Para los portugueses, el joven maratonista Antonio Lázaro era un verdadero "Zé Povinho", o un Juan Pueblo, como diríamos por estos lados.
Modesto carpintero analfabeto, Lázaro formaba parte de la media docena de deportistas que representaron a Portugal en los Juegos Olímpicos de 1912, en Estocolmo. Y de todos ellos, era sin duda el único al que no le cabía el título de señorito.
En Lisboa, Lázaro entrenaba por su cuenta corriendo por las calles, y sus conciudadanos se divertían viéndolo competir con los tranvías. Su resistencia y velocidad lo transformaron en el candidato de todo el país, que aguardaba esperanzado por una victoria más que posible en la lejana y supuestamente fría Suecia. Sin embargo, el día de la carrera la temperatura superaba los 30 grados, y los problemas no hacían más empezar.
El deportista luso se presentó en la línea de largada embadurnado en grasa de pies a cabeza. Calafateado de semejante modo, Lázaro creía poder mantenerse más fresco y ralentizar la sudoración, lo que a su vez le ahorraría el tiempo de pararse a beber agua.
Pero todo salió de otra manera. Con los poros obstruidos, el atleta se derrumbó en shock en el kilómetro treinta y murió dos días después. Curiosamente, el mismo día del fallecimiento de Lázaro, nacía su hija en Lisboa.
En la ya legendaria historia del corredor y en la coincidencia del fin de su vida con el inicio de su descendencia, su compatriota José Luís Peixoto halló la inspiración inicial para su novela "El cementerio de pianos" (2006), un mágico relato a dos voces donde el tiempo y la sucesión se desdibujan, y en el que vivos y muertos pueden coexistir, sostenidos por la inmortalidad del amor.
El autor arribó este jueves a nuestro país para -dentro de una apretada agenda de actividades- presentar su novela en la Feria Internacional del Libro de Montevideo. Apenas aterrizado, el autor dialogó con Montevideo Portal acerca de su obra.
El libro pródigo
José Luis Peíxoto tiene 42 años -la infancia para un escritor- y ya cuenta con un currículum digno de un artista más veterano. Poeta, narrador y dramaturgo, sus obras han recibido diversos premios y han sido traducidas a más de diez idiomas. Dentro de su variada obra, El Cementerio de pianos es una de las piezas más populares tanto en Portugal como en el extranjero, algo que le produce honda satisfacción ya que-dice- se trata de un libro donde ha volcado mucho de su alma y emociones.
"Nunca sabes cómo le va a ir a un libro hasta que se publica", asegura el autor, recordando que El cementerio de pianos tuvo por fortuna una muy buena acogida "muy particularmente al pasar a lengua española. La edición castellana del libro fue muy bien recibida, ganó un premio en España, y ahora ya hay una edición uruguaya", enumera.
"Creo que ese éxito tiene que ver con el hecho de que el libro trata sobre algunos asuntos que son vividos de forma muy semejante en este espacio de la lengua española y portuguesa. Tiene que ver con cuestiones de relaciones personales, familiares, en las que pese a existir diferencias -que siempre las encontramos, especialmente cuando colocamos una lupa encima de las cosas- igual las percibimos de forma similar. La forma de experimentar estas interrogantes es muy aproximada, y creo que es una de las razones por las que este libro acabó por tener una recepción privilegiada en esos países, y ese idioma. Es porque compartimos unos elementos que, más que culturales, son íntimos, forman parte de nuestra estructura", explica.
"Por otro lado, y hablando de lo que significa exclusivamente para mí, este libro tiene mucha importancia, y, fue escrito con la conciencia del peso personal que tenía, porque es un libro que habla de una familia, que si bien no es precisamente la mía y el relato se aparta de mi experiencia, en muchos aspectos sí se relaciona con ella. Cuando lo escribí, en cierta forma me estaba describiendo a mí mismo, y eso es siempre algo sensible, intenso", detalla.
"En el primer capítulo, que es breve, se presenta a un personaje que está muriendo, y finalmente muere casi en el mismo momento en que nace su nieto. Ese capítulo es cien por ciento autobiográfico, es la descripción del día de la muerte de mi padre. Tiene ese punto de partida, y por eso es un libro muy importante e íntimo para mí", cuenta Peixoto, cuyo padre, efectivamente, falleció el mismo día en que nació su nieto. Y las similitudes con la historia del malogrado maratonista portugués no terminan allí.
Lo que se cifra en el nombre
El cementerio de pianos es a veces definido de manera muy superficial como "un libro sobre Antonio Lázaro", pese a que el autor aclara que sólo está "basado circunstancialmente" en la vida del atleta. Y explica también por qué lo eligió.
"Hay mucha razones. Por un lado, y continuando en ese registro personal e íntimo, la primera persona que me habló acerca de Francisco Lázaro fue mi padre. Francisco Lázaro era carpintero, y mi padre también. Por eso, todas las descripciones incluidas en el libro acerca de las maderas, herramientas, etcétera, para mí son recuerdos de infancia, porque yo me crié entre maderas. No en un lugar donde se repararan pianos, eso es una libertad literaria, porque tampoco Francisco Lázaro lo hacía", ya que la carpintería de la familia del atleta se especializaba en carrocerías de autos.
