Contenido creado por Jorge Luis Costigliolo
Entrevistas

Mondo cane

Conversamos con Rafael Courtoisie, con la excusa de la reedición de “Vida de perro”

“Un libro sobrevive en la medida que las nuevas generaciones de lectores encuentran cosas que no encontraron otras en otro momento”.

09.11.2018 18:25

Lectura: 20'

2018-11-09T18:25:00-03:00
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Jorge Costigliolo | Montevideo Portal
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Un día un hombre (¿Un hombre?) amansó a un lobo, y entonces lo volvió perro. Perdón la brocha gorda. A la mayoría de las personas le gustan los perros. En mi barrio los perros finos -pequeños, grandes, con pelajes de peluquería- pasean a sus pretendidos amos. Pero también hay los otros, los que llegaron tarde, los huérfanos de pedigree que rondan los contenedores de basura en busca de un banquete.

A Hitler le gustaban los perros y, si es cierto que Jesucristo existió, también le habrían gustado.

En 1997, Rafael Courtoisie publicó Vida de perro, su primera novela. En realidad, ya había firmado otra, pero para desgracia o suerte de su autor desapareció entre la burocracia y las diversas crisis a las que estamos acostumbrados. Esa extraña novela fue finalista en concursos importantes y lo puso en consideración, a veces para apalearlo, de la crítica bienpensante.

Porque Vida de perro es un artefacto extraño. Un texto atrapante, "una epopeya", como la define el autor, en la que el protagonista es el canis lupus familiaris, pero que versa sobre otras cosas. Cosas que van más allá del paseador, el hueso, la mirada del mejor amigo de, etcétera.

Más de dos décadas después, el libro renace a través de Hum, y se resignifica. Porque la obra de Courtoisie no mantiene una línea recta, pero es posible que, como los perros, siempre encuentre el camino de regreso a casa.

*

 


¿Qué pasa con Vida de perro, que acaba de ser reeditada? ¿Cómo te llevás con ella, que es tu primera novela, te reconocés en ese texto?

Me reconozco, sí. Quisiera ser la persona que lo escribió en el sentido de tener menos años. Si bien tengo mucha energía y esperanza no es tanta como en aquella época. Vida de perro es un libro que fue muy removedor de categorías culturales, categorías críticas, en Uruguay y en otros países. Y es un libro que, de entrada, marcó la ruptura con ciertos esquemas convencionales. Vida de perro es un tratado universal sobre los perros, es una novela de tema. A su vez, es un libro donde no importan demasiado los personajes. El perro, en general, y en singular, más una serie de personajes de la historia que aparecen allí en función de ese animal tan simbólico, tan arquetípico, que es el perro. Ahí aparece Jesús, el Mesías, y un perro que está a los pies de la última cena, y le tiran un hueso para que no moleste; la anécdota que tiene que ver con eso, la traición. Aparecen los perros de Napoleón antes de la batalla de Waterloo, los perros de Hitler. Aparece una perra de Leonardo Da Vinci que se llama Gioconda, y toda esa galería está unida por esa compañía que ha tenido la humanidad desde que el mundo es mundo. Desde que el ser humano es ser humano, hay una simbiosis, y la novela no es un libro de investigación, aunque tiene mucha, sino, más bien, una epopeya de esa aventura, y de algunas sinrazones que ha tomado la especie humana frente a los perros, que se han mantenido en esa adaptación inteligente y darwiniana.

Decís que es una novela de ruptura, y es cierto, no tiene la estructura de una novela tradicional del siglo XX. ¿Tenías pensado escribirla de esa manera?

Sí, sí. Mis cuentos son más bien tradicionales, los cuentos de los mares [se refiere a los volúmenes El mar rojo, El mar interior y El mar de la tranquilidad] tienen diversas estructuras, pero son más del típico cuento del siglo XX, con variaciones y algunos ejercicios que se corrían con respecto a lo que es el estándar. En realidad, mi primera novela, hace muchos años, se perdió. Salió premiada en un concurso, en épocas muy difíciles para el país.


¿Se perdió en el sentido literal?

