El Gran Pez (MMG), álbum debut de Alejandro Balbis, apareció en 2009 y se convirtió rápidamente en lo que, en la aldea, se concibe como un éxito. Edificado casi de casualidad alrededor de la canción que da nombre al disco, un hit a prueba de terremotos, El Gran Pez sonó lo que tenía que tenía que sonar, vendió lo que tenía que vender, y se metió por las orejas en la cabeza de la gente. Una bomba. En los Graffiti de 2010, el trabajo de Balbis se llevó el premio al mejor álbum de música popular y canción urbana otorgado por el jurado. Pero en las de a peso, Balbis se hizo del galardón que cualquier músico que se precie de popular quiere tener en la repisa del living: la votación popular, es decir, los tipos que van con los billetes a la disquería o a la boletería del teatro para hacer mover la calesita de la industria, el Respetable, dijo que El Gran Pez era el mejor disco y tenía la mejor canción, y que Alejandro Balbis era el artista del año. Junen.
Pero Balbis no empezó con El Gran Pez. Mucho antes, este cantautor surgido de la escena murguera, ya había trabajado como arreglador y productor, y firmado varios laburos con pesos pesados de la música popular rioplatense, como La Vela Puerca, Bersuit Vergarabat y Bajofondo.
A fines de 2013 regresó con Sin Remitente (MMG), uno de los discos más logrados del año, de sólida producción y composición sin fisuras. Hay en este álbum (producido por Rodrigo Gómez, grabado por Julio Berta y masterizado en Estados Unidos por Tom Baker), canciones con patente de éxito como ‘Domingo' y ‘Caldera del alma', pero que no opacan el brillo del resto.
En Sin Remitente, Balbis se consolida como un intérprete sólido que sabe lo que quiere y dónde quiere ir, pero además se revela como un compositor inspirado, que rehúye respetuosamente los tópicos de la murga canción para construir un universo propio de historias y personajes con los pies en el presente y la mirada en el ayer. O viceversa.
Foto: Prensa MMG
El Gran Pez, por ser tu primer disco, reunía lo mejor que habías hecho hasta la fecha, tenía más de 40 años de elaboración, y fue un golazo. ¿Hubo presión del sello, del público, o de vos mismo, para que este disco fuera igual?
No puntualmente, aunque algo me pedían. Del sello, me decían ‘meté otro Gran Pez, marchita'. Claro, ellos te hablan de conceptos que uno después tiene que volver realidad, y no es tan sencillo. A la hora de pensar en el disco, de trabajar en Sin remitente, que empezamos como cuatro años atrás, a cranear, a meditar la grabación de la placa, eso requirió cosas distintas. Me ligué con mentalidades distintas a las que me había conectado para hacer El Gran Pez, y me asocié con personas que la llevan de otra forma, como el productor Rodrigo Gómez o el ingeniero Julio Berta.
Pero no se buscó copiar ese modelo...
'El Gran Pez' (la canción), tuvo la oportunidad de ser grabada como siete u ocho meses antes que el resto del disco, e hizo su juego. Lo mandamos a las radios, hizo su trabajo y fue muy difundido. La canción gustó, prendió y le dio marco al disco, le generó expectativa. Y anduvo muy bien.
Es un disco construido alrededor de esa canción...
Pero no era así, no fue planeado así. Se fue dando en el proceso. En la primera lista de canciones que hice para ese disco, que después fue El Gran Pez, no estaba ese tema. No lo había puesto y no lo hubiera puesto. Y el productor dijo ‘no, no, no, no, no... esta canción tiene que estar, tiene que estar, tiene que estar'. Y yo: ‘a mí no me parece, habla de una película', y él ‘tiene que estar, tiene que estar, tiene que estar'. Y la empezamos a ensayar, mhhhh..., y empezó a mostrar su verdadera forma. Se le hizo el arreglo y al poco tiempo estábamos entusiasmados con la canción, y ahí el proyecto empezó a mutar. El disco se iba a llamar Cosecha tardía, como el vino, que se hace con una uva casi pasadita y queda con un gusto más interesante. Y el proyecto empezó a cambiar en torno a la canción, y el diseñador del arte de tapa, que fue Ariel Pari, que es una mente increíble, dijo ‘no, no: este disco se tiene que llamar El Gran Pez', y se armó estéticamente alrededor.
