Durante la década del 90, Chicos Eléctricos fue una de las mejores bandas de rock and roll de Sudamérica. Corrijo: fue la mejor banda de rock and roll de Sudamérica, y eso te incluye, Laargentina. Dueños de excelentes canciones herederas del garaje y el punk, y contemporáneas del groseramente llamado grunge y de un surtido arsenal de covers listo para ser desplegado, los Chicos unían a esas virtudes dos condiciones que los hacían únicos en su especie: eran músicos solventes y tenían una escena del mismísimo carajo. Eran los hunos. Después de ellos, no crecía el pasto. Furiosos, hedonistas, irónicos hasta el sarcasmo, fueron la contracara de una década signada por el “Candombe de la Aduana” y las semillas de Mano Negra. Ellos, lo aclararon bien, no amaban este lugar.
Tras su disolución, las dos piezas claves de la banda tomaron caminos distintos. Gabriel Barbieri, su bajista, se zambulló en ese proyecto de banda para musicalizar masacres que es Motosierra, y después fue pasándose al metal, en grupos como Radical, Ácido y Mafia. Nico Barcia, vocalista y violero, esperó. Se tomó un largo lustro sabático antes de empezar a ver qué hacía, y otro tanto hasta que las canciones fueran encontrando un lugar y un cuerpo. En 2014 compensó la ausencia con dos trabajos discográficos: La muerte en una buena, el disco de Reyes Estallar (una obra de rock and roll entre los Stones y Neil Young grabada junto a su colega Matías Cantante, que aportó también guitarras y voces, y Carlos Priario en batería), y, sobre fines de año, se trajo desde Buenos Aires Hotel Paradise (Rastrillo Records, 2014), disco de la banda homónima que encontró edición del otro lado del Plata.
Y que quede claro: Hotel Paradise no es el álbum debut de una banda con experiencia que blablablá. No. Es más que eso. Es uno de los mejores discos de rock que se hayan grabado en esta parte del mapa en los últimos 25 años. Un manual de canciones que pasan del punk&roll desaforado a melodías que recuerdan a Tom Petty, atravesadas por dardos de MC5 y los Fuzztones. Hotel Paradise es un trabajo nacido para ser clásico, aunque Nico Barcia crea que la cultura uruguaya no lo estaba esperando.
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¿Cuál es el primer recuerdo que tenés de haberte encontrado con el rock and roll?
Me encontré con el rock and roll antes de tener una guitarra en la mano, y fue escuchando un par de discos que había en mi casa, que tenían mis viejos. Uno era Please please me, de los Beatles. Ese fue mi primer disco: lo hice mierda, lo gasté. Después fue muy rápido todo. Tenía alguna idea musical y bobeaba, y un amigo se compró una batería, así que mi primer sentimiento fue con ese instrumento. Después otro amigo, el Momia [Germán Mazzei], de los Chicos Eléctricos —un violero del carajo, un virtuoso de la guitarra—, se compró un equipo y una viola, y ahí la descubrí. Y no paré más. Tenía 15, 16 años. Con el Momia toqué en bandas sin nombre, estuve en Orgasmo Rosa, con quienes llegamos a tocar en vivo alguna vez. Se me hacen unos líos bárbaros con las bandas de esa época... Había otra que se llamaba Claroscuro, y toqué la batería ahí. Y un día surgió un concurso de música. Entre todos los que habíamos pasado por esas bandas juntamos cinco flacos y participamos como Chicos Eléctricos. Nosotros, en Malvín, con el Momia, teníamos una sala de ensayo en una casa abandonada, y ahí ensayábamos muchos grupos. Los domingos sacábamos un cable para afuera, enchufábamos ahí y se llenaba de gente. Era hermoso. Tocábamos nosotros y agitábamos para que otra gente viniera a tocar. El Momia conocía al Seba Bergeret del conservatorio, que a la vez era amigo de Gabriel y Fede [Federico Fernández]. Entonces como que un pedazo de gente "del Centro" fue parte de Chicos Eléctricos. De esa mezcla, de encontrarnos en el Molino de Pérez, salió la banda. Después la historia ya es más conocida.
¿Qué fueron los Eléctricos?