Sí, se perdió. Quedó en la editorial, que después cerró. Era en los 80, un momento muy especial. Finalmente, por las razones que supongo tienen que ver con el destino pero también con la causalidad, no salió. Esta novela, Vida de perro, fue pensada luego de tres o cuatro libros de cuentos, y después de muchos años trabajando en la poesía. La idea era recuperar, trabajar ese horizonte de libertad que plantea la novela. Eso causó un pequeño revuelo en la época. Algunos críticos muy tradicionales se rasgaban las vestiduras como si hubiera una forma de novela absoluta, un canon y un rigor absoluto que no se puede cambiar con el tiempo. La novela es el territorio de la búsqueda, de la libertad, y, en ese sentido, estoy muy contento de haberla reeditado, porque veo que el lector del 2018 es un lector mucho más desprejuiciado. Estoy hablando también de los críticos, doctores en Literatura. Creo que se han acercado ahora al libro con mucha más amplitud, y es gratísimo encontrarse con lectores renovados que no conocían la novela y que la leen ahora desde el signo de la ternura, y desde el signo del goce de la estructura. Es algo que la industria editorial ha ido dejando de lado, el tema de la elaboración de un autor en pos de un estilo y de una estructura que no sea solo agregar un título más a lo que se publica en un año. Dar testimonio de su proyecto. Estoy muy contento con Vida de perro. Es muy difícil releerse a uno mismo, porque, en general, se tiende a leer con mucha crítica.

 

Despiadada...

Despiadada. Pero en este caso, no te diría que fue lo contrario, pero resulta que cosas que en ese momento eran revulsivas, hoy parecen simplemente caricias, zonas de alegría y de encuentros. Momentos que en ese momento parecían muy cruentos, ahora se ven de otro modo. Eso quiere decir que el mundo ha cambiado, pero también que la literatura se va renovando, porque se renuevan los lectores. Un libro sobrevive en la medida que las nuevas generaciones de lectores encuentran cosas que no encontraron otras en otro momento.

Foto: Montevideo Portal | Martín De Benedetti

Es cierto también que, a partir de la publicación de Vida de perro, que es del 97, surgió una nueva generación de escritores, algunos más jóvenes, otros no tanto, que comenzaron a transitar un camino rupturista. Y se dio, además, el nacimiento de editoriales independientes que acompañaron el fenómeno...

Vida de perro rompió esquemas en América Latina y en Uruguay. No me siento ni maestro ni mucho menos, pero creo que, a partir de esa novela, se animaron a muchas cosas que antes estaban reservadas al estante de los "raros". Esa fue una categoría que siempre se dio en Uruguay. Se habló de Felisberto [Hernández] como un raro, de [Mario] Levrero también. Y Levrero no hizo otra cosa que una literatura absolutamente personal, con todas las posibilidades que tenía a su mano, que eran muchas. Vida de perro estableció la posibilidad de que una editorial de prestigio, grande [Alfaguara] se jugara por una pieza literaria diferente, no estándar. A la vez, tuve devoluciones que fueron muy importantes, que fueron algunos cursos en la Universidad de Harvard. Se escribieron tesis sobre qué es la novela, sobre por qué Vida de perro, y, fundamentalmente, porque en América Latina quedó como una referencia. A partir de ese momento fue finalista del premio Rómulo Gallegos, de Venezuela, que era muy prestigioso, y el hecho de ser nominado llamó mucho la atención sobre el libro. Mucha gente estaba esperando la reedición, la posibilidad de encontrarla. En ese sentido, me parece que la misión de cualquier escritor es no dejar un legado a los que vienen, sino hacer el testimonio de su tiempo. Y sobre todo, lo que más me place es encontrarme, con alegría, con un texto al que sí le puedo cambiar alguna cosa, pero que básicamente responde a un propósito de libertad, de escritura, de creación.

 

No repetiste esa ruptura en una novela. El ombligo del cielo, El libro de la desobediencia, son novelas "raras" también, pero más apegadas a algo más tradicional...

Sí. Trabajé la novela tradicional. El ombligo del cielo es una autoficción pero en el formato de una novela tradicional fantástica. La peculiaridad es que la escribe un uruguayo, pero todo ocurre en Chile, con un lenguaje chileno, mirado desde los ojos de un intelectual uruguayo. El libro de la desobediencia es, a la vez, una aventura cinematográfica, con acción, personajes bien definidos, y en ese sentido se acerca más a la novela tradicional. Pero, por otro lado, hay varios libros dentro de El Libro de la desobediencia. Hay un tratado sobre la desobediencia, hay un libro de poesía de Okoshi Oshura, que no es un heterónimo ni alter ego, sino una suerte de personaje que crea su propio corpus textual, su sistema de creación, y por ahí se aproxima más a lo estándar. Pero La novela del cuerpo, que fue muy bien recibida, no solo por la crítica sino por los jóvenes, es una novela de investigación pero resignifica el cuerpo desde otro lugar. En ese sentido creo que hay una continuidad entre Vida de perro y La novela del cuerpo. Lo que yo trato de hacer es que ninguna novela se parezca a la anterior, pero no simplemente por diferenciarlas, sino por sorprender al lector desde el mismo proyecto, pero trabajando a conciencia formas diferentes. Creo que es la novela más rupturista, y es la que se convirtió en un objeto de culto, incluso para aquellos que reniegan, que dicen que debería haber tenido otra forma. Las otras tocaron diversos elementos, pero se quedó más tranquila la crítica cuando vio que uno también puede hacer una novela más tradicional.

