Hace ya algún tiempo, Felipe Polleri dejó de ser un escritor casi subterráneo para alcanzar un estatus prácticamente de culto. Su nombre sonó primero en Uruguay, pasó a Argentina por fronteras más permeables que lo que los gobiernos desean, y está siendo publicado en España y México. Ya conoció traducción lusa e italiana, y lo mejor está por venir.

La obra de Polleri se asienta sobre un pequeño arsenal de tópicos, desde y hacia los que el autor dispara su munición, a veces descontrolada, de crueldad y sarcasmo.

La vida familiar (Criatura, 2016), colección de cuentos que abrevan o se construyen desde las relaciones de parentesco o la falta total de ellas, es un trabajo en el que el mejor Polleri muestra los dientes, en sonrisa o amenaza.

La monstruosidad de sus personajes y su aberrante parecido con la realidad se acentúan todavía más con el filoso estilo de Polleri, un tipo que escribe con escalpelo.

En La vida familiar hay de todo, menos excusas. Para el autor, el deber del escritor es "contar sinceramente, con todas las exageraciones y deformaciones", su propia versión de las cosas, "que no necesariamente es la verdad".

La única ética del escritor, dice Polleri, es ser sincero con su experiencia vital. Lo demás, si lo hay, es una cuestión de estilo.


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Pasaste de ser un escritor under hace algunos años a ser un autor de culto, acompañado de ediciones y ventas...

No sé si se vende lo que escribo. No quiero ni saber. Pero sí me pagan. Como todas las cosas, es poco a poco. Me llena de alegría, por supuesto. Ver que te editan en otros países son mimos. Y mucha gente contribuyó para eso.



Es como decir que no estabas tan equivocado...

Yo nunca pensé que estaba equivocado.

 

No escribís por dinero...

No, para nada.

 

¿Y por qué escribís? Se dice que siempre estás escribiendo el mismo libro... ¿Hay algo de eso en tus libros, donde se repiten los mismos demonios?

Pienso que sí. Que hay ciertas cosas que me obsesionan y que siempre están volviendo. Eso del mismo libro ya se convirtió en una especie de lugar común. Lo que pasa es que cuando vos tenés un estilo muy definido, y tus temas son más o menos los mismos, pasa eso. Si fuera por dinero vendería chorizos. Nadie escribe por dinero, menos en Uruguay. Es una vocación que tuve siempre, que fui desarrollando con los años. Lo primero es escribir. Un escritor es un tipo que escribe libros en su casa, si tiene. Después pasan las otras cosas, que son otro momento.

 

¿Cuánto trabajo desechaste antes de ser escritor?

Muchísimo. Muchísimo. Mis libros parecen chicos, pero hay un laburo de tirar y de corregir. Siempre escribo así (hace un gesto de abrir los brazos) y publico así (junta el índice y el pulgar). Siempre hay un laburo de decantación. Además siempre estoy escribiendo, y tiro mucho. Todo lo que no me parece que ayude al libro se tira. Y si no se tira, se aparta para sacar algo. Rescatar una frasecita que puede servir en otro contexto. Corrijo mucho, pulo mucho. Cuando doy un libro es porque estoy convencido. Siempre se podría seguir, pero llega un momento en que tenés que decir "bueno, se acabó". Si no, podría estar una vida perfeccionando el mismo libro. Mi idea siempre fue que por negligencia, un libro, no. Mis errores son mis errores, naturales como escritor. Mis defectos, mis limitaciones. Pero nunca la negligencia, nunca por no trabajar. Vos vas viendo el libro como un objeto.

 

¿Un libro publicado o un libro en progreso?

Un libro en progreso. Lo vas mirando desde diferentes ángulos. ¿Qué más se le puede sacar a esto? ¿Qué le faltó? ¿En qué no profundicé? Yo trabajo así. Hasta que no puse todo lo que podía poner, ese libro no lo doy.

Foto: Montevideo Portal | Joaquín Fernández

¿Y hay un tema antes de empezar un libro?

No. Es lo que va pidiendo. Yo me siento sin una idea en la cabeza. Sé que todo lo que escriba, a esta altura del campeonato, se va a unir a mi espalda, porque es mi estilo, mi manera, sale de muy adentro. Todo lo que sale de ahí, de alguna manera, va a estar relacionado. Por eso guardo cosas, porque me pueden servir.

