unieron este verano; Vernydub los cazó durante un año. Sin embargo, ellos sabían lo que esto significaba para su equipo, que durante dos décadas esperó este momento.
Además, sabían lo que significaba para ellos. Habían puesto de cabeza su vida para mudarse a un país que técnicamente no existe, para jugar con un equipo con sede en un territorio en disputa, para unirse a un club que representa un Estado dentro de un Estado, un lugar gris desvinculado del resto del mundo. Ahora, tras vencer al Dinamo Zagreb, el campeón croata, tenían su recompensa: Addo, Athanasiadis y el resto del Sheriff jugarían en la Liga de Campeones.
Al día siguiente, conocerían la identidad de sus oponentes: el Shakhtar Donetsk, el Inter de Milán y, el mejor de todos, el Real Madrid irán a Moldavia, el país más pobre de Europa, para competir en el torneo más respetado, con mayor dinero y más visto del futbol de clubes.
Bueno, algo así.
A primera vista, la historia del Sheriff podría sonar como un cuento de hadas, pero los detalles, apropiadamente, tienen un tono de gris. Tiraspol, la ciudad donde se ubica el equipo, podría estar en Moldavia para lo que le importa a la UEFA, el órgano rector del futbol europeo. El Sheriff podría ser el campeón moldavo actual y, en esencia, perenne.
No obstante, Tiraspol no se considera como parte de Moldavia. En cambio, es la autoproclamada capital de Transnistria (República Moldava Pridnestroviana, para usar su nombre correcto), una república escindida en la ribera izquierda del río Dniéster, una franja de 40 kilómetros de anchura con su propia moneda (el rublo transnistrio), su propia bandera (roja y verde, con un martillo y una hoz) y su propio gobierno (el Sóviet Supremo).
El Sheriff no cabe con facilidad en el papel del más débil. Ha ganado todos excepto dos de los títulos moldavos durante este siglo. Juega en un estadio que es un complejo moderno construido a un costo de 200 millones de dólares en una liga donde muchos de sus oponentes tienen sus encuentros en campos en mal estado, rodeados de desperdicios, frente a solo algunas decenas de fanáticos.
Su equipo está lleno de jugadores importados, traídos de África, Sudamérica y gran parte de Europa del Este, mientras que los rivales solo pueden pagar los sueldos de locales. “Rara vez compra jugadores por grandes cantidades”, dijo Leonid Istrati, un prominente agente en Chisináu, la capital moldova. “Pero solo el Sheriff puede costear jugadores de buen nivel. Antes, algunos otros equipos podían hacerlo. Ahora, ya no pueden”.
La fuente del poder financiero del equipo yace en su nombre. Sheriff es la pieza central de la economía privada en Transnistria, un conglomerado fundado por dos exagentes de la KGB en los días caóticos de la década de los noventa, tras el colapso de la Unión Soviética y la guerra de Independencia de Transnistria de Moldavia.
Sus raíces, según informes, yacen en el historial de contrabando de la región. El estatus de Transnistria como umbral, sus fronteras poco estrictas y su historia opaca (ahí se ubica uno de los destinos más grandes de Europa para las armas) lo han convertido desde hace tiempo en un paraíso para todo tipo de actividad ilícita, desde el tráfico de armas y de drogas hasta la falsificación de cigarrillos.
En 2006, la fuerza de monitoreo fronterizo de la Unión Europea estimó que si las estadísticas de importación del territorio fueran precisas, cada persona en Transnistria come más de 90 kilogramos de piernas de pollo congeladas cada año. Incluso el fundador de Sheriff, Viktor Gushan, ha aceptado que su compañía ha tenido que operar “entre cosas”.
No obstante, Sheriff, el conglomerado y el club, están por todos lados. Opera una cadena de supermercados y gasolineras. Posee un viñedo, un canal de televisión y un proveedor celular. “Es importante recordar que el área de Transnistria trabaja por completo para Sheriff Tiraspol”, mencionó Ion Jalba, un periodista y analista en Moldavia. “En Tiraspol, todo es controlado por esta compañía. Hay tiendas Sheriff y gasolineras Sheriff. El club de futbol es como un niño alimentado por toda el área separatista”.
Es eso lo que permite que el Sheriff pague a sus jugadores hasta 15.000 dólares mensuales por jugar contra rivales nacionales que solo ganan algunos cientos de dólares, si es que les pagan a tiempo. El Zimbru Chisinau, históricamente el equipo más grande de Moldavia, solo sobrevive con la renta pagada por la selección nacional por el uso de su estadio.
