"no hay un solo hecho que no pueda ser el primero
de una serie infinita.
Me pregunto qué sombras no arrojarán
estas ociosas líneas".
Jorge Luis Borges

 


Walter Bordoni tiene el pelo plateado y largo que le cae sobre los hombros, sobre la remera invariablemente negra. Tiene, también, timidez de primer día de escuela y uñas de guitarrero. Y tiene, además, una voz filosa y el don de crear canciones artesanales, de melodías cuidadas y palabras precisas. El año pasado publicó 'La cifra infinita', un trabajo que refiere desde su título al Borges de las obsesiones con el tiempo y el espacio, pero que guiña un ojo a una lírica interminable de las pampas.

Dice que es lento, que trabaja con método y cuidado, y que lo que hace, como todo lo que ocurre en Uruguay, "se hace con mucha tranquilidad". Y dice que sí, que jugar con las palabras es un asunto serio. "Siempre me preocupé mucho por el tema de las letras, y por eso a veces demoro. Hay canciones que de repente están terminadas, y me paso meses revisando, cambiando alguna cosita. En este disco de repente se nota más porque uno va aprendiendo el oficio, y eso se nota. Todo está más pulido, vas adquiriendo mayor personalidad, es natural que sea así. Pero sí, soy bastante obsesivo en eso".

El resultado de tanta obsesión es ‘La cifra infinita', un disco en el que las canciones hablan de sí y entre sí con escritores, músicos, personas y personajes. Se cuestionan, se preguntan, se desnudan. Una colección de obras como homenajes a la libertad, la amistad, el amor y sus contracaras. Allí están ‘Los cuenteros', ‘Antes del fin', ‘Para una tumba sin nombre' y ‘A la hora de las lentas', pequeñas joyas de barro. Y ‘Balada del siete de marzo', la canción que le pido a mis amigos para cuando muera, o incluso antes.

Y allí, entre tanto demonio y exorcismo, las eternas referencias de Bordoni, los "Arlt, Onetti, Borges, y podría agregar a Cortázar", dice; "hay como una línea que los une. Creo que cada uno de ellos no hubiera sido posible, o igual, sin la presencia de los otros. Son autores que me importan, espero que hayan influido en lo que hago, porque los admiro mucho, y siempre estoy releyéndolos". Amigos y enemigos, los poetas, a un lado de esa columna vertebral que son "en lo musical, los Beatles y Dylan por el lado ‘gringo' y Dino y Darnauchans en la música de acá. Hay otra gente como (Jorge) Galemire, como (Fernando) Cabrera, Neil Young o Lou Reed, pero la columna vertebral es esa. Además, tengo la enorme fortuna y el orgullo de poder trabajar con los músicos uruguayos que admiro. Es como el sueño del pibe; que el tipo del que vos eras fan, que admiraste desde siempre, haya accedido a trabajar contigo, a compartir escenario, grabaciones, y sobre todo composición, que para mí es el estadio más importante. En este disco, puntualmente, hay dos canciones que compusimos con alguien a quien respeto muchísimo, que es Jorge Galemire", y firman, también, Dino, Alejandro Ferradás y Tabaré Rivero.

Ser y estar

Por venir dando batalla desde la segunda mitad de la década del 80, Bordoni conoce de memoria y de primera mano las mañas y los vicios del público y la crítica. Sabe, entonces, que "hay que estar permanentemente haciendo cosas, y tirando piedritas al agua, para generar corrientes, círculos concéntricos". Lo contrario es el ostracismo, o el olvido, aunque Borges diga que es lo único que no hay. Sin embargo, cree que "en los últimos años hubo un par de cambios positivos. Uno es que la gente más joven no tiene tantos prejuicios, esa cosa de pensar que la vida comenzó a partir de que ellos empezaron a escuchar música; hay un interés, una inquietud de conocer lo anterior y rescatarlo. Por otro lado se nota un cambio a nivel del público, que por ahí no es tan masivo, pero noto una ‘autoestima' mayor por lo que se hace acá, por varias razones. Hasta hace no tantos años, cuando te querían elogiar, te decían, por ejemplo, ‘che, qué bien que suena esto; parece un disco argentino'. No era con sorna, era un elogio en serio. Pero pasaba con todo tipo de cosas: un paquete de galletitas, argentino o brasileño, iba de suyo que era mejor que uno hecho acá. Creo que se ha recuperado la estima por lo que se hace acá en cuanto al arte".