Parece que no, pero, al menos para mí, Chicos Eléctricos fue un pase a la vida. No sé si hubiera salido de todo aquello en esa época sin una banda, sin la autoestima de saber que hacíamos algo lindo, que era bueno para nosotros y para otros. Que lo hacíamos bien fue un descubrimiento muy bueno en una época que era una mierda para un guacho de 17 años. O salías a romper algo o te rompías vos. Nosotros hicimos todo eso, pero además teníamos una banda. Era, sí, más urgente. Ahora lo que hago es como más defensivo. Para mí es importante, y por eso lo hago, y para mucha gente también.
Decías que era como un pase a la vida...
Ahora lo veo como un pase a la vida.
¿Te rompe las pelotas hablar de los Eléctricos 20 años después?
No, para nada. Lo que sí me rompe los huevos es agarrarme a los Eléctricos para trabajar. No los nombro a los Chicos Eléctricos. No pongo en un comunicado o un afiche ‘Toca Hotel Paradise, la banda de un ex Chicos Eléctricos’. No lo hago, eso sí me rompe los huevos, y me rompe los huevos cuando alguien me invita a tocar y pone ‘Nico Barcia, de los Chicos Eléctricos’. Eso sí me molesta, yo no lo hago, y más me molesta que lo haga otro. Pero no me molesta hablar, me enorgullezco de los Chicos Eléctricos. Está bien tomar la referencia, por eso estamos hablando. Pero no me interesa agarrarme de eso para tocar hoy, y me hizo bien no haberlo hecho. Hay mucha gente que se queda aferrada a sus bandas, haciendo patéticos regresos, festejando los 12 años y cuatro meses, eso es horrible...
Foto: Fernando De Lorenzi
¿Por qué dejaste de estar en una banda durante tanto tiempo, entonces?
Estuve reacomodándome un poco. Paré un cacho, para barajar de nuevo. Quedé destruido después de Chicos Eléctricos, me llevaba mucha energía, ponía mucho ahí adentro. Física y espiritualmente. Y me quedó un sentimiento de vacío cuando terminó, que no podía hacer otra cosa. Ni en pedo. Además, los Eléctricos se disolvieron en parte porque yo quería. Con Gabriel [Barbieri] estábamos de acuerdo en que si uno no quería seguir, ya estaba. Y nos dimos cuenta de que por ahí habíamos empujado mucho sin saber a dónde ir. No me dieron ganas de seguir viviendo una vida 100 % de rock and roll y noche, y me pareció que tenía que conseguirme un laburo, explotar otras cosas que yo hacía y de las que actualmente vivo. Creo que estuvo buenísimo parar, porque fue como otro pase, también a la vida. Me sirvió para desvincularme de la música y del negocio artístico para vivir. No tengo que andar mendigando para que hagan un reclame con una canción mía. No vivo de la música, no quiero, y es lo que me permite hacer lo que se me canta el culo. Nunca lo quise hacer, nunca fue una opción. Y por eso paré. Hasta ese momento me las arreglaba, hacía un laburo por acá, otro por allá, un curro... Ahora soy una persona más grande. Quiero un poco más de confort, tengo hijos, pienso en el futuro. Y me gusta sentir la dignidad de que tengo mis recursos para hacer las cosas que quiero, algo que, con la música, nunca hubiera podido hacer sin mamaderear a mucha gente. Me avergüenzo cuando veo otra gente que lo hace. Me siento muy limpio en ese aspecto, y este disco me deja espiritualmente limpio.
Un disco que peligró en su existencia...
Totalmente. Peligró por eso mismo. No teníamos un compromiso con un sello, no tenemos alguien que nos banque, van las vidas de la gente rodando, y, en algún momento, si se alinean los planetas, sale un impulso más, y así lo vamos haciendo.
¿Y qué pasó entonces para que sí saliera?