"Después hay una serie de aspectos que también contribuyeron. El hecho de que él fuera a correr una maratón terminó convirtiéndose en una imagen muy útil para expresar todo aquello que yo quería decir, porque el libro, desde su inicio al que ya me referí, tiene imágenes muy expresivas en cuanto a la vida, y la maratón es una excelente imagen para representar la vida, porque la vida es un trayecto, un recorrido", afirma.
"Además, el nombre también resultaba muy interesante, porque Lázaro en la Biblia resucita, y en este libro existen varias resurrecciones. Está la del propio Lázaro que vive de nuevo en estas páginas, pero existe también la resurrección, si quisiéramos verlo así, de cada uno de esos personajes que nunca mueren efectivamente, porque ya a través del primer narrador notamos que a pesar de estar muerto continúa presente. Esa característica, el estar muerto, permite algunos aspectos positivos, una cierta distancia de la acciones, una distancia que permite ver todo de una forma más nítida. Y al mismo tiempo, a pesar de la muerte, hay cosas que no cambian, como el amor que existe entre los personajes, y que en el caso de esta novela es inmortal.
El más allá de acá
La "vida de la muerte", el papel de los que ya no están, los muertos formando parte de una forma u otra del mundo de los vivos: un tema que supo ser abordado en más de una ocasión por el también portugués José Saramago, es medular en El Cementerio de pianos, y también aparece en otras obras del autor.
"La muerte es una de las grandes cuestiones, uno de los grandes asuntos que se mantienen siempre sin respuesta definitiva, pero esa búsqueda, ese querer saber, es vivir", apunta.
"Indagar y reflexionar sobre un tema así es un proceso infinito al que -salvo en el caso de las creencias religiosas- es muy difícil hallarle una respuesta definitiva. Pero eso no tiene por qué ser angustiante, puede ser natural. Pensar sobre la muerte, interrogarnos sobre la muerte, es siempre interrogarnos sobre la vida. Y también por el contrario: querer saber de la vida y sacar conclusiones sobre ella, obliga siempre a considerar la cuestión de la muerte", expresa.
"Al mismo tiempo, otro elemento que está muy presente en el libro es el pasaje del tiempo, en relación a la propia muerte, porque es la muerte la que pone a la vista el valor que el tiempo tiene. Es la muerte la que hace que comprendamos el carácter irreversible del tiempo".
El otro, el mismo
Para el lector acostumbrado a literaturas sin sobresaltos, con líneas de tiempo derechitas y coherencia cronológica, El cementerio de pianos plantea algunos desafíos, donde la pluma de Peixoto parece borrar con sutileza a la vez que escribe. No se menciona jamás una fecha, los límites entre los protagonistas se desdibujan y el relato invita amablemente a un salto al vacío, a abandonarse al tiempo sin tiempo de la habitación donde los pianos en desuso reposan en espera de que sus piezas sirvan para otros, y donde la vida y la muerte superponen sus orillas.
"Sobre esa perspectiva de la cuestión de Lázaro, el libro es anacrónico. No lo situé exactamente en el tiempo de Lázaro, por eso al final hay una nota que dice que el personaje de la novela sólo está basado circunstancialmente en el verdadero Francisco Lázaro, porque se trata de una figura fascinante", dice.
"Mientras estaba escribiendo la novela, en cierto momento me perdí, o la perdí. Tuve que detenerme, volver atrás y rescribir la obra casi completa otra vez, porque ya no era la novela que yo quería escribir, estaba muy fascinado con la historia de Lázaro, y estaba casi haciendo su biografía, me estaba sujetando demasiado a su vida. Por eso, al comenzar de nuevo seguí el camino inverso: transformé la biografía de Lázaro en función de lo que yo quería expresar en la novela".
"En cuanto a la secuencia narrativa y de los personajes, la propia estructura de la novela fue pensada para provocar esa reacción, que no a todos les agrada. Mi recomendación al lector es que continúe la lectura, incluso cuando ya esté perdido y no sepa bien quién es quién (ríe). El gran objetivo en esta novela no es establecer una secuencia muy clara desde el punto de vista cronológico de los hechos, sino que al final de la obra el lector conozca a cada uno de esos personajes y sus matices y contradicciones, porque son personajes a veces paradójicos, con diversas subjetividades, y se contradicen en algunos momentos".
"Los dos narradores se llaman Francisco Lázaro, y al principio queda bastante claro que uno es el padre y el otro es el hijo, pero a partir de cierta altura, hay elementos que hacen pensar que quien suponíamos que era el padre, podría en realidad ser el hijo, e incluso se abre la posibilidad de que ambos sean la misma persona", detalla.
Así, esa suerte de solapamiento generacional, se transforma en uno de los elementos más notables de la obra.
"La cuestión de la filiación atraviesa nuestra propia noción de tiempo. Hablamos de siglos de manera muy abstracta. Cuando nos referimos a acontecimientos ocurridos hace doscientos o trescientos años, lo hacemos de un modo que es ajeno, exterior a nosotros. Lo comprendemos, pero no prestamos real atención a la idea del pasaje del tiempo. Pero sí tenemos esa impresión cuando nos involucramos, y eso normalmente sucede cuando se trata de las generaciones que nos precedieron inmediatamente , o nos suceden inmediatamente. Cuando pensamos en nuestros padres, abuelos, quienes de alguna manera nos tocaron. O en nuestros hijos, sobrinos, que nos continuarán", concluye.
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