Un buscavidas que, como Moisés, descubre algo parecido a la Tierra Prometida pero no le permiten entrar. Una madre joven víctima de violencia de género. Padres ausentes y jóvenes rotos, menos por los excesos que por la certeza de que no hay mañana. Rock, marihuana, playas, alcohol, pensiones, cocaína. Una mujer que roba una guitarra y se salva. Una chica que escapa de un abusador y también se salva. Un traficante de segundo orden, niños abandonados y un posible asesino. Aviones, motos, camiones, autos que llevan hacia la nada. Y Dios y las ratas. La prosa de Lalo Barrubia grita desesperada y pone, como quien pone en una mesa de disección un bicho muerto, la cara B del optimismo, para mostrarnos sus mecanismos, sus texturas, su podredumbre.

Poeta, performer, cuentista, novelista, cuestionadora en todos los frentes, Lalo Barrubia exhibe en su obra narrativa [las novelas Arena, reeditada recientemente por Criatura, al igual que Pegame que me gusta, y Los misterios dolorosos, publicada por HUM a las que se suma el volumen de cuentos Ratas, también de Criatura], la desolación de quienes fueron (fuimos) jóvenes en las décadas de los 80 y 90. En sus trabajos, la autora declina pontificar y erigirse en portavoz de una generación, y quizá por ello su obra es aún más lúcida, más descarnada. Más necesaria.

Lalo Barrubia, que vive en Malmö, Suecia, desde hace más de tres lustros, dice que este es su lugar en el mundo, de donde sale su creación literaria. Actualmente prepara un trabajo sobre los años de la última dictadura, dispuesta a revolver el cuchillo en la herida, y asegura que su trabajo es, como el del fotógrafo, "testimoniar", "poner una huella en la historia". Nada menos.

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Ya habías escrito un par de novelas y varios volúmenes de poesía cuando publicaste Ratas. ¿Cómo es el pasaje desde la poesía y la novela al cuento?

La propuesta vino de Criatura. Ellos querían publicar algo mío, y yo no tenía nada. Tenía un montón de cosas en proceso, estaba comprometida con Hum para Los misterios dolorosos, que estaba escribiendo en ese momento. Me dicen "Algo tenés que tener, porque llevás tantos años escribiendo", y yo "Tengo cuentos, pero nunca..." "Bueno, te doy tanto tiempo para que los mires, a ver si los querés publicar". Son cosas que había estado escribiendo eventualmente. Me sale una idea en la cabeza y la escribo. Y las voy archivando. Otros cuentos son restos... De Arena, sobre todo. Arena fue, desde el principio, una colección de anécdotas. Después se fueron hilando en mi cabeza, con mucho trabajo. Pero también descarté muchas cosas, porque no entraba todo. Y algunas de esas cosas se convirtieron en cuentos, con pequeñas modificaciones. De ubicación, para que funcionen como cuento corto, algunas ni tanto... Casi todo viene de ahí.

 

Siempre me gusta preguntar para qué se escribe, porque tanto las novelas como Ratas son textos dolorosísimos en cierta medida. Los personajes que aparecen son como mis amigos, la gente que conocí, que se fue muriendo en el camino, que están rotos, y no hay, en tus narraciones, ni una mirada de autocompasión hacia ellos. ¿Qué buscás cuando tirás esas anécdotas? Porque siempre hay una intención, no existe el autor inocente...

No, no hay escritor inocente. Creo que hay una combinación de cosas. La más patente es la de testimoniar. De vivir en una sociedad que no ve mucho esas cosas, o que no las quiere ver. Cuando uno tiene la capacidad de registrarlas, de algún modo, como hace un fotógrafo, un cineasta, o escribirlas, como es mi caso, cuando te enfrentás al texto y ves que realmente sí dice algo, lo querés mejorar, publicar, como para poner esa huella en la historia. También pasaban estas cosas en ese tiempo. De hecho, la literatura de ficción es una fuente para muchos historiadores. Sí es ficción, está todo más o menos inventado, algunas cosas están más basadas en la realidad que otras, es una interpretación de alguien, pero habla de lo que es la sociedad en determinado momento histórico. Ese es el móvil más importante, como decir "yo soy testigo de esto, y tengo estas herramientas, entonces lo hago".


Foto: Montevideo Portal | Julia Peraza

Hay una responsabilidad bastante importante ahí...

Sí. Yo lo siento como una responsabilidad, por haber estado, por haberlo vivido, por haber tenido la capacidad de registrarlo. Muchas cosas las escribí en el momento, aunque no sabía lo que iba a hacer. De regreso a casa, a las 3 de la mañana, en un cuadernito, en un 125, anotando lo que había sucedido. Algunas cosas se perdieron, pero mucho, mucho, fui guardando.