Fue medio una alineación de planetas. El que dijo ‘sale ahora’ fue Pirulo, de Rastrillo Records, el sello argentino que nos edita, porque fue quien nos dio la posibilidad física de hacerlo. Otro que nos lo permitió fue el estudio Elepé, donde está nuestro amigo Martiniano [Olivera]. De esos dos factores dependió que fuera posible. También fue muy importante Max Capote, en los aspectos de producción y grabación. Ahí, con ellos, hicimos una burbuja que terminó en el disco este. Y lo terminó masterizando el Rata [Alejandro Mérola, productor de discos de Chicos Eléctricos, Los Estómagos, Buitres, Buenos Muchachos y decenas más] en Londres, que le dio como un corazón crocante. Sin plugins. Mucha gente ahora te masteriza un disco; por Paypal le dejás 300 dólares a un flaco que te muestra una foto y no sabés ni si es él, te pide una foto tuya para ver cuál es tu onda y, según cómo te vestís, pone un seteo y hace su laburo. El Rata no: él hizo un trabajo recopado, con compresores análogos, cosas más interesantes que toda la digitalización de hoy. Yo me quedé contento con lo que salió de ese disco, y cómo la gente ha reaccionado.
¿Qué esperabas?
No sé qué esperaba... la verdad...
Tenés hijos que escucharon o van a escuchar tu disco en algún momento. ¿Qué pretendés que ellos sepan o entiendan de vos cuando lo hagan?
Re pienso en ese tema... y no tengo una gran respuesta. No siento que tenga nada que ocultarles, ni a ellos ni a otros. Pero ¿sabés qué...? Mi hijo la otra vez me preguntó sobre el rock... Es un flaco re con cabeza, interesado en las cosas, y la respuesta que le di fue que, por ejemplo en la escuela, tenés que mantener cierto comportamiento, y lo mismo que en un laburo o en algunas relaciones, pero cada uno tiene derecho a sus espacios para tener el comportamiento que quiera, y en mi caso, ese lugar es el rock. No tengo que explicarle nada a nadie, ni a grandes ni a chicos. No le explico ni a mi hijo ni a mi padre. A ninguno. Eso es para mí el rock, y espero que él tenga un espacio donde pueda hacer eso, sea rock, artes marciales o lo que se le cante el ojete. Ese es mi mensaje. Yo esto lo hago porque me lo gané y porque lo quiero hacer... y porque es así.
Parece una gran respuesta...
Espero que sí, que lo sea.
Foto: Ramo Aguirre
Cuando éramos unos niños, para nuestros padres el rock era la música que escuchaban los malos, y hoy ya no lo es... ¿qué pasó?
Hoy el rock es una gran selfie, loco. Es rarísimo. Sigue siendo lo mismo que antes, pero lo que se muestra como rock para la gente, para el gran público, no existe. No es rock. Hace rato. Es una música con guitarras eléctricas. Pero el rock debe ser actitud. En realidad se agranda mucho esto, porque el rock es solo un género más, y no entiendo por qué la gente que no hace rock dice que hace rock... ¿por qué no está orgullosa de la mierda que hace? Yo no veo a un tanguero diciendo que hace rock. Hace tango. Y si uno hace pop latino, ¿por qué tiene que salir diciendo que hace rock? ¿Por qué tiene que salir haciendo los cuernos en una foto? ¡Quema todo! Después ves a un gil cantando el día de la Peluffo Giguens con una remera de Misfits, ¿entendés? ¿De dónde saliste, flaco? Estás en un ‘We are the world’ con Fernando Vilar, el Piñe, Petinatti, agarrados de la mano... eso es el rock hoy. ¿Ves? Eso sí me preocupa por los niños. Que los engañen con el rock sí me preocupa, porque el rock es algo recopado, y sí es de gente más inadecuada. Pero está buenísimo. Goya también era inadecuado, y Picasso pintaba cabezas donde no había. No entiendo el empecinamiento que tienen esos artistas en decir que hacen rock.
En la época de los Eléctricos había un pequeño grupo de bandas que tocaban juntas y que tenían cierta afinidad... Ustedes, Cross, Chopper, La Hermana Menor, los Supersónicos...
Sí, los que andábamos olisqueando las mismas madrigueras más o menos éramos esos.
Ahí está. Era como un pequeño núcleo de resistencia frente al no-rock, o a una música demasiado impregnada de lo local como para ser considerada rock. Sin embargo, parece que la batalla se perdió cuando el no-rock pasó a dominar la escena, ¿no?
