A Daniel la cabeza le viaja. La madre se dio cuenta cuando él era chico y se empezó a preocupar, él inventaba cosas y se enredaba en sus propias historias. Lo bueno es que, sin abandonar la magia del juego, cuando la cabeza te viaja como a Daniel, tenés la opción -limitada a unos pocos- de convertir la mentira en un acto altruista. Es firmar un contrato con el espectador: yo te miento y vos por un rato me creés.

El plan B pronto se convirtió en vocación y esta a su vez mutó en talento valorado a un lado y otro del Río de la Plata.

A Daniel la cabeza le viaja, y eso está muy bien.

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¿Cómo arranca, no sé si tu vocación, pero al menos tu "gusto" por la actuación?

Por un lado, me llevaban al teatro de chico y me encantaba, y por otro lado me salía bien mentir, tenía buenas aptitudes para armar cuentos y en la medida de que a mi madre le preocupaba eso yo empezaba a tomar conciencia y también empecé a sufrirlo un poco porque después me veía envuelto en una mentira que no podía desanudar y tenía consecuencias que sufría. Supongo que este cuento termina con que yo decido hacer de eso algo más constructivo y me empiezo a formar como actor.

¿Por qué pasa tiempo entre que empezás a formarte como actor y decidís que esa sea tu profesión?

Un poco porque es bueno tomarse la actuación -y puede servir como consejo para la nueva generación de estudiantes- como un plan B. Yo creo que la actuación, más allá de que los actores tenemos un oficio apasionante que implica mucho esfuerzo, siempre tiene que estar vinculado al juego. Más allá de que sea un trabajo y que en algún momento dependamos de ese trabajo para subsistir, no puede dejar de ser un juego el momento en que subimos a un escenario con el compañero o se enciende una cámara.

Si nosotros ya empezamos como con una dependencia hacia el éxito o el fracaso, no atravesamos toda la formación del oficio a través del juego, y le imprimimos una responsabilidad y una autoexigencia crueles que no conectan con la naturaleza del oficio. Aunque yo fantaseaba con ser actor, estaba bueno pensar en otra posible actividad y hasta el día de hoy no estaría dispuesto a hacer cualquier cosa en la actuación y si no recibiera lindos proyectos preferiría buscar otra cosa para hacer.

¿Tu familia nunca se opuso a que fueras actor?

Hubo algún prejuicio por el lado de mi padre, pero no muy sustancioso. Había alguna cuestión de sobrevaloración del título universitario, que ahora no garantiza nada, pero por ahí era algún prejuicio. Pero nada serio.

¿Cuál fue el motor para irte a Argentina?

Fue personal. Armé una relación amorosa en Buenos Aires [N. de la R.: con su actual esposa, la directora y actriz Ana Katz], pero nunca se dio una decisión de cambiar mi hábitat. Tengo acá una productora y siempre estoy con ganas de trabajar en Montevideo. El cambio de locación respondió más a un tema de organización familiar.

“El Estado es socio y tiene que asegurarse de que el ciudadano pueda acceder a la cultura que está hecha para él”

Arrancaste haciendo teatro. Uruguay tiene una oferta muy amplia pero todavía no se termina de redondear la formación de públicos. ¿Qué falla?

No sé si es un problema de difusión... Creo que los medios de comunicación están un poco dedicados a los temas más masivos y por ahí el teatro no tiene tanto espacio. Pero no sé si es exclusivo del teatro uruguayo... No quisiera hacer yo un diagnóstico porque en los últimos años no he estado tan cerca de esa área.

¿Y en el caso del cine nacional? ¿Falla la difusión o la colaboración por parte de los entes?

La parte que noto más floja en políticas públicas es el apoyo que recibe el cine uruguayo de parte del Estado a la hora de exhibirse. Si bien la producción cuenta con un apoyo limitado, en comparación con otras cinematografías regionales, que proporcionalmente a la población también tienen más apoyo, el tema es que después el Estado deja todo en manos del mercado a la hora de la exhibición. Y la exhibición siempre está regulada: premisos, licencias... Y es ahí donde el Estado tiene que asegurar que la cultura que él mismo está fomentando sea accesible. Ahí es donde se retira y se vuelve un doble discurso. Ahora es el Estado el que regula y "no tenemos nada que ver".

Regular el mercado no es estar en contra de la libertad de expresión, al contrario. Hoy como espectadores somos rehenes de una oferta muy reducida de películas y las pocas que escapan a esos circuitos llegan por muy poco tiempo y no terminan siendo accesibles. Las películas uruguayas tienen que ser accesibles al público porque son del público. El Estado es socio y tiene que asegurarse de que el ciudadano pueda acceder a la cultura que está hecha para él. Después que decida verla o no, es otro tema, pero tiene que tener acceso. Y eso no está.

¿Por qué consumimos lo que nos manda Hollywood?

Apoyar al cine uruguayo para exportarle es una lucha mucho más difícil porque ahí todos sabemos que los americanos, aunque tienen muy buena prensa en esto de que no necesitan subsidiar su cine, no solo lo subsidian a través de programas impositivos gigantescos, sino que son los más proteccionistas del mundo. Fueron los primeros en entender que, para ser dominantes en los mercados internacionales, tenían que proteger la industria. En el caso del cine una protección casi delictiva.

¿Se está desarrollando un nuevo lenguaje cinematográfico en Uruguay?

