Jorge Costigliolo | Montevideo Portal
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No tiene página web, ni Facebook, ni Twitter, Tampoco celular. Probablemente, la última concesión que le hizo a la tecnología es el contestador telefónico de su casa, que funciona como una suerte de filtro de llamadas no deseadas. Con 60 años, cuatro discos editados y uno por venir al frente de su banda (que no es lo mismo que solista, expresión o cualidad de la que descree), Skay Beilinson opina que los Redonditos de Ricota "ya fueron", que hay que ser generosos con el presente y que la esperanza es lo último que se pierde.
Los caminos del viento
Era jovencito, casi un niño. Eduardo Beilinson, que luego sería Skay pero todavía no lo sabía, empuñó su guitarra y formó su primera banda, Diplodocum, Red & Brown, en esa usina rockera que es la ciudad de La Plata. Al poco tiempo, y con cualquier excusa, él y su hermano se fueron al Viejo Mundo. París no era una fiesta.
"Ese viaje fue realmente iniciático", recuerda; "me pasó de todo. Llegamos a París con los coletazos del Mayo Francés, caímos en el Barrio Latino, y aquello era un hervidero. Dos por tres había manifestaciones, se tomaba el barrio por un par de horas, venía la policía a reprimir. Los jóvenes estaban queriendo cambiar el mundo, y era alucinante".
"En una de esas manifestaciones la policía me partió la cabeza, fuimos detenidos con mi hermano, y nos expulsaron del país. Cruzamos a Londres, donde estaba sucediendo la otra maravilla, que eran los comienzos del hippismo, estaban los Beatles, empezaba Hendrix, Pink Floyd. Eso me abrió los ojos desde todo punto de vista".
Cuando volvió a Argentina, dice, nada era lo mismo. Lo que para él había comenzado como "un flash" se hizo semilla, y germinó. Poco después, le fue imposible seguir viviendo bajo el techo familiar, se vinculó a la Cofradía de la Flor Solar, un fundacional experimento hippy, conoció a Poly, la compañera de su vida, y "ahí empiezan las mil aventuras".
No las nombra, pero es inevitable no relacionar las "aventuras" con el nombre de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, una de las bandas más importantes de la historia del rock en este idioma que hablamos, donde fue guitarrista y compositor durante un cuarto de siglo, desde 1976 y hasta su disolución, no precisamente en los mejores términos.
Pero esos son cuentos viejos. "Los Redondos ya fueron", asegura. "Son historia: hace casi doce años que no están. No es bueno estar volviendo al pasado porque te perdés el presente, y eso es algo desgraciado".
Foto: Vicky Aranda
Divino tesoro
¿Cuál fue la última banda de pibes de 20 años que le movió el culo a su generación? ¿Los Sex Pistols? ¿Nirvana? En los tempranos 70, no había lugar para los viejos. Los que tenían la edad de Skay, que ya era Skay porque lo había bautizado así Marta Minujin, tenían referentes que apenas pasaban las dos décadas, "y después estaban los precursores, que rondaban los 25 años, que habían pertenecido a la generación beatnik y venían de toda esa cultura".
Ahora mismo, la inspiración y el espejo, para Skay, vienen del mismo lado. "No sé cómo será eso para los pibes de hoy en día. En mi caso sí, los referentes siguen siendo los mismos, son como una fuente inagotable de inspiración. Vuelvo a escuchar a los Beatles y me siguen pareciendo geniales, sigo leyendo textos de aquella época que me siguen ‘diciendo' cosas, pero hoy no sé; supongo que el auge de las nuevas tecnologías le produce algo a los más jóvenes, que yo desconozco".
Sin embargo, reflexiona que, con las nuevas generaciones, "algo está pasando, y no sé muy bien lo que significa. Los veo absolutamente vulnerables a lo que el sistema les quiera vender, desde zapatillas hasta una ideología. Creo que no tienen todavía una cultura capaz de cuestionar ese tipo de cosas".
Abalorios
Primero Elvis, y después los Beatles, hasta que la pelvis y el flequillo se volvieron inofensivos. Le pasó a los punks, que se volvieron postal, cuando no estampita.
