Contenido creado por Jorge Luis Costigliolo
Entrevistas

Con la música a todas partes

Conversamos con el músico uruguayo Adry Fernández, impulsor de un proyecto artístico para migrantes en Europa

Adry Fernández nos habla de su trabajo con inmigrantes y chicos con problemas de drogas en Cerdeña, y de cómo la música les cambia la vida.

17.04.2018 15:33

Lectura: 14'

2018-04-17T15:33:00-03:00
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Jorge Costigliolo | Montevideo Portal
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Cerdeña es una isla perteneciente a Italia, vecina de la francesa Córcega, con más prensa histórica por ser la cuna de Napoleón. Pero Cerdeña tiene lo suyo. Montañas, colinas y playas que son, perdón por la infidencia, un paraíso secreto para los surfistas. Su ciudad más importante es Cagliari, y ahí saben bien de los uruguayos. En el club local hicieron gala de su talento, en tiempos de esplendor, Óscar Tabárez como director técnico, Fabián O'Neill, Darío Silva, Daniel Fonseca y Enzo Francescoli, cuyo nombre se recita con devoción y todavía está grabado en los muros de la comarca, a fuerza de idolatría y pintura en aerosol.

Allí, también, llegaban por centenares (ahora llegan, pero con menos frecuencia), migrantes africanos. Gomones, pateras, lo que sea, impulsa a esta gente tras el sueño de una comida diaria y un lugar donde dormir. Y despertar. Los menos, los más afortunados, llegan sin nada. La mayoría carga en sus inexistentes bolsos historias de espanto, hambre, abuso, marginación y miedo en los huesos.

Adry Fernández es músico. Es uruguayo. Se crio en la vuelta de Avenida Italia y Batlle y Ordóñez, estudió guitarra y en el 99 fue a perfeccionar sus saberes a Cuba, donde tropezó con el jazz y se enamoró. Voló a Barcelona, donde siguió estudiando, trabajó, grabó discos, compuso para publicidad, armó un grupo. Ahí, también, encontró un lugar. Lindo, pero caro para vivir. Entonces, Angelo Grillo, clarinetista de Tzaccastrada, compañero de su dúo de swing, le habló de Cerdeña, un sitio tranquilo para vivir los meses de temporada baja. Lindo, cercano, y más barato. Y fue. Y se quedó.

En el municipio sardo de Iglesias funciona el Centro Emmaus, una institución de voluntariado social de raíz católica, que hace 30 años se instaló en el lugar con el fin de atender a los tóxicodependientes que, por ese entonces, se reproducían como hongos en una región sin trabajo ni expectativas.

Con los años, el campo de acción de Emmaus se fue ampliando. Las personas con problemas de drogodependencia seguían llegando, pero también estaban los migrantes africanos, en su mayoría jóvenes, que creían que al pisar la tierra de la isla conseguían atrapar sus sueños. Porque no todo el mundo sabe que la flor seca del cardo no es una estrella fugaz.

Cuando Adry llegó al lugar y se instaló, no muy lejos de la "Cagliari de los uruguayos", no le costó entrar en contacto con el centro. Digamos que no fue casualidad, ya que Nico Grillo, su fundador, es el padre de su amigo. Así que, establecido, nuevo vecino, músico e inquieto, buscó dar una mano. De esa forma nació un proyecto de talleres musicales, en los que busca tirar una cuerda a migrantes y personas en rehabilitación, a través de la música, el idioma común de esta especie tan jodida que somos.

*

¿Cómo llegaste a Cerdeña?

Llegué porque el cantante y clarinetista de Tzaccastrada es hijo del fundador del centro. En temporada tocamos mucho en el continente, pero es carísimo para vivir, así que acá paso la temporada baja, y toco una o dos veces por semana... Hay un movimiento de música under muy interesante.


¿Qué es el centro Emmaus?

