Daniel Drexler se baja de un avión, todo sonrisa y con guitarra. Viene de la Europa rota, donde presentó Mar Abierto (Ayuí, 2012), su último disco, y que ahora paseará por los escenarios del vecindario. Un disco de tibieza humana, esa que reconforta en las peores crisis y es leño de hogar. Un disco, además, con pies y corazón sin fronteras, que habla de la felicidad y los afectos.

Y entonces, cuando el avión se detiene, el hombre con voz de entusiasmo cuenta que viene de España, la "de la otra guitarra, la desgarrada" que celebró Borges, y dice:

- Estuvo buenísimo. Fue todo un desafío porque España está en un momento muy jodido... Jodido para ellos, porque su situación no tiene nada que ver con la crisis que nosotros vivimos en el 2002. Sucede que las crisis son estados psicológicos, y dependen un poco de la pendiente en que estás. Ellos vienen de estar muy bien y yendo para abajo.

Ahora, cuando decidí ir, todo el mundo me decía ‘¡no! ¿Cómo vas a salir de gira por España?'. Desde 2006 estaba yendo siempre, dos y hasta tres veces por año. En 2012, por primera vez desde entonces, no fui, pero yo tenía la intuición de que iba a pasar algo parecido a lo que ocurrió en la crisis acá, que a nivel público, la comunicación con la gente era mucho más intensa. La gente en los momentos de crisis está más reflexiva, y esta última fue, por lejos, la mejor gira. Esta es la número 13 que hago por España, y la más interesante que tuve.

- Parece casi imposible que un artista independiente sea capaz de hacer trece giras europeas en tan pocos años...

- Lo que cambió fue la industria. Hoy en día, las multinacionales son como un elefante en un pantano, que no sabe cómo moverse. Están en un mundo que cambió mucho a partir de la revolución digital, y ese mundo puso otras reglas de juego. Eso lleva a que varios artistas de mi generación, como Ana Prada, Samantha Navarro, Martín Buscaglia, se estén desarrollando fuera del país sin tener el apoyo de ninguna multinacional. De hecho las grandes empresas ya no juegan. Mirá lo que me pasaba a mí: yo iba a tocar a Madrid, y de repente un grupo de personas había escuchado el disco en Estocolmo, me decían ‘mirá, somos 30, tenemos un bolichito allá, te pagamos el pasaje y te venís a tocar allá'. Y yo iba. Eso es verdad que en los 80, 70, 60, era imposible de concebir si no tenías atrás una gran discográfica. Ahora, gracias a internet, hay una ‘horizontalización' de las cosas, una democratización, el vínculo es mucho más directo con el público.

- ¿Y vos estudiaste la manera de insertarte en esa dinámica?

- La propia vida me lo fue marcando. La primera vez que fui a España, en 2006, me llamaba la atención que me invitaran a tocar a Bruselas, Ginebra, Estocolmo, Copenhague, y yo no podía creerlo. Ahora hasta hay empresas que te organizan los shows en función de los seguidores de Twitter que tenés por regiones. Eso cambió toda la lógica de cómo se mueve un artista, y, a mi juicio, lo cambió para bien.

- Vos venís de un paradigma anterior, si se quiere...

- Fijate que yo nunca vendí discos. Cuando empecé, la venta de discos ya estaba complicada. Es verdad que los artistas, en las décadas del 60 y el 70 se podían quedar tranquilamente en sus casas. Es más: las discográficas los obligaban a firmar por cierta cantidad de shows. Mi primer disco se grabó en 1998, en una computadora con 16mb de RAM. Hicimos una odisea para grabarlo. Y no tenía nada para perder; al contrario, tenía un mundo abierto de cosas que me podían pasar. Entiendo sí que para alguien que de repente vendía 300.000, 400.000 discos, de golpe dijo ‘¿y ahora qué hago?'. El otro tema es que me gusta mucho viajar y tocar. Para mí no es un problema.

Foto: Alejandra Pintos l Montevideo Portal

M'hijo el dotor

Cuando Daniel Drexler sacó su primer disco (La llave en la puerta, Ayuí, 1998), podía parecer el hobby del tipo que tiene el laburo perfecto, el arquetipo de hijo que las madres quieren tener, el médico sensible que toca la guitarra. Sin embargo, un día, el doctor Drexler colgó el estetoscopio (y que me perdone la licencia, ya que nunca se dedicó a la cardiología), y abrazó la guitarra como sustento.

- Eso fue con Vacío (2007). De pronto ese disco empezó a caminar bien en la Argentina, se editó en España y Chile, y de golpe me encontré en este mundo. Desde el punto de vista social me costó un poco procesarlo, pero claramente uno tiene que hacer en la vida lo que quiere hacer, y no lo que se espera de uno. Si es que existen reglas para la felicidad, yo pondría eso como una de las centrales. Me di cuenta de que lo que quería hacer era esto, y punto. En el momento en que logré dar ese salto al vacío, la retribución en alegría, en felicidad, en salud, es inexplicable.

