A fines del año pasado se publicó Arena movediza (Ayuí, 2013, disco que viene acompañado por un DVD que contiene el concierto ofrecido para el ciclo Autores en vivo), último disco de Mauricio Ubal, un trabajo demorado por circunstancias del presente y perezas propias, que sorprende desde la abstracción de la carátula.
Arena movediza es un álbum austero y atravesado por un aire sombrío, donde las habituales musas de Ubal (el amor, la patria, la Patria y el fútbol), conviven en canciones a veces incómodas, a veces ríspidas, con historias de muerte y mala fortuna.
Para Ubal, es un disco en el que aceptó su propio desafío de cambiar, y en el que, tal vez sin pensarlo demasiado, volvió a las fuentes en las que abrevaba en sus comienzos.
Hay un cambio bastante importante con respecto a tus trabajos anteriores. Un oyente acostumbrado por ahí espera murga-canción, teclados, melodías radiables, y de eso hay poco o nada, y en cambio hay una gran austeridad en cuanto a las instrumentaciones...
Es un disco un poco oscuro en lo que vengo haciendo. Y la verdad es que me gusta mucho este paso que di. Me da la oportunidad de probar otra dimensión, otros recursos cancionísticos. Es un disco que no tiene lo murguero, no tiene demasiada carga instrumental, pero es a propósito, porque decidimos con Diego Azar (productor artístico del disco) encaminarlo para ese lado. Cuando empezamos a grabar yo tenía tres o cuatro canciones, y una vez que empecé a ver el perfil que podía tomar el trabajo comencé a componer para ese criterio, a terminar temas que tenía por la mitad, terminar ideas que apenas había esbozado. Para este disco, para esta propuesta estética, esta música me parece la mejor...
En este caso busqué un cambio, no un cambio porque sí, sino que me gustara, porque entendí que enriquecía lo que vengo haciendo hasta ahora. La música es eso, en definitiva: ese desafío permanente de no quedarte en lo que ya hiciste, en lo que sabés que funciona; no recostarte en determinadas fórmulas que ya usaste, e ir descubriendo, tirándote al agua, teniendo esa adrenalina, esa cosa que primero que nada te sorprende a vos mismo. Agradezco tener la suficiente libertad como para poder tomarme esa libertad, no tengo nadie que me esté empujando a hacer música radiable, o para esto o lo otro.
No estás exigido de tener cada disco un ‘Al fondo de la red' distinto...
Exactamente. Y quise probar. Tampoco es tan diferente a otras cosas. Siguen siendo canciones, siguen siendo cuentos. Sigo tratando de mantener un lenguaje en lo textual que sea coloquial, pero a la vez poético. Y musicalmente tomamos licencias y nos damos el gusto de romper algunos moldes propios, que a veces a uno lo encasillan.
¿Cómo cuáles?
Por ejemplo, que a mí me tienen más signado por el lado de lo murguero, muchas de mis canciones más conocidas van por ese lado. Y este disco se desprende de eso, más bien desde los arreglos. Es un disco que no tiene batería, no tiene teclados, y eso es a propósito. Buscar el despojo, lo que le haga falta a cada canción, pero también que no suene ‘parecido a'. Que sea lo más radical posible en cuanto a la búsqueda. Eso me fascina. Lo hacíamos mucho en la época de Rumbo, donde éramos seis tipos que nos exigíamos muchísimo a nosotros mismos, y los discos míos han sido muy diferentes. En este caso busqué darle a cada canción lo que necesitaba, y también dejé jugar mucho a Diego Azar, que es un tipo muy talentoso, muy de salirse de los estándares y de proponer cosas de quiebre.
Pasaron nueve años desde El faro del fin del mundo; ¿te tomaste un buen tiempo para hacer el disco?
No es que me lo tomé, sino que se dio. Si fuera por mí, capaz que lo hubiera hecho mucho antes. Pero tampoco tenía las canciones, o, por lo menos, canciones que sintiera que valía la pena grabar.
¿Tenés urgencia, necesidad de componer?
Siempre fue poco prolífico, de componer pocas canciones. Si hago un balance, debo tener unas 200 y pico de canciones hechas, o sea que, para más de 30, 35 años, sacás un promedio de cinco o seis canciones por año. Según cómo lo mires, no es poco, ni es mucho. Pero no me he caracterizado por ser un tipo de escribir mucho. A medida que me pongo más viejo me cuesta más encontrar un tema que me guste, que me seduzca, que me convenza para hacer la canción. Lo mismo pasa con los discos. No tengo la premura de tener que sacarlos, y eso, a su vez, se convierte en una especie de trampa. Al no tener esa exigencia voy dejando para más adelante... Yo trabajo muy bien con la presión, me gusta trabajar con cosas con determinada fecha de entrega. Se produce una química particular que me hace trabajar intensamente, pero en este caso no la tuve.
