Jorge Costigliolo | Montevideo Portal
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El ritual de la banana, álbum debut de Los Pericos, irrumpió como una turbonada en la escena del rock argentino de la época. La canción que daba nombre al disco sonó hasta de canto en todas las radios, y los cortes de difusión fueron casi tantos como surcos tenía la placa. Y eso que 1987 no fue un año flojito en lanzamientos: Charly García publicó Parte de la religión, Fito Páez Ciudad de pobres corazones, Sumo sacó After Chabón, los Cadillacs rompieron todo con Yo te avisé, y fueron los estrenos discográficos de, entre otros, Don Cornelio y la Zona y Los Pillos.
Ese shock de popularidad los eximió casi de prestar servicio en el underground, y, en cambio, los convirtió en una banda de laburantes de la música, que en 30 años de carrera grabó 13 discos de estudio y uno en vivo, y metió más de 2.000 shows en las tres Américas y Europa.
Tuvieron suerte y sentido de la oportunidad, pero también talento a paladas. Los Pericos supieron leer el reggae tradicional y resignificarlo en clave rioplatense y fiestera, mudaron de idioma al tiempo que maduraban la lírica, se codearon con los artistas del momento y obtuvieron la aprobación, por si era necesaria, de los próceres del género.
En el medio, la vida misma: casamientos, nacimientos y muertes, y la deserción con aires de alta traición de El Bahiano, su cantante durante 17 años. Y entonces sacar fuerza, sacudirse el polvo y seguir de pie, en la ruta.
Este año, a tres décadas de su fundación, afianzados como uno de los grupos más populares de Argentina, dentro y fuera de fronteras, Los Pericos dicen tener cuerda para rato. "Nos gusta subirnos al avión, al barco, a la van, y salir a girar, a tocar", dice Willie Valentinis, guitarrista de la banda desde que era un pibe de 16 primaveras que no se imaginaba la avalancha que se le venía encima.
A eso hay que sumar que en 2017 presentarán donde quieran escucharlos Soundamérica (Sony, 2016), el disco más reciente del combo, que los pone otra vez en la carretera, con "la zanahoria para salir a defenderlo en vivo".
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¿Cómo hace una banda con 30 años de carrera para levantarse cada mañana pensando en grabar, en salir a tocar?
Disfrutamos mucho de tocar juntos. Cada vez que tuvimos alguna crisis grupal, musical, personal, lo que fuere, siempre volvimos a la misma pregunta. ¿Para qué estamos acá? ¡Para hacer música! Y disfrutamos de la música juntos. Esa es la clave de todo. Y la libertad que tenemos dentro del grupo de poder hace cosas, que cada uno haga lo que quiera aparte. Sufrimos de abstinencia cuando no tocamos en vivo. Subirnos al avión, al barco, al micro, a la van, y salir a girar, a tocar. Nos encanta eso y nos une muchísimo. Y un disco nuevo, como este, que es muy tocable en vivo, porque lo compusimos básicamente en la sala de ensayos, nos pone más la zanahoria para salir a defenderlo en vivo.
¿Buscaron especialmente que el disco fuera así de directo, tan "tocable", o fue saliendo en el proceso?
Buscamos eso. Nosotros tenemos esa manera de armar los discos, desde Pericos & Friends (2010), que es meternos en la sala, y zapar y componer. Una vez que tuvimos unas 60 protoideas, hicimos como un tamiz, donde quedaron unas 20, que terminaron en las 13 de Soundamérica. Ahí depende la letra y un montón de cosas para que vayan quedando en el camino. Una vez que tuvimos las 20 hicimos como una preproducción, y desde ahí ya nos subimos para hacer todo. Fuimos grabando el disco encima, lo mezclamos. Además, como lo mezcló nuestro tecladista y lo hicimos entre nuestro estudio, la casa de él, la de Juanchi y la de cada uno, fue como un disco largo. Antes uno iba al estudio, grababa la base, la guitarra, las voces, y después tenías un día por tema para mezclar. Ahora es como que lo vamos armando a lo largo de estos dos años. Eso hizo que pudiéramos cambiar estructuras, que de golpe un tema que tiene una parte que no sirve se puede sacar, podés inventar alguna cosa que falta. Es una manera de composición que encontramos muy buena para nosotros.