 

¿Creés que la generación a la que pertenecés fue omisa en cuanto a ese registro? Pienso en tu caso, el de Gustavo Escanlar, las primeras novelas de Gabriel Peveroni, y no hay mucho más. Pienso en Montevideo Rock, que sucede por estos días, y parece una lavada de cara de algo que, para quienes lo vivieron, quizá no fue ni agradable, tan bucólico como lo quieren mostrar...

Creo que hay una visión un poco idealizada de lo que fueron los 80, y que no necesariamente es algo negativo. A mí, al principio, cuando venían con esas preguntas sobre la época, esa curiosidad, me daba un poco como "Uf, no entendieron nada". Con el correr de los episodios que he estado contando y hablando con gente más joven, me fui dando cuenta de que también es positivo hacer una lectura positiva. Si eso fue lo que quedó, bienvenido sea. También rompimos muchas estructuras, o abrimos el tajo para que después otro las rompiera. Yo no puedo decir que mi generación legalizó la marihuana, porque no es así, pero nosotros empezamos a hablar de eso como una posibilidad, como un reclamo. Después vienen otros, que son más militantes, se organizan, dan la lucha, son otros los que tienen el mérito final. Pero el haber dicho eso públicamente, el haber salido a vestirse como se te daba la gana, el haber roto con ciertas estructuras... si es eso lo que queda, y si se ve positivamente, bienvenido sea. Fueron años muy duros y dolorosos, y creo que esa es una de las razones por las que también falta registro. Hubo que salirse de ahí para poder tener una vida normal, trabajar, comer, darle de comer a los hijos, hacerse adulto. Y para muchas cosas hubo que tomar una distancia emocional. Lo he hablado con muchos amigos, y fue como que eso quedó atrás. Fue la herramienta para salir adelante. De repente, recién ahora está volviendo a leerse de otra manera. Por eso me parece interesante que salga, que se reedite Arena ahora, porque tiene esa parte oscura, también.

 

Sí, es una novela tremenda...

Sí, es tremenda, pero no sé si las nuevas generaciones lo leen así. Cuando vos escribís no sabés lo que leen los demás. En poesía me pasa que, cuando leo un texto, en determinado contexto, o yo estoy con determinado estado de ánimo, o el público está con determinado estado de ánimo, textos que para mí son fuertes y el público se ríe. A lo mejor se ríen nerviosamente, y no lo sé. Otras veces el mismo texto se siente súper dramático. Lo mismo pasa con Arena, que también tiene un montón de humor. De repente, gente de esta generación lee eso y lo ve con la distancia necesaria como para reírse de esa tragedia, también es una lectura interesante.

 

¿En qué sentido usás el humor? ¿Simplemente porque está en la historia, o como válvula de escape para un texto tan oscuro?

Las dos cosas, me parece. Creo que sí estaba presente, que había un constante burlarnos de nosotros mismos, y un poco también porque es una forma muy efectiva de decir cosas tremendas. El exceso de dramatismo, a veces, me distancia, no me permite ver con claridad. Si caés en eso, probablemente el lector no pueda entrar. Y eso te mantiene en el juego, digamos.

 

Decías que hablaste con gente de tu generación que había llegado a la conclusión de que tomar distancia de los 80 había sido una forma de sobrevivir. ¿En algún momento sentiste, o alguien te recriminó directamente, por revolver cuestiones tan dolorosas?

No, no. Para nada. He sentido, sobre todo, agradecimiento de mucha gente. Por lo que he escrito, por cómo lo he contado... Sobre todo agradecimiento. Eso es de las mejores cosas que te pasan. Que la gente diga "Para mí eran mis amigos", como decís vos, mientras que la prensa, o la crítica literaria habla de outsiders... Para mí eran mis amigos, también. No eran personajes raros. Eso me ha pasado. Incluso con lectores de Argentina, que me dicen "Ah, esto es Villa Nosédónde", y así era. Desde otro contexto pueden ver ese tipo de realidad. Nunca nadie me reprochó. Quizá no lo dijeron.

 

Es interesante, porque a veces salen los "morales", como dice Nico Barcia, los dueños de la verdad, con su catarata de moralidad y pensamiento correcto... En este caso hay varias cuestiones morales planteadas, pero vos no juzgás...

No, está contado.

 

Tratándose de una temática tan oscura, tan dura, ¿Creés que hay resquicio para la esperanza? En Ratas hay solo un par de cuentos "positivos" ...