Ese aire sombrío, esa oscuridad de las canciones, ¿tiene que ver con un ‘estado del alma', un momento de desencanto?
Puede ser, sí. Quizás por la elección de los temas que cuentas las canciones. Yo veo la historia que cuenta ‘Sevelé', una canción que me costó mucho hacer, y tiene que ver con cosas reales. Amigos a los que vi sufriendo la enfermedad del juego. Y decidí hacer una canción que contara eso, y contarlo sin caer en lugares comunes. El crear esa especie de actor que va hablando mientras transcurre la canción. Es el personaje del ludópata. Cuando vos tenés a alguien que querés y que le pasa eso, y que no puede salir, es terrible. Cuando ves al Estado poniéndote casinos a la vuelta de la esquina e incitándote a jugar a la quiniela y a todas las cosas posibles decís ‘qué disparate', como se le va la mano en eso. El promover el juego de esa manera para alguna gente es terrible. Eso me pareció un tema para una canción. El de Julio Castro ('Tanto frío') fue otro, es un tema terrible, y tampoco busqué ponerlo. Salió. No pensé, de antemano, tener una canción de ese calibre, pero me impactó el hallazgo de sus restos, y, muchos meses después, la canción empezó a salir prácticamente sola. No sabía de qué estaba hablando cuando empecé a escribir, y después me fui ubicando. Eso me ha sucedido más de una vez. Y en el caso de ‘Doña Corina' traté de trabajar un poco el humor...
Una válvula de escape...
Sí. Afloja un poco ahí, incluso musicalmente. Es como más juguetón, y le viene bien al disco. Pero es un tema pesado. Es una historia absolutamente real. Lo único que no es real es el nombre del personaje, pero todo lo demás, la circunstancia que vive, es así. Y eso ocurría en el Uruguay, por lo menos hasta principios de los 60. El desafío era cómo contar eso, que es, en cierto modo, parte de la historia de la sensibilidad de nuestra sociedad. Apunta a muchos lados: a los prejuicios y los preceptos religiosos, católicos en este caso, pero también al machismo, al doble discurso, la doble moral, y cómo la mujer igual se escapaba de eso, hacía una triquiñuela y trataba de vivir su vida. Pero son historias que no son fáciles de digerir. Sin duda que no es un disco ‘para el verano', pero es lo que tenía entre manos, es lo que quería hacer, y me fue gustando que saliera este disco.
Decís que por ahí te costó encontrar el tema del que hablar, pero básicamente hay una serie de ‘obsesiones' que se repiten en tu carrera: el amor, la patria como lugar y como sentido de pertenencia... Es como un espiral donde, más arriba o más abajo, están las mismas cosas...
Uno es uno. En mi caso, sigo siendo fiel a los temas que me apasionaron siempre. Los dos grandes ejes: vida y muerte. El amor siempre está. En este caso hay una canción, ‘Soplemos juntos', que es reflexiva, de esta época, bastante personal pero acompasándome a los años. No trato de hablar de otros en este caso.
Y después hay temas históricos. El tema de Artigas, que me viene apasionando de toda la vida; el tema de la Redota me apasiona. Leer las cartas que manda Artigas al gobierno de Buenos Aires, contando lo que le iba pasando mientras se iba hacia el norte, pidiéndole comida, recursos, porque no contaba con nada. Eso es muy emocionante. Y no sé si el resultado, la canción que salió de ahí es radiable, pero me tiene sin cuidado.
Foto: Andrés Fernández
Hay una paradoja en relación a que los artistas que definimos como ‘de música popular', como tu caso, no son populares...
El que realmente es músico, compositor, busca no repetirse. Siempre está buscando eso que no hizo y quiere ver cómo es. Hay una seducción por ese riesgo...
Sin embargo abunda lo repetido.
Hay de todo. Creo que en Uruguay hay una enorme cantidad de músicos tratando de hacer su música. Lo que no hay, a veces, es un filtro, una discusión. Creo que ha perdido valor la búsqueda de lo nuevo, de ser diferente. Siento, tengo la percepción, de que ha perdido valor frente al hecho de otras cosas, como por ejemplo sonar bien o dentro de determinados estándares para que te pasen por la radio. Hoy se toca mucho mejor, sin duda. Los músicos tienen una solvencia superior al promedio que teníamos en los años 70. Pero no soy quién para juzgar si eso es mejor o no. Son momentos. Sigue habiendo, de todas maneras, gente que escribe buenas canciones. Si uno hurga siempre encuentra buenos autores, gente preocupada por este tipo de canción. No me interesa entrar en esa polémica de ‘tal corriente es más o menos creativa'. Creo que el músico busca, en Uruguay, un país que no está signado por la presión de las compañías discográficas para que tengas éxito, hacer lo que quiere. Eso está buenísimo. El tema es que uno a veces piensa que hace lo que quiere, y está siendo epigonal, copiando otros modelos, y ojo, el tipo es sincero haciendo eso. Es difícil de juzgar esa situación. Ahí cada uno tiene que recorrer su camino y ver hasta dónde quiere llegar con la música. El camino de búsqueda es riesgoso.
