Aunque no salga en Carnaval y vea los tablados desde abajo, Pablo ‘Pinocho’ Routin no puede despegarse de la murga. No quiere, y además, dice, no lo sabría hacer.
Hace unos días apareció Corazón (Montevideo Music Group, 2014), su cuarto disco, un trabajo que lo vuelve a llevar, como en el anterior, el extraordinario Flores (MMG, 2009), a nuevos desafíos musicales, pero que, también como aquel y como cada una de sus creaciones, está cernido en el tamiz murguero.
Corazón, producido por la mano maestra de Martín Buscaglia, que convirtió el proceso de grabación en “una fiesta” y que impulsó a Routin a hacer “cosas que no hubiera querido” y a dejar elementos “que hubiera desechado”, es un reflejo del momento musical de un artista comprometido con su obra y exigente con el porvenir.
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¿Por qué le pusiste Corazón a tu último disco?
Corazón por el tópico universal, que atraviesa casi todos los fenómenos artísticos en algún momento, y porque siento que estamos transitando un tiempo de mucha elaboración teórica, de marco teórico para todo, de mucho pienso y cabeza, y me parece que a veces nos está faltando corazón para acompañar todo eso. Y también por el débil equilibrio que hay entre la cabeza y el corazón, entre lo que uno piensa y lo que siente, y que a veces está bueno soltar un poquito más e ir para el lado de lo que uno siente, y no para el otro.
¿Creés que la actividad artística está, hoy en día, dejando más espacio a la cabeza que al corazón?
No. Creo que hay una gran forma de pensar la cultura para que la maquinaria pueda andar, y quien pretende crear, o hacer una pieza musical o algo para representar, tiene que poner en juego ambas cosas. A veces el sentir y el pensar van muy unidos, y no se puede separar uno del otro. Otras veces es más claro que lo que uno piensa es diferente a lo que está sintiendo. La cabeza es necesaria para hacer andar un proyecto artístico, y hay que ponerle corazón, el amor a la tarea.
Foto: Prensa MMG
Tal vez sea eso más difícil hoy, comparándolo con lo que ocurría 25 años atrás, cuando no se hacían tantos discos, no se vendían, y no había esa obligación de hacer cosas que “funcionaran”...
Puede ser que un tiempo atrás, un largo tiempo atrás, todo tuviera un tratamiento más artesanal, por decirlo de alguna manera, y ahora hay que tener en cuenta otras variables al momento de pretender hacer algo, porque afortunadamente Uruguay produce cultura, y produce buena cultura. Entonces uno tiene que llegar al menos a un umbral aceptable. La primera pregunta que yo me hago habitualmente es ¿para qué voy a hacer un disco? ¿Qué puedo aportar realmente, más allá de esa cosa de decir ‘voy a hacer un disco porque me gusta que estén mis canciones y que alguien las pueda escuchar si quiere’? Esa es la gran pregunta, y sobre todo frente a los grandes artistas de Uruguay y del mundo. ¿Para qué hacer un disco? Después lo terminás haciendo, porque encontrás motivos para seguir adelante y encontrás motivos para que a alguien le sirva de algo.
¿Seguís pensando que, para que el género murga siga creciendo, hay que ser muy selectivo a la hora de componer y producir, que evitás la ‘murga canción’ clásica?
Sí, lo sigo pensando y lo vivo. En mi caso me viene a la cabeza la imagen de una fuente seca. Quizás porque conozco el Carnaval por dentro y la murga aún más, y quizás porque me faltan herramientas para poder componer una canción de murga que esté buena. Me imponen mucho respeto los antecedentes que hay de la murga canción, y creo que eso de alguna manera me paraliza. Por otro lado, no me recorto las ganas de hacer algo, si aparece le abro la puerta. Lo que sucede es que en muchos casos termino encontrándome con el material y me doy cuenta de que eso que yo quería decir ya lo dijeron otros, y quizás de alguna manera más bella, o que las armonías que quise poner las usaron otros, y me da la sensación de que eso ya está hecho. Me parece que está bueno aportar por otro lado. Se ve una pila de compositores jóvenes que hacen murga canción, y que logran canciones que son explosivas. A veces el género mismo te atrapa. Puede ser extraño que, estando metido en el Carnaval, no pueda hacer una canción de murga, pero por otro lado no lo es: el género es muy vasto, pero a la vez está cercado. Me ha pasado en Corazón, y en el disco también hubo algún esbozo, se me va hacia otros géneros, la música, la forma de escritura. Yo parto mucho más de la escritura con un pedacito de melodía que de musicalizar después un texto. La escritura ya trae, muchas veces, como un estilo. No me gusta hablar de géneros porque siento que muchas veces tienen una línea difusa, y no se sabe bien dónde está el uno y el otro. Siento que la música es fusión de fusión de fusión de fusión, y la música uruguaya, en este momento, mucho más.