 

¿Hasta dónde se pueden estirar los límites de la novela? ¿Cuándo deja de ser una novela, si es que deja de serlo?

La novela tiene que tener una unidad, una coherencia. Implica la creación de un mundo ficcional, coherente, trabajado de modo que, en el momento de la percepción estética que hace el lector, sustituya la realidad, pero la complemente. En ese sentido los horizontes de la novela son los horizontes de la libertad, pero ficcional. No se puede hacer una novela absolutamente ensayística. La novela puede tener elementos poéticos, o ensayísticos, pero es un mundo de ficción. Tiene que tener una estructura temporal, de tiempo ficcional. Los límites son esos, y dentro de eso, te diría que hay dos grandes novelas que siguen planteándonos el paradigma. La fundadora de la novela moderna, que es el Quijote, en todos los idiomas, no solo en español. Es una novela paródica, que toma un subgénero como el de caballería, y lo lleva, irónicamente, a una forma mayor a través del humor, de personajes que tocan el ridículo. Además, es una historia de carretera. Es una novela que podés tomar como muchas historias de la saga de un personaje. En ese sentido no es una novela tradicional. Y la otra, que nos muestra que todavía hay mucho por descubrir y aceptar en el universo de la novela, es el Ulises de James Joyce. Es de una lectura mucho más ardua que el Quijote, pero son dos paradigmas que, junto a las novelas de Virginia Woolf, nos siguen marcando esta posibilidad de libertad creativa en el tercer milenio.

 

La más nueva de esas novelas tienen cien años...

Sí. Y se han vertido ríos de tinta, y sin embargo la novela sigue siendo una fuente de aprendizaje. Muchas veces se dice sobre Joyce, y sobre el Ulises, que es una novela para escritores y críticos, y en parte lo es. No es una novela para grandes masas de lectores. Pero, a partir de su lectura y su existencia, muchos escritores que podemos tentar aproximarnos al lector con una sonrisa y un enorme gesto libre de creación sin tapujos.

 

¿Está mal querer ser Balzac hoy en día?

No creo que esté mal querer ser Balzac. No se puede ser Balzac, hubo uno solo. Marcel Proust hubo uno solo. Si tomás el realismo francés, que es un referente importantísimo, Balzac es de un realismo social muy de su época. Marcel Proust plantea, dentro de esa tradición francesa, otro modo de realismo, donde está la interioridad, y una búsqueda asociativa a través de À la recherche du temps perdu, la búsqueda del tiempo perdido y una pulsión hedónica por encontrar sus propias raíces, con cierta morosidad, que solo un exquisito puede hacer. Eso es distinto de lo que hizo Balzac. Y sin embargo es francés, y es posterior. Y el otro es Flaubert, que hace algo notable, y muy actual. Flaubert trabaja una heroína común y corriente que es madame Bovary. Ni Juana de Arco, ni Santa Teresa de Jesús, ni la madre Teresa de Calcuta. Es una hermosa señora burguesa que tiene un amante y problemas con su marido, y en esa piel logra meternos, hacer que sintamos como siente una mujer. Esa es la genialidad de la epopeya. No hay una heroína, es alguien del común. En ese sentido hay una diferencia enorme entre Balzac y Flaubert, y todos son modelos que tenemos que trabajar hoy. Ahora, si uno quisiera ser Balzac tendría la ingenuidad de ir atrás 200 años. Entonces creo que lo mejor es que cada uno sea lo que su proyecto consciente de creación le permite y es capaz de dar. Nadie puede ser Balzac, ni Levrero, ni Onetti. Pero son todos ejemplos de los que aprendemos. Me parece que hay un aparato crítico que está esperando una novela absolutamente estática en su forma, y, si mirás Netflix, o seguís series, o viste lo que son los reality shows, la narrativa y la ficcionalización, en distintos medios, pasan por otros lugares. Y la literatura no es ajena a eso. Entonces, en ese sentido, es que no se puede seguir escribiendo una novela clásica hoy. La novela clásica de hoy es la novela que rompió con la tradición hace cien años.

 

Hablaste de proyecto consciente. ¿Siempre funciona de esa manera, racional y consciente? Porque decís también que no querés que tus novelas se parezcan entre sí, entre otras cosas, para sorprender al lector. ¿Te sorprendés vos cuando escribís?

