El abuelo de Bruno Ribeca (voz y guitarra), tenía un Chrysler, en el que lo sacaba a pasear los domingos, cuando era un niño. Tuvo suerte. Ese recuerdo y la música del nombre pesaron a la hora de bautizar a su banda. Podría haber sido peor, y hoy esta nota sería sobre un grupo llamado Ángel del Infierno. Menos mal.
Crysler (sin la "h", por las dudas), presenta por estos días Agujas en la piel (Montevideo Music Group, 2017), su tercer disco, producido por Francisco Fattoruso.
—Van a hacer su segunda Trastienda, ¿No? —pregunta quien pone la firma al final de la página.
—No, no, esta es la cuarta —dicen casi a coro Ribeca y el baterista Tote Fernández.
—¿La cuarta? —insiste el de las preguntas.
-Sí, la cuarta —responden, sin falsa modestia.
La historia de Crysler es un sendero de desafíos. Para empezar, Bruno Ribeca, 15 años atrás, no sabía cantar y no tenía idea de por dónde agarrar la guitarra. Sí tenía claro que quería tener una banda de rock, y para ese lado apuntó sus tiros. Se rodeó de gente que viajaba para el mismo lado y no tenía vergüenza de ir a golpear todas las puertas posibles buscando algo que les sirviera: un equipo, un sponsor, una palmada en el hombro, un aventón en el camino. A veces, la mayoría, las cosas no salieron bien, pero, todo el mundo lo sabe, crecer siempre duele.
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¿De dónde viene Crysler? ¿Qué historia tiene? Porque, pese a que van por el tercer disco, todavía pelean el under...
B.R: De los comienzos de la banda solo queda Martín Verde, que es el guitarrista. Éramos muy chiquitos, teníamos 15 años, y nos juntábamos en una sala que había en el barrio, allá por el Prado. Yo no sabía cantar, no sabía tocar, solo sabía que me gustaba la música. Íbamos a una sala, llevábamos un huevito, un montón de discos, los poníamos, enchufábamos un micro y yo intentaba cantar arriba y Rodolfo Luján, el primer batero, tocaba encima. Arriba de La Renga, Los Piojos, los Redondos. Así empezamos. 2002.
No era un buen momento para el rock...
B.R: No, no era un buen momento para el rock. Yo entonces estudiaba. Mi mamá me crio toda la vida sola, y me acuerdo como si fuera el día de hoy, le dije que no quería estudiar más. Y me dijo "¿Qué vas a hacer?" "Quiero hacer música". "Bueno, la única forma de que yo te apoye es que no pares". Y así fue. Y empezó de eso, que parecía la nada. Ahí conocí a Martín Verde, y no paramos más. Empezamos a golpear puertas y puertas. Nos prestaban los instrumentos. Y de a poquito, bandas como Hereford, en su momento, Vinilo, nos dieron una mano. En todos lados caímos bien, se ve, y así fuimos creciendo. Esa es la realidad de la banda. Fue muy duro, muy difícil.
En ese 2002 el rock estaba muerto mediáticamente, era el auge del pop latino, y además había una crisis tremenda...
B.R: El problema más grande es que no veníamos de familias en las que pudiéramos pedirle a papá o mamá que nos comprara nada, no teníamos esa facilidad. Nunca la hubo. Es más, todos nos preguntan cómo llegamos hasta acá, y no tengo respuesta, no sé. Si lo tuviera que hacer de nuevo, no sé. En un punto te digo que sí, porque me encanta y lo amo, pero fue duro. Muchos años abajo de una alfombra donde no veíamos la luz. Era ensayar porque sí, hasta el 2009.
T.F: Sí, la banda, entre 2003 y 2009, cuando se empezó a pensar el primer disco, tuvo una existencia muy amateur. A partir de 2010, cuando empezamos a producir el primer disco con Christian Cary, dijimos: "Ah, es en serio". Ahí empezó la profesionalización, si se quiere.
Bruno Ribeca - Foto: Montevideo Portal | Joaquín Fernández
Justo en ese período, entre 2003 y 2009, el rock tuvo su auge, y después vino la bajada, en la que quedaron montones de bandas en el camino...
T.F: Sí, un montón de cosas que le pasaron a la banda en aquel momento no las pudo capitalizar porque éramos muy jóvenes.
¿Qué cosas?
T.F: Shows muy grandes, como con Hereford y Vinilo. La banda estaba muy inmadura para eso. Yo todavía no estaba, pero les tocó ese tipo de cosas, que capaz que si nos hubieran agarrado un par de años después era otra historia.