El centro nació hace 30 años, para atender a los tóxicodependientes. Hasta los 80, por ahí, Cerdeña vivía del puerto y las minas, especialmente de carbón, pero fueron cerrando, y con la desocupación creció el consumo de heroína. El fundador del centro era docente, y quería armar una comunidad para trabajar con chicos con problemas. El primero que le mandaron era un pibe de 14 años, que tenía líos con la heroína, así que se fue especializando en el tema. La comunidad funcionó primero con adictos, pero hace unos cinco años empezaron a llegar migrantes. Exiliados políticos. De Siria, primero. Después de otros lugares. No te olvides que África está a ocho horas en un Zodiac. Y hace dos o tres años empezó a llegar gente a patadas.

Emmaus trata todo tipo de problemas. De drogas y de contención para estos inmigrantes. Tiene dos especies de chacras, que están separadas. En una están los adictos, los chicos con problemas, presos que están por salir en libertad. En la otra viven las chicas adictas y las inmigrantes con familia, o niños solos, que también hay. Y en otros edificios de la ciudad viven los inmigrantes mayores.

 

¿En qué situación están esos inmigrantes?

Es complicado. Para empezar, ellos llegan acá y no saben que están en una isla. Piensan que toman un bus y a las pocas horas están en Alemania. La solución de la Unión Europea, de meterlos acá, fue "muy buena", porque siguen aislados. Y están en una especie de limbo, esperando que un juez los atienda, para que les dé el permiso de estadía. Tienen que estudiar la situación de cada uno. Ellos tienen que demostrar que vienen de una zona de guerra, y por eso la mayoría tira sus pasaportes, llega sin nada. Una vez que le dan ese papel, por sí o por no, tienen 48 horas para dejar el centro. Muchos tienen contactos, pero otros terminan en la calle.


¿Y es difícil para ustedes trabajar con esa realidad?

Sí. Aunque a mí me toca la parte divertida, entre comillas. Les hice el disco, estamos saliendo a tocar, tengo un laboratorio de música con los tóxicos, y con el teatro de Cagliari hacemos un taller. A mí me toca la parte menos densa. La gente que trabaja con los chicos drogodependientes es gente muy preparada, asistentes sociales, y esas cosas. Los que trabajan con los inmigrantes están hasta los huevos, porque esta gente viene con la idea de que ahora están acá, y hay que darles todo. Hay mucha tensión de los dos lados. Los que te piden, te piden, te piden, dame, dame, y la sociedad, que no los quiere. Está todo bien con ellos, pero no. Aquí, dentro de todo, la cosa es bastante "política", pero los movimientos fascistas están en su mejor momento desde la época de Mussolini. La gente pobre de acá, que es la mayoría, porque el sur de Italia es pobre, empezó a chocar contra esto. Ya era una mierda ir al hospital, y si ahora vas al hospital y además está esta gente, que supuestamente no paga nada, es peor. Dicen "Ah, nos están sacando plata de nuestros recursos para darles a ellos". Hay mucha desinformación, y eso empeora las cosas. No sabés qué creer. Es bastante difícil. El año pasado la Unión Europea volvió a hacer un arreglo con Libia, le dio armamentos y naves para cerrar las fronteras, y el "problema" ahora solo lo tienen ellos, ya no llegan estos botes con 300 personas por día. Pero la gente piensa que los recursos, que antes iban en Salud, ahora se están yendo para ayudar a esta gente, cuando acá no hay trabajo. Es entendible. Y dentro de todo, lo que se trata de hacer, con todo este tipo de proyectos, es tratar de que los migrantes no estén en un gueto. Este es un pueblo de 1.500 personas, y le metieron un centro con 350 africanos. Es mucho.


¿Cómo ideaste este proyecto? ¿Qué es lo que planteaste, qué venís haciendo y con quién trabajás?

Hace como un año y medio, en una de las pasadas que tuve por acá, tocamos con Tzaccastrada, el grupo de swing, en una fiesta de la comunidad. Y se me ocurrió. Le comenté a la directora del centro, y presentamos el proyecto a la Banca Sardegna, que es como el Banco República, por hacer una comparación. Nos dieron una subvención para hacer el taller musical. Pero mi idea siempre fue la de hacer un disco con lo que los chicos quisieran. Ellos dijeron que sí, y el año pasado, cuando me terminé de mudar para acá y pude meter el home studio, empecé a trabajar con seis de los chicos. En realidad trabajé, en principio, con unos 15. Les llevaba instrumentos, hice un rejunte de instrumentos en España, donde me donaron muchas cosas. Cargué una furgoneta y la traje. Y cuando vi más o menos los que estaban con la cabeza más puesta en seguir empezamos a hacer los temas. Y ellos trataron de hacer todo. Aprender un poquito a grabar, a armar un orden. Hicimos videos... Y de esos seis, actualmente, queda uno.