Sí, creo que hay un resquicio para la esperanza. En ese sentido, me parece que mi novela más oscura es Pegame que me gusta. Ahí no hay resquicio para la esperanza, me parece, aunque tiene un final abierto, de todos modos. No sabés si va hacia la catástrofe total o qué, pero es abierto. Creo que también refleja lo que era ese momento, que es otra parte de la historia, que son los 90, una época muy difícil económicamente, muy dura para ser alternativo, para ser diferente, y ponerle un soplo de esperanza a eso era como... innecesario. Como que perdía el sentido. Sin embargo, en Arena, me parece que sí hay un soplo de esperanza. Hay visiones oscuras, pero hay también observaciones desde afuera, desde el futuro, personajes que se encuentran en un café luego de muchos años, algo muy cortito, y están hablando desde otras vidas. No queda muy claro cuáles son, o dicen "estamos bárbaro", pero ves que hay una vida después. Ese es el detalle.

 

La forma de contar refleja también lo que se vivía en esos años. Cierto desorden, cierta fragmentación... No son novelas lineales. ¿Es premeditado?

Es premeditado, sí. En el caso de Arena surgió así, y luego lo separé como en partes. Igual la historia es bastante cronológica, va para atrás y vuelve al mismo tiempo. Pero sí... Es que la vida era una suma de anécdotas. No había un plan. Todos los días pasaba algo que no sabías, o no pasaba nada. Creo que contarlo así también transmite un poco ese caos.

 

También hay una observación distinta, porque abordás personajes o realidades que, para la gran mayoría, en su momento, pasaron inadvertidas. Los punks, en los 80, por ahí salían en las páginas de Policiales...

Es verdad. Es un segmento pequeño de la sociedad. Pero tuvo cierta influencia en el mundo de la cultura. En los barrios era raro. El drogadicto, uno más, como había habido otros.

 

Y ahora, mirando hacia atrás, o releyendo los libros, ¿Creés que ha cambiado algo para mejor? Si tuvieras que escribir la novela de los 2010...

Ha cambiado algo, sí. Hace muchos años que estoy fuera del país, y no puedo contarlo desde mi experiencia personal, pero veo que, en las nuevas generaciones, en mis hijos, en mis sobrinos, sobre todo los que están acá, es que hay una esperanza, hay una posibilidad. El que elige irse a vivir al campo a plantar semillas orgánicas, lo hace porque elige, no porque no tenga más nada que hacer. Muchas de las opciones que nosotros tomábamos estaban condicionadas porque no había perspectivas de futuro. O trabajabas y te pasabas la vida trabajando... Incluso había trabajos que no valían la pena ni por el boleto del mes. Valía más la pena quedarse en el parque fumando porro. Los que, de repente, tuvieron la posibilidad de terminar el liceo, podían estudiar, pero hasta cierto punto, porque estudiar también es una inversión económica. Tirarse unos años en Economía para ver qué pasaba, pero si no tenías un proyecto económico atrás no podías terminar la carrera. También ser alternativa en una forma de decir "Vivimos al margen de todo, pero hacemos lo que queremos". Para qué nos vamos a peinar si no pasa nada...

Foto: Montevideo Portal | Julioa Peraza

Era el 77 inglés en Uruguay...

Algo así, sí.

 

¿Vos por qué te fuiste? ¿Por eso? Recuerdo a Andy Adler en Mamá era punk, con su "Adiós, garra charrúa", y hubo sucesivas oleadas de migrantes en ese sentido, ¿No? Los quiero mucho, pero me voy...

Más o menos. Me fui en 2002, en medio de la crisis económica. Me fui con un proyecto. Llevaba mucho tiempo haciendo mucho sacrificio, tuvimos la oportunidad de emigrar, y lo hicimos. Pero me comí todos los 90.

 

¿Y el vínculo que tenés con el Cono Sur es de cariño o es una cuestión casi antropológica a la hora de contar las historias que conocés?

No. Es mi lugar. Lo que pasa es que, cuando uno migra, aprende a querer las cosas de otra manera, y a querer otros lugares, y a elegir. También tengo México en mi corazón, nunca he estado en Colombia y tengo amigos colombianos que son tan amigos que hablan de ese país y es como si fuera el mío. Pero cuando tengo que hablar de mi lugar, es Uruguay. Básicamente Montevideo. Y Buenos Aires es una versión de Montevideo agigantada. Rosario también. En esos lugares me siento como en casa. Pero hay una identidad histórica que no es exactamente igual en todos lados. Es como de aquí. Y yo cuento esto porque es lo que sé, pero también porque es lo que quiero contar.

 

Conversando con Hoski, que es un tipo más joven, pero que aborda los mismos tópicos que tus textos, le decía que me llamaba la atención que su generación no hablara de eso. No sé si lo ves de la misma forma, en el sentido de que hay una cuestión como de abstraerse y contar otras cosas, desde otros puntos de vista.

