Una vez, en Senegal, a Juan Chao le metieron la pesada. No le quisieron pegar, pero lo botijearon. "Vení, tocate una", le dijeron los veteranos, meta dum dum a pura sangre. Y Juan fue, y tocó. Dice que dejó todo, y que a partir de ahí empezaron a respetarlo.
Porque Juan Chao, o JRoots, su alter ego musical, es músico, pero ante todo batero. Desde los siete años hasta hoy mantiene una relación inseparable con la batería, tiene el tic de la percusión y el ritmo se le cae de los dedos.
Sentado tras el bombo, el redoblante y el charleston le tocó dar infinidad de shows y participar de giras, hasta que se dio cuenta de que estaba cansado. Primero se encerró a escuchar vinilos, después los sampleó, y cuando los demás se dieron cuenta, tuvo que armar una banda para mostrar esas canciones. Lo que tenía claro era que no quería volver a caer en la dinámica industrial del rock y eligió gastar su pasaporte en destinos menos glamorosos.
Primero fue una beca y entonces Senegal, y en breve será La Guajira, ese desierto en la frontera entre Venezuela y Colombia, para convivir que los wayúu. Y no es gratis; él va, apenas, a pasar unos piques de grabación, a armar un archivo sonoro. En cambio, ya se trajo, y confía en que volverá a traer, una percepción distinta, una nueva forma de prestar atención a la música.
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¿Cómo llega Juan Chao a convertirse en JRoots?
Toco la batería hace bastante, estuve en varios grupos, el último fue Max Capote. Grabé varios discos con distintos músicos. Hace un tiempo pude tener mi propio estudio, en un colectivo donde laburamos muchas bandas, y ahí se me dio la instancia de empezar a trabajar en esto. Además, pertenezco a una institución que se llama Clown Sin Fronteras, que es de Francia y labura acá en Uruguay, y he viajado bastante. En esos viajes empecé a coleccionar música folklórica latinoamericana en vinilo.
¿Qué te llamó la atención? ¿Tenías inclinación ya de antes por la música folklórica o fue el vinilo lo que te cautivó?
Siempre me gustó toda la música. Nunca fui fundamentalista, y la música folklórica siempre me gustó. Cuando era un pendejo no escuchaba folklore, escucha Nirvana y los Beastie Boys, pero después sí me empezó a interesar. Y además el formato: el vinilo me abrió muchísimo la mente. Es una forma de conocer una música que no es comercial y que, combinada con elementos como el sampler, generaba una cosa que me gustaba. El lo fi del folklore grabado con un micrófono, en condiciones más bien malas, combinado con el hi fi de las máquinas. Empecé a laburar así, y llegó un momento en que tenía varias canciones. Era un proyecto para mí, y se las mostré a mis amigos y mi novia, que me empezaron a decir "eh, ¿Qué estás haciendo ahí que estás metido todas las noches hace dos años?". Y ta, se las mostré, y me agitaron para que armara una banda. En ese momento también colgué dos temas en internet, y en un blog mexicano llamado Cassete Blog lo escucharon, hicieron una reseña, y a través de ellos me contactó la gente del Club Subtropical de acá, que me agitaron para tocar. Me gustó la idea de llevar lo que estaba grabado al formato banda en vivo.
Foto: Montevideo Portal | Marcos Sánchez
¿No había folklore en tu casa de chico?
Sí, había. Zitarrosa, Los Olimareños. Pero yo de guacho andaba en skate y escuchaba a los Beastie Boys y Nirvana. Si ponías un tema de folklore me re copaba, si mis viejos ponían en un asado estaba de fiesta, pero no era fanático.
¿Y qué fue lo que te enganchó más del folklore latinoamericano?
La cumbia. La cumbia y sus variantes. Tengo una colección de vinilos de cumbia. De Colombia, Perú, plenas de Uruguay. Y la canción de Violeta Parra, Atahualpa Yupanki. Y me encantan los boleros.
Te dieron manija para tocar y tocaste, pero en seguida te fuiste a África...