Lo más sencillo es pensar en un tema generacional, que antes se priorizaba la búsqueda, la experimentación, y ahora no. Sin embargo, se ven artistas nuevos explorar otros caminos, y artistas veteranos aferrados a sus fórmulas. ¿Por dónde pasa la cuestión?
Hay de todo, y los caminos son muy personales. Pero si mirás bien, en la generación de los 70 hay mucha búsqueda. Pensá en Los Olimareños, un dúo clásico, si se quiere, pero que, a lo largo de sus discos, arriesgaron muchísimo. Hicieron una maravilla como Todos detrás de Momo, que nadie le dio bola. Eso marcó un hito importantísimo, que, diez años después se revalorizó. Y los casos de Mateo, de Dino, de Rada en sus primeros discos. Me parece que los artistas son bien diferentes y cada uno hace su recorrido, y hay momentos precisos para cada uno. Creo que no podemos hablar de generaciones, sino que en cada momento los artistas toman un camino para andarlo o desandarlo, como le pasó al Choncho Lazaroff en sus últimos discos, que volvió a intentar una cosa comunicacional más sencilla que lo que venía haciendo con ‘Tangatos'. Son modos de trabajar que responden a situaciones personales. También es muy desesperante para el artista no lograr llegar al público. Yo me siento muy feliz porque he podido, desde temprano, disfrutar del hecho de que hay canciones mías que han sido bastante populares, pero entiendo que hay mucha gente que nunca llega a eso.
¿No existe el artista al que no le importa el público y compone para sí mismo?
Creo que eso existe, porque, en general, la gente sigue haciendo lo que quiere, pero pienso que todos componemos, creamos para alguien, para un público X. Sí es cierto que muchas veces existe un cansancio, un bajar los brazos ante circunstancias adversas, de no lograr un público, de solidificar un nombre, una carrera. Es muy humano que ocurra eso, e incide mucho en la música que uno hace. Y cada uno tiene su respuesta. Algunos, cuanto más se les complica más se encauzan en lo que quieren hacer, y otros no. En mi caso, y por fortuna, he podido hacer en cada momento los discos que he querido, y tengo un grupo de canciones con las que me siento contento.
¿Renegás de alguna de tus canciones, hay alguna que no te gusta más?
No. Cuando largo una canción, y esto me pasó siempre, ya pasó por toda una serie de filtros propios y ajenos, de gente que me escucha y que me quiere, como mi mujer, que es la primera que escucha mis canciones y es una jueza muy dura. Una vez que pasa eso, no me arrepiento. Me pasa sí que hay canciones que no las termino. Hace diez años que tengo dos o tres que no las cierro porque no les encuentro la vuelta. Tal vez haya dos o tres de la primera época, canciones muy primerizas, que sufren el paso del tiempo, pero ni siquiera están grabadas.
Lo que pasa es que siempre me gustó la búsqueda, y siempre he tratado de tener la cota arriba. Eso lo hablábamos el otro día con Fernando Cabrera, y ahí capaz que sí es un tema generacional. Nos exigimos. Pero otra vez, es algo personal y particular de cada uno. Yo lo vivo así, pero no quiero decir que esto sea ‘la forma de'.
En los últimos tiempos he estado escuchando a músicos como Tom Waits, por ejemplo, que bardea para todos lados, y es una estética que me encanta. Y no es que lo que lo que yo hago tenga que ver con eso, pero en cierta medida, esa búsqueda de un sonido que no sea el mismo de siempre conlleva su riesgo. Pero para mí bienvenido sea. Eso es la música.
Varias veces hiciste referencia a la vejez, al hacerse veterano; ¿te preocupa el paso del tiempo?
La verdad que no. Me siento muy bien. Es una cosa cómica, porque disfruto de mis nietos, tengo 54 años y siento que todavía tengo algún material para hacer. Me siento enriquecido por el paso el tiempo, y este disco es una suerte de guiñada. Tengo esta edad, hice estas canciones, pero también quiero correr el riesgo. Sigo manteniendo esa cosa vital, y eso me gusta.
"Doña Corina"
"Un airecito cantor"