Dejé de tener insomnio, gastritis, de tener miedos, crisis de pánico. Todo eso se me fue. Increíblemente, porque si uno lo piensa, era mucho más seguro mi mundo como médico que el mundo como músico. Sin embargo me sentí de entrada mucho más cómodo en estas coordenadas de incertidumbre. En el fondo, cualquier seguridad suena a espejismo. En la vida todo es muy frágil, y aceptar esas reglas de juego y entrar a vivirla de esa manera fue como una gran liberación. Si me preguntás si lo volvería a hacer, te digo que sí, sin dudas.

Foto: Alejandra Pintos l Montevideo Portal

- Pero las motivaciones deben ser distintas si uno lo hace ‘por amor al arte' que cuando sabe que con esto tiene que poner un plato de fideos en la mesa. ¿Cambió a partir de ahí la forma de relacionarte con lo que hacés?

- Sí, cambio. Ahora realmente tengo que cuidar que la música siga siendo algo sagrado. En aquella época yo estudiaba 10, 12 horas por día, y cuando tenía un segundo libre agarraba la guitarra y sentía una sensación de liberación y de reconexión, que lo ponía casi en una dimensión sagrada, religiosa, en el sentido de reconectar con algo, llamalo como quieras: Dios, Universo, Naturaleza, Tao. En el momento en el que yo vivo de la música, siempre tengo que tener ese cuidado de decir: ‘ojo, no te olvides de por qué llegaste acá'. Porque hasta en el más hermoso de los paraísos uno puede terminar conduciéndose a un infierno. Si me tomara esto desde un punto de vista resultadista, la pasaría tan mal o peor que en la medicina. En cualquier situación de la vida, uno permanentemente tiene que frenar y preguntarse ‘¿a dónde estoy yendo? ¿esto es lo que yo quería?'

- Decías que la música tiene un poder sanador... ¿desde el punto de vista científico o espiritual?

- Desde los dos puntos de vista, claramente. La música es un elemento de reconexión con el presente, y es un gran generador de empatía, que hace que muchas personas estén en sincronía, en la misma frecuencia. Y es un generador de salud, es lo que te hace dejar de sentirte solo, te hace sentir que formás parte de algo mucho más grande que vos mismo, que te trasciende. Creo que la música es sanadora porque tiene la capacidad de ponerte en contacto muy rápido con eso que te trasciende.

Foto: Alejandra Pintos l Montevideo Portal

El mar no cesa

Mar abierto, dice, es el primer disco que, después de terminado, no le generó reparos. "Lo pongo, los escucho y me quedo contento porque lo que está ahí es realmente lo que yo quería", señala.

- Es, en comparación con los trabajos anteriores, menos científico y más apegado a las relaciones, a los afectos.

- Sí, principalmente en Vacío (2006) y Micromundo (2009), donde hubo mucho coqueteo con la ciencia, algo que me sigue apasionando. De hecho lo único que me quedó de mi vida como médico fue una línea de investigación en neurociencia. En este disco se dice muchas veces las palabras ‘corazón', ‘amor', ‘alegría', y está mucho más enfocado a la otra parte del ser humano, la parte emocional.

- Sin embargo, siempre estás ‘intelectualizando' lo que hacés, desde que hablás del templadismo hasta que citás el Manifiesto Antropofágico... (Oswald de Andrade, Brasil, 1928).

- Es un intento vano que tiene el ser humano de ordenar la realidad, que de por sí es caótica. Me crié en una casa donde mis dos padres eran médicos, y estudié medicina. Hice 15 años de carrera, y no me avergüenzo de eso, es algo que está dentro de mí. La racionalidad es una cosa hermosa. El problema es cuando nos quedamos en la racionalidad, cuando creemos que la razón es todo, y que a través de ella uno puede dominar la realidad. Eso es una fuente real de sufrimiento. El ser humano es un bicho maravilloso, que tiene muchas esferas que conviven entre sí, y a mí me gustan todas. Creo que lo que estoy haciendo, y en este disco con mucha fuerza, es ubicar mi esfera racional donde tiene que ir. Viniendo de donde vengo corro el riesgo de que la razón me coma.

 

Daniel Drexler es el responsable de acuñar el término ‘templadismo' para referirse a la música de este lado del mapa, con el Paraná casi como avenida y bajo la égida de la Ilex paraguariensis. Con las cartas sobre la mesa es fácil notarlo, pero durante décadas los uruguayos hemos vivido de espaldas al Brasil, y, cuando atendimos su influencia, fue subyugados por la magnificencia de Rio de Janeiro y más allá, olvidando ese hormiguero gigante y hermano de Rio Grande do Sul.