 

En el caso de La vida familiar, que los cuentos tienen como tema común la familia, ¿Los textos son contemporáneos o salieron de archivos guardados?

No. Alguno, algún pedacito salió de algún lado, pero la mayoría son de ahora. Lo que pasa es que el proceso es largo. Un cuento capaz que sale rápido, pero por ahí tiene algo que se te había ocurrido hace diez años. No es una cosa tan cronológica. No es "terminé otro libro y agarro este". Sí, empiezo con este, pero siempre hay cosas que viste, que te interesaron, y que vienen rebotando desde tiempo antes, y que nunca encontraron su lugar. Ideas, hasta bromas. Yo siempre jorobo con que hay que darle un departamento del Uruguay a los palestinos, y otro, alejado, para que no se peleen, a Israel. Así poblamos el campo y arreglamos un gran problema internacional. De esa idea nació uno de los cuentos ["Un viaje con mis padres"], donde le vendemos a Japón una parte de Tacuarembó para que traigan a las víctimas de Hiroshima. Con eso quiero explicar cómo, a veces, una idea, un comentario, te sigue rebotando en la cabeza hasta que nace un cuento. Esa boludez la dije durante años, y se me ocurrió a mí como se le podría haber ocurrido a 500 más. Ese proceso lento, que siempre está maquinando, también se refleja en la obra.

 

Me llama la atención que tus relatos, sin excepción , son crueles, tremendamente crueles, pero los salva, por usar una palabra que seguramente está mal empleada, el humor negro. ¿Es deliberado?

Pienso que cuando estás satirizando exagerás las cosas hasta el absurdo. Lo que yo pienso de la familia, y el libro La vida familiar, son dos cosas muy distintas. Ahí me estaba planteando, inconscientemente, un tema que me estaba rondando. No es que le haya agregado humor. Mientras lo escribía me reía de los dislates. Yo no lo tenía pensado así. Me siento y, si sale, bien, y si no, a dar vueltas alrededor de la mesa hasta que sale.


No sos el tipo que cuenta chistes en los asados...

No, no soy nada gracioso. Si tengo algo de gracia, es humor negro. Es el que me sale. Sí soy un tipo bienhumorado, no soy mala onda. Me revienta la mala onda. Hago chistes, chistes chotos, pero en el acto de escritura el inconsciente entra mucho. Estás muy abierto, muy poroso. Y muy libre. La literatura es el lugar de la libertad. Entonces surgen estas cosas con naturalidad.

 

¿Te ponés algún límite para eso?

No, dejo pasar todo. Pero el placer estético es parte del asunto. Si no sería una catarsis.


¿No creés en la escritura como catarsis?

No, solo como catarsis no tiene sentido. Sí te sirve para vos, pero tenés que tener presente que estás comunicando. No me imagino qué receptor puede tener la simple catarsis. Sé que lo tiene, ahora lo sé. Antes no lo sabía. Pero siempre aspiré a comunicar. Pero está bien igual. Mucha gente lo hace. Escribir es una manera de pensar. La catarsis está bien, pero que sea un libro hermoso estéticamente. Que sea un libro bello. Yo no escribiría si pensara que lo que hago fuera informativo, catártico, o educativo. No me interesa. Me interesa esa explosión poética, aunque los contenidos sean duros. Este es un mundo muy duro, ¿no? Pienso que no hay imaginación capaz de llegar a la crueldad del mundo como es. Podés ir hasta cualquier lugar y no te vas a quedar corto. Vivimos en un mundo espantoso. Que no seamos conscientes, por sobrevivencia, no quiere decir que lo que está pasando no exista. A veces me dicen que soy cruel, y no: el mundo es mucho más cruel. En este momento están muriendo niños de hambre en varios lugares de América Latina. En Uruguay capaz que no, pero viven en la miseria. Eso es algo que siempre me propuse: no ser más falsamente piadoso de lo que es la realidad. El mundo es así. Vamos a no comernos los mocos.

 

Otros autores, con ese pensamiento, han optado por una literatura de denuncia, militante, casi marxista. ¿Nunca te lo planteaste? Porque hasta por una cuestión generacional estás vinculado a ellos...

