Contenido creado por Jorge Luis Costigliolo
Entrevistas

El futuro ya llegó

Conversamos con Martín Buscaglia

“Toda la música está bien”, dice Martín Buscaglia, que se presenta con Los Bochamakers en la Sala Zavala Muniz.

20.07.2016 15:09

Lectura: 13'

2016-07-20T15:09:00-03:00
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Jorge Costigliolo | Montevideo Portal
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Martín Buscaglia no sabe cómo se hace para encontrar, hoy en día, artistas que conmuevan. Sin embargo, a lo largo de su carrera, que ya va por las dos décadas, supo compartir el arte con tipos disímiles y talentosos. También ha logrado, y esto sí lo dice con indisimulable orgullo, rodearse de una cofradía de músicos versátiles a los que bautizó Bochamakers, y que son cómplices perfectos de sus aventuras musicales.

-¿De qué tenés ganas de hablar, Martín?
- De cualquier cosa, de lo que quieras...
-Hablemos de algo que no hayamos conversado nunca...
-Dale, me encanta.

Con los Bochamakers se presenta este miércoles y jueves en la Sala Zavala Muniz, y ese era el motivo de la charla. Después se irá a Argentina, y en agosto viajará a España para girar con Kiko Veneno y las canciones de El pimiento indomable. Pero hubiera sido bastante amarrete conversar con Martín Buscaglia con el piloto automático de cómovaaserelshow-vaahaberinvitados-vasapresentartemasnuevos. Así que la charla pasó por el elogio de los Bochamakers, pero también transitó temas y nombres no menos interesantes: Caetano Veloso, Tom Waits, Hugo Fattoruso, Enrique Symns, Miguel Angel Buonarotti y una insólita vindicación de Ricardo Arjona, en una conversación que puede leerse tras el punto que da fin a esta línea.

*


¿Cuánto de verdadero tiene que ser un artista, cuánto debe saber el público de él?

No importa nada. No importa ni siquiera el aspecto moral de un artista. Lo que importa es lo que hace cuando decide hacer algo público, que es lo que vos consumís. No me cambia en nada después saber que no sé quién era nazi. Es otra cosa. Y sí es un momento distinto de la vida cotidiana el de subirse a un escenario. Por eso genera tanta fantasía. Es un espejo. El escenario tiene eso de que la gente está frente a vos. La masa enardecida puede ser muy estúpida y prender fuego todo, o te puede emocionar. A cualquier recital que vos vayas donde hay mucha gente cantando te vas a emocionar. No importa si es un grupo de rock chabón, si es un cantante melódico: si toda la gente canta te va a afectar. A menos que te encierres en tu ostra. Hay una fantasía por la calidad y la intensidad de lo que vos generás tocando en vivo. Por eso es como un espejo, como una cuchara sopera de plata bien pulida, en la que te ves un poco deformado. Por eso amás a un artista, o lo odiás. Y no sabés nada de él.

Y en tu caso, ¿Quién sube a escena? ¿Martín Buscaglia o un personaje que Martín Buscaglia compone para subir al escenario?

Sube el yo más puro, pero que no puede vivir en ese nivel de intensidad. No puedo, ni quiero, vivir todo el tiempo en ese estado. Es como una disciplina marcial para mí, como un ninja. Steven Seagal en las películas está durmiendo, y cuando viene alguien a atacarlo se levanta y se pone en combate. No podés vivir todo el tiempo así, pero en ese momento sos un ninja, donde estás al mismo tiempo concentradísimo y relajado. El otro día lo resumimos en ON y Om, así hay que subir al escenario, con esos dos coloques simultáneos, que no se repelan. Si falla uno es como un banquito al que le falta una pata. Eso hablando de los conciertos en particular, que, me parece, son mucho más que la mera reproducción de música. Para mí. No soy de ir a escuchar música a un concierto. Es otra cosa que incluye, como herramienta fundamenta la canción, y el sonido, pero que trabaja para un fin superior.

En el caso de la literatura, un lector medianamente entrenado puede ser capaz de descubrir esos artificios que funcionan a la hora de conmover a los lectores. ¿Pasa lo mismo con la música y los músicos?

Sí. Lo que después pasa con eso es que lo que para vos es un artificio para mí puede no serlo. Algo que a vos te movilizó a mí me indigna porque lo veo manipulador. Pero ahí está la gracia. Es imposible que haya algo unánime. Sería triste que a todos nos gustara la misma comida. Y me parece atractivo ver a un amigo mío, de repente refinado en sus gustos y pensante, recopado con algo que a mí no me mueve un pelo. Está bien así. Pienso que es un error esa frase hecha que dice que no hay ningún género mejor o peor, sino que hay música buena y música mala. Por lo menos en el momento de la vida musical que estoy, considero que toda la música es buena. Toda. Inclusive la que no tiene nada que me atraiga y solo tiene elementos que me repelen. Eso habla de cosas también, significa. Es difícil encontrar algo insignificante, que sea microscópico, que no valga nada. Me sirve igual para reafirmar cosas, para dudar. El otro día me vi una película de principios de los 90, Sleep with me [de Rory Kelly, 1994], donde todo me parecía un poco fallido, y sin embargo me parecía entender qué era lo que habían querido hacer. La música quería ser diferente pero no estaba buena, los vestuarios eran inverosímiles, el guion era un tanto abstruso, y me fascinó igual. Es como con las bandas. Hoy, probablemente, prefiero escuchar una banda menor que no triunfó en la época de los Beatles, o un sub Leonard Cohen que no la pegó. Hay un encanto, una pureza, una enseñanza y un disfrute igual en esa imperfección. Eso lo podés llevar al extremo, que es lo que me está pasando. Toda la música está bien.

