Algún premio se ganó. Un par de Oscar, un par de Bafta, una ponchada de Grammy y Grammy Latino, e innumerables galardones y reconocimientos en todas partes. Eso es importante, pero no es lo importante.
Lo importante, en todo caso, es la obra: música para cine y videojuegos, discos propios -algunos brillantes- que fueron opacados por su enorme labor como productor artístico. Por ahí, en los últimos 20 años, se meten algunos de los hitos más importantes del rock y el pop latinoamericano (Juanes, Julieta Venegas, Café Tacvba, Molotov, Divididos y, de este lado del charco, La Vela Puerca y El Peyote Asesino). Antes de eso ya tenía sus diplomas, por haber laburado con León Gieco en el histórico Pensar en nada, de 1981, pero también en el proyecto demencial que fue De Ushuaia a La Quiaca, y con el trío chicano de garage rock The Plugz, por poner dos ejemplos bien distintos.
Lo importante, decía, es esa obra que arrancó a fines de los 60 en Argentina, cuando con Arco Iris fue pionero en la introducción de elementos del folklore latinoamericano en la música rock, y se ganó la anatema de los ya entonces fundamentalistas del género, y siguió con proyectos como la new wave de Wet Picnic, sus escasos pero valiosos trabajos solistas, y la fundación, en el nuevo milenio, del colectivo Bajofondo, un experimento que primero llevó el tango a las pistas de baile y luego incursionó en terrenos tan inclasificables como excitantes.
"La verdad es que descanso muy poco", dice Gustavo Santaolalla desde Buenos Aires, donde, además de atender a la prensa, trabaja en lo que será el nuevo álbum de Bajofondo, supervisa la salida de Raconto (Sony, 2017), un álbum en vivo que repasa su carrera como compositor e intérprete, y hace base entre las fechas de Desandando el camino, una gira en la que, por vez primera, echa una mirada casi hasta el principio de los tiempos (de sus tiempos, que en este caso es lo mismo), para encontrarse a sí mismo, "un incesante espejo que se mira en otro espejo", como recitó el ciego.
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Después de tantos años de carrera decidiste mirar atrás y "desandar el camino"...
Cada tanto hay que hacerlo. Este momento me agarró con ganas de ir muy, muy al principio, concretamente a la época de Arco Iris, que justo ahora salió una reedición de aquel primer disco, que tiene canciones que están marcadas por cierta atemporalidad, que son modernas, si se quiere. Nunca estuve mirando hacia atrás, pero ahora me parece una buena oportunidad. Además, cuando mis discos fueron saliendo siempre ocurrió que estaba con mucho trabajo, y no los pude presentar en vivo. Y también, a diferencia de la época en que los grabé, mi rango como intérprete ha crecido, y eso hace que a la misma canción la aborde de una manera distinta, tal vez mejor, de lo que lo podría haber hecho cuando se grabó.
Estás como Gardel, que cada día cantás mejor...
No sé si tanto como Gardel, pero he mejorado, y eso se nota, y le da a las canciones otra dimensión.
El otro día Juan Campodónico decía, a propósito de "Tambor del cosmos", que era una canción que te calzaba perfecto, y yo le comentaba que quizá eras el último hippie...
No lo creo, nunca fui hippie. En la época de Arco Iris vivía en una comunidad donde nos levantábamos todos los días a las 6 de la mañana, meditábamos, hacíamos yoga, no tomábamos drogas, ni alcohol, no consumíamos carne, teníamos una disciplina muy grande que poco tenía que ver con los hippies.
O sea que ahora te permitís estar más hippie que antes...
Y, en algún nivel sí, pero tengo una vida muy organizada. Sí coincido con los ideales de paz y amor, eso sí, desde siempre, pero desde el otro punto de vista estuve, y estoy, muy lejos.
Siempre fuiste muy ambicioso, en el sentido de querer lograr cosas que no existían...
Sí, y también en el sentido de tomar riesgos, de no quedarme en la zona de confort, y de buscar en lo que hago algo que sea atemporal. Quizá más que buscar sonar contemporáneo, lo que me caracterizó es la búsqueda de algo trascendente, que no tuviera que ver con una moda, o algo por el estilo.
Foto: Prensa Gustavo Santaolalla
Tu obra está atravesada por un hondo componente espiritual, donde lo divino está presente. ¿Sos religioso?
No soy para nada religioso. no practico ninguna religión, todo lo contrario, soy agnóstico. No soy partidario de las religiones, pero sí tengo un gran respeto por el mundo místico. Siempre he tratado de conectar espiritualmente con la música, y tengo mi propia forma de entender el universo desde un punto de vista metafísico.
Involucraste los instrumentos andinos con el rock, metiste el folklore y la música popular en propuestas rockeras, llevaste el tango a la electrónica... ¿Nunca pusiste freno a tus influencias? Porque muchos artistas han caído en el ridículo al tratar de meter todo en la misma bolsa...
No, siempre me interesó el riesgo de tomar lo que a uno le parece, y tiene que ver con lo que decía antes. Me interesa que la música tenga que ver con la identidad, y entonces hay una especie de vértigo, de falta de miedo a hacer algo que no había hecho antes. Nunca me importó hacer algo que, se suponía, no debía hacerse. Mi obra está llena de esas cosas. Y siempre me encantó, me encanta, trabajar con gente joven, que aporta otras miradas.
Eso ha hecho que tu nombre esté asociado, inseparablemente, a la historia del rock latinoamericano, desde Ushuaia al Río Grande...
La verdad es que vengo de una generación que se tomó en serio eso de la América bolivariana. Nosotros teníamos a los Beatles y al Che Guevara, creíamos en una Patria Grande, sin fronteras, y yo he tratado siempre de traer todo eso a mi música, y a la que he producido. El rock anglosajón es lo mismo, es la mezcla de la música de América del Norte con la música de los negros, con su folklore. Ya en la época de Arco Iris tomamos esa enseñanza, de hacer una música que hablara de nosotros. Eso es lo que busco en la producción de otros artistas. He hecho decenas de discos con esa premisa.
¿Creés que hay un gen Santaolalla, algo que se identifique en cada disco que producís?
Yo quiero creer que lo hay, pero también he tratado de sacar afuera la identidad de los artistas que produje. Hay otros productores, como Daniel Lanois y Brian Eno, que buscan dejar una marca en los discos que hacen, que vos los escuchás y te das cuenta de que están hechos por ellos, que tienen su sello. A mí me interesa más un George Martin, un tipo que buscaba al máximo lo que los artistas tenían para dar. Eso es lo que me gusta. Tratar de transmitir una identidad musical, que tiene que ver con de dónde sos y qué es lo que hacés.
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Gustavo Santaolalla presenta Desandando el camino, el 13 de octubre, desde las 20:00, en el Auditorio Nacional del Sodre, acompañado de su banda (Barbarita Palacios, Javier Casalla, Nicolás Rainone, Pablo Gonzalez y Andrés Beeuwsaert). Las localidades están a la venta a través de Tickantel y en la boletería de la sala.
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