Yo soy una persona de izquierda. No soy anarquista, voto. Pero eso es un acto social, público. Después está la realidad, que no tiene nada que ver con las promesas, o con el futuro. Cuando el futuro sea precioso, yo lo voy a reflejar. Por ahora no lo es, está muy lejos. Para mí son coartadas. Si vos querés consolarte pensando en el futuro luminoso, te estás escapando del problema. Ahora pasa esto. El futuro luminoso ya nos iluminará, lo veremos, festejaremos, pero por ahora no existe. Para mí es uno de los tantos caballos a los que te podés subir para escapar de la realidad. Yo no considero que sea ético en última instancia. Te voy a hablar de cómo veo las cosas yo. Lo que sea en el futuro es otro tema. Porque si no nos estamos consolando.

 

¿Existe una ética del escritor?

La obra tiene que ser ética en cuanto a su sinceridad. Y tiene que ser ética en cuanto a que pusiste lo mejor. Que agarraste y pusiste toda la carne en el asador, y te rompiste el alma para hacerlo posible. Eso es compromiso. Creo que los libros de autoayuda no son éticos. Todo lo contrario, están engañando deliberadamente, en la mayoría de los casos, al público. Están vendiendo obeliscos. Son tan falsos como la publicidad. Vos tenés un deber con el lector, que es darle el mejor libro que podés escribir. Y contar sinceramente, con todas las exageraciones, deformaciones y cosas que no van a complacer al público, sino a la obra de arte. Tenés la obligación de dar tu versión de las cosas, que no necesariamente es la verdad. Y sin autocomplacencias, porque es muy fácil agarrar por el lado, tan uruguayo, del "todos somos buenos". Esas películas de uruguayos que en el fondo son buenos tipos... No estoy muy seguro. Ni los uruguayos, ni los argentinos, ni nadie. Es partir siempre de falsas premisas. ¿Cuál es tu experiencia, qué viste, qué viviste? Hablame de lo que viste vos, de tu experiencia real, diferenciala de tus esperanzas y tus proyectos.

 

Y por más que el futuro sea realmente luminoso, hay otra lectura de tu obra, que habla de la oscuridad intrínseca, de la locura. Aunque el futuro, mañana mismo, sea luminoso, la locura va a seguir existiendo...

La mía sí (Risas).

 

¿Y es contagiosa?

No, para nada. Desgraciadamente no. La gente se precave muy bien, por suerte. Sí. Es uno de mis temas. Se ve que es una de mis preocupaciones. A esta altura aprendí que se vuelve loco quien puede y no quien quiere. Yo soy un sencillo neurótico.

 

¿Pero te preocupa volverte loco?

Me preocupó muchos años, sí. Ahora ya no la tengo, porque la vida ya pasó mucho. Y de alguna manera sigue siendo mi tema porque soy una persona conflictuada, entonces me cuestan las cosas. La vida cotidiana... Soy bastante disfuncional y tengo que convivir con eso. Fijate que, si en Uruguay, decidís ser algo tan loco como escritor, ya se da que estás muy solo, entonces esa "anormalidad", de alguna manera, te pone en un lugar que no ayuda a la tranquilidad interior. Estás laburando con tus problemas, y desde una posición donde sos sumamente vulnerable. No sos nadie. Sos un escritor. Y no un escritor edificante, integrado ni partidario, que habla de un futuro luminoso. Es difícil, desde esa posición, conservar el equilibrio. Yo lo conservé. Con altibajos, pero lo conservé siempre.

 

¿Hubo pares que cayeron en el camino?

No. Lo que vi fue renuncias. Mi amigo Mario Levrero no era un caso de cordura estricta, pero él se manejó siempre como pudo. A veces mejor, a veces peor. A su manera. Pero vi otros casos de gente que no soportó la presión, o buscó apoyo... Esa es una de las cosas tristes que pasan en Uruguay. En lugar de hacer la tuya, como estás tan solo y es tan difícil, empezás a buscar gente, desde un partido hasta un grupo, una bandita, y escribís para ese partido, para ese grupo, esa bandita. Es la búsqueda de la aprobación, porque económicamente estás mal, socialmente estás desclasado, inadaptado. Entonces te validás en ese grupo, y cuando pasa eso perdés mucho como escritor. He visto muchos casos. O gente que sencillamente renuncia. Tipos que han escrito uno, dos libros muy buenos, y después tiraron la toalla. El medio es muy hostil. Hay países donde te editan, te protegen, está bueno. No sé si es perfecto, pero pienso que es mejor que te ayuden a que no. Y Uruguay es el otro extremo, es salvaje. Preguntan por qué tenemos la mortandad tan alta por suicidios, o por qué la gente se va. Porque Uruguay no te da nada: te quita. Yo entiendo por qué la gente se anida en un lugar, o deja: porque es muy duro. Ahora, si vos estás convencido, lo seguís haciendo igual. Conozco mucha gente muy talentosa que sigue para adelante.