¿Se volvieron más exigentes con el tiempo? ¿Se quedaron con lo que les gustó de entrada o le buscaron la vuelta?
No sabría qué decirte. Tardamos mucho en hacer este disco por muchos motivos. Uno de ellos fue porque no hacíamos un disco con temas nuevos desde hacía mucho tiempo, y me parece que fue un proceso, humano, que vivimos dentro del grupo, de desgaste. Después de reinventarnos hace doce años, y después la muerte de nuestro saxofonista Horacio [Avendaño, fallecido en 2013], necesitábamos ese tiempo. Cuando sentimos la necesidad de hacer el disco lo hicimos... No teníamos algo que nos apurara de atrás. Tenemos un repertorio clásico que la gente va a querer seguir viendo y escuchando siempre. Bueno, ojalá. Siempre es un decir. Pero si vas a ver a Los Pericos vas a querer ver "Waiting" o "Pupilas lejanas", aparte de los temas nuevos. Como no teníamos apuro, no sé si estábamos exigentes o no. Me parece que hicimos lo que realmente quisimos. Los 13 temas que están son los que queríamos grabar, las letras también. Es un disco muy trabajado, aunque parece fresco, porque también lo es. No pusimos cosas de más, no hay palabras de más, llegó al punto justo. Los temas que no llegaron al punto justo no están en el disco.
Los Pericos es una banda que casi no transitó el under y, con El ritual de la banana, ustedes, un puñado de pibes de clase media, se vieron metidos en la rosca del rock. ¿Cómo fue vivir una vida que para muchos de la generación de ustedes solo era y fue un sueño?
Hay una diferencia de edad entre los integrantes del grupo. Yo soy el menor, tengo 46, y Marcelo [Blanco, percusionista], el mayor, tiene 56. Él sí vivió el under. Tocó con Fontova y un montón más. Yo estaba en el Secundario cuando grabamos el primer disco. No me dieron ni tiempo. Lo que vivimos del under fue con grupos paralelos que teníamos, antes de llegar a Pericos. Tuvimos mucha, mucha suerte. Estamos muy agradecidos de que la gente nos haya acompañado durante casi 30 años de carrera. Tal vez el derecho de piso lo pagamos en el tercer disco [Rab A Dab Stail, 1990]. Después del Ritual de la banana (1987) y King Kong (1988), pasamos de ser la máxima moda a todo lo contrario. Estábamos demodé, nadie nos escuchaba. Era una crisis del vinilo muy importante, además de la crisis que vivía Argentina. Nos reinventamos después con Big Yuyo (1992), y esos dos años que duró la crisis tocamos en bailantas, en vez de hacer 100 shows al año hacíamos doce... Ese fue nuestro under, nuestro pago de derecho de piso. Pero siempre fuimos muy agradecidos.
También pasa que Los Pericos no es una banda del reggae más puro, y tampoco encajó nunca en el rock tradicional, y entonces parte del público y la crítica siempre les exigió más, los sometió a examen cada vez que sacaron un disco... ¿Les molesta o les molestó eso?
No. No porque tienen razón. Si vos querés decir que somos reggae sí, somos reggae. Tenemos temas reggae. Ahora en este disco tenés "Ahora puedo ver" o "Anónimos", que son reggae. Pero son reggae Pericos. No es root. Tal vez en la Argentina, o en Uruguay, se cree que el reggae, si no es root, no es reggae. Hay muchos puristas del género. Lo hablamos con los Nonpa [Nonpalidece], con Los Cafres, que son íntimos amigos nuestros, y nos reímos de eso. Podemos estar en un festival de rock, como hemos estado, con Sepultura y Rata Blanca, y podemos estar en un festival de reggae, como estuvimos en toda Latinoamérica y Jamaica, varias veces. Los mismos grupos de reggae, con los que hemos tocado, o grabaron en Pericos & Friends, como los Waillers, que giraron con nosotros, nos consideran un grupo de reggae. Ellos son como más abiertos. Para nosotros, lo que vale, es la idea. Si la idea es reggae, es reggae. Si es ska es ska, y si es rock es rock. No importa. Lo que importa es que la canción esté buena. La gente cada vez es más abierta. Si te gusta la música que estás escuchando está bien, y si no te gusta, no te gusta, más allá del género que tenga.
