Dos amigos. Uno adolescente, el otro joven y despreocupado. O preocupado por cosas que no pasan por las preocupaciones de la gente de todos los días. Dos hermanas medio retardadas. Una pensión. El tren como parte del paisaje del conurbano bonaerense. Café, cocacola, libros. Una mujer inquietante. Una novia. Una escultura, varios años después. Italia y una caja azul. La muerte como un sino y una enorme, enorme montaña de dudas. Y una tele. Eso es Hitachi [Irrupciones, 2018], primera novela de Julio César Guianze, escritor fantasma, amante de la filosofía, asesor en comunicación y autor de discursos políticos desde la sombra.
Uruguayo. Argentino. Julio César Guianze habita un no lugar. Vive en La Pedrera, lejos del ruido, y escribe en una envidiable celda de madera.
"Siempre cuento esta experiencia: Yo iba al jardín de infantes en Buenos Aires. Llevaba en mi bolsita la merienda. Un día no la encuentro, y le digo a la maestra "no encuentro la bolsita". "¿Y qué tenías?" "Dos refuerzos". La maestra se agacha, me dice "¿Qué?" "Dos-refuerzos". "No te entiendo. ¿Qué son dos refuerzos?" "Dos refuerzos... Para comer". "Pero ¿qué son dos refuerzos?" Y yo no le podía explicar que eran dos sándwiches, porque para mí eran refuerzos. Y volví a mi casa medio contrariado. ¿No me entienden, hablo mal? En esa época se decía yesquero, la pava para mí era la caldera, las zapatillas eran championes, el guardapolvo era la túnica. Eso me generó una extrañeza respecto de mí. Yo no era igual. Había algo en mí que era diferente. Eso me empezó a colocar en una posición de observación.
Después me pasó una cosa peor: cuando tenía 12 años iba a ser abanderado, por las notas. Y el director de la escuela cita a mis padres y les dice que no podía ser abanderado. ¿Por qué? Porque era uruguayo. Era la dictadura, y un uruguayo no podía ser abanderado. Y yo era uno más. Cantaba el himno, tenía la escarapela, sabía la historia argentina... Pero no, no era argentino. Y fui escolta. No me dolió, pero me quedó. Y toda la vida, cuando he venido, me he sentido extraño acá. No tengo las mismas vivencias, en muchas cosas no me comporto igual, no siento igual algunas cosas", dice.
Entonces es momento de apagar el televisor, encender la veladora y dejarse llevar por una narración que apunta a varias lecturas, viaja en el tiempo y no se complace en la compasión ni en el ridículo. Y entonces Nietzsche, Gastón, Franquito y Shakespeare, indefensos ante los rayos catódicos, que también son la señal de WI-FI, el esperado Like, el anhelo del retuit, nosotros mismos. Aquí. Ahora.
*
Contás al principio del libro que tuviste una suerte de epifanía que te llevó a escribirlo. ¿Qué fue lo que te pasó?
Me ocurrió eso, pero no me ocurrió solamente con la novela. Me pasa que me explota una imagen determinada, que necesita un tiempo, y después siento la necesidad de tratar de poner en relato eso que vi. Yo vi una imagen, una imagen que está en el libro, que no quiero decir cuál es. Yo la vi. Se me formó. E intenté, con esa imagen que representa una situación, transformar en relato eso que fue una visión. Que es donde está el desafío, porque imágenes se nos ocurren a todos, todo el tiempo, pero, como decía Turguénev, no hay obra sin trabajo. Puede haber obra sin talento, pero sin trabajo no. Y el trabajo de escribir una novela es arduo. En mi caso me encadenó completamente.
No es una novela breve, además. No es Crimen y castigo, pero es densa...
No. No es Crimen y castigo, pero lo fue. Fue una novela más extensa en los primeros borradores, pero estuve un año recortando.
Es la parte más difícil.
Sí. Eso me lo dijo una vez Abelardo Castillo. Uno puede decir que está en condiciones de ser escritor cuando cree que algo que tiene es muy bueno pero decide sacarlo porque sabe que en esa obra no va. Eso es un riesgo también. Y ese trabajo me llevó un año, más o menos. Después tuve la colaboración de una editora, que lee conmigo siempre, es mi primera lectora, y me da sus opiniones, y tengo cinco o seis amigos lectores en los que busco crítica.
Viste una imagen, pero ningún libro es inocente. ¿Qué querías transmitir, si es que quisiste transmitir algo? Porque, por ejemplo, esa tele Hitachi a color no es otra cosa que este celular, con su Twitter, su Facebook, su Instagram...
