Mariana Carrizo es pequeña; no alcanza el metro y medio de altura, y tiene pinta de tímida. Pero se para en medio del escenario y apenas da unos golpes a la caja cuando la fragilidad se esfuma y su garganta canta con voz de siglos. Es coplera y nació en el pueblito de Angatasco, en los Valles Calchaquíes de la provincia argentina de Salta. Lleva en la sangre la música ancestral del norte argentino y en la cabeza miles de estrofas acopiadas a lo largo de una vida azarosa y obstinada.
La copla, explica, "es una estrofa que se canta en diferentes melodías de acuerdo al lugar de origen. Cada pueblo tiene una forma distinta de cantarla. Hay más de mil formas diferentes de cantar las coplas en todo el noroeste argentino, y distintas formas en toda Latinoamérica".
Cuenta que el amor por la copla ya estaba latente, pero el flechazo se dio a través de un disco de Leda Valladares que llegó a sus manos cuando era una niña. Pero mientras Valladares se largó a recopilar esas coplas con curiosidad antropológica y olor a ciudad en la maleta, Mariana salió a cantar algo que le brotaba de las entrañas.
"Mamé esta cultura, soy esa cultura que canta en vivo. Con mi abuela cuidábamos las cabras y las ovejas en el cerro, y escuché de los pastores y la gente mayor que cantaba para pasar el día estas coplas". Pero la pastorcita que cantaba no la tuvo fácil. "Mi padre es de cultura conservadora, él tenía la voz de mando y fue difícil salir a cantar porque no había una comprensión y aceptación. Además, somos nueve hermanos en total, siete de mi mamá y papá, y soy la mayor de ellos. Me tocó criar a los más chiquitos, ser la co-mamá".
Para peor, el viejo no quería saber nada con que la mayor de sus hijas cantara y quería meterla a monja. Mariana dice que tuvo suerte y "el destino no quiso. Él fue a inscribirme en un colegio y no me recibieron. Si no hubiera sido la perdición de las monjas". No dice que la música habría perdido más que las religiosas, pero es cierto.
"He ido haciéndome camino al andar", cuenta. "Si bien esta es una cultura cotidiana," porque la copla se canta todo el día, en el ocio y en el trabajo, en la alegría y la pena, "en mi caso he tenido el agregado de tener una pasión artística y escénica, y he llevado mi cultura natural y ancestral hacia los escenarios. A partir de ello tengo mi carrera y es por donde ando, haciendo un doble camino, con mi trabajo por un lado y difundiendo esa expresión cultural que, como toda cultura autóctona, con todos los tiempos sociales que hemos transcurrido, ha ido quedando atrás, desapareciendo, quedando en el olvido, o quedando en un lugar donde, lamentablemente, se van perdiendo, solas".
Magia y pérdida
A Mariana le ha tocado un arduo trabajo. Por un lado, la defensa de la copla como expresión ancestral y, por el otro, la proyección de esa cultura hacia fuera y la comunión con otras vertientes artísticas. Sostiene que, sobre cualquier diferencia, el alma del asunto es el denominador común.
La copla "es un canto íntimo, que la persona canta para sí misma, pero también se vuelve comunitario en las fiestas de los pueblos, en la yerra, las cosechas, los carnavales. En esa comunión se une la fuerza de cada uno y pasa a ser un trance espiritual enorme".
Por eso, no le asusta que la copla se contamine de otros géneros que, a ojos de los puristas, pueden resultar extraños. Al contrario, le gusta, y dice que "lo lindo es que en el caso de rock, que significa ‘roca', es también el canto visceral y libertario de los sentimientos y, por más instrumento ajeno a la cultura nuestra que haya, lo que prevalece es el espíritu. A partir de ese lugar se combinan las esencias y es muy lindo ese amalgamamiento, esa unión, esa simbiosis. También hace comulgar a otras culturas y a otras personas situarse en un lugar distinto, donde el principal protagonista del canto de la copla es la parte espiritual".
Y sin embargo qué cerca
Mariana Carrizo llegará a Montevideo el próximo 1º de noviembre, para presentar Coplas de sangre, su nuevo disco, en la Sala Zitarrosa. Antes, participará del taller literario que llevan adelante Washington Benavides y Numa Moraes. No será la primera vez que cruce el charco, porque ya estuvo en una edición del Festival Internacional de Música de raíz y Poesía Improvisada y participó del Festival Folklórico de Durazno. Con nuestro país, dice, la unen lazos de amistad y admiración, y ha hecho buenas migas con Numa Moraes, que va a grabar en su próximo disco, con Raúl Castro y Los Olimareños.
Pero hay más: en esta ocasión, tocará con Nahuel Portal, que fuera guitarrista de Alfredo Zitarrosa durante su exilio en México. Y estará en la sala que lleva el nombre del artista al que admira y define como "el mayor de los mayores", y que sólo eso ya la llena de emoción. "Aquí", dice, "voy a correr al Cerro San Bernardo, y siempre llevo 'Guitarra Negra' en los oídos. Es raro, porque no es un tema para hacer deportes, pero te mete dentro de ese torrente que tiene y no importa nada".
Mariana Carrizo se presentará el 1º de noviembre en la Sala Zitarrosa, a las 21 horas. Entradas en venta en Red UTS y boletería del Teatro
Escuchá Cuequita del desengaño