Hace unos días viste una intención de hacer algo distinto en una película que no fue trascendente en su momento, y seguramente no recuerdes quiénes ganaron el Oscar ese año. ¿Tenés esa intención de que tu música sea diferente e inclasificable?

Parecido a algo va a ser siempre, porque los acordes son lo que son, y vos escuchaste música. Como mínimo vas a ser parecido a vos, porque no sos miles de personas. Incluso los más capos. Espero que Tom Waits y Caetano Veloso sigan sacando discos, pero no van cambiar muy radicalmente sus melodías, su poesía. Quizás cambien su instrumentación, pero eso no va a afectar el fondo de la cosa, aunque se lo propongan.

Pero no hay una búsqueda de diferenciarte por el hecho de ser diferente...

No. Hay una búsqueda de lo que es uno. Y llega un momento en que no podés equivocarte más, no hay error posible. Eso no quiere decir que hagas todo perfecto. Es otra cosa: quiere decir que todo lo que hacés es verídico, y sos vos. Entonces un disco te quedará buenísimo, otro más o menos, otro más raro. Te gustará más o menos...

¿Eso es lo que te parece a vos o es lo que ves en el mundo?

Ese es mi camino, en la música en particular, pero la vida en general te lleva hacia ahí. Lo veo en los capos. En Hugo Fattoruso, no puede dejar de ser él aunque toque candombe, acompañe a No Te Va Gustar o se vaya de gira a Japón a tocar unas demencias. Siempre es Hugo. No significa que no erre nunca una nota, o que te emocionen todos sus temas, pero ya está en un lugar en que siempre es él. Yo hace un tiempo que siento una cosa nueva, al grabar también, pero al tocar en vivo es como que lo ponés a prueba más cotidianamente, que es un andar en la música que trasciende a la canción. Siento que toco para la música, entonces, en mi caso, la canción es una de las herramientas que más manejo pero no es el fin último. El fin último es lo que viene después. Es como una comida. Vos hacés una comida, y le dedicás mucho tiempo en la previa. En una instancia más íntima vas a comprar los ingredientes, los elegís, los cocinás; después el hecho de comer en sí, que está buenísimo pero dura muy poco tiempo, y la sobremesa, que es lo que está mejor. Esa instancia que te deja algo nuevo. Ese filosofar entre amigos, entre las parejas. Como que vos preparás todo para esa sobremensa, me parece que pasa lo mismo con los discos y con los shows. El show ideal, para mí, es aquel del que te vas inspirado.

Foto: Montevideo Portal | Marcos Sánchez (Archivo)

Claro, pero todos necesitamos comer. En cambio, ¿Para qué sirve la música?

Tuve una novia cuando estaba en el liceo, era divina. Me rompía la cabeza. Y me decía que no le gustaba la música. Hasta el día de hoy no puedo entenderlo. Me rompía tanto la cabeza que estuve un tiempo con ella para tratar de entender algo que me parece imposible. No sé, podés decir que no sos muy melómano, que no curtís, que no te importa tanto quién tocó y no sé qué, pero me parece que la música es algo inherente, como la religión. Algo que viene en nuestro kit, algo humano, que nos diferencia. Esa conexión inevitable con lo creativo, desde pintar una mano en una cueva a hacer un tema. Y la evolución también nos dio una imperfección, que es el saber que no lo sabemos todo. Abismarte ante la grandiosidad de la vida. Eso es inevitable, por más que seas un pragmático y cínico, igual te va a pasar.

El periodista Enrique Symns decía que el artista es una suerte de chamán, que conecta con algo supremo, llamémosle energía. Si no lo logra, no es un verdadero artista...

