El 27 de febrero de 1972 era domingo. Ibero fue a comer a lo de sus padres y después su papá lo dejó en la esquina de su casa. Olga, su esposa, esperaba que la pasara a buscar por la casa de una compañera donde se había quedado a estudiar. Pero las horas pasaban e Ibero nunca apareció.
El cuerpo de Ibero Gutiérrez apareció en una cuneta en Melilla sobre el mediodía del lunes 28. "Vos también pediste ¡perdón! Bala por bala. Muerte por muerte. Comando Caza Tupamaros", decía un letrero junto a su cadáver, que había recibido trece balazos de calibre 38. Ibero tenía 22 años cuando el Comando de la Muerte terminó con su vida.
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Más allá de la denominación de "mártir estudiantil" y un salón de la Facultad de Humanidades con su nombre, yo no sabía quién era. Hace unos años tuve un sueño —o pesadilla— donde un grupo de eruditos de las letras vernáculas, como si del mismísimo Olimpo se tratara, me sometían a examen. Apresada por la culpa tenía que reconocer "No, no conozco a Ibero Gutiérrez".
Leí algunos de sus poemas. Más por culpa que por interés. Y me quedé fascinada. Pero quizás no tanto como al leer hace algunas semanas su Proyecto para una grabación magnetofónica: la liquidación de un hombre llamado luz. Ibero probablemente no llegaba a la mayoría de edad cuando lo escribió. Era un adolescente hablando de política, derecho, filosofía... Era una mente brillante, en medio de oscuridad. Escribió 2 diarios, 57 obras de teatro, 9 cuadernos de poesía, 1 cuaderno de poemas en prosa, 7 series de poesía a modo de plaquettes, 6 auto-antologías de poesía, 2 cuadernos de textos en prosa, 1 diario de viaje, 1 diario carcelario y cartas. Además pintó, dibujó, fotografió... Todo entre los 15 y los 22 años. ¿Cuántas obras publicó en vida? Ninguna. ¿Cómo pudo alguien con tanta sensibilidad morir de la forma en que murió?
Luis Bravo [L.B.] lleva más de 30 años estudiando letra por letra, imagen por imagen todo lo que Gutiérrez hizo. Fue la madre del propio Ibero quien, en el afán de que la obra de un genio no se perdiera, facilitó a Bravo y a la profesora Laura Oreggioni el archivo completo de carpetas con la obra.
Años más tarde, la profesora Alejandra Dopico [A.D.], bajo la supervisión de Bravo trabajando dentro del Archivo Literario de la Biblioteca Nacional, descubre una faceta de Gutiérrez todavía desconocida: la dramaturgia. Luego de una minuciosa investigación y edición, Bravo y Dopico publican Mover el antiguo instrumental de la noche: 57 piezas dramáticas o Teatro Completo (HUM, 2017).
Luis Bravo y Alejandra Dopico. Foto: Montevideo Portal | Martín de Benedetti
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Luis hace mucho que estudia la obra de Ibero Gutiérrez. ¿Cómo comienzan la tarea de descubrir al Gutiérrez dramaturgo?
A.D.: El material de Ibero Gutiérrez llega a la Biblioteca Nacional a partir de la gestión de Carlos Liscano. A través de su hermana, Sara Gutiérrez, y fundamentalmente de Luis Bravo, se nos permite investigar el material desde otro lugar. Luis me convoca para hacer la catalogación de todos los manuscritos donde está toda la obra e, intentando encontrar criterios cronológicos, aparecen unas carpetas con sus obras dramáticas que Luis tenía conocimiento de su existencia. Y cuando aparecieron las carpetas empezamos a encontrar el material dramático, vimos que son obras acabadas, que cuentan con discurso profesional. Podrían ser solamente los diálogos, porque estamos hablando de obras hechas por un chiquilín, sin embargo, sí son obras completas, en etapa de experimentación.