Toqué tres veces en vivo en Uruguay, y me empecé a presentar a proyectos de residencia artística. Quería viajar y tocar, pero no quería hacerlo a través de la banda. Ya sé que eso es complicado, y más en Uruguay, que estamos en el orto del mundo. Así que me puse a redactar proyectos, y en el primero que me presenté, en México, quedé tercero, e iban los dos primeros. Nunca hice un curso de gestión cultural ni nada de eso, ni nada. Y me dije "¿Qué pasó?". Y me seguí presentando, hasta que quedé seleccionado en uno de la Unesco.
Podía elegir ir a Brasil, Senegal, Japón, Italia o Estados Unidos. Y elegí ir a Senegal porque me parecía, y lo confirmé, que África es un caldito Knorr de música. Y además, por una cosa que tiene mucho que ver con lo que hago, que es nutrirme de lo no comercial. Estoy medio podrido de la industria de la música. De los productores, de los paradigmas para grabar un disco, las radios. Ya viví todo eso, y no me dejó nada.
Ahí estuve tres meses, en una aldea que tiene un centro cultural, propiedad de un poeta haitiano, Gerard Chenet, que juntó guita y se fue a Senegal. Construyó su centro, y la obra que lleva consiste en seleccionar músicos, bailarines y pintores de toda África, y les da un lugar para dormir, comida, y un lugar para trabajar. Yo fui ahí, un lugar llamado Sobo Bade en Toubab Dialaw, en la costa del Atlántico. Era el único blanco, la gente me miraba medio raro. Un lugar de mayoría musulmana. El choque cultural fue un poco difícil, pero después me hice como una especie de familia con los músicos que laburábamos.
¿Te fuiste solo con la computadora?
Sí, llegué con la compu, la bandeja, un theremin, un sampler y un sintetizador. Empezamos a zapar con seis percusionistas, un bajista y un loco que tocaba el kora, una especie de arpa. Yo escribí algunas letras, grabamos, hicimos discos propios de ellos mismos, y mis temas.
Te fuiste cansado de la industria y la rosca de los discos, los shows... ¿Qué encontraste del otro lado que sea mejor que eso? ¿Y qué peor?
Las cosas que no están buenas es que hay problemas graves de infraestructura en la mayoría de las comunidades a las que voy. Ese problema es una desventaja para mí, pero para ellos es parte de una realidad, y está todo bien. Lo beneficioso es escuchar música hecha con una finalidad cultural, producto de la cultura y no algo hecho por y para el comercio. Es como la diferencia entre comer un tomate orgánico y uno de Monsanto.
De mi lado hay terrible inocencia, y eso me encanta. No es 'yo vengo acá con mis máquinas a enseñarles a hacer música'. ¡Las pelotas! Yo no conozco ni los ritmos que los locos manejan, ni sus instrumentos, así que estamos en igualdad de condiciones. Una persona occidental, como yo, que vivió toda la vida en ciudad, se encuentra en el mismo nivel de educación que una que está aislada de nuestra cultura.
Foto: Montevideo Portal | Marcos Sánchez
¿Te botijearon?
Sí. Fue una remada extrema. En Senegal no dije que tocaba la batería, y caí con los aparatos. Los tipos veían que tocaba los botones y hacía pii, piu, bum, bum, y grababa. Y había como dos grupos, uno de veteranos más cerrados, y otro de jóvenes, más abiertos. Los viejos me miraban y no les gustaba lo que estaba haciendo, no me daban cabida. En un momento, como para burlarse de mí, los veteranos estaban tocando los dum dum, y le daban como enfermos. De repente uno me llama, me invita a tocar. Y yo toco la batería desde los siete años, me gusta tocar fuerte, tengo el trance del instrumento percutivo. Y toqué, y dejé todo. Los locos quedaron de cara. Y a partir de ahí la relación cambió totalmente.
¿Qué les dejaste al volver?
