Cantar, cantó siempre, pero nunca se imaginó que iba a estar editando discos con regularidad profesional. La música fue, desde niña, una suerte de hobby, o más bien, un hobby un sin suerte. Dice que toca la guitarra "horriblemente" y que padece una especie de "dislexia instrumentística", por la que, encontrar los acordes correctos para una canción, se vuelve, invariablemente, "una montaña gigante ante sus ojos". Y además, Martina Gadea es zurda.
"Traté de tocar como zurda, rasgueando con la izquierda con las cuerdas puestas al revés, y era una soledad tremenda. Sólo podía tocar en mi guitarra, nadie podía tocar en la mía... Un día me harté de eso, le di vuelta las cuerdas y empecé a tocar como derecha, pero no me va al cerebro. Y el piano tampoco... se ve que lo mío no son los instrumentos", dice. ¿Y entonces? Entonces...
Milonga para una niña
Cuando empezó el liceo tenía once años y llenaba cuadernos con dibujos y poemas. Muchos. Quería ser poetisa, de las buenas, y no se conformaba con lo que podía llegar a escribir. Nunca. Y ahí apareció la música. Y cantaba. Todo, en serio. Se pasaba las noches escuchando ‘Azul con amor', y lloraba. Lloraba y cantaba lo que pasaban en el programa: Phil Collins, Europe, Bryan Adams. "Lo que viniera a mis oídos lo cantaba".
Su fama de entrecasa se amplió en el círculo de amigas, y amenizaba las veladas con sus covers a capella. Reunión de chicas, campamento o lo que fuere, ahí estaba Martina, cantando. Sin otro instrumento que su voz, que todavía no era la suya.
"Me acuerdo cuando compuse mi primera canción: es ‘Tierra blanca', que está en este segundo disco. Fue como que me sacaran un tapón de bañera de la garganta, y me salió una voz totalmente diferente a la que tenía cuando cantaba antes. Una voz más propia. Y ahí dije ‘mirá, me gusta más cuando lo escribo y lo canto. Voy a tratar de hacer canciones'. Y empecé a disfrutar de eso. Igual, siempre fue una cosa como de hobby, de tiempo libre".
Mientras tanto, sus amigos de toda la vida se hacían grandes, y músicos. Gustavo Montemurro, los hermanos Ibarburu, Martín Buscaglia. "Siempre estuve rodeada de un buen equipo de gente, un cuadro bárbaro. Pasaba el tiempo, ellos se iban profesionalizando, y cuando nos juntábamos cantábamos y disfrutábamos de la vida".
Que la radio no te nombra
Y entonces, empezaron a venir ‘señales', o ‘impulsos', como dice Martina, ofrecimientos para editar un disco. Y dijo que no. Primero fue el sello Bizarro, que sabían en qué andaba. Después el músico catalán Albert Plá, ese lunático de camisón y voz de niño malo. "Vino a tocar a Montevideo y le di un CD con mis canciones. Nunca me imaginé que le iba a gustar tanto. Me escribió y empezamos una amistad. Ni él ni su esposa sabían quién era Martina Gadea, seguramente pensaron que era alguien que quería dedicarse a la música, y me decían ‘te queremos producir un disco', ‘venite que acá tenemos todo, y tampoco hice nada".
Y después ‘Uruguayas campeonas', un compilado de cantantes uruguayas que sacó el periodista y editor de Rolling Stone Humphrey Inzillo. "Él me llamó y me dijo que varias personas le habían hablado de mi música, y quería incluir una canción en su disco. Yo no tenía nada ‘presentable', hablé con Montemurro, y le dije: ‘Tenemos ‘Volvé a jugar', ¿lo podemos mejorar un poquito?'. ‘Sí, claro'. Llamamos a Martín Buscaglia, y, mientras estábamos arreglando ese tema, me dijeron, ‘ya está, Martina, dejate de joder. Vamos a grabar un disco'".
Fue ahí, entonces, que la chica que había descubierto una nueva voz debajo de un tapón en la garganta se encontró grabando un disco en serio, con canciones propias y un sello inconfundible. "Son temas sencillos, cortitos, no tienen solos de guitarra de media hora, no es música muy compleja, pero tiene la riqueza de los instrumentos, de los arreglos, aunque las melodías y las letras sean sencillas".
Mal no le fue: la crítica recibió con calidez su primer trabajo, ‘Volvé a jugar' (Bizarro, 2009), tocó en vivo y se dio cuenta, casi en seguida, de que se había abierto un espacio para la música que hacía. Y eso, dice, le generó una responsabilidad nueva: "traté de tomármelo con un poquito más de seriedad, extraño el tiempo que tenés cuando nadie te conoce, porque todo es para crear. Me fui transformando, profesionalizando un poco".
Su boca no lo dice. Sí sus manos, que no deja quietas un segundo. Sí sus ojos, que buscan casi todo el tiempo un punto de fuga en la pared. Martina es tímida. Lo que sí dice es que exponerse, trepar el escenario, tocar en vivo, le saca fuerza. "Es una experiencia, y se aprende mucho. No me abrumó, pero hasta el día de hoy sigo sintiendo que tengo que tocar poco. Hay gente a la que le encanta el escenario, se sanan ahí arriba. A mí eso no me pasa. Subirme al escenario me quita un poco de energía. Lo disfruto enormemente, pero cada vez que tengo que tocar lo pienso al infinito".