Foto: Prensa MMG
En esa líneas difusas, ¿cuáles son los límites de la murga y hasta dónde hay que respetarlos?
Por un lado no me resulta muy “fácil”, entre comillas, hablar de esto, porque no estoy saliendo en Carnaval en este momento, y no me siento muy autorizado para decir lo que habría que hacer. Pero sí creo que al Carnaval le está faltando un sacudón. Si uno mira la historia de la murga, y piensa en las cosas que han ido sucediendo, encuentra murgas que han pateado el tablero. La BCG, por ejemplo, Falta y Resto en algún momento, Contrafarsa en otro momento, A Contramano también ha sido una murga movilizadora de estructuras, y podría seguir nombrando: La Mojigata, Queso Magro... Los conjuntos van pasando y van moviendo los cimientos de la murga misma sin perder la esencia del género. A veces parece que se corre el riesgo de que se pierda esa esencia, pero... ¿cuál sería el problema? Si unos pierden la esencia otros la van a recuperar, a mantener, porque lo que está bueno es la diversidad. No hay que preocuparse de que la esencia se pierda o se mantenga. Pero creo, porque lo he podido ver de abajo, que al Carnaval le está faltando un sacudón grande de un grupo de gente, de artistas que vengan a patear el tablero. A mí me encanta la murga como es concebida. Me ha tocado, capaz que por naturaleza, o por poca sabiduría, transitar caminos de poca comunicación con el público a partir de cosas que he escrito o de espectáculos en que he participado, con planteos artísticos que fuimos haciendo, pero alguien va a recoger el guante. Lo que en un momento no funcionó, capaz que diez años después es la llave del éxito.
¿No renegás de ese ‘fracaso’?
No, no reniego. Tengo más batallas perdidas que ganadas. Pero ahí me paro en eso: ¿qué es ganar una batalla y qué es perderla? Un intento artístico por otros caminos, donde uno corre riesgos que sabe que corre, para mí es sano. Yo me aburro de saber que todo va a ir bien. Y además nadie te garantiza nada. Algo puede ir bien, hasta que deja de ir bien. Yo prefiero buscar. Por supuesto que si uno encuentra un camino que es fértil y está bueno, hay que transitarlo con sabiduría. No se puede estar desechando todo el tiempo. La búsqueda está buena, y afortunadamente hay miles de jóvenes haciendo murga, y mostrando que hay millones de caminos para hacer el mismo género. Y hay mil formas de ver el mismo país. Yo no miro el Uruguay con el mismo lente que lo mira un joven, por lo que, cuando vaya a escribir, voy a escribir una cosa diferente. Ahí está la riqueza: cuando aparece la gente joven, la sangre nueva mueve lo que está estructurado. Y tengo la certeza de que va a aparecer. Quizás ya haya gente gestando una cosa que le va a hacer muy bien al Carnaval.
¿Por eso no estás saliendo en Carnaval? ¿Por no tener comunicación con el público, por cansancio?
Hay varios motivos. La última murga en la que salí fue A Contramano, y decidí dar un paso al costado en un momento en que la murga había logrado una cosa hermosa con el público. Me agoté de mí, del círculo de escribirme y de representar lo que yo mismo escribí.
¿Perdiste la referencia?
Sí, me aburrí de mí. Sentí que me empezaba a repetir, porque las herramientas a las que uno echa mano son las que tiene. A veces puede aparecer una punta que no sabías que tenías, pero no pasa todos los días. Y me gusta estar a la altura de lo que se necesita. Porque una murga es un grupo de gente, donde a cada uno le tocan responsabilidades, y a otro le tocan otras, y vos querés cumplir. La murga es, también, un hecho social, y me sentí agotado, que no tenía más para dar. Por otro lado pasé por un cansancio vocal muy grande, que ponía en juego mi voz, algo súper importante para mí.