En gran medida, en algunas situaciones, estoy igual que el lector, porque hay cosas que no sé cómo están ocurriendo. Hay una duda. ¿La otra persona lee lo que el personaje [Gastón] le envía? No lo sé, y él tampoco. Ahí creo que está el tema. ¿La realidad es una construcción personal? ¿Cuánto participa de esa construcción lo que nos rodea? ¿Cuánto de lo que uno cree uno es? ¿Uno provoca lo que cree que provoca en los demás? Todo lo que está puesto en esa situación, ¿Está funcionando? ¿Siente que está pasando algún límite? ¿Se están riendo de él o no? Tiene una teoría... ¿Tiene razón? ¿Será cierto eso?
Bueno, una teoría como cualquiera en Facebook...
Claro, pero alguno puede tener razón. ¿Puede ser un peligro para la humanidad lo que él señala? Yo vi una imagen, pero en realidad eso que percibí tiene muchas capas, que están ahí. Anthony Burgess decía "Verdad vs. Verdad". La realidad no es "estos son los buenos, estos son los malos". No es así. La realidad puede tener dos verdades, o dos mentiras. O todas mentiras, como en La subasta del lote 49, de Thomas Pynchon. ¿Cómo saber qué es verdad en esa realidad que vive el personaje?
¿Vos lo sabés?
No.
¿Y esperás saberlo?
No. Creo que no hay forma de decidir eso. Uno tiene que arriesgarse en la ficción que vive. Como decía Shakespeare, todo esto puede ser un sueño dentro de otro sueño. Y nosotros le decimos "verdad" a los fenómenos que están dentro del sueño nuestro.
Lo que para nosotros es cierto, es verdad, no deja de ser una construcción cultural.
Claro. O un fenómeno de otro. ¿Si somos parte del sueño de otro? Por eso me interesaba Franquito [otro de los personajes del libro], porque está en una posición compleja. Vivió algunas cosas en un lugar de testigo privilegiado, pero ¿Eso le sirve para saber si es cierto?
Y hay una diferencia de edad entre los protagonistas que los marca. De un lado hay inexperiencia y respeto.
Exacto. Eso hace que "compre" un montón de cosas. Pero después, ¿Cuál es su posición? ¿Qué está sintiendo? ¿Y qué es la ficción? No creo tanto que una novela tenga que plantear cosas, creo en el encantamiento. Tengo un lector, que conozco, que me manda mensajes. Es un prefecto que surca los mares del Atlántico Sur. Se llevó la novela y la leyó en uno de los viajes. Me mandó una foto de la novela en la cubierta del barco. Y esto es lo que rescato, que me interesa: me dijo que, estando en el barco, llegó a buscar en internet a los personajes, para ver qué había pasado con ellos, si eran ciertos.
Eso está bien...
Eso está muy bien. Ese es el elogio que rescato. Lograr que la otra persona ingrese en ese mundo. Después hay análisis, mensajes a la inteligencia, pero lo que más me interesa es eso que Nabokov llama el encantamiento. ¿Se produce? Eso es lo que yo quiero, generar ese encantamiento, para que el lector sienta lo que yo sentí cuando vi esa imagen. ¿Dónde siento yo que escribí la novela, o el cuento? Si eso que yo escribí es fiel a lo que me surgió. No desde la objetividad, sino desde lo que yo quería decir. Entonces el otro lo va a sentir.
¿Fue arduo en este caso?
Sí. Sí. Cinco años en una microcabaña que tiene dos metros por uno y medio. Una celda que hice hacer para encerrarme ahí. Cuatro años casi todos los días, un año después para corregir, cortar, reescribir. Hay cosas que escribí 20 veces.
¿Por qué la elección de la geografía? Me hizo acordar, por momentos, a la geografía de Pablo Ramos, si bien no tienen nada que ver los textos, pero hay un paisaje similar.
Es una novela del conurbano bonaerense. No tiene que ver con la de Pablo porque él escribe de la zona sur, y esta está ambientada en el conurbano noroeste.
¿Viviste ahí?
Sí, conozco bien todos los escenarios. Pero elegí que fuera ahí por otras razones. Me interesaba esto del borde, de estar afuera pero casi adentro. El tren, la función que cumple en ese lugar, en ese ir y venir de las masas que van pasando. Yo soy un híbrido, además. Nací en Montevideo pero viví desde bebé en Buenos Aires. No soy de ningún club de fútbol uruguayo, no puedo serlo. Mis padres son uruguayos, mis hermanos, mis abuelos. Crecí allá con toda una memoria uruguaya. La música, Artigas, Gardel, Batlle, Zitarrosa.