L.B.: El archivo de la obra de Ibero Gutiérrez lo tenía la familia, la mamá. Sara González. Ella la convocó a Laura Oreggioni, una profesora, crítica, de la generación del 60, que hoy tiene 86 años. Teníamos muchas formas de encuentro allá por el 83 o 84, en reuniones clandestinas de docentes organizando el gremio, y había un intercambio generacional importante. Nosotros con Laura nos encontramos en una mesa de exámenes en el liceo nº 10, y ahí fue cuando me invitó a trabajar con ella en el archivo de Ibero Gutiérrez. Sara González le había dicho que cuando quisiera estudiarlo, lo tenía en la casa. Y ahí empezamos a trabajar, en el año 84, trabajamos siete años, sacamos dos antologías y en ese momento solo trabajamos sobre la poesía. El archivo es muy grande. En su momento no vimos las obras de teatro y cuando le llevé este libro a Oreggioni me digo: "¿Y esto de dónde salió?".
Sara, la hermana de Ibero nos había contado de estas obras, pero permanecieron durante todos estos años sin que las leyera nadie. El archivo siempre estaba en la casa, luego quedó en manos de Sara -la hermana-, y después conocí a Ale y Liscano nos pidió que comenzáramos a trabajar en el proyecto, le dijimos a Olga Martínez -la viuda- y ella estuvo de acuerdo. Recién en 2014 empezamos a trabajar en las obras dramáticas, antes estuvimos estudiando su biblioteca personal.
Me imagino que debe de ser una biblioteca impresionante, por el acervo cultural que volcó posteriormente en sus propios textos...
L.B.: Es una joya. Los libros estaban con anotaciones y reflexiones al margen. Es un joven estudioso, disciplinado, productivo y muy vital. Es un tipo extraordinario. Un artista precoz, no solo por la cantidad. Es muy común pensar en lo que hubiera sido, pero no lo sabemos. Lo que tenemos es lo que dejó, y lo que dejó ya es mucho y muy bueno. Eso tenemos para celebrar a Ibero Gutiérrez. No es que publiquemos este material porque era un adolescente que escribía y murió como mártir estudiantil; sino porque sus obras, en todos los campos, son magníficas.
Ale empezó a ver las carpetas de teatro que yo no había visto. Empezaron a brillar como un tesoro y no terminaban de aparecer. Son 57 obras, breves, pero hasta los sketches muestran una extraordinaria síntesis. No es que escriba obras breves porque está apurado, sino porque hace un subgénero.
Si bien son obras experimentales, no hallo nada gratuito en lo que dicen sus textos. Hablaba de actualidad política desde la imaginación...
L.B.: Esa articulación habla de su cualidad artística. Cómo articula el mundo imaginario con la situación histórica. Es una articulación muy actual, ¿no te pareció? Decime vos: ¿Cómo recibe una joven de 25 años, en el 2017, una obra escrita por un pibe de 16 hace 50 años?
Lo recibo con una sensibilidad poco comparable a otros textos que leí antes. Es más, no puedo dejar de pensar en cómo alguien que escribía y pensaba así, pudo morir de la manera como murió.
A.D.: Yo creo que por ser así es que termina como termina. No se puede vivir intensamente y de forma indiferente. Vive intensamente, no pasa inadvertido y se compromete con todo lo que hace.
L.B.: Hay que ir al contexto histórico, el contexto de la insurgencia para algunos y de la rebeldía para otros. Un momento que el Uruguay tiene que seguir revisando. Y hablo del contexto histórico de los 60, no de la Dictadura. Desde los 60 hasta el 73 fue un tiempo riquísimo, y como la Dictadura fue un corte, muchos de los elementos discursivos, artísticos e intelectuales quedaron disueltos. Creo que Ibero adelanta en muchas de sus obras estéticas que van a desarrollarse muchos años después, sobre todo en los 80, que se hubieran desarrollado naturalmente en los 70. Hay ciertas similitudes entre los 60 y los 80.
Alejandra, usaste una palabra en el libro para referirte a lo que hizo Gutiérrez: "Disruptivo". ¿Por qué?
A.D.: Es referente al anti-teatro. Esta cuestión del "anti" es como lo que plantea Luis, anti modelos políticos, pero también anti lo estético. Lo que se planteaba en los años anteriores y de alguna manera se ve en la obra dramática. Es el primer género que empezó a escribir. A partir del 66. Esa necesidad de "ruptura" se ve claramente en la experimentación: mientras experimento, genero ese corte.