He leído poco de lo nuevo. Pero sí creo que es un fenómeno bastante común cuando las sociedades mejoran económicamente hay espacio para abstraerte. Para hablar de filosofía. De repente antes no se sentía. Ahora estoy estudiando el Canto Popular durante la dictadura, y ves que eran terribles intelectuales, con una formación fantástica, se pasaban horas metidos en el conservatorio, y sus textos iban, más o menos, enfocados a una sola cosa, y era porque la realidad urgía a hablar de eso. En este momento, que el país está un poco mejor, que hay alternativas, de repente los escritores tienen también necesidad de volar un poco en lo etéreo. Eso es una cosa. Lo otro, que me parece una constante en la literatura uruguaya es que la extracción social de los escritores es bastante alta. Hay excepciones...

 

De los escritores, de los músicos, de los plásticos...

Sí, claro. Está la tropical, está el candombe...

 

Claro, pero el rock no. Está segmentado.

Sí, pero ¿Cuál es la tropical de la literatura? ¿Cuál es el candombe?

 

Es interesante. En Argentina hay algunos fenómenos equiparables. Pienso en Washington Cucurto, por ejemplo, que podría ser "un grasa", un cumbiero...

Sí. Hay en Uruguay, también. No es que sea una cosa súper cerrada. Me parece que en otros países es, incluso, peor. Pero la extracción social y académica es importante. Los escritores hoy son todos de Humanidades. ¡Que está bien! Es adonde hay que ir para estudiar Literatura. Pero falta un poco de variedad, me parece.

 

No recuerdo quién dijo que detestaba, en Estados Unidos, a los escritores egresados de universidades, porque todos escribían como Carver...


Sí, sí, porque se agarra un modelo y se reproduce. Otra cosa que no he visto mucho, pero de repente me estoy equivocando, es narradoras mujeres, jóvenes... No he escuchado mucho, algún nombre suelto... Alguna que vive en el exterior, pero ¿Dónde están?


Foto: Montevideo Portal | Julia Peraza

Rosario Lázaro... Después está Natalia Mardero...

¡Natalia Mardero, sí!

 

Carolina Bello, Patricia Turnes...

Sí, algunas hay. Pero tampoco había antes.

 

Son poquitas, igual...

Yo pregunto cuándo va a empezar a cambiar eso.

 

Tu caso fue peor, porque eras la única.

Depende de cómo cortes las generaciones, pero sí. Había muy poca gente.

 

Si ya era difícil para los varones, me imagino cómo habrá sido para vos...

En ese momento no me daba cuenta. Después hacés lecturas a posteriori te das cuenta de que sí hubo una discriminación de género bastante clara, y decís "¿Por qué no me habré dado cuenta?" ... Porque lo tenía normalizado. Y porque yo venía de clase trabajadora, no tenía estudios académicos, de alguna manera estaba en desventaja en muchos planos. Eso era significativo, y no era algo que viéramos claramente. Quizá eso también te ayuda. El no saber me dio la desfachatez. Escanlar y yo íbamos a hablar con alguien, y yo me sentía en la misma posición que el otro. Ahora, el del otro lado no te lee igual, y eso lo aprendés después.

 

¿Y cómo llegás, siendo mujer, viniendo de la clase trabajadora, a convertirte en una "intelectual", si se quiere...? Y no solo eso: convivías con los rotos, el lado B de la sociedad...

En realidad, mi historia personal es bastante rara. Vengo de una familia de clase trabajadora, pero con intereses culturales. En mi casa se leía, siempre había, no una gran literatura, pero había libros, se promovía eso. Me llevaban al teatro... Mis hermanas, que son mayores que yo, estudiaron, y me fui metiendo un poco en eso. Lo cierto es que, cuando empecé a trabajar, era totalmente inculta. Empecé a escribir con herramientas sacadas, básicamente, de la música. Mis maestros poéticos son Ruben Lena o Fernando Cabrera. Esa era la poesía a la que me remontaba, yo no había leído poesía antes de escribir. Y hay una cuestión de caer en los lugares adecuados, porque aquí hay, o hubo, por lo menos en mi época, una gran generosidad de tus iguales en cuanto a enseñar. Creo que mi salto a considerarme una escritora y dedicarme a eso fue a través de Ediciones de Uno. Ellos fueron a buscarme al escenario, y me dicen "¿Querés publicar?". "No sé, yo escribo esto para decir acá, en los boliches". Eso es maravilloso. Que tengas 20 años y que vengan los poetas, que son 10, 12 años mayores que vos, a decirte "Esto nos gusta, ¿Lo querés publicar?". Te prestan libros, te enseñan. Eso es maravilloso.

 

No sé si pasa eso ahora...

¿No sabés? Creo que Ediciones de Uno, en sí, fue un proyecto inigualable. Lo cuento como mi experiencia personal, pero sé que lo han hecho con mucha gente. Han invitado y publicado a gente que les gustaba, y promovido la poesía de una forma que, creo, cambió la historia de la poesía en este país.


¿Rupturista?

En salir. En sacarla del cajón. Sí.