Foto: Montevideo Portal | Pablo Scutari
Ahí hay también una construcción, una idealización...
Claro, hay una construcción mitológica de lo que es esto de este lado, y una añoranza de lo que no conociste. Y además, atravesada por otras cosas. Mi hermana se fue a Estados Unidos en la dictadura, a los 19 años. Y hoy sigue viviendo allá. Ella nos mandaba cassettes, y mi papá lloraba recordando cosas de Uruguay. Y yo lloraba por algo que no había conocido. Después empecé a venir de vacaciones, solo, y lo que encontraba era un mundo completamente extraño para mí. Eran países más distintos de lo que son ahora. Ahora todos los países se parecen mucho. Antes venir a Montevideo era ver los trolleys, autos viejos, la tele empezaba a las 5 de la tarde... Objetivamente, venir de Buenos Aires era viajar al pasado. Hoy no es así.
Siento a la sociedad uruguaya más fría que la argentina. Más serena, mucho más sana para vivir, pero más fría. Por eso mi patria puede ser la literatura. Lo primero que me abrió una fisura mental fue La Ilíada. Tenía 12 años, y eso para mí fue la apertura de un mundo distinto. Pensar que los dioses bajan y se meten en las acciones de los hombres, meten púa y ayudan a otros, eso me conmovió tremendamente. Esos tipos que morían y no morían, o que elegían morir jóvenes para tener la eternidad. Después Platón, y los rusos, y las novelas francesas. Y luego la literatura del Río de la Plata: Onetti, Borges, Di Benedetto, Felisberto Hernández, Mario Arregui. Santa María de Onetti es Montevideo, pero es Buenos Aires. Buenos Aires se llama Santa María, y él hace algo que es formidable, que es crear un no lugar que son estos lugares. Yo me siento mucho más en mi patria leyendo a Onetti, más ciudadano de Santa María que de Buenos Aires o Montevideo. Y me alejo de un montón de chovinismos. Creo mucho más en el peso de la cultura que de las construcciones políticas, que muchas veces son ideas ajenas, de intereses ocultos.
¿Cuando escribís también sos un extraño?
Sí, sí. Yo estoy en estado de observación muchas veces. Es un problema, porque muchas veces no relajo. Si bien vivo los fenómenos, a veces no los estoy viviendo, los estoy observando. Eso me trajo problemas en mi vida.
¿Problemas literarios o problemas reales?
No, no, no. Problemas. Personales, de relación. Hay una máquina que está observando en vez de dejarse llevar. Eso me ha hecho observar muchas cosas, en vez de disfrutarlas, o consumirlas.
Eso hace al oficio, también.
Sí, me facilita, pero me quita otras cosas.
Cualquier actividad humana implica una resignación, y mucho más una actividad creativa.
Sí, por eso yo hablo de la aberración. Para mí, todas las formas del arte son aberrantes. La sociedad no está esperando nada. No está esperando La Gioconda, o "Let it be".
No, el arte no sirve para nada.
No, no es necesario. Interesa por otras cuestiones. Y ver a alguien que está entregado a una labor inútil siempre me conmovió y me atrajo, pero me daba miedo. Yo sabía que eso iba a complicar mi vida. Yo admiraba a Nietzsche, que se jugó la vida. En la novela estoy tratando de hacer algo con él. Con su final, sus cartas. Es alguien que "vio" mucho, pero no vio lo que le pasaba a él. Henry Miller. Lo único que tenía en París era una bicicleta. Y vivía de traducir cartas y de la caridad de los amigos, para poder escribir. A mí siempre me pareció tremendo. O Picasso, cambiando un cuadro por un plato de comida. Entonces, para decidirme a esto me tuve que encontrar un tumor. Hace 10 años. En la tiroides. Eso fue un campanazo. Si no lo hago ahora, quizá no lo hago más. Y me fui a La Pedrera. A escribir.
¿Y ese encuentro con el tumor te puso frente a la muerte? Porque en Hitachi es personaje más, quizá el más importante.