Sí. Escribo para sorprenderme, para alegrarme. Pero no es un mérito en sí. Existe la posibilidad de que un escritor busque satisfacer a un grupo de lectores, y no reiterarse, pero sí reiterar un modelo. Me parece lícito. En mi caso, conscientemente, trato de eludir las reiteraciones de forma, pero no quiere decir que esté eludiendo reiteraciones de fondo, de contenido. Creo que uno vuelve a escribir lo que tiene dentro para decir. En mi caso, el desafío es buscar nuevos modos.


Se dice de algunos autores que siempre están escribiendo la misma novela...

Algunos autores sí. Creo que la industria editorial pide estándares, entonces uno reitera, repite ir a lo seguro. Ahora, yo no podría ahora hacer una novela Vida de perro 2, o Vida de gato, o Vida de coyote. Lo que puedo hacer hoy es algo distinto que se apoya, en el corpus, en ese tipo de creaciones que hice hace ya muchos años, en el siglo pasado. Creo que el espesor de una cultura en una época da para que exista una novela industrial, que a mí no me interesa demasiado, y como para que existan variaciones, no solo temáticas, sino formales, de novelas de creación. Parece absurdo decirlo así, pero no lo es. Una novela de creación es aquella que rompe los moldes de la industria, y gracias a esas novelas es que la industria funciona, también. Por eso me parece importante que florezcan todas las flores. Ahora, en el siglo XVIII, XIX, se podía hablar de un escritor puramente intuitivo. Creo que el artista en general, y el escritor en particular, en el siglo XXI, tiene que tener una conciencia en su arte. El arte no es inocente.

 

¿Y siempre es consciente? Una vez un músico me dijo que el artista era como un empleado público del cosmos que traducía cierta energía, llamémosle inspiración, en arte...

No es 24 horas consciente. Las etapas de la creación surgen de intuiciones, de afectos, desafectos, humores. Lo que sí es consciente es el proceso de trabajo con el que uno escribió, o pergeñó. El proceso de selección, con respecto no al público, sino a un momento cultural global, eso sí es consciente. Uno puede escribir lo que se le cante, en sueños o sonámbulo. Pero al momento de publicar entra en un trabajo de responsabilidad creativa, y ahí es donde hay que elegir y sacrificar el ego, o lo que a uno le parece una enorme inspiración. Porque la idea de la inspiración, en este siglo XXI, tiene que ver con una cierta conciencia crítica que uno fue capaz de hacer y elegir allí. Me parece un poco penoso que se publique cada cosa que escriben ciertos escritores. Creo que un proceso de creación es un proyecto consciente. Eso no quiere decir que todas las etapas pasen por la racionalidad, porque no sería arte, pero el arte necesita una producción conceptual posterior. Son distintas etapas. Una cosa es escribir, y otra es editar.

 

¿Eso funciona en todos los géneros?

En la poesía más que nada. La poesía del siglo XXI es híper exigente. Es una poesía que, como publicación, exige salir de esa característica naif que a veces tuvo, esa característica de pura sentimentalidad. No quiere decir que haya que dejarla de lado, sino que uno tiene que saber que la poesía no es sinónimo de lo que hacía Bécquer. La poesía es lo que hizo Bécquer, lo que hizo Benedetti, lo que hizo Paul Celan, lo que hizo Vallejo, Gelman, Wislawa Szymborska, y uno debe elegir entre esos modelos para llegar a un modelo personal. La poesía, es, tal vez, el género más exigente. El otro huérfano, el género que necesita esa mayor conciencia crítica, es el ensayo. Ahí, a nivel mundial, tenemos una enorme carencia. Por eso, de algún modo, las reflexiones más interesantes sobre los movimientos culturales, y sobre la identidad humana, en este momento histórico digital, están dadas, a veces en la poesía, y otras veces en la narrativa. No se da tanto en el ensayo, salvo alguna excepción.

Foto: Montevideo Portal | Martín De Benedetti

¿Qué le pasa al ensayo? ¿Es aburrido, no es riguroso?