Pienso exactamente lo mismo. Solo que son palabras devaluadas por años de manuales de autoayuda, pseudo disciplinas místicas, posmodernismo, de redes sociales, que tienden al sarcasmo, al comentario irónico y la retórica. Eso es entretenido, pero a veces ahí esa intención de tamizar todo con el escepticismo te pone una coraza ante los hechos fundamentales de la existencia. Si te da pudor decir la palabra chamán, decí maestro de ceremonia, y si no, decí virtuoso, y si no showman. Hay mucho miedo con algunas palabras, y las palabras no tienen la culpa de nada. Son tan amorales como el universo. No son ni buenas ni malas. Como la música. Un acorde no es bueno ni malo. Creo que esa capacidad es una cosa que podés ir desenterrando de adentro tuyo. No creo que puedas generarla si no la tenés. No estoy seguro. Pero concuerdo. Y los artistas que te gustan tienen eso. ¿Qué te gusta que lo vayas a ver y no pienses que está colocado con algo, que maneja una cosa? Solo porque toca bien o canta bien, no sé. Yo no. Hay músicas que me encanta que sean ejecutadas por virtuosos y grandes cantantes, y otras que no. Lo pienso con los Bochamakers, que se tocan todo, que alguno de ellos puede ser considerado virtuoso, pero al mismo tiempo la banda no está buena por ese motivo. Eso trabaja para una cosa más importante.

Es como un equipo de fútbol, como una película. No es que esté buena una película porque todos los actores sean famosos. De hecho, si es así, sospechás. Podés tener a Messi y perder, se te lesiona Ronaldo, e igual podés ganar. El hecho de que sean muy buenos tocadores ayuda para determinadas músicas. Y después hay cosas que son subrepticias. Los músicos que acompañan a Fernando Cabrera son capos y grandes músicos. No funcionaría si fueran unos músicos más simples. Como no funcionan tanto, para mí, los discos que hizo el Darno cuando dejó de tocar con Bernardo Aguerre y con Cabrera mismo. Estaba mejor antes, con su música simple pero con una cosa intrincada que esos músicos sabían manejar. Si lo llevás solo al fogón queda en eso. Cabrera, tocado por músicos que no dominen lo que dominan los que tocan con él, no estaría tan bueno, porque su música, en apariencia simple, cancionera y popular, tiene una gran complejidad sin alharaca. Salvando las distancias y las diferencias, eso pasa con los Bochamakers. Tanto en el sonido de la banda como en el tipo de canciones que me sale hacer, que suelen tener una cosa intrincada atrás, tocada como si no pasara nada, pero tenés que tocarla bien para que funque.

¿Cómo se hace hoy para encontrar esos artistas que conmueva, cómo detectarlos entre tanta oferta?

No sé cómo es. Me gustaría verlo desde el lado positivo, que también lo tiene. Así como lo planteás, lo primero que te suena es que es un bajón, que se pierde en un maremágnum y te están vendiendo una pastilla de uno, y hay otro que es un capo y nadie lo conoce. Es verdad, pero al mismo tiempo, todos esos apocalípticos que dicen que antes la música estaba buenísima y que ahora no salen artistas como antes se equivocan por el mismo argumento. Están ahí. Capaz que te cuesta más buscarlos, y no te da la mente, o el tiempo, o las bolas para encontrarlos, pero están ahí. Después no sé. También tiene un punto subjetivo. Hay artistas que yo amo y que vos no los vas a amar, ¿Y quién tiene razón?

El tema es que la subjetividad construye la realidad. Nos emocionamos con la Piedad de Miguel Ángel porque hay dos mil años de subjetividad diciéndonos que eso está buenísimo.

Claro. No sé cómo se hace. Tenés que hacerte cargo de lo que hagas. No hay que quejarse tanto. "Ah, mirá cómo le va bien a ese, que es horrible". Tendrá algo que vos no tenés. Hay algo inasible en eso.

El otro día le preguntaba a los Mala Tuya si no les molestaba que todo el tiempo se estuviera tratando de "explicar el fenómeno" ...

No veo, en general, a grandes capos quejándose de esos fenómenos. Veo a gente de un nivel inferior. No malos, pero inferiores a los grandes capos. No escuché a Caetano o a Fattoruso puteando por esto.

Fito Páez se quejaba de Ricardo Arjona, cuando llenó no sé cuántos estadios en Buenos Aires, y lo responsabilizó de "aniquilación cultural" ...

Lo re banco a Arjona. Es la anti Piedad. Así como el consenso de años hace que vos veas a la Piedad de Miguel Ángel y te emociones, hace que Arjona sea el chivo expiatorio. ¿Cuántas letras de Arjona escuchaste? La de Señora de las cuatro décadas, que dice póngale vida a los años, podría ser una letra de Jorge Drexler, perfectamente. ¿Se quejan de la grasa abdominal, de que hable de la menstruación? Podría ser una letra de Calle 13. Por decirte músicos muy buenos y que merecen un consenso crítico de que tienen un nivel. ¿Es tan distinto? ¿Qué te molesta? ¿Su pinta? ¿Lo vas a juzgar por eso? Se ve que ayuda a la gente buscar un ejemplo negativo. Es algo muy de los tiempos modernos, el curtir la música por oposición. Antes, me parece, no pasaba. Me parece. No te comprabas un disco de Palito Ortega para odiarlo. Te comprabas el de Led Zeppelin. Ahora lo escuchás igual y le dejás un comment negativo. Es fascinante. Estamos en el futuro.

Jorge Costigliolo | Montevideo Portal
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