Martino (Vivace- Bizarro, 2014) es el nombre del álbum debut de Diego Martino, quien fuera, hasta su disolución, miembro de Hereford, quizás la pata más amiga del pop y la balada de aquel combo rockero.

Su primer disco en solitario es, según cuenta, una suerte de desafío a sí mismo y a su historia, y es, también, una manera de empezar un nuevo viaje en el que no haya mapas.

Sin estridencias guitarreras, moderno, más serio y autorreferencial, Diego Martino cree que el rock no está en la distorsión sino en la actitud de no querer repetirse, y defiende el trabajo meticuloso de composición y grabación de los discos, porque “son inmortales”.

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Tu disco debut se llama Martino, a secas... ¿Qué pasó con el Chirola de Hereford? ¿Lo mataste?

No, no. El Chirola de Hereford soy yo. Uno no cambia de personalidad. Sí trato de no repetirme y cambiar a otras cosas, no voy a hacer Hereford 2. Pero sigo siendo el mismo, que pensó un nuevo proyecto.

¿Siempre estuvieron latentes estas ganas de hacer un disco solista?

No, siempre no. Lo empecé a trabajar hace unos tres años, y quería hacerlo bien, porque un disco es para siempre, es inmortal. Con Hereford pensamos algunos trabajos como una foto de un momento preciso. Yo tiendo a creer ahora que un disco hay que hacerlo lo mejor que se pueda, no importa el tiempo que lleve. Ahora quiero hacerlo perfecto, que colme mis expectativas, antes que sacarlo apurado porque si no el ruedo del marketing te come. Entrar en ese espiral a veces es nocivo para el artista. Es preferible retraerse un poco, dejar el medio de lado, y esforzarse para que sea digno. Cuando uno tiene la posibilidad de hacer canciones y ser escuchado, está la responsabilidad de hacerlo bien. Yo me puse esa meta. Por eso me rodeé de gente en la que confiaba, productores y músicos, y dejé en sus manos decisiones importantes. Dejé el ego de lado. Hacerse vulnerable y permeable a las críticas es algo que está bueno que le pase a un artista.

Foto: Prensa Diego Martino

¿Te descubriste ahora siendo vulnerable a las críticas?

Sí. Las bandas tienen eso. Uno, cuando escribe y se expresa en el escenario, habla en nombre de un grupo. No lo veo como una carga, sino como algo positivo. Soy responsable de lo que digo y lo que hago, y no represento a más nadie que a mi sentir. Igual, en un proyecto solista, nunca se está solo.

Pero el que aparece en la tapa del disco es Diego Martino...

Sí, pasamos raya y el responsable del proyecto soy yo... en ese punto asumo la responsabilidad. Siempre fui reacio a echar la culpa de que las cosas no salen a los demás, o al medio. Es fundamental la introspección, estudiarse a uno mismo, ver por qué no salen las cosas como uno las piensa. Muchas veces, cuando no salen, uno mismo es el responsable de poner el palo en los rayos, de apuntar las balas donde no hay que apuntarlas. En este momento que vivo, mis balas apuntan a tratar de hacer las cosas bien, más allá de la repercusión mediática o el éxito de público. Creo que el artista siempre debe ser creíble, y eso se logra haciendo las cosas lo mejor posible, y vibrando de alguna manera de que los que lo rodean estén en la misma sintonía.

¿Este disco es lo mejor que podías haber hecho?

Creo que colmó mis expectativas, que refleja fielmente lo que soy como músico, más allá de que soy parte de donde vengo, de una banda...

Pero hay un quiebre estilístico, no hay rocks a la Hereford...

Lo que pasa es que, si escuchás cualquier trabajo de Hereford, en el mismo disco vas a encontrar casi dos bandas. Casi. Tenés un cantante como Frankie (Lampariello), un tipo derecho del palo del rock, y yo, que, si bien me encanta el rock, nunca me interesó el ser rockero. Me chupan un huevo las etiquetas del género. No me preocupa que me llamen popero tampoco. Me parece que el pop es algo muy saludable. Creo en las canciones, que más allá de la cantidad de distorsión que le pongas a una guitarra, el rock pasa por otro lado.

¿Por dónde?

Pasa por la transgresión. Creo que repetirse es parte de no ser un rockero. Arriesgarse es rock. Es más la actitud que la distorsión o la cantidad de platos que metas en una canción...

Foto: Prensa Diego Martino

Al momento de esto, ¿eras consciente del riesgo artístico que estabas asumiendo? ¿Pesa el haber sido un Hereford?

No. Yo soy Hereford. De hecho fue mi proyecto de vida con mis compañeros de banda durante muchos años. Parte de mi idiosincrasia es haber sido Hereford. Y cambiar también es parte de mi idiosincrasia, igual que hacer canciones melódicas, o rockeras.

Bueno, pero no deja de ser un riesgo no meter una guitarra en un disco post Hereford...

¿Y qué iba a hacer? ¿Repetirme? Sería una falta de respeto a mí mismo. Creo que lo divertido de esto es meterse en caminos que te lleven a la nada, sin tener un plan de vuelo.

¿Y no tenés un plan de vuelo, una hoja de ruta para tu carrera?