El ensayo requiere un lector cooperante, que piense y que debata, y no que simplemente se deje seducir. Yo no soy apocalíptico sino integrado a las redes y los medios masivos, pero estos medios te dan la opción de Me gusta o Me encanta, o poné un ícono. En esa tesitura nos estamos formando en una distancia donde no argumentamos con respecto a lo que leemos. Adherimos. Nos gusta o no nos gusta. Alguien te pone un plato de comida de lo que va a cenar hoy, o te muestra la dieta que está haciendo, y Me gusta, Me gusta, y comentarios. El ensayo, como reflexión verbal, reflexión discursiva, requiere un lector participativo, cooperante, que discuta con el texto. En este momento se ha puesto de moda Byung-Chul Han, un coreano que hizo su tesis sobre Heidegger, y que es muy interesante en sus planteos. Uno mucho más accesible, que ha hecho pensar y ha caracterizado una época que todavía estamos viviendo, es Zygmunt Bauman, que es de gran éxito. Está de moda. Pero claro, son libros caros, y la gente los compra, los mira un poco, y dice "ya lo leí", sin tener una explicación de ello. Creo que hay fenómenos editoriales fabulosos, que están a medio camino entre una mirada antropológica de divulgación, pero a su vez te hacen pensar. Yuval Noah Harari y su Sapiens, su Homo Deus, u otros textos. Son excepciones. Te estoy nombrando tres que trascendieron su ámbito. Yo te puedo nombrar 50, 60, 100 novelistas, desde Murakami hasta Auster, que en el presente están hablando de la sociedad contemporánea y la identidad. Y puedo nombrar una pléyade de poetas que están pensando la realidad. En el ensayo no está pasando. En Latinoamérica no es fácil la literatura de pensamiento. De pronto, una responsabilidad del narrador, hoy, es hacer divertir al lector, pero hacerlo pensar, proponerle pensamiento, lo mismo que el poeta. Igual me parece que el género ensayo necesita una fuerte dosis de creatividad para llegar a públicos que siempre van a ser reducidos, pero pueden ser multiplicadores. No incluyo dentro de la categoría de ensayo las famosas obras de autoayuda.

 

No habría que incluirlas dentro de la literatura...
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No, no. Tienen todo su derecho a existir como productos del mercado, pero me parece que son sucedáneos del Like de Facebook, o de las discusiones sin reflexión de Twitter. Está bien que existan, pero, en definitiva, es muy penoso, en este mundo de las redes sociales, creer que Facebook es lo más reflexivo del mundo, que Twitter es lo más combativo del mundo. Vendrán otras redes, van a cambiar, ya están mutando. Creo que el discurso de reflexión literaria tiene que alimentarse de las redes, pero no reproducir esa lógica casi infantil de las redes. Tiene que aprovecharlas para profundizar en la reflexión. Ese es un desafío que tenemos los seres humanos en esta llamada era digital. Si no, seremos peoncitos de algoritmos. El ensayista, el filósofo, el poeta tienen que plantear una actividad humana de pensamiento que no sea reproducida por la inteligencia artificial, por el algoritmo, por la predicción de las redes. Esa es la tarea.

 

¿Sos optimista en ese sentido?

Soy optimista. Harari dice en 21 lecciones sobre el siglo XXI, que probablemente vos, Jorge Costigliolo, pierdas tu trabajo. Podemos armar algo que me haga preguntas, y yo las responda. El camarógrafo, alguien que esté grabando, también, porque todo se va a automatizar. Un conductor de taxi probablemente pierda su trabajo, una cajera, alguien que hace determinado tipo de mediciones estadísticas, marketing... Pero la tarea del poeta, la del pensador, la del periodista que rompe el esquema predecible, eso no va a tener sustituto. Adhiriendo a Harari, soy optimista. Hace unos años te hubiera dicho "uy, la profesión de poeta, de filósofo, de pensador, en este momento, no sé qué". Ahora soy muy optimista. Ahora, más que nunca, es imprescindible, y ahí vamos a tener trabajo seguro. El problema es que la sociedad toma en una dirección pusilánime y pueril, o si toma en una dirección en la cual esos trabajadores de la racionalidad, de la consciencia, de la imaginación, son recibidos por la sociedad. No es una cuestión mesiánica o voluntarista.

 

¿Y para dónde va la sociedad?

Está tironeada, en uno y otro sentido. Todos estamos dominados por aparatitos, estamos en un estado zombie todo el tiempo, y no podés no estarlo. Estás conectado a través del celular, que también indica tus latidos cardíacos. No es lejano el tiempo que te diga qué nivel de colesterol tenés, o te diga "no comas esas papas fritas" o "sí, comelas, porque te van a dar satisfacción". El problema es que, si la sociedad toma ese camino, no es que seamos esclavos de las máquinas que nos dominan: nosotros renunciamos a una posibilidad de creación inteligente. Ese es un vector de la sociedad. El otro, que está pensando este fenómeno, se pregunta cómo podemos usar las redes para disfrutarlas, que nos mediaticen humanamente a lo largo de la aldea global, pero que conculquen eso que se llamó, en otra época, libre albedrío.

 

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