Eso, a cambio, le ha otorgado un considerable poder al Sheriff. A pesar de las diferencias políticas entre Moldavia y Transnistria, la relación entre el Sheriff y la federación de futbol del país, la Federación Moldava de Futbol (FMF), se piensa que es notablemente cercana. “El futbol aquí está bajo control total del Sheriff”, dijo Cristian Jardan, un periodista especializado en futbol en Moldavia.
Esta temporada, las autoridades no solo han pospuesto partidos con el fin de que el Sheriff tenga tiempo para prepararse para sus encuentros de calificación de la Liga de Campeones, también han enmendado su regla sobre el numero de futbolistas extranjeros que un equipo puede tener y así permitir que el club fortalezca su escuadra, dijo Ion Testemitanu, un exjugador internacional moldavo y exvicepresidente de la federación de futbol del país. “Ningún otro equipo en Moldavia puede competir”, dijo.
Por eso, muchos ni siquiera lo intentan. Investigadores anticorrupción moldavos indican que hasta veinte partidos en las ligas de futbol del país fueron amañados el año pasado, ya que a los jugadores se les pagaron unos cuantos cientos de dólares por parte de organizaciones criminales de apuestas para garantizar los resultados. Un denunciante le dijo al periódico Ziarul da Garda que los jugadores recibieron la instrucción de que su trabajo era “recibir el pago, y no ganar”.
La corrupción está tan generalizada que, en 2015, incluso a Testemitanu se le acercaron personas que buscaban amañar juegos y representaban a una organización criminal en Singapur. En ese momento, no solo era el vicepresidente de la federación nacional, la FMF, sino también era el entrenador auxiliar de la selección nacional moldava.
“Me llevaron a un restaurante elegante, dijeron que querían información y después de media hora me comentaron su propuesta”, dijo. “Querían amañar partidos de la selección nacional: los equipos juveniles, los equipos femeniles, todo. No dije nada, solo que tenía que pensarlo. Entonces, en seguida, llamé por teléfono a la policía y le dije lo que había ocurrido”.
Testemitanu aceptó usar un dispositivo de grabación y ser seguido por un equipo de vigilancia para ayudar a los detectives a reunir pruebas. Su esposa le dijo que no fuera a dormir a la casa, para no poner a su familia en peligro. “Estaba asustado, por supuesto”, dijo. “Sabía que era un riesgo, pero quiero futbol normal en Moldavia”. Dos semanas después, dijo Testemitanu, los conspiradores fueron arrestados.
Eso no acabó con el problema; las autoridades moldavas señalan que quienes amañan partidos obtuvieron hasta 700.000 dólares a lo largo del año pasado a través de sobornar a jugadores para que pierdan los partidos. Eso es prueba, dijo Testemitanu, de la corrupción endémica en el futbol moldavo, la que periodistas e investigadores han documentado que llega hasta la misma FMF. Por ejemplo, una investigación de Ziarul da Garda descubrió que varios directivos de alto rango obtuvieron enormes bienes inmobiliarios cuando trabajaron para la organización. con tal de ver a esos equipos. Jalba piensa igual: ver a un equipo de la liga moldava en esta etapa, dijo, es “una fuente de orgullo y una sensación de asombro”.
Saben que les pasará la factura, pero también hay un poco de fatalismo: ha sido así durante tanto tiempo que es fácil preguntarse qué podría cambiar. “El dinero de la Liga de Campeones contará para el Sheriff, pero incluso sin él, igual seguiría siendo el equipo más rico en Moldavia”, dijo Jalba.
“A las personas que están a cargo del club no les importa el dinero”, dijo Testemitanu. “Ya tienen dinero. No necesitan 20 millones de dólares. Controlan un país entero. Se trata de reputación, se trata de estar en la liga más importante, en la Liga de Campeones”.
No obstante, ahora que el Sheriff está ahí, ahora que finalmente llegó, todo lo que sucede es que la diferencia se arraiga. Los últimos fragmentos del tono final de gris desaparecen y todo se vuelve blanco y negro.
Esto es lo que el Sheriff ha estado esperando y lo que el resto del futbol moldavo ha temido. Cristaliza la inevitabilidad de que el Sheriff gane la liga una y otra vez hasta la perpetuidad. Al ver esta historia desde Moldavia, no es un cuento de hadas sobre un indómito héroe, sino todo lo contrario. Es la victoria final del gigante. “Para el futbol moldavo, este es el fin”, dijo Jardan.