Es muy distinto lo que pasó con Sin Remitente, que se grabó todo de una, se pensó todo. Hasta que no tuvimos las canciones elegidas, que nos llevó tres años, las canciones ensayadas, que llevó meses, no entramos al estudio. El laboratorio lo hicimos en vivo y en directo.
Foto: Prensa MMG
Este Sin Remitente, creo, confirma lo que venía dibujándose en El Gran Pez, que es un interés porque las músicas y los textos no caigan en la obviedad, en la solución más fácil, ¿puede ser?
Sí, creo que sí. Las letras están más maduras, pensamos todo con más exhaustividad. Hasta decidimos dejar cosas que hubiéramos cambiado. Elegimos eso. Cosas que no están del todo bien conjugadas, que están en nuestro lenguaje cotidiano y no las decimos de la manera correcta. Y las dejamos. Algunas acentuaciones que quedaron. Que ‘quédaron', ese tipo de cosas. Y por otro lado son canciones de épocas distintas. No hubo un ‘me siento a componer este disco'. La mayoría ya estaban hechas.
Hay ciertas obsesiones en tus canciones: los viejos, la finitus, el paso del tiempo, Buenos Aires, los cantores...
Bueno, elegimos esas canciones porque eran las que nos parecieron mejores entre una bolsa de otras. Después pensamos qué nos decían juntas.
¿Y qué decían esas canciones?
Y... me generan una mirada al pasado. Como mucho al presente, pero un presente que mira lo aprendido. ‘Claroscuro' analiza la psicología del cantor, qué lo mueve. Tampoco dejo de mirar al pasado porque hace siete años que no salgo en Carnaval, y sigo siendo un cantor igual. Sigo extrañando como loco la bañadera. Las giras con la murga, la convivencia.
¿No es lo mismo con banda?
Sí, también. Pero somos menos, tenemos más responsabilidades, no hay uno que se encargue de todo. Es un poquito más estresante. En la murga iba sentado en un bondi, y preguntaba ¿dónde está mi cama? ¿Dónde está mi plato? ¿Dónde está mi micrófono? Era lo único que me preocupaba. Y eso siempre estaba. Era otra mentalidad. Ahora tengo que procurarme mi platito, mi camita, un micrófono que suene y un monitoreo en el oído, y hablar con el sonidista, porque a veces hay asistentes, y a veces no. Pero nadie me mandó meterme en este baile...
¿Y por qué te metiste?
Es que me fui quedando sin alternativas. Se me vinieron los años encima, y lo único que sabía hacer era esto. Siempre vi con mucha naturalidad que el arte me diera de comer. Yo no tengo la culpa de haber elegido un trabajo que es divertido. Eso se lo digo siempre a mi mujer. Vivimos bien, nos llevamos hermoso, pero a veces se hace difícil, viajando tanto, yendo y viniendo. A veces ella está en casa en su rutina, nuestra rutina, y yo de repente estoy brindando con unos tipos después de un toque, comiendo un lechoncito, o viajando en un avión desde Cuba, o en alguna playa de Rocha. Lo vivo sin culpa. Tenemos una cultura, occidental y judeo cristiana, donde está el problema de la culpa sin resolver. Eso nos trae unos líos bárbaros. Aparte, yo soy de una generación que se crió dentro de una mentalidad salida de la dictadura militar, en donde el hecho de ganar dinero estaba mal visto. Había un fervor político de solidaridad y de entrega sin pedir nada a cambio tan grande que no estaba bien visto pedir plata, tener una ganancia monetaria.