No creo que sea tan así. De la gente que nombramos de aquella época, alguna llegó a un nivel bastante importante, entre comillas. Y si te ponés a pensar, de todos esos, muy pocos cambiaron de estatus. Vas a un recital de Chopper y vas a ver a los tipos haciendo un show de metal como hacían antes. Capaz que hacen una Trastienda, pero te vas a encontrar con la misma pasión que tenían los flacos antes. Por ahí Marcelo Cross no está haciendo nada, pero si saca un disco es seguro que no va a ser un caretazo. Me parece. Todavía les tengo respeto. Y está complejo mantenerse... ¿Tenés que ir al Día Perfecto de mañana? Yo me mato, me mataría si mi quehacer fuera ese. Me eriza la piel. No quiero estar ahí, es un error. Sería un error para mí llegar tan lejos, algo estaría muy mal.
¿Te sirvió ese autoexilio para evitarlo?
Sí, claro. Tampoco me quiero hacer el rechazador de propuestas porque nadie me propuso nunca nada. Repelencia natural. Bueno, sí, muchas veces me han propuesto reuniones de los Chicos Eléctricos y hacer algunos shows grandes, cosa que por ahora no me interesa mucho. Hago otra cosa para vivir, y eso no lo hago y chau. Defiendo la música así. Me siento un héroe en el momento de decir ‘No lo voy a hacer. No voy a cenar a tu programa’. Chau. En una buena, porque también hay cambios de actitud. Antes yo quería tirar bombas todo el tiempo, y ahora no. No quiero prenderlo todo fuego. Pienso que todo es peor de lo que yo creía, pero mi reacción ya no es tan mala como era antes, cuando entendía mucho menos. Ahora entiendo mucho más, y capaz que reacciono menos, o focalizo mis reacciones en actitudes individuales que sirven para algo, que contribuyen a un mundo mejor. Soy un tipo que no tira basura por la ventanilla del auto. Ahí ya hago bien. De estar más loquito estaría haciendo unas cadenas de cagadas y malas decisiones que harían del mundo un lugar peor. A veces, cuando reaccionás como un incendiario, te involucrás mucho con la porquería de los demás. Cuando decís ‘Este es un hijo de puta por tal y tal’ ya te estás metiendo con él, estás en el mismo fango y no sabés quién es el roto y quién el descosido. Creo que naturalmente tomé una postura como los Aikido, que usan la energía de los demás sin que les pase nada. Estoy tratando de hacer algo así. En estos discos creo que algo pasó al respecto, aunque no parezco un monje. Me parece que todos los problemas y las cosas complejas que pasan en las canciones están más claras que antes, cuando había más ruido lateral.
En ese sentido hubo un cambio en relación a lo que escribías en Chicos Eléctricos, donde el contenido era más claro, había mucho enojo con cierta gente y con cosas de la noche y sus satélites. Ahora es distinto, menos obvio...
Sí, también con los Eléctricos había un poco de reacción a como, cuando éramos unos pendejos, nos trataban como una mierda. Me parece que tenía bastante que ver con encontrar autoestima en la música. Yo no soy una mierda, mirá todo lo que hago, mirá cómo puedo romper bien los huevos o hacer algo grande. No solo de actitud, de sacarnos fotos. Le volábamos la peluca a la gente. Nadie hacía lo que hacíamos nosotros, y nadie lo hizo después. En cuanto a las letras, me salen muy naturalmente, y me pasa que me quema un poco hablar de ellas porque condiciono a la gente. Sí te puedo decir que me encontró transcribiendo imágenes o escenas que vi o imaginé. Capaz que con los Eléctricos las canciones eran más narrativas, y ahora no. Ahora me siento como un cineasta.
Hotel Paradise se consigue en Ricco (Galería Av. Sanfys, Yaguarón 1335 esquina 18 de julio) y Pocitos Libros (Av. Brasil 2561 esq. Brito del Pino)
Hotel Paradise es Nico Barcia (guitarra y voces), Walo Crespo (batería) y Gonzalo Petersen (bajo).
"100% Cotton"
"El indio negro que curó a Jesús"