Eso que planteás, mirado en perspectiva, ocurría en los tiempos en que se formó la banda, que no había tanto prejuicio, y sí ganas de experimentar. Por un lado Charly García y Spinetta sacaban sus mejores discos, y por el otro bandas nuevas como ustedes, Don Cornelio, Los Pillos, Fricción y hasta Soda Stéreo, hacían cosas distintas pero estaba todo bien, incluso compartían integrantes...
Es cierto. Hemos tocado con un montón de esos grupos, y conocimos, aunque brevemente, el under porteño. No te olvides que éramos público de rock. Íbamos a ver a Sumo, a Soda cuando era under, Euroshima, Los Pillos, Duna, Don Cornelio, la KGB. ¡Tocamos con La KGB en Montevideo en el verano del 88! Vimos a todos los grupos de los 80, y muchos, después, derivaron en otras cosas. El under porteño siempre fue muy rico, y sobre todo en esa época, cuando, tal vez, era más loco tener un grupo de música. Ahora tal vez es más normal, lo veo por mis hijos. Todos los padres quieren que sus hijos toquen algún instrumento. El nene quiere jugar al fútbol, pero igual le compran la batería. Nosotros llegamos a la música siendo público, por los artistas que admiramos. A Charly, a Calamaro. Tuvimos la suerte de tocar con Spinetta. Yo tuve la suerte de tenerlo en mi cama cantando canciones con la guitarra acústica. Cosas soñadas. Nosotros salimos de una movida en la que estaban los Cadillacs, un poco más tarde los Decadentes, Los Cafres, la Zimbabwe, Todos Al Obelisco.
Apelando a esa memoria, ¿Ves que la música contemporánea en América Latina viva un momento tan rico como aquél? ¿Se puede comparar?
Para mí hay un tema generacional. Todo lo que te pega a los 15, 18, 20 años, te pega más fuerte que a los 40. Por supuesto que, para mí, todos esos discos, el primero de Charly, esa década del 80, me va a pegar más fuerte que lo que suena ahora. Porque vivo la música de otra manera, porque la música marcó momentos de mi vida. Y me parece que ahora se están viviendo momentos muy buenos. En el disco están como invitados Emanero, un rapero excelente, y Carla Morrison, que es una estrella mexicana en ascenso, que son increíbles. Acá hay toda una movida de hip hop muy buena, y en Latinoamérica están todos los reguetoneros, los grupos nuevos de reggae, o de rock, bandas de otras ondas... Tal vez en los 80 había más cosas por descubrir en Argentina, porque veníamos de la etapa represiva del Proceso, pero siempre hay expresiones nuevas y cosas copadas. Pero a cada uno le pegan de diferente manera.
Los Pericos lleva ya casi el mismo tiempo de vida con Juanchi Baleirón como cantante que el que estuvo El Bahiano. ¿Ves la salida de Bahiano como una bisagra importante, como algo traumático, o ahora ya es casi anecdótico?
El Bahiano estuvo 17 años, y con Juanchi llevamos casi 13. Creo que fue una bisagra importante. Mucha gente creció con Los Pericos con el Bahiano cantando, y le sigue gustando esa versión de la banda. Mucha gente conoció Pericos con Juanchi cantando, y no contemplaría que volviera el Bahiano. Pasan ambas cosas, y todo es válido. No tenemos más relación con el Bahiano, pero valoramos su aporte. Con el tiempo te van quedando las cosas buenas y valoramos y queremos esos 17 años, en lo artístico. Muchos de los temas que hoy tocamos en vivo los hicimos juntos. Entiendo que gente que nos seguía no nos haya seguido más después. Pero también nos siguió otra gente, y se nos abrieron otros mercados. Ahora hacemos todo México, Estados Unidos... Ahora Pericos es así, y nosotros estamos acostumbrados. Pero está todo más que bien.
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