Vos fuiste alumno de Jorge Lazaroff, un tipo que se murió sin haber hecho dinero pero habiendo colaborado con todas las causas...
El Choncho, claro. El Choncho se murió sin un mango. Él era pensamiento y acto todo junto. No pensaba una cosa y manejaba su acting para acomodarse en la vida social del mundo, como quizás todos tengamos que hacer. Nuestro pensamiento es una cosa, pero nosotros actuamos tratando de sobrevivir en la sociedad. Para algunos es una cosa sola. Mateo, por ejemplo. Mateo iba donde quería ir, y no le importaba nada de nada. Y no por ideología, sino por impulsos creativos.
Yo tengo una carrera artística desde hace relativamente poco tiempo. Antes era un laburante, con mentalidad de trabajador. Cantaba, daba clases, arreglaba, producía, a cambio de un salario, como hace cualquier trabajador. Y ahora lo sigo haciendo. Trabajo de esto. Estoy haciendo entre 120 y 140 shows al año. Ponele que el 60% son en Uruguay.
Foto: Prensa MMG
Esa mirada al pasado que tienen las canciones, ¿es una contracara del futuro del que no hablás?
Desde lo racional, te digo que no me cabe hablar del futuro. O se me va para el lado esperanzador, de la esperanza, que realmente es un concepto que no entiendo. No sé qué es la esperanza. ¿Esperar? Yo no sé esperar, no espero nada. Yo voy a buscar. Lo único que espero es que cambie la luz del semáforo. Realmente no sé qué es eso. ¿Qué es? ¿El deseo?
No sé. Suena nietzscheano todo eso...
Bueno, pero antes de Nietzsche tenías el consuelo de que Dios te estaba mirando siempre, y vino este, lo mató y se terminó. Le encajó cuatro tiros con unas páginas escritas... hay que ser campeón, ¿no?
La lírica carnavalera es muy propensa a proyectar el futuro...
Puede ser. Me da una cosa como ‘terraja' eso de hablar del futuro esperanzador, o de mandar vaticinios. Eso tampoco me cabe... tratar de decirle a la gente cómo tiene que vivir... hay que cosas del género murga que están buenas, porque son parámetros de concurso, pero yo no soy de la murga. No tengo ningún parámetro de ningún concurso. La murga tiene adentro, implícita, una psicología como que los pobres son buenos y los ricos son malos, para ser un poco esquemáticos. Eso de ‘hablemos de los que estuvieron bien y de los que estuvieron mal', que no me cabe.
¿Un ellos y nosotros?
Bueno, eso menos todavía, porque se ponen en alguno de los bandos. Y peor cuando se ponen del lado de los buenos. Yo no puedo decir esas cosas. De hecho, hay cosas que escribo que hago que las canten otros, porque no las quiero decir, no me hago cargo. Me pasó en este disco, que tiene una frase que escribí cuando decidí invitar a un niño de 11 años a cantar una parte. ¿Qué puede decir un niño? Y ahí escribí una cosa que yo no voy a cantar. Cuando él no esté voy a decir otra cosa, no sé. voy a inventar una letra de costado. Dice ‘las tablas me recordarán/silencios llegan a su fin/ y aquellos cantores que ya no están/ en mi garganta resucitarán'. Un niño puede decir eso, yo no. En esa garganta pueden resucitar todos los fantasmas, porque es mortal.
¿En la tuya no?
No, no. Que lo digan los demás, yo no.
No lo digo en función de la garganta en tanto instrumento sino como depositaria de una tradición de cantores...
Mhhhh... yo no podría afirmar una cosa de esas. Sí es cierto, como dice un amigo, que vivo mirando hacia atrás. Lo digo sin culpa. Miro al pasado desde un lugar específico, no sé cómo explicarlo, pero no me parece un problema. Tampoco desde una óptica de ‘no hay futuro'. Pero me meto poco con eso, con el futuro. Si no está escrito, ¿qué te voy a decir?
Escuchá "Madrugué", una de las canciones del disco