"Poco a poco, el sistema fue morfándose todo", dice Skay." Aquellos movimientos que comenzaron siendo una contracultura, al poco tiempo empezaron a producir objetos para consumir, y ya te vendían el simbolito de la paz o la remera del Che Guevara. Así todo tiende a diluirse, aquellas cosas que podían ser transformadoras se convirtieron en objetos de consumo. En el rock fue pasando lo mismo. Aquella música liberadora, que fue vehículo de una contracultura, terminó siendo la música de fondo para venderte un champú".
Y agrega que "lo que quedó de todo aquello es un grupo de músicos creadores que todavía siguen siendo buenos y tienen algo bello para aportar, pero ya no son transportadores de una cosmovisión diferente. Todo eso está metido ya dentro de un gran lavarropas que es esta cultura del espectáculo, del entretenimiento".
La realidad hizo verdad la profecía. Unos meses antes del aterrizaje europeo de Skay, Guy Debord ensayaba su teoría de la Sociedad del Espectáculo, en la que señalaba que, "el espectáculo, comprendido en su totalidad, es a la vez el resultado y el proyecto del modo de producción existente. No es un suplemento al mundo real, su decoración añadida. Es el corazón del irrealismo de la sociedad real. Bajo todas sus formas particulares, información o propaganda, publicidad o consumo directo de diversiones, el espectáculo constituye el modelo presente de la vida socialmente dominante". El futuro llegó hace rato.
Foto: Vicky Aranda
Héroes porteños
Tras la separación o el interminable año sabático de los Redondos, Skay comenzó una prolífica y ajetreada carrera en plan guitarrista y cantante. Desde 2002 publicó cuatro discos (A través del mar de los Sargazos, en 2002, Talismán, en 2004, La marca de Caín, en 2007, y ¿Dónde vas?, en 2010), con los mismos criterios de independencia comercial y artística que se manejaron los Redondos, tocó en todas partes, sólo o en festivales, para multitudes o pocas decenas de personas. El 6 de octubre se presentará en el Teatro de Verano, en su enésima llegada a estas costas, esta vez al frente de Los Fakires, la nueva encarnación de su banda.
"Uruguay es un lugar que me gusta. Me gusta la gente, es muy respetuosa, no tiene el grado de locura que ves acá en Buenos Aires. Siempre me sentí muy bien, muy cómodo, bien tratado, e hice buenos amigos. Siempre es un placer volver", dice.
Algunos de los amigos que nombra se remontan a la década del 80, cuando conoció a Jorge Nasser y Pablo Faragó, que arrastraban el sueño de Níquel por la capital porteña, y otros son más recientes, como Buenos Muchachos. "Hicimos buena amistad con ellos", dice.
Late, late, corazón
Skay tiró piedras a la policía en París, vio cómo los hippies eran absorbidos por las rutinas burguesas, convivió con la muerte en los años de plomo y vio a la primavera de la democracia volverse rápido invierno oscuro y helado. Así y todo, es optimista con el tiempo que le tocó vivir.
Las personas "somos capaces de cometer las atrocidades más grandes, las guerras, las barbaridades más tremendas, y sin embargo, llega un momento en el que seguimos creyendo en la bondad y el amor como el único camino que nos queda para salir de esta locura", reflexiona. "Así vamos, a los tumbos, con pequeños aciertos, pero en su mayoría grandes errores, lentamente hacia un lugar más luminoso".
"Creo que se puede lograr, porque si miro la historia desde una perspectiva muy grande, veo que los avances se van produciendo, poco a poco. Antiguamente existía la esclavitud, hoy en día, si querés, hay otro tipo de esclavitud que funciona distinta, no de la misma manera; hay más conciencia del planeta como algo vivo, un sistema ecológico que es preciso cuidar, por más que seguimos explotando las minas y haciendo cualquier desastre. Cada vez hay más conciencia de la urgencia por cambiar este tipo de cosas, y eso llevará su tiempo. Espero que podamos revertirlo a tiempo, antes de que nos mandemos una cagada más grande". Aún más.
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