 

- En mi caso, Brasil estuvo presente todo el tiempo. Yo siempre fui consumidor de Brasil, del eje Rio de Janeiro-San Pablo, o Salvador de Bahia-Belho Horizonte. El sur de Brasil en mi cabeza no existía. Pero me acuerdo perfectamente cuando me enamoré del sur de Brasil: fue en 2003, cuando me encontré con un disco de Vitor Ramil. Ahí me di cuenta de que el tipo estaba haciendo la misma búsqueda que yo. Ahí fui a bucear, a tirarme de cabeza, y a descubrir un nuevo universo musical, que en algunos puntos me es más familiar que Buenos Aires. Hay algo, en el sur de Brasil, que es esa sensación de estar lejos, de no estar cerca del centro. La Banda Oriental, originalmente, iba hasta Santa Catarina. Yo creo que es al revés: que esto funcionó siempre como una unidad, incluso en la época precolombina, y cuando se tuvieron que instalar las nacionalidades, hubo como una especie de adolescencia, ‘a ver cómo soy yo, como soy diferente del otro'. E hicimos un esfuerzo enorme por demostrar que Uruguay era un país independiente, y ese proceso se agravó con las dictaduras. Hay un intento fuerte, tanto del eje Rio-San Pablo como de Montevideo porque esa frontera fuera una frontera real. Y en particular en Brasil porque Rio Grande do Sul fue el único estado que en algún momento fue independiente, y siempre se trató de cortar el vínculo. Ahora, en el momento en que desaparecen esos miedos, cada país está instalado, tenemos una especie de ‘madurez nacional', digamos, y empieza a aparecer el Mercosur e intenciones políticas de generar vínculos... Los riograndenses nos quieren mucho. Necesitan también entender quiénes son. Son brasileros sí, pero tienen frío, toman mate, comen asado, andan a caballo... somos el mismo bicho.

¿Creés que esa etiqueta del ‘templadismo' que vos negás como movimiento, sirvió a otros artistas de distintas partes a proyectarse?

-No creo que haya servido para desarrollar a algún artista, en el sentido de que este se crea porque tiene algo para decir, no porque ve que existe el templadismo y dice ‘ah, me voy a meter ahí. Tampoco creo que haya generado cosas que no hubieran pasado de otra manera. Sí funcionó como catalizador. De repente, poner una herramienta de trabajo así arriba de la mesa y hacer que se discuta hace que una reacción que se iba a producir, se produzca más rápido. Lo que nunca quise es forzar a nadie, ni sentir que yo estaba generando un movimiento. Los ‘ismos' son de otra época. En el mundo digital todo es mucho más incierto, y no hay grandes manifiestos. Esto para mí es simplemente una cuestión descriptiva.

Yo estoy super contento con lo que pasó. Ahora, cuando empecé con esto en 2001, 2002, y lo charlé con Jorge (Drexler), lo miro a la distancia y me deja conforme. Veo que un montón de gente se puso a reflexionar y a trabajar sobre esto, y, sobre todo, funcionó como nexo para que personas que estaban hablando de lo mismo, en tres fronteras diferentes, se encontraran, y se dieran cuenta de la maravillosa situación.

Hay otros lugares del mundo en que no podés pasar caminando las fronteras. Yo viví en Israel siendo niño, y viví la angustia de estar en un lugar en el que la gente se odia, y es horrible. La primera vez que vino un primo mío, israelí, a Uruguay, y cruzamos caminando la fronteras del Chuy, el tipo se puso a llorar.

Así como eso existe, es muy frágil y se puede romper. Por eso creo que hay que potenciar los vínculos. Yo soy un habitante del mundo, y todas las cosas que apunten en ese sentido, a mí me sirven, y creo que la música, y la cultura es un gran generador de puentes entre la gente. Haber aportado un granito de arena en mi región en ese sentido me hace sentir muy orgulloso.

 

Foto: Alejandra Pintos l Montevideo Portal

Não se esqueça de nós

"Me estaba yendo del primer recital grande que hice en Porto Alegre, y viene la productora, me abraza en el aeropuerto y me dice, ‘Dani, nao se esqueça de nós' (no te olvides de nosotros). Para mí fue como una revelación, porque es una frase hiper uruguaya. Jaime Roos dice ‘no te olvides de nosotros y que seas muy feliz'. Nadie te va a decir ‘no te olvides de nosotros' en Rio de Janeiro. Te van a decir ‘che, estamos acá, volvé cuando quieras'. Nadie te va a decir eso en Madrid, en Nueva York o en Buenos Aires. Es algo muy de esta Banda Oriental ampliada" (Daniel Drexler)