Para artistas como Bordoni, el camino fue cuesta arriba. Y como no fue el único, se encuentra representado en una generación que abrazó una canción distinta, a mitad de camino entre la corrección del canto nacional y la irreverencia foránea del rock. Dicho esto con todo respeto y con un alto porcentaje de ironía. "Hay un disco de Los Terapeutas, ‘Mestizo en todos lados', que Mandrake (Wolf) explicaba que el concepto era ese", dice. "Para el canto popular, éramos unos peludos, unos rockeros, no teníamos nada que ver. Para los rockeros tocábamos candombe. A mí me pasó. Con el tiempo se va decantando, y, si bien existen ciertos ghettos estilísticos, sobre todo en algunos sectores del público, ya no es tan esquemático como antes", cuenta Bordoni, que celebra el haber interactuado con Tabaré Rivero, de la vieja escuela del rock nacional, pero también con Garo Arakelián, de La Trampa, un tipo que también sabe leer esa piedra Rosetta de la música uruguaya.

Barrio virtual reloaded

Alguna vez, los uruguayos se enorgullecieron, o podrían haberlo hecho, de contar con enormes talentos dedicados a escribir las mejores páginas de la música popular. Para no viajar a tiempos tan remotos como los de Alberto Mastra y Víctor Soliño, basta con citar a Alfredo Zitarrosa, Dino, Ruben Lena, pinceladas del mejor Sabalero y de Darnauchans encendido. Más acá, Jaime Roos imaginó una nueva época de héroes de bar en mangas de camisa. Hoy, solo una parte de la canción es la misma. El resto, la originalidad, las tripas, la inteligencia, parece haberse extraviado en las bateas.

Bordoni opina que "la música uruguaya avanzó en muchos aspectos: se suena mucho mejor, a nivel de instrumentistas hay cantidad de gurises que tocan bárbaro, bandas que tocan súper afiatado; hay bateristas, bajistas, tecladistas, cantantes que se preocupan por estudiar, por formarse, viajan, hacen clínicas, y sin embargo, en el terreno compositivo, es difícil encontrar canciones que me despeinen, como sí me despeinan canciones de Cabrera, de Galemire, de Dino, de Jaime Roos, Darnauchans, Zitarrosa o Ruben Lena. Tampoco hay gente, desde la canción más experimental, como Leo Masliah o el Choncho Lazaroff. Hay una pobreza bastante grande en ese sentido".

Pero el gato necesita un cascabel. "No me animo a hablar mucho más de lo que pasa acá porque desconozco el resto. Ese es un problema: hablamos de la globalización y está todo bárbaro, pero no sabemos lo que pasa en el interior. Desconozco lo que se hace en Argentina, salvo los cuatro, cinco, diez nombres que escuchamos siempre. Lo mismo en Brasil. Sí noto algo que calculo que está pasando en muchos lados, y es que hay un desdén por la lectura. Es muy común ver gente que se vanagloria de no leer, que considera la lectura como una pérdida de tiempo. Eso se ve reflejado, aún en gente que se dedica a la creación, a la canción, a la dramaturgia. Creo que el entorno en que vivimos está cada vez más empobrecido intelectualmente, y eso termina reflejándose en lo que se produce. ¿Quién tiene la culpa de eso? No lo sé. La tenemos todos; es muy fácil acusar a los gobiernos, a la televisión, a Tinelli o la computadora. No puedo dar un diagnóstico, ni decir qué deberíamos hacer. En general, desde siempre, no es nuevo, los medios de comunicación tienden a promover una cosa que sea divertida, entretenida, fácilmente digerible, en caso de la música que sea pegadiza, recordable, porque eso hace que se pueda vender".

La poca visibilidad es, paradójicamente, el mejor refugio. "La canción que hacemos algunos de nosotros no genera grandes booms de ventas ni irradiación, pero paralelamente tiene la fortaleza de la permanencia", explica. "Para mí es valioso, y lo digo más allá de mis canciones. La música que me interesa persiste en el tiempo, independientemente de la realidad que plantea, como ‘Milonga de pelo largo' o algunos tangos de los grandes poetas. Pero hay mucha gente y muchas gentes, y la cuestión es no perder el vínculo con quienes tienen una sensibilidad similar, y generar el diálogo entre las distintas generaciones", añade.

Un diálogo que permita nuevas historias, cada cual, como en ‘Las mil noches y una noche', más asombrosa que la anterior, donde vivan los Bordoni que lo habitan, sus mujeres Celias Lucías y Musas, el vino, el polvo del olvido, un muchacho rojo de bufanda que silbe ‘A Hard Rain's a-Gonna Fall'. Y chau.

Walter Bordoni presenta 'La cifra infinita' este viernes 18 de mayo en la Sala Zitarrosa, a las 21 horas. Artista invitada: Maine Hermo. ENTRADAS ANTICIPADAS: $ 150.00 en boletería de la Sala y Red UTS (día del show: $ 200.00)- PROMOCIÓN LIMITADA: Comprando el álbum La cifra infinita en locales de Palacio de la Música se obtiene una entrada gratis para el show.

 

Mirá el video de 'Antes del fin'

Escuchá 'Los cuenteros'

Escuchá 'Balada del siete de marzo'