¿Y cuál es esa esencia del Carnaval que mencionabas antes?
Es difícil de responder. Creo que hay un componente importante de la esencia de la murga que es la ingenuidad. La otra vez me preguntaban qué es un cupletero, y encontré una definición que me gustó: es un vecino disfrazado con intenciones artísticas. No más que eso. Cuando yo era niño, el humor que se generaba desde el tablado era que veías al vecino de la otra cuadra de peluca, criticando al gobierno, o con una camiseta de fútbol y una pelota. Ese era el humor que generaba. No sé si estaba la guiñada intelectual; era un pueblo celebrando una fiesta. Eso es ingenuidad, y a la vez es de muchísima riqueza y profundidad. Está todo puesto en un sitio donde hay pureza, donde es natural. Creo que la esencia de la murga es, justamente, mantener lo natural de la murga.
Más corazón que razón, de nuevo...
Sí. La razón necesaria para escribir, para poder armar un espectáculo, pero desde el amor, y no viendo el Carnaval, la murga, tu murga, como si fuese el ombligo del mundo. A veces, cuando uno está saliendo en Carnaval, le parece que el mundo gira alrededor de eso, y después, cuando pasa el tiempo y lo ves a la distancia, es inexistente. La murga puede alegrar, emocionar, hacer pensar, pero no le va a cambiar la vida a nadie. Acompaña. Una gran canción te puede salvar la vida, pero cambiarla, la tenés que cambiar vos. La murga no es el centro del universo, y creo que hay que tener cuidado con eso.
¿Te cuesta separar el artista que sos del murguero?
Van apareciendo oportunidades, gente que te invita a nuevos proyectos, que te abre nuevas puertas. Siempre se está aprendiendo y tenés que tener la capacidad de mirar para el costado y ver cómo hacen las cosas los otros. En esas oportunidades me he ido mezclando en proyectos que tienen otros colores, que no son los del Carnaval. Pero yo soy de ahí, estoy vinculado al Carnaval, es mi cuna artística. No tengo forma de devolverle a la gente del Carnaval el amor que he recibido. No puedo: ni participando en un espectáculo sublime podés devolverle todo lo que te da. Por eso no me siento muy desdoblado. Siento que soy yo que vengo desde ahí hacia otro lugar. Y me importa hacer las cosas bien porque, de alguna manera, estoy representando un pedacito del Carnaval. Siento responsabilidad por eso, porque la murga durante años fue un género mirado de costado, y eso ha cambiado porque aparecieron personas que lo fueron transformando. Siempre tenemos que mirar atrás y agradecer a los que trajeron en barco hasta acá. Ser cupletero, murguista, ahora, es un boleto. Lo bravo era en el 65, cuando la gente decía ‘es murguista’, como diciendo que alguien no tenía otra cosa que hacer y salía a cantar. Bohemia hubo antes, hay ahora y habrá siempre. Son elecciones personales. Entonces aquellos murgueros fueron los realmente valientes. Hoy los murguistas trabajamos en las escuelas.
Justamente reivindicás eso ahora, que hay una polémica porque desde el Partido Nacional se dice que la cultura oficial redujo la tradición cultural en pocos exponentes, y que se privilegia, por ejemplo, a Mario Benedetti sobre José Enrique Rodó. También parece un palo a lo que es Murga Joven o el Proyecto Esquinas, de la Intendencia de Montevideo. Es como si hubiera una molestia por tener que abrir el Teatro Solís para que cante la murga...
Creo que los últimos gobiernos están intentando transformar una visión que se tiene del arte que durante mucho tiempo significó mirarlo como una cosa meramente recreativa. Hoy se está llegando a la comprensión profunda de que el arte es transformador. De que si generás un espacio para la gente en un barrio y le posibilitás expresarse, comunicarse con los demás, intercambiar, esa gente crece, y quien está coordinando ese grupo también crece. Esa transformación se da a través del arte, y la murga es una herramienta hermosa para hacer eso. Te permite escribir, actuar, interpretarlo, y no te pide credenciales de nada. Solo tenés que ir a ensayar. De la murga puedo hablar porque la conozco por dentro, otros géneros no sé. Pero quizás por eso la murga ha ido ocupando un lugar grande en la cultura del Uruguay. Y Rodó me parece maravilloso, y Zorrilla de San Martín también. Eso es parte de nuestra cultura, y tal vez no estén tan alejados. Por ahí Benedetti logró, con su obra, acercarse más a la gente.
