El mes pasado, en los primeros días de alarma por el coronavirus en Occidente, se produjeron insólitas carreras de supervivencia dentro de tiendas, farmacias y supermercados. El alcohol en gel, el jabón y los productos desinfectantes se agotaban día tras días, así como también -caso curioso- el papel higiénico.

La sobredemanda de este insumo es quizá más comprensible en el extranjero, donde el bidet suele ser un elemento exótico o desconocido, y la falta del papel higiénico representaría un enojoso contratiempo. En Uruguay, país donde el uso de mueble de baño está extendido, la escasez de ese "producto estratégico" no sería desvelo de nadie.

En aquellos días, desde Italia a Uruguay, pasando por España, Portugal y otras naciones, el mensaje de las autoridades y los comerciantes fue idéntico: "no hace falta que se maten unos a otros ante las góndolas ni que hagan compras como para afrontar un apocalipsis zombi: hay stock suficiente como para afrontar la demanda", cosa que se fue comprobando jornada tras jornada.

Por ello, muchísima gente que acopió insumos como para resistir un invierno nuclear, afrontó luego el hecho de que "algo" debería hacer con todo eso.

Para algunos, el contar con docenas de rollos de papel higiénico al alcance de la mano y disponer de mucho tiempo libre, fue un estímulo para la creatividad.

Así lo demuestra el creador de este ingenioso dispositivo, quien una vez terminada la cuarentena podrá reclamar su título en ingeniería.