No, no. Yo voy donde las canciones, porque de eso se trata. Empecé a investigar con máquinas, con secuencias, baterías electrónicas, cosas que nunca había hecho, y me sentí muy cómodo. Capaz que en el próximo disco agarro para otro lado. Lo bueno de este camino es que no tiene límites, más allá de lo que pidan las canciones.

¿Sos un tipo de canciones?

Me gustaría pensar que sí. Una buena canción queda bien, la vistas como la vistas. Las buenas canciones se tocan con una guitarra y una voz. Está bueno ponerse el overol, trabajar en las canciones, que se entiendan... no solo para entenderlas yo mismo. Si voy a hacer un disco y lo voy a sacar al mundo, la idea es que quien lo recibe lo entienda.

¿Qué tanta intimidad exponés en tus canciones? Porque las de este disco son muy personales...

Tengo períodos. No estoy todo el tiempo haciendo canciones. Para poder hacer una canción tengo que ponerme en un estado de observador. Hago como un paréntesis en mi vida mecánica y paso a ser un tipo más conectado, tratando de llevar al papel todo lo que se me ocurre. Todo. Páginas y páginas de frases, cosas que escucho, que alguien dijo, recuerdos, algo que siento, y empiezo a describir lo que me está pasando. Casi siempre sucede que las cosas que te llaman la atención tienen una relación muy fuerte contigo, en algún punto. Y desde ahí empezás a desarrollar alguna idea, que llevás a alguna canción. A veces tardás meses en hacerlo.

A mí me cuesta mucho escribir. No soy un escritor, ni tengo tiempo. Me reconozco absorbido por el sistema, y durante muchos años fui programado, al igual que casi toda nuestra generación, para un éxito social. Cambiar ese éxito social a un éxito subjetivo, que para mí es el verdadero valor, de tener tiempo libre, tiempo para ser personas integrales, que formen parte de un todo, y no colgadas porque tienen que pagar una cuenta a fin de mes... No soy una persona que esté todo el tiempo escribiendo. Sí hago un proceso de bajada hasta lograr ese paréntesis que decía, y ahí escribo.

 

Foto: Prensa Diego Martino

Si no sos escritor, ¿por qué escribís?

Arranqué a escribir porque tenía una banda y quería hacer cosas propias. Muchos no escriben por el superrespeto que le tienen a las megacanciones. Yo siempre fui un desafachatado. En algún punto, nunca le tuve miedo al ridículo. Un artista no le tiene que tener miedo al ridículo, porque no puede hacer nada. Y por ahí entonces salen canciones que están buenas. Es un ejercicio escribir. Empecé a escribir por instinto de supervivencia, porque quería tener una banda y salir a tocar. Porque era adolescente y creía en el mundo ideal: en hacer canciones, grabar discos y salir a tocar. Esa inocencia está buenísima.

¿Y cuánto queda de esa inocencia?

Queda poco, pero sí está eso de perderle el miedo al ridículo. Con Hereford en algún momento nos empezó a ir muy bien, y por eso teníamos que hacer las cosas bien. Entonces nos sometimos a una presión que no estaba buena. Después fuimos creciendo, pero hubo momentos en que nos preocupábamos más por trascender que por lo que tocar. Hoy trato de darle pelota a que las cosas salgan ‘perfectas’, pero me preocupo porque el camino sea lindo, espiritual, honesto. Eso es más importante que cualquier otra meta.

Hablaste varias veces de dominar el ego, de paz, espiritualidad... ¿Tenés alguna religión?

No, ninguna. Soy ateo. Gracias a Dios. Creo que hay que hacer las cosas bien porque está bien, no porque hay un dios y te ganás un cielo. Eso es un canje, y no estoy ni ahí con eso. Hay que actuar bien porque sí. Yo creo que tengo que ser mejor que mi padre y mi hijo tiene que ser mejor que yo. Mejores en la convivencia con el mundo. Estamos en un punto en el que somos exóticamente primitivos, vamos en busca de una zanahoria digital, y cada vez estamos más aislados de nuestra sensibilidad, de nuestra conexión hacia la tierra. No tenemos permiso para aburrirnos, con lo sano que es no hacer nada. Nos llena de culpa no hacer nada. Si te llaman a las 10 de la mañana y estás durmiendo es una catástrofe. Andá a una reunión y fijate: es una competencia para ver quién se levanta más temprano. Es una estupidez, es ridículo.

Transamos vida por algo. Tomá, sacrifícate. Acá está bien visto trabajar 14 horas y ser pobre, y es un desastre en realidad. Es una transa horrible, que sirve para que te señalen y digan ‘es un crá, qué laburador’. Eso es nefasto. Pero estamos programados para el sacrificio. Y más nosotros, en el Uruguay, que somos descendientes de inmigrantes, donde no existe otro concepto que el del sacrificio y de la voluntad extrema. Nacés y te inculcan que para tener algo, tenés que perder algo. Y es mentira. Podés tener todo. El problema es que siempre pasamos a lo material. Ahora el nuevo bien es el tiempo, pero nadie sacrifica dinero para tener tiempo. Yo estoy tratando de salir de esa rosca y encarar las cosas desde un punto más de conexión, de hacer las cosas bien porque están bien.

 

Diego Martino presenta Martino el miércoles 12 de noviembre en la Sala Teatro Movie Center de Montevideo Shopping.