¿Qué pasó con el resto? ¿Pudieron entrar a Europa o los deportaron?

Dos de ellos desaparecieron. No se sabe más nada. De la chica que cantó sabíamos, más o menos, que estaba en una red de prostitución, y el día que le dieron el permiso de residencia no la vimos más. La fueron a buscar al otro día a la casita en la que vivía con otras chicas y ya no estaba. Había dejado sus cosas. Nunca más apareció. El chico que rapeaba era muy pendejo. Tenía 16 años cuando empezamos a trabajar, y ya hacía un par de años que estaba de viaje. Había estado casi un año viajando para llegar a Libia, y había estado un año ahí. En el verano se le giró la cabeza, se quiso suicidar, y ahora está con un tratamiento psiquiátrico bastante fuerte. El que hacía electrónica cayó vendiendo porro en una plaza, poquísimo, y lo expulsaron. Así que aposté por Mohamed M'Jali Susso, el chico que toca el kora y canta, que cumplió 18 años. Fue como tratar de salvar a uno. Con él armamos un pequeño show que estamos tratando de meter en distintos lugares. Yo toco cosas latinoamericanas, y del clásico, y él mete kora, y canta en su idioma, que es el mandinga. Y cuenta su historia.


¿Cómo se dio esa elección? ¿Por qué esos seis?

Los tuve que elegir, un poco con trampa, porque igual seguí haciendo cosas con los otros. Pero estos venían más al estudio. El mayor tenía 21 años, y el menor 16. Más o menos. Muy jóvenes, porque ya mayores no aguantan el viaje. Vienen de Gambia, Senegal, Costa de Marfil...


¿Tenían algún conocimiento musical?

No, nada. Nada. El kora lo conseguimos a través de una persona en Portugal. Lo compramos y lo trajimos. El resto de los instrumentos era lo que habíamos conseguido por acá. El pibe que hacía electrónica solo conocía el Fruity Loops, del 98, y cuando vio el Mac se volvió loco, no lo podía sacar de casa. ¡A mí me mataba! Al final habíamos arreglado que viniera los sábados de 14 a 18, yo me iba, y lo dejaba ahí, flipadísimo con la velocidad.

 

¿Cómo sigue este proyecto ahora? ¿Por qué seguir con uno solo? ¿Hay intención de que crezca la cosa y se necesita apoyo?

Por dos cosas: para seguir ayudándolo, y porque me gusta tocar con el loco. Tiene una noción musical muy buena. Su papá era korista, y tocaba en los cumpleaños, velorios... Contaba la vida de la persona que había muerto, que cumplía años, que se iba a casar. Esa era su función como músico en esa sociedad, en Gambia. Y el pibe tiene un sistema rítmico que es un flipe. La idea es tratar de que se mueva un poquito, porque, tarde o temprano, va a tener sus papeles, y va a tener que volar solo. Entonces, en todo lo que se le pueda ayudar, mejor. Es bastante difícil. Armamos un show que es bonito, pero está muy basado en su música africana, y acá, donde estamos, no hay buena onda con eso. Hemos tocado en lugares, el diario de Cagliari nos ha promocionado, pero siempre tengo que ir, un poco con cuidado, de no cruzarme con un tarado cuando estoy con el guacho. Por suerte, hasta ahora, no ha pasado nada. Toda la gente de puta madre. Pasaron cosas lindas. La otra vuelta tocamos con un percusionista brasileño, y era increíble. Nosotros tocábamos cualquier ritmo brasilero y el tipo lo enganchaba, es todo lo mismo. Es muy divertido.

 

¿Tienen esos pibes con los que laburás algún tipo de preparación para trabajar?