Se quedaron sabiendo cómo grabar por pistas. Y les dejé la enseñanza fundamental de que todas esas perillas y botones son instrumentos de música.
¿Y qué te dejó a vos el viaje?
Me cambió radicalmente. Yo estaba acostumbrado a tocar en boliches, y hacer esto me salvó. La verdad, estaba medio atomizado de la música.
Ahora te vas a la frontera entre Colombia y Venezuela... ¿Cómo surgió el proyecto y el viaje?
Este proyecto lo estoy armando desde enero de 2015, y lo iba a hacer sí o sí. Ibermúsica fue el primer proyecto al que me presenté. Se me ocurrió luego de leer un artículo sobre las etnias que están en peligro de extinción física y cultural. Una de ellas era los wayúu, y me fui interesando cada vez más por esa tribu. Me llamó la atención que ellos se basan en los sueños para actuar. Cuando alguien sueña se lo tiene que contar a una mujer, que se encarga de decirle qué hacer en ese caso. Y además tienen su propio sistema normativo, por lo que Colombia y Venezuela los reconocen como un Estado independiente. Ellos tienen su propia forma de resolver sus problemas. No hay cárceles, no hay castigos físicos... Es un sistema declarado Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. No tienen caciques.
¿Eso fue lo que te sedujo?
Sí. Y que tienen mucha música propia, que no tiene contacto con la música de raíz africana que conocemos nosotros. Voy a tratar de hacer un banco de sonidos, porque no hay nada bien hecho, abarcativo, de los instrumentos wayúu. En algunos museos hay alguna flauta, alguna cosa que usan, pero no hay un banco de sonidos. Yo voy a crear uno y lo voy a subir a Internet, para mostrar cada instrumento, sus usos y la forma de construirlos. Eso también es importante porque los encargados de hacer los instrumentos y de ejecutarlos son los viejos, que les transmiten el conocimiento a los jóvenes, pero los jóvenes se están yendo, y los viejos se mueren. Desde el año pasado, cuando empecé a preparar este proyecto, "desaparecieron" dos instrumentos. Nadie sabe cómo se hacen. Yo quiero registrar cómo se fabrican, para que en un futuro se puedan replicar.
Foto: Montevideo Portal | Marcos Sánchez
¿A quién le interesa lo que estás haciendo? ¿Alguien te apoya?
Ibermúsica es a través del Ministerio de Educación y Cultura. Pero después, nadie. El proyecto otorga 6.000 dólares, y después abrí un crowdfunding para agarrar un poco más de plata. Y en todo esto no hay honorarios para mí. Yo me tengo que preparar económicamente, porque los dos meses que me voy para allá tengo que ver cómo hago para pagar el alquiler, y cómo hago para pagarlo cuando vuelva.
¿Y después, cuando vuelvas, qué?
Después tengo que armar todos los resultados del proyecto. Y algo que hice con Senegal, que voy a tratar de hacer siempre, es traer a alguno de los músicos a Uruguay, para que el intercambio sea mutuo. El año pasado traje a Alassane Camara, y estuvo de puta madre. Hicimos tres toques en Montevideo y dimos talleres en escuelas del interior.
Pero te preguntaba sobre qué ibas a hacer con tu vida...
No lo sé. Estoy laburando para armar un DJ Set de live. Tocar los instrumentos en vivo, no pinchar. Y poder laburar con eso.
Después de estas experiencias, ¿cambió tu percepción de la música popular?
Cambió. Cambió mucho. Cambió mi percepción de la música en general. Estoy más abierto. En Uruguay, más allá de los géneros y los estilos, veo que es un microclima muy cerrado. Si te vestís un poco raro ya te miran medio mal. Capaz que nosotros acá no nos damos cuenta, pero cuando traje a Camara subimos a un taxi, el tachero miró al negro y nos hizo bajar. Es muy cerrado todo.
¿Y cómo se sale?
Y... yo me voy a la mierda. Salgo con mi pasaporte y por el aeropuerto. Si me quedo acá estoy muerto. Me quedo puteando en las redes sociales.