L.B.: A veces es difícil de reconocer que hay una yuxtaposición de producción en él. Si ves el autorretrato que circula, el que es en rojo y negro, está hecho en el año 65 y sabemos, por su diario, que él se forma en el 64, 65, 66 como un artista plástico. La historia de su formación autodidacta es magnífica. Podemos decir que el diario entra en un género de autoficción, pero como artista plástico ya está operando. Pero Poesía del cuaderno negro, el primer libro cerrado, es de 66. Está simultáneamente trabajando en poesía.
Luis, llevás más de 30 años trabajando en la obra de Ibero Gutiérrez. Podría decirse que forma parte de quien sos...
L.B.: Sí, forma parte de mi propia formación. Yo aprendo a investigar con su obra.
¿Sentís que cada parte de su trabajo artístico -poeta, artista plástico, dramaturgo, ensayista- llenó un espacio en su vida?
L.B.: Sí. Insisto que para mí las obras dramáticas me descubren otra faceta que yo no conocía. Lo descubrió Ale y cuando me las mostró ella ya las había transcripto, analizado, ordenado. Yo las leo y me sigo sorprendiendo. No pensaba que tuviera obras tan extraordinarias.
¿Y en tu caso, Alejandra?
A.D.: La verdad es que yo no imaginaba nada. Me pareció tan fresco... Me pareció tremendamente divertido, una faceta que yo no conocía, aunque sí sabía de su guiño con el lector. En Impronta [Poemario original de 933 líneas] se veía eso, pero ahora me encontré con su sentido del humor de lleno. Fue como "Vamos a reírnos de esto", y el contexto y las circunstancias están impregnados de su sensibilidad y mundo interior.
L.B.: Es un humor que viene a actualizar la escena dramática uruguaya, del absurdo.
A.D.: Lo actualiza en el sentido de incluir el contexto político a un modelo estético que tradicionalmente no tenía un contacto con la realidad inmediata. Lo que me parece interesante es la cuestión de que incluye elementos pop del arte, dentro de esa línea de exploración de "ruptura" al plano de la representación.
L.B.: Hay muchos elementos escenográficos que representan un juego del pop donde hay algo mezclado con la aparente "liviandad" que tiene un trasfondo de parodia, y un elemento que ya no es simbólico, pero está allí para detonar algo. Hay un discurso visual. Tenía notas celebrando una de las primeras exposiciones de Páez Vilaró y otros elementos del arte pop que conoció a través del artista plástico Germán Cabrera, que fue profesor suyo y un referente. Cabrera fue quien le abrió la percepción pictórica.
¿Tenía un antecedente familiar que despertara su lado artístico?
L.B.: Tenía sí. Su abuelo, Francisco, inmigrante, era pintor. Su padre, Ibero, era profesor de literatura y crítico. La mamá, Sara, lo llevaba permanentemente a los conciertos del Sodre. Su tío era Alberto Methol, un pensador importante. Así que hubo en Ibero una síntesis muy temprana y una antena imponente para recibir y adaptar todo lo que le llegaba a nivel estético.
A.D.: La mamá lo acompañaba a los conciertos en el Sodre y fue quien le compró las entradas para ver a Marcel Marceau cuando vino al Teatro Solís, que lo dejó fascinado. Lo descubrimos a través de sus diarios donde escribió durante tres días consecutivos sobre esa experiencia. Ahí tiene una inyección de belleza: el mimo es la fusión de poesía y teatro. Y después muy cercano a esa fecha empezó a escribir su primera obra de teatro. Para nosotros es un material invalorable.
Recuperó gran parte de la Vanguardia de los años 20 o 30 y le sumó su experiencia para transformar. ¿Verdad?
L.B.: Sí. Hay dos obras en especial que transgreden: El siego Cayrus y, principalmente, Proyecto para una grabación magnetofónica: la liquidación de un hombre llamado luz. Para mí excede el arte dramático, es una propuesta poético-performática-conceptual. Está adelantada 20 años en relación a lo que se hacía aquí e incluso en Europa en la recuperación de la neo-vanguardia.
¿Hacia dónde encaminan la investigación?
L.B.: El libro no vino solo, el proyecto consta de tres partes: el libro, las obras insertadas en instituciones teatrales para ser representadas y dentro de un año poder realizar la grabación para una cinta magnetofónica.
Montevideo Portal | Lorena Zeballos
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