Probablemente. A mí me puso, sí. Nos tendría que poner a todos, todos los días. Se ve que necesitamos ese recordatorio. Artajerjes, un rey persa, tenía un sirviente que, lo único que tenía que hacer, era decirle al oído "Recuerda que eres humano". Un gran sabio, porque tenía tanto poder que tenía alguien que le recordaba que era mortal. Todo está hecho para que no nos demos cuenta de que nos vamos a morir. "Vivieron felices comiendo perdices", eso no. Vivieron felices en algunos momentos y después se murieron los dos. Habría que recuperar un poco la crueldad de los cuentos para niños. Porque después te disfrazan la vida, y cuando te dicen "mirá que se termina" te aferrás a la cama gritando "no, no quiero". Y el arte cumple esa función de suspender el engaño. El engaño de esa supuesta verdad.
Foto: Montevideo Portal | Pablo Scutari
Está bien, pero ¿Qué es el arte sino un engaño, un artificio?
Es un artificio que te transmite la verdad. Hay verdades que te transmiten un artificio, como el periodismo. La política, la supuesta civilización, la historia. Las estructuras supuestamente hechas para transmitir una verdad, en realidad transmiten una ficción. Y la ficción, muchas veces, te dice la verdad. Como Shakespeare. Eso es la verdad.
Es interesante eso, porque en los últimos años, lo mejor del pensamiento pasa por la ficción.
Es que, en realidad, la gran novedad de Foucault, eso de que lo que nosotros pensamos que son verdades son, en realidad, construcciones previas y autoficciones, y que todas las estructuras formativas son represivas y buscan un tipo de persona determinada para que cumpla una función, esa fue la última noticia de la filosofía. Y, a partir de ahí, el arte, y la novela en particular, ha dado pasos en esa línea. A veces, la "verdad" se transmite con una escena, y no con un silogismo, un razonamiento lógico. Descartes dice "puedo dudar de todo, de mí, pero si estoy dudando tengo que ser". Alguien tiene que estar dudando. Eso es una ficción también. Puede ser un sueño. Y la autoconsciencia también es una ficción. ¿Es cierto, no es cierto? Esto que digo no es cierto. El pensamiento racional también está sostenido sobre una ficción, y es tan valedero como pensar que alguien caminó sobre las aguas. Vale lo mismo.
¿Y entonces para qué se escribe?
Yo no escribo para. Siempre me gustó una respuesta de Levrero, que decía "escribo porque". Yo no puedo no hacerlo. Me impuse esto, porque si no, no podía vivir. Incluso creo que el tumor se me generó por no haber hecho esto antes. Ahora, si me aparece otro tumor, me puedo ir tranquilo porque ya no tengo esto pendiente.
¿Hitachi es la obra que querías escribir?
En ese momento sí. Ahora tengo otros estímulos. Pero puse mucho ahí. E incluso insisto con Nietzsche. Puse mucho en relación a ese paralelismo, porque pienso que el papel de este personaje puede ser alguien que "ve" lo que pasa a gran nivel, pero no ve lo que le está pasando a él. Yo juego con eso. El fin del cristianismo, la muerte de Dios, y la única mina que se volteó le contagió sífilis, lo destruyó. Y vivía de la limosna de sus amigos, pagaba la impresión de sus libros, los mandaba a otros autores y se le cagaban de risa. Entonces pienso si el que "ve" a veces no tiene ese destino. Para ver, ¿No hay que perderse? Me lo pregunto, no tengo una respuesta.
No se escribe para encontrar respuestas...
Yo no las encuentro. Tengo tremendas dudas. Yo no tengo que resolver nada. Hago una escena, pinto un cuadro, una batalla. Ahora, ¿Quién va a ganar, por qué se pelean? No lo sé. Sí, me genera interrogantes eso. El que es capaz de ver la verdad general, ¿No se pierde? ¿No se tiene que entregar? Y ese entregarse es perderlo todo. Pienso en Cristo. No soy cristiano. Pero él se arruinó. San Francisco de Asís se arruinó. San Pablo. Sócrates. Lo cagaban a palos por la calle, porque se reía de los demás. ¿No hay que hacer un gran sacrificio para lograr cierta nitidez sobre lo que ocurre?
Zaratustra...
¡Zaratustra! Se reían de él. Zaratustra se duerme en un bosque y cuando se despierta tiene una serpiente en la boca. Tira, tira, y no la puede sacar. Entonces una voz, dentro de él, le grita "corta, corta". Y él muerde y corta. Venció el asco, el horror, mordió a la serpiente y la escupió. Y cuando se paró se reía, pero la risa era distinta. Es que hay situaciones en las que vos entrás y salís, pero salís otro. Nunca más vas a ser el de antes. Ese puede pasar por boludo muchas veces, pero va a ver más. Está mirando otra cosa.