Foto: Prensa MMG
Volviendo a Corazón, elegiste otra vez una palabra ‘cursi’ para titular el disco. Hay como un reto, una dosis de valentía en esa opción...
Y... es como cuando te ponés una camisa extravagante: tenés que llevarla lo mejor que puedas. Con los discos pasa lo mismo. Uno tiene que saber llevarlos. Y quererlos. Cuando apareció el título me dio ese temor, porque es una palabra muy usada, pero encerraba todo lo que sentía, y en 24 horas se transformó en una gran palabra. Solo de repetirla y de pensarla como título, ‘corazón’, se transformó en una cosa cotidiana, pero de gran profundidad.
¿Cómo laburás con las palabras? Porque demostrás que no tenés miedo de usar palabras que, a priori, muchos descartarían por trilladas...
La escritura es uno de los lugares en donde me siento más cómodo. No sé si está bueno o no lo que escribo, pero muchas veces logro escribir lo que siento. Casi siempre llego a un lugar en el que digo lo que quería decir, y está bien dicho, tiene algo de identidad... Poesía es una palabra muy grande, pero digamos que tiene un poco de poesía, y está bien estructurado. Y, por sobre todas las cosas, logra comunicar lo que estoy sintiendo o pensando. Las palabras entran a jugar entre ellas y las combinaciones son infinitas, pero por algo va una y no va la otra. Es un juego maravilloso.
¿Te preocupa que se entienda lo que decís?
No. Hay canciones súper herméticas. Sin señal, por ejemplo, que es una canción de este disco, es una historia de incomunicación entre un padre y su hijo adolescente, pero la canción no lo dice. Cuando la tocamos en vivo hago una pequeña introducción, porque me parece que después el texto cobra un valor que si no, no tiene, pero no me preocupa. Viste que escuchás música... no sé... Eduardo Mateo, un maestro. Yo no sé qué quería decir... ‘No le temas a los pájaros si dicen tu vida con sus trinos’... para mí quiso decir una cosa. Es una frase que a mí me encanta, pero no sé qué es lo que quiso decir. Sin embargo, ese pedacito, para mí, es sagrado. Lo agarro y me sirve, me ayuda, me acompaña.
¿Cuál era el espejo en que te mirabas cuando empezaste a escribir?
Empecé a escribir para Carnaval en el 90, 91, 92, en una murga de Playa Pascual, el barrio donde yo viví. Era ferviente admirador de Falta y Resto, y creo que el primer modelo fuerte que tuve fue Raúl Castro. Las letras de la Falta me parecían increíbles. Tenían todo: tremenda poesía, claridad, te ayudaba a descubrir, pateaba puertas. Y la literatura me marcó. La del Liceo. En mi casa se leía, se lee mucho. Benedetti, Cortázar, García Márquez, Vargas Llosa. Eso te va ayudando a encontrar una forma de decir las cosas que no termina nunca, te va modificando. Hay días que te sentís recontra cursi con lo que estás escribiendo y otros días te alegrás porque encontraste tres palabras que están buenas.
¿Y hoy sos vos mismo tu espejo, tu listón a superar?
Me dejo fluir un poco. Hoy me siento libre al momento de escribir, no me pregunto mucha cosa. Sí desecho, tiro, pero me permito hacer. Antes quizá me quedaba paralizado antes de hacer las cosas. Con el tiempo fui descubriendo que el ejercicio de sacarlo afuera, aunque después lo tires, está bueno.
Pablo 'Pinocho' Routin se presenta este sábado en Periscopio (Jackson 1083), desde las 22 horas, Junto a Gonzalo Durán en guitarras y voz, Gerardo Alonso en bajo y voz, Diego Lacuesta en guitarras y voz y Pablo Leites en percusión y batería.
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