Se dividen en tres categorías. Están los pibes que ya hacían algún tipo de laburo en construcción, pintura o electricidad. Estos van encontrando su camino. Después están los que no tienen una preparación y han caído en una depresión muy grande por encontrarse acá, encerrados, muy estigmatizados. Les pega la depre y empiezan con el rollo del Corán y eso. Y están los que son como Mohamed, que están más despabilados. Ahí, en la comunidad, todos hicieron un curso de cocina, trabajaron en un voluntariado en un supermercado... Es muy loco, algunos no tienen idea de nada. Este pibe, por ejemplo, estaba convencido de que los negros de Brasil, Cuba, Uruguay, eran de esos países. Originarios. Le expliqué de los esclavos, y el tipo me dice ¿Qué esclavos? No tenía idea. Y le busqué un documental del History Channel, súper cutre, y lo estaba viendo, lo para y me dice "¿Por qué hicieron esto los blancos?". No lo sé, man. Me lo dijo con inocencia.

 

Nombraste al banco local, ¿Tuviste o tenés algún apoyo de otras instituciones, tanto de Italia como del resto del mundo? Siendo uruguayo, capaz que estaría bueno que algún ministerio tendiera una mano...

Me gustó que esta idea de lo musical pudiera ser un poco más profesional. El pibe necesita lecciones de canto, y esas cosas. Yo lo veo como un trabajo, no soy el Padre Pío. Contacté a la Embajada uruguaya a través del consulado local y me contestaron que estaban muy orgullosos de lo bien que dejaba a Uruguay, pero no me dieron una reunión, ni nada. Ahora vamos a invitar al cónsul para el 30 aniversario de la comunidad, el 25 de abril, que vamos a hacer un espectáculo. Pero no, no tenemos nada. La gente tampoco se moja mucho, es un tema delicado. Se han hecho muchas cosas. Nosotros y otras asociaciones haciendo movidas. Eso está bueno. El problema es que siempre queda un poco en lo mismo. Terminás en actos sociales, en el mismo entorno. Hay un festival grande de música y se les propuso tocar ahí, gratis, y nos dijeron que no. Y no podemos a ir a tocar a ningún lado fuera de la isla. Cada vez que quiero hacer alguna cosa con ellos tengo que llenar formularios que tienen que ir a no sé dónde, para que lo autoricen. Y de la isla no se pueden mover. Está el Festival de Música Negra de Barcelona, y ahí hay una movida para tocar, pero el pibe no puede salir.

 

¿El proyecto en Emmaus continúa?

Sí. El proyecto sigue. Me gustaría, el año que viene, hacer el disco con los tóxicodependientes. Empecé hace un par de meses con ellos. Son italianos, no inmigrantes. Normalmente los transfieren para que no vean a sus contactos cercanos, para sacarlos de ambiente. Algunos están finalizando condenas, y los mandan para acá. Hay un guitarrista, que toca bien, y lleva como 12 años adentro. Está cumpliendo su último año de prisión, y lo mandaron para acá. Por ahora, son cinco. Esto ya es otro nivel. Me dieron instrucciones de seguridad, siempre tengo que estar cerca de una puerta, y esas cosas. Conmigo se portan todos de puta madre, pero nunca se sabe. Hay un rapero, medio famosillo en las cárceles, muy personaje, este guitarrista que hace como un post punk... Pero claro, ellos no están obligados dentro de la comunidad, se pueden ir mañana si quieren, y a veces no aguantan la toma y se piran. No los presos, sino los "internados".


¿Qué expectativas tienen esos tipos cuando van a tu taller? ¿Realmente les interesa la música como una cuestión "sanadora" o van para pasar el tiempo?

Lo veo de dos maneras. Veo a unos que se sumergen ahí... No sé si es algo sanador, pero sí una manera de escapar de lo que están. Los otros van para hacer algo, porque tienen todo el puto día muerto. Pero el guitarrista y el rapero que te decía vienen con ideas, con ganas de hacer cosas. Es como me dice siempre Giovanna Grillo, la directora del centro, donde salves a uno ya está. Al menos no están en la calle haciendo cagadas.

Jorge Costigliolo | Montevideo Portal
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