"Pienso desde el inicio hasta el final, aunque quiero ser espontánea y lo soy. Trato de que no sea una sumatoria de canciones sino un paquete que vaya más allá del entretenimiento, que la gente que me va a ver salga con algo que haya pasado dentro de sí. Lo pienso tanto, tanto, tanto, que no podría imaginar ganarme el pan subiendo a los escenarios permanentemente. Me pone muy nerviosa. Después que lo estoy haciendo lo disfruto mucho, y cada vez que voy a ver un show, en algún momento me dan ganas de subirme al escenario. Pero no es mi fuerte", dice.
Y en el silencio resonó tu voz
En la casa de Martina vive el silencio. A veces, un tocadiscos y los mismos tres o cuatro vinilos. Roberto Goyeneche, Leonard Cohen, Louis Armstrong. Poca cosa. "El otro día pensaba que algunos cantautores somos de escuchar poca música por temor a ‘contagiarnos' de las cosas que escuchamos y perder un poco la originalidad, o robar inconscientemente. Para dejar salir lo que está adentro con más pureza trato de no meter tanta información. Sin embargo, Julieta Venegas, por ejemplo, es loca por la música, vive escuchando todo lo que llega a sus oídos, va a un país, se entera de todo, algo que me parece super noble, quizá mucho mejor que andar escuchando poco".
Pero no es tan cierto que Martina haya escuchado tan poco, y se reconoce reflejada en la obra de Eduardo Darnauchans, Eduardo Mateo, Ruben Rada, Jaime Roos, El Príncipe. Sí es cierto que su voz no encuentra comparaciones en la música de estas latitudes, y que, quienes no la detestan, la adoran con locura. Así, sin zonas grises. "Creo que es bueno tener una voz así, particular. Ayuda a que se me identifique", dice Martina. "Nadie me convenció de que era ‘la voz'. Me animaría a decir que puedo cantar mucho mejor de lo que lo hago en mis canciones. Cuando canto covers muestro que tengo ‘otra' voz, y es lo que hacía antes. Pero en mis canciones me sale esta voz, que mis amigos definen como ‘sentida', pero es rara. Además, meto mucha letra, mucha corchea, por lo que imposto menos, y la acepto como es, me dejo llevar y la disfruto. En un momento soñé con escribir canciones y que las cantara otro. Sin dudas, me gustaría cantar mejor de lo que canto, pero no es el rol que tengo que cumplir en este mundo".
Cerca de la revolución
Ese rol, dice, es "un poco mostrar afectos e ideas, una manera de vivir la vida, acompañada de algunas reflexiones en algunos casos, y compartirlo. Eso es lo que me nace, y no sólo a través de la música". No, no sólo. Pero por partes.
Será por eso, entonces, que las composiciones de Martina recreen su propio universo, exploren sus deseos, su amor por las cosas pequeñas y los detalles mínimos. Las canciones están cargadas de ‘quiero' y ‘no quiero' e interpelaciones a la segunda persona. Sí, te está hablando.
Y lo otro. Martina escribe. No paró desde los 11, antes del tapón en la garganta, antes de grabar en serio y de subir a los escenarios. "Edité un librito de poesías, se llama ‘Ilusa', y lo tengo todo en mi casa, no lo mandé a los diarios ni lo quise someter a la crítica. Es una edición de autor, y se lo voy regalando a la gente. También me gusta mucho pintar. Me encanta".
Esa combinación de pasiones se tradujo en un libro de cuentos para niños, que se gestó un verano en Cabo Polonio y verá la luz el año que viene, a través de un importante sello editorial. "Trabajé mucho con niños. Son auténticos, me encantan", dice, y apunta que "'Volvé a jugar' era un disco para adultos, tratando de aflojar un poco esta cosa tan dura del ser grande, que aburre y envejece. Sin embargo, muchos niños se lo apropiaron, lo usan en las escuelas, les encanta. Este segundo trabajo no es tanto para niños, es más oscuro, más triste, lo canto de otra manera. Me alegra tener este libro para niños, porque algunos habían quedado enganchados, y me gusta darles algo, aunque no sean canciones".
Y más de lo otro, también, cuando reconoce que ya entró en ese remolino que es componer, editar un disco, presentarlo, volver a componer. "Nunca había soñado con sacar un disco. Después, cuando lo hice, vi que tenía temas pendientes, y preparé otro. Ahora estoy componiendo. Creo que nunca voy a dejar de hacer música. Nunca tuve el temor a no poder componer. La alegría que siento con respecto a la música tiene que ver con que no esperaba nada, y sigo sin esperar mucho. Es fácil, entonces, que todo lo que venga, satisfaga. Si uno pone expectativas, pretende vivir de eso, o quiere que su proyecto llegue lo más rápido que pueda a la mayor cantidad de gente posible, es más difícil. Pero yo, que esperaba poco, todo me viene bien".
Y ahí está Martina, entonces, con ‘Tierra' (Bizarro, 2012). Elemento, planeta, barro tal vez. El nombre, cuenta, "hace alusión a la manera en que están arregladas las canciones, habla del estilo de música que quiero mostrar. No hay nada enchufado, no hay batería, no hay bajo eléctrico, ni guitarra eléctrica, bien como de la tierra, con mucha madera".
Y una cosa más: "sueño que la Tierra haga la revolución que el hombre no ha logrado hacer para que sea un poco más justo este planeta; que nos dé una buena sacudida a ver si se nos van un poco las pavadas a todos y nos equilibramos un poco más". Un poco. Aunque sea.
Martina Gadea presenta ‘Tierra' (Bizarro, 2012) el jueves 20 de setiembre, a las 21 horas, en la Sala Zitarrosa. Entradas anticipadas en la boletería de la Sala y en locales de la Red UTS desde $ 200,00.
Escuchá 'No quiero ser normal', primer corte de 'Tierra'