¿Eran chicos o no estaban preparados musicalmente?
B.R: Yo creo que no estábamos preparados musicalmente. Y éramos chicos. Es una buena combinación de explicaciones. Pero acá estamos...
¿Cuándo se dieron cuenta de que tenían una banda y estaban prontos para salir a dar la pelea?
B.R: Creo que en la producción del primer disco, con Christian. Sabíamos que la clave era que nos habíamos entrenado muchos años, pero ese clic que vos decís fue en la producción del disco. Y cuando salimos de grabarlo sabíamos que estábamos listos. Sentimos una confianza extra. Por ahí la repetición, estar horas y horas y horas es lo que te hace decir "Ta, estamos armados". Eso a veces se siente, no se puede escuchar. Es más interno de cada uno.
¿Y está buena esa repetición?
T.F: Somos una banda de canciones. Tocamos, básicamente, siempre lo mismo, pero en el vivo, por más que nos mantenemos dentro de un rango y no improvisamos, uno, como músico, le busca la vuelta, y termina encontrando cosas que pueden funcionar distinto. Todo eso se va dando tocando muchas veces. Sin delirar, ¿No?, pero así es como se mantiene fresco.
¿Cuál es el perfil musical de Crysler? ¿Estuvo siempre definido o se dio a partir de las influencias que cada uno traía? ¿Qué pusieron en la canasta y qué dejaron fuera?
B.R: Creo que nunca se dejó nada afuera. Nunca. Incluso en las maquetas que hacemos para los discos, de 30, 35 canciones, hay de todo. Cada uno viene de cosas diferentes. Yo soy fanático de los Redondos, de los Peppers, Tote es más de otro palo, Martín viene más del blues. ¿Cómo se arma la ensalada ahí? No sé. Entendemos que no estamos inventando nada único, pero sí que en cada disco no nos limitamos. Esa fue una de las cosas que hablamos con Francisco [Fattoruso]. Dijimos "vale todo". Era hora de cambiar un poco, queríamos cambiar, pero escuchás los discos y pueden tener un poco de todo. Algo de pop, una parte de reggae, algo de funk. De todo.
¿Sos jazzero, Tote?
T.F: Sí, tuve un período que me gustó mucho. Y me gusta, sí. Pero me gusta todo.
Porque el jazz es un género quer permite la improvisación y, por lo general, los jazzeros tocan mucho, o al menos ese es el prejuicio que los no jazzeros tenemos...
T.F: Es como todo. Cada género en el que te metas tiene su lenguaje, su ciencia. Son géneros distintos, y de cada uno podés tomar una cosa. Todo se complementa. Yo estoy cómodo. Lo que me pasaba cuando entré, en 2009, era que, como venía de tocar jazz o fusión, tenía vicios de ese género, que en Crysler no entraban. Tuve que hacer un ajuste, más psicológico que técnico.
Decían que no hay límite, pero el límite son las canciones, ¿Cuál es la expectativa para esas canciones?
B.R: El motor, para mí, que soy el creador —hasta el momento— de las canciones, es tener muchas cosas para decir. Y encontré, sin quererlo, ese canal. Me lo despertó un trabajo de música que me habían mandado en el liceo, y ahí sentí que había una vía. Empecé a hacer las canciones, al principio eran todas dudas. Fue el canal que encontré, y justo di con gente que se copó con eso. Después las canciones se volvieron más compartidas, pero era eso: en vez de dibujar me ponía a hacer canciones. Al principio era con una cuerda sola, porque no sabía tocar la guitarra. Después lo fui desarrollando, de forma totalmente autodidacta. No estudié nunca, se dio así.
¿Cuánto estás dispuesto a dejar pasar de vos mismo en las canciones? Porque hay una banda de tipos que sostienen lo que vos decís, y en este disco todas las canciones son autorreferenciales, en primera persona...
B.R: Es bravo. La vuelta es desnudarse. Sacar los miedos, gritar las glorias, cantar las penas. No lo vinculo directamente a mí. Sé que muchas de esas historias, por más que estén en primera persona, reflejan al resto de la banda. Es más: algunas letras se han variado con la intervención del resto. Es una búsqueda de los cuatro, por más que lo haya escrito yo. Siempre es todo muy consensuado.
¿Le tuvieron que parar el carro muchas veces?