Foto: Montevideo Portal | Joaquín Fernández

Decís que se busca el grupo, la pertenencia, y veo que la cultura uruguaya es muy endogámica... ¿Siempre fue igual?

A mí siempre me sorprendió eso. Los amigos escritores me los hice con el tiempo. Y, para mí, son más amigos que escritores. Son pocos. Yo escribí solo toda mi vida. Me hice amigo de Mario, que fue el único amigo escritor que tenía hasta hace algún tiempo. Pero es cierto, es súper endogámica la cultura. Por eso mismo, porque es difícil soportar la soledad. Tenés poetas que se reúnen, y son los mismos poetas que se leen entre ellos, los músicos hacen música para ellos y entre ellos. Es una manera de hacer algo, de protegerse, y la entiendo. Ahora, cuando eso te transforma, y en realidad estás escribiendo para ese grupito, para esa familia, se pudre todo. Vos tenés que pensar en otra cosa, no en eso. ¡Competí con Dostoievski! Porque si no, no crecés. Nadie te dice "mirá, esto es una cagada". Es siempre la aceptación, la palmada. Yo siempre tuve amigos, pocos, a los que les di mis cosas para que las hicieran paté. Esa era la condición.

 

¿Siguen siendo amigos?

Muy amigos. Uno era Mario. Conmigo era sumamente impiadoso. Tengo un amigo que dejó de escribir. Súper talentoso. Y no encontró dónde publicar. Yo trato de darle manija a la gente joven, que aguante. Si vos aguantás, tarde o temprano las cosas ocurren. Si sos bueno te van a publicar. No tenés que darle pelota a nadie...

 

¿Siempre pensaste de esa forma o te volviste optimista con el tiempo?

Siempre pensé más o menos eso. Toda la vida fui muy optimista en el sentido de pensar que, si hacés un buen laburo, algo va a pasar. Lo experimenté en carne propia cuando empecé a publicar hace unos años. Igual no pasa mucho, porque estamos en Uruguay, y no podés pedir milagros. Pero si tenés 30 lectores que no son tus amigos, ya es importante. Eso te ayuda. No te vas a hacer rico ni salir de pobre, pero vas a cumplir con tu vocación.


¿Te cambió la perspectiva empezar a publicar en el exterior, darte cuenta de que no escribías solo para el público local, de la aldea?

No, no. Fue el público de la aldea el que permitió que pasaran estas cosas. Mis libros se venden. Poquito, como es lógico en Uruguay, pero no poquito para Uruguay. Y porque pasó eso pasa lo otro. No podés esperar que, de entrada, te publiquen en otro país, si no te publicaron en el tuyo... Yo tengo 63 años, y estas cosas me vienen pasando en los últimos tres... Hasta los 60 años solo publicaba acá, y estaba chocho.

 

Bukowski decía algo así, que la vida empezaba a los 60, que es cuando le empezó a ir bien a él...

Claro. Él es un caso claro. Escribía su poesía, sus narraciones, hasta que un día se destapó el tarro. Se podría haber muerto perfectamente sin que pasara nada. Por suerte le pasó en vida y le fue bien los últimos años, después de estar en bancarrota total. Si vos lo que querés es fama y dinero, dedicate a otra cosa. La literatura es uno de los medios más difíciles. Es vocación y paciencia.


¿Hasta cuándo pensás seguir escribiendo?

¡Mientras me dé la cabeza! Muchas veces me he dicho "che, terminala con esto", pero sigo...

 

¿Es placentero para vos escribir?

Adrenalina pura. Se sufre, pero la adrenalina te da vida. Capaz que algún día escribo para mí. Si saco un cuentito por año me considero satisfecho, mientras considere que es digno de publicarse. Pero escribir, para mí, es una costumbre, un hábito cotidiano. Es muy difícil dejar. Todos nos lo proponemos en algún momento, pero nunca me lo planteé seriamente.

 

¿Te releés?

Sí. Me releo para ver quién soy.

 

¿Y quién sos?

Un loco de mierda... (Risas)