Heredera del oficio periodístico por vía paterna, a Julia Navarro le tocó echar los dientes en la profesión en uno de los momentos más complejos de la historia reciente de su país: el final del franquismo y la transición hacia la democracia. Durante décadas se ocupó de asuntos de política local e internacional en diversos medios españoles así como en agencias noticiosas. Hasta que un buen día probó suerte en el campo de la ficción, y ya no hubo regreso: la narradora acabó por sustituir por completo a la reportera.
La semana pasada Julia Navarro visitó nuestro país en el marco de la gira de presentación de su más reciente novela: "Dispara, yo ya estoy muerto", y habló con Montevideo Portal acerca de sus obras, el proceso creativo que requieren y el espinoso tema abordado en su ficción más reciente: la relación entre israelíes y palestinos.
Del reporte a la novela
"No fue una decisión ni algo que yo buscara. Ocurrió un poco por casualidad" cuenta Julia Navarro acerca de su pase del equipo de los periodistas al de los novelistas. "Un día encontré una noticia perdida en las páginas de un periódico. . . y fue como un chispazo que me dio la idea de mi primera novela: La Hermandad de la Sábana Santa", una historia de suspense en torno al célebre Sudario de Turín, publicada en 2004. La mezcla de intriga, elementos históricos y religiosos prendió como pólvora seca, y el libro se transformó en un éxito de ventas a escala internacional.
"Se dieron unas circunstancias muy apropiadas como para que yo al menos comenzara a escribir esa novela", recuerda la autora. "Era verano, estaba de vacaciones, y empecé esa aventura sin saber muy bien adónde me iba a llevar. Terminé la novela, la entregué a la editorial, se publicó y a partir de ese momento sucedió algo que yo no tenía previsto y es que la novela gustara tanto, no sólo a lectores de España sino de otros lugares", cuenta.
La metamorfosis entre el estilo de la crónica periodística y el de la ficción se dio naturalmente, según expresa la autora. Esto se debió a que se trató de un proceso paulatino, donde la reportera y la narradora coexistieron durante un buen tiempo.
"Mientras escribía esa primera novela continuaba trabajando como periodista, y hasta la tercera novela continué ejerciendo la profesión de manera activa. A la hora de escribir mi cuarta novela ya casi había abandonado el periodismo y fue recién para la quinta que lo dejé por completo", rememora.
Una de templarios
"Cuando alguien empieza a hablar de los templarios casi siempre está loco" dice Jacopo Belbo, uno de los personajes de la novela El Péndulo de Foucalt, del italiano Umberto Eco. Empleado en un pequeño sello editorial, Belbo manifestaba así su fastidio por la gran cantidad de aspirantes a escritores que presentaban borradores y manuscritos acerca de intrigas medievales, donde los enigmáticos caballeros de la Orden del Temple eran objeto de uso y abuso.
Quiso el azar que la primera novela de Navarro -donde los templarios son mencionados- saliera al mercado en momentos que El Código Da Vinci, novela de Dan Brown donde los templarios abundan, arrasaba en todas las listas de ventas del mundo. Y no faltó quien sumara dos más dos y trazara un paralelismo entre ambas obras.
"Me parece una solemne tontería la comparación, porque aquella novela era un thriller donde había una base histórica y una investigación bastante sólida al respecto. Creo que encontrar un paralelismo entre las dos novelas es apelar a lo fácil y superficial, simplemente porque ambas obras incluyen elementos históricos", explica Navarro. "No tengo nada que ver con Dan Brown, y nadie que haya leído mi primera novela puede decir que haya ningún paralelismo con la suya", sentencia.
El gran desfile
Dispara, yo ya estoy muerto, la nueva novela de Navarro, consolida una característica que la autora ya había exhibido en su anterior obra, Dime quién soy. Ambas son "novelas de personajes" en las que una multitud de gentes entran y salen de un relato que abarca vastas geografías y acontecimientos que transcurren a lo largo de casi un siglo.
"Con Dime quién soy y Dispara. . . hago una apuesta por la novela de personajes, que es un género que me interesa mucho. De hecho esta última novela ha resultado ser la más compleja de las que he escrito hasta ahora, debido a la cantidad de personajes que he tenido que manejar", explica la escritora.
"La estructura de esta novela me preocupaba mientras la escribía, porque los personajes podían llegar a írseme de las manos, y terminar siendo un caos para el lector. De alguna manera yo estoy siempre recordándole al lector quién es el personaje del que estoy hablando, siempre hago una mención para que inmediatamente se sitúe", detalla.
La obra transcurre desde finales del siglo XIX hasta mediados del XX, y recrea la vida en ciudades tan diversas y relevantes como San Petersburgo, París o Jerusalén, centrándose en la vida de dos familias; una judía y otra palestina.
Que no decaiga
A la hora de asumir el desafío de componer una narración donde cabe mucha gente, espacio y tiempo, así como acontecimientos históricos de gran complejidad, todo escritor se topa con un reto peliagudo: aportar la información de contexto que el lector necesitará para avanzar en el relato, y lograr ese cometido sin perder la tensión narrativa.
Para lograr ese propósito, Navarro sigue las huellas "de los grandes escritores rusos, especialmente Tolstoi, esos escritores que son capaces de contar una historia y al mismo tiempo, a través de esa historia, dar unas pinceladas sobre el retablo histórico donde está situada la acción. No puedes entender a Ana Karenina sin el contexto histórico, y Tolstoi lo plasma de manera absolutamente magistral: describe cómo es esa sociedad, sus claves económicas, cómo viven las diferentes clases sociales y hace un gran retrato de la época. Salvando todas las distancias, esos escritores son los maestros en los que me inspiro a la hora de contar ese tipo de historias", sostiene.