Si hablamos en términos de estilos o géneros yo creo que se han diversificado y eso es saludable. No creo que se pueda hablar de que el cine uruguayo sea lento o rápido... Hoy tenemos muestra de que los autores cuando tienen libertad para desarrollar sus proyectos encuentran su propio lenguaje.

Acabás de ganar el premio a mejor director en el Festival de Miami por El Elegido (2016). Otras producciones uruguayas también salen a festivales internacionales. A pesar de los fallos que encontrás en materia de exhibición y apoyo estatal, ¿qué te empuja a no dejar de crear acá?

Lo que pasa es que, por más difícil que sea hacer películas acá, y aunque ese apoyo no esté optimizado: existe. No puedo decir que somos los olvidados del Estado porque sería injusto. Por pequeño que sea, es valioso su apoyo. Y uno igual se revuelve de todo un poco. Yo soy actor y voy en tele, cine, teatro... En Uruguay, Argentina, Brasil. No soy dependiente de ningún mercado.

“Criticamos mucho lo que nos llega de la televisión argentina y nos horrorizamos, pero cada vez más nos reflejamos porque se consume mucho su ficción”

En Argentina hubo un revuelo mediático entre Pablo Echarri y Telefe. Según trascendió, lo bajaron de un proyecto porque "dividía la pantalla" al expresar su militancia política. ¿Te han condicionado tus ideas a la hora de acceder a algún proyecto?

No, que yo sepa. Hay algo que muestran los medios, que existe, que es una división feroz en una parte de la población. Pero en el sector del cine, las personas que están a un lado u otro de esa línea divisoria, igual sabemos si es buena persona más allá de su militancia política. Yo he trabajado con directores de ideologías bien distintas y he discutido muchísimo pero no por eso nos dejamos de querer o de interesar en el trabajo que el otro puede aportar. Que yo sepa no quedé atrapado en ese juego cruzado, pero no deja de angustiarme que haya una capa que es rehén de esa violencia que inyectan los medios.

Antes dijiste que no estás dispuesto a hacer cualquier cosa. ¿Qué proyectos elegís?

Me importa en primer lugar la gente con la que voy a trabajar. Director, actores, producción... siempre es el termómetro más justo al que me adapto. Porque es difícil que, si uno encuentra buena conexión, toda esa gente se equivoque al mismo tiempo en un objetivo común que es hacer algo interesante.

Y considerando que toda obra es política -aunque nos se lo proponga y aunque no hable de nada vinculado a la política- y es una mirada del mundo y una posición frente a los valores sociales, sí me interesa la convergencia de interés común con la propuesta y la sensación de poder aportar algo. Cuando me llaman para hacer algo que podría hacer cualquiera, incluso que cualquiera podría hacerlo mejor que yo, digo: "Mejor denle la oportunidad a otro".

Ahora presentás El otro hermano, de Israel Adrián Caetano. Cuando pasó Leonardo Sbaraglia por Uruguay contó que este fue su papel más oscuro. ¿Qué te atrajo a vos del proyecto?

Yo nunca había trabajado con Caetano pero admiraba su trabajo y cuando me comentaron del posible elenco me motivó más. El guion casi que lo leí con los ojos cerrados y me impactó. No pensé que fuera a ser una propuesta de género tan arriesgada. Engordé 10 Kg y quedé bajo la mirada de Caetano que maneja muy bien el género policial.

A mí me tocó jugar de cinco de mediocampo, sosteniendo el punto de vista de la película y fue un lujo para mí que confiara para mí esa posición de juego. La película es muy sólida.

A veces encaramos proyectos y salen sobre ruedas, otras tantas no. ¿Qué momento difícil recordás de estos años?

Hay un par de malas experiencias que tuve. Una en teatro, con un director muy hostil y otra en cine. La única que me animo a mencionar es la segunda que fue en España. Una serie de sucesos desafortunados pusieron el dedo sobre mí como alguien problemático. El primero fue haber fumado hachís con el grupo de actores -sin haber fumado hachís antes yo-, el primer día de rodaje, y terminar haciendo cualquier cosa... Pero fueron varias torpezas y algunas falsas sospechas que hicieron que no haya sido una linda experiencia (risas). Pero en general siempre he formado equipo en proyectos con los que me he sentido muy bien.

¿Qué te queda por hacer a corto plazo?

Tengo ganas de hacer la segunda parte de la Guía 19172 (Desmorrugando la Ley) que es la serie que hicimos sobre la Ley de la regulación de la marihuana en Uruguay. Ese equipo de investigación es probable que sea convocado para profundizar sobre cuestiones de alguna otra ley que está en juego.

¿Te gustaría hacer ficción en la televisión uruguaya?

La verdad que sí. Hace poco casi me involucro en un llamado para hacer una serie, pero no me dio tiempo. Me encantaría. Acá como el mercado es chico, sale muy caro producir ficción siendo que por muy poco valor compran las latas de afuera. Quizás una Ley de Medios ayude a que al menos se establezca un mínimo de producción uruguaya, porque al final criticamos mucho lo que nos llega de la televisión argentina y nos horrorizamos, pero cada vez más nos reflejamos porque se consume mucho su ficción. Hay que asumir que la cultura es también un diálogo con nuestra propia forma de ser.


Montevideo Portal | Lorena Zeballos
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