T.F: No, muchas veces no. (Risas). Nunca vino con una cosa que dijéramos "No, che, cuidado con esto". La verdad que no.
¿Qué es lo que tienen en común?
B.R: La filosofía humana. Somos muy unidos. Creemos que eso es la base de todo, lo que más nos une. Disfrutamos mucho estando juntos. Somos amigos de años, y por eso capaz que todo se da naturalmente. Lo que más nos importa es lo humano. Siempre creímos que estando bien adentro, el resto iba a llegar. Somos una banda que no tiene apuro.
¿Son ambiciosos?
B.R: Nos pasó de criarnos con modas, y no nos gustan las modas. Sí, somos ambiciosos, y hacemos esto por algo. No solo por una satisfacción propia, pero hay que tener cuidado con la ambición. Te puede llevar a lugares donde no queremos estar. Realmente. Y preferimos ir paso a paso. Sí queremos que la gente se identifique con las canciones, que las cante, que las sienta. Esa es la mayor ambición. Después, que se dé por el medio que sea. Existe esa calma. Es lo más honesto que te podemos decir. La ambición, el algún punto, puede marear.
¿Cuál es el lugar al que no quieren llegar? ¿Vieron colegas marearse?
B.R: La verdad que sí. Y no está bueno. Gente de la generación anterior a la nuestra. No está bueno, porque, en definitiva, estamos todos en la misma. No importa lo que hayas hecho y lo que no. Así como te digo que algunos se han mareado, nos ha pasado que otras bandas con muchos años y reconocimiento, nos dieran una mano, un consejo. Es eso. No este boludo que hizo dos pelotudeces y se cree que es el rey. Hay muchos.
Tote Fernández - Foto: Montevideo Portal | Joaquín Fernández
¿Les cobraron derecho de piso?
B.R: Creo que son más las maduras que las verdes. El tema es que una verde, en este caso, pudre el cajón. Creemos que hay un montón de códigos, en la música, que se siguen conservando. Hay muchas puertas que podés tocar y se van a abrir, pero está ese lado oscuro también. Nos han cagado con guita algunos mánagers que han venido... Pero aprendés. Como en la vida.
¿Cómo se dio el contacto con Fattoruso? ¿Es muy exigente?
T.F: Sí, es exigente. Pero lo que pasó es que, desde el disco anterior, ya veníamos en una cosa más pop, y queríamos seguir por ese lado. Cuando nos juntamos con él y se lo propusimos, le pareció que ese perfil podía beneficiar a las canciones de la banda. Y se dio entonces que productor y banda íbamos por el mismo carril. Fue muy fluido el laburo.
Dudaste un poco cuando dijiste "pop", ¿Hay algún problema?
T.F: No, pero no quiero que se entienda Britney Spears. No tenemos ningún problema, al contrario, queríamos ir por ahí.
Igual es un disco bastante rockero...
T.F: Sí. Yo decía pop en el sentido de hacerlo más concreto, que las canciones estuvieran más enfocadas. Pulir el sonido para que a la gente que lo escuche le den ganas de escucharlo otra vez. Profundizar en eso: en el gancho, sin volverlo un producto excesivamente comercial.
Y, por más que sea pop, es un disco de dientes apretados...
B.R: Hubo muchas letras que las escribí medio de una. De diez canciones, escribí cinco en dos semanas. Nunca me había pasado. Y sí, tienen una cuestión de, no sé si llamarla enojo, pero quería cantar sobre algunas cosas que no me agradaban mucho. Después cada uno hace sus balances, toma de la canción lo que quiere entender...
Eso tiene un lado filoso, porque podés condicionarte al hacer las cosas en caliente... ¿Cómo las defendés cuando se te pasa el enojo?
B.R: Lo que pasa es que, de las diez historias que cuenta ahí, excepto una, que es "Vuelos", que es dedicada a Humberto, el papá de Luigi, el bajista anterior, que falleció, fueron cosas muy particulares que me tocaron vivir. Muchas de ellas una mierda. Entonces, hasta ahora, siempre me he conectado en los ensayos. Son cosas muy delicadas. No es que digo "voy a escribir a la política, que no me gusta". Eso tienta. Me gusta enojarme, sanamente, ¿No?. "Agujas en la piel" habla de eso. Una mina me hizo mierda. Quedé mal, y listo.
¿La música sirve para exorcizar?
B.R: Para mí, sí. A mí me exorciza. La música saca lo peor y lo mejor. ¿O no nos pasa a todos?
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