Por ello, la autora puntualiza que en su nueva novela "hay muchos personajes, pero todas esas pequeñas historias están enmarcadas en lo que es la Historia. Mi único objetivo es contar esas vidas de ficción que están situadas en un escenario. Ese escenario procuro construirlo bien, contextualizar adecuadamente, pero lo importante son los personajes. El resto es el marco".
La eficacia de su método para mantener al lector bien enganchado parece ser corroborada por su muchos seguidores, que devoran sus extensas novelas -la última tiene casi novecientas páginas- con pasmosa prontitud.
"Lo importante no es el tamaño. Un libro puede tener apenas cien páginas y ser insufriblemente largo y, por el contrario, puede tener más de mil y cuando llegas al final estar deseando que no se termine", reflexiona.
Un difícil equilibrio
Cuando Julia Navarro decidió escribir una novela que involucrara el prolongado e intrincado conflicto entre palestinos e israelíes, sabía que se estaba metiendo en un terreno difícil, donde las posturas extremas suelen primar sobre la moderación. La sensibilidad del tema podía hacer que desde uno u otro bando la acusaran de servir a los intereses de alguna de las partes, encasillándola en posturas que no profesa.
"Era una de mis principales preocupaciones, y la verdad es que me quitó muchas horas de sueño", reconoce la artista. "Yo no quería escribir una novela desde el maniqueísmo de buenos y malos, ese no era el objetivo de la historia. Esta no es una novela de tesis, sino de personajes, pero me preocupaba que alguien quisiera convertirla en eso, en una tesis sobre el conflicto, pero no lo es y los lectores así lo han entendido" apunta.
Según cuenta, durante una de las numerosas conferencias de presentación de la novela, pudo comprobar que sus pretensiones de ecuanimidad se habían conseguido. "Fue en un club de lectura, donde participaron una señora judía y un señor palestino. Ambos dieron sus opiniones y expresaron sus críticas sobre la novela, y coincidieron en que yo había mostrado una equidistancia y por tanto ninguno de los dos podía enfadarse conmigo. Los dos se sentían reconocidos en la parte de la historia que tenía que ver con ellos, y eso para mí supuso un alivio".
"He presentado el libro, recorrí toda España, y he estado en México, Colombia, Ecuador y Chile y nadie me ha hecho el más mínimo reproche en ese punto. No he querido tomar partido, ni montar una historia de buenos y malos. Cada personaje cuenta cómo le va a él, y los lectores empalizan con ellos", expresa.
Lo que el mañana traerá
Durante sus años de periodista Julia Navarro tuvo la oportunidad de conocer bien el Oriente Próximo, así como su peculiar coyuntura política. Basándose en este conocimiento pronostica que israelíes y palestinos acabarán por acordar la paz tarde o temprano.
"No sé cuánto tiempo tardará, pero algún día se levantarán los unos y los otros y llegarán a la conclusión de que no tienen más remedio que entenderse y compartir ese pequeñísimo pedazo de tierra", opina.
"Israel es un hecho consumado, existe y va a seguir existiendo, pero Palestina también existe y va a seguir existiendo, de manera que cuanto antes se pongan de acuerdo en dónde ponen la frontera, mejor para todos, porque van a seguir estando allí los dos, no tienen más remedio", afirma la escritora, agregando que "cuánto más alarguen el conflicto, más responsabilidad tendrán los dirigentes de uno y otro lado en prolongar el sufrimiento de la gente", asevera.
"Yo entiendo que algunos de los problemas que están sobre la mesa son complicados", concede Navarro, poniendo como ejemplo la capitalidad de Jerusalén. "Pues tendrán que ponerse de acuerdo, quizá la solución sea convertirla en una ciudad gestionada internacionalmente. Yo no sé cuál es la solución, pero alguna tendrán que encontrar" dice.
"Otro problema es el regreso de los refugiados y el número de los que efectivamente podrán regresar", ya que desde 1948 a la fecha ya hay tres generaciones. "Eso también se puede solucionar, al menos en parte, mediante indemnizaciones", sugiere, para pasar luego al no menos complicado tema fronterizo. "Tendrán que buscar unas fronteras que sean aceptables para ambas partes, y aceptables significa que a ninguna de las dos partes les gustarán, porque en una negociación nadie puede ganar por goleada", explica la autora, antes de pasar a un último y vital punto en el tema: "que Hamás reconozca a Israel. Hasta que eso no suceda, no habrá solución".
Pese al encono recíproco que muestran de continuo ambas partes, Navarro es optimista ante la posibilidad de una solución futura, pero advirtió también sobre las consecuencias de la participación de terceros en el conflicto, quienes a menudo buscan su propio beneficio.
"Creo que los palestinos han sido utilizados por muchos países árabes, que no han sido lo solidarios que deberían haber sido. Los conflictos siempre benefician a alguien y en este ocurre lo mismo. Desde luego que los que no se benefician en absoluto son los palestinos e israelíes que están allí, porque vivir en permanente estado de guerra no tiene la menor gracia", subraya.
"Hubo un momento en que se estuvo a punto de llegar a un acuerdo y 'casualmente' a Rabin le pegaron dos tiros y Arafat se puso enfermito", ironiza.
"En todo caso, igual se han producido algunos avances. Hoy hay territorios administrados directamente por palestinos, algo por completo impensable hace unas décadas", menciona la autora, aunque aclara que eso "no es suficiente: Palestina tiene que ser un Estado, tener sus fronteras y ser soberano y reconocido. Creo firmemente en eso, pero también entiendo que Palestina tiene que reconocer a Israel", concluye.