Ex, el álbum debut de La Hermana Menor, se publicó en 2003, en un momento en el que parecía que la banda nunca llegaría al disco. Desde entonces, el grupo ha venido editando con asombrosa regularidad los trabajos más interesantes del rock vernáculo de los últimos 20 años, sin concesiones en lo musical y con una lírica inquietante, a mitad de camino entre el Lou Reed de ‘Walk on the wild side' y el Jaime Roos de ‘Las luces del Estadio'.
Todas las películas son de terror (Bizarro, 2013), recién salido del horno, es la cuarta placa de La Hermana Menor, y la primera en la que, según Tussi Dematteis, vocalista, compositor y ocasional ‘guitarra rústica', "se tercerizaron algunas cosas". Fue así que la producción estuvo a cargo de Pau O' Bianchi y Ezequiel Rivero, que se encargaron de dejar fuera la mitad de las canciones, aquellas que tenían aristas más rabiosas y eléctricas, en función de una colección áspera y melancólica, atravesada por lugares familiares y personajes que no pasan del empate.
¿Cuál fue la idea general de los productores, que no es conceptual pero que sí establece vasos comunicantes entre las canciones?
Me pasa con los discos que son como test de Rorschach. Los escucho y pienso ‘ah, yo quería decir esto'. A no ser Canarios (Bizarro, 2010), que lo hicimos con una idea determinada, yo me doy cuenta de lo que dicen las canciones después de grabadas. Después de que están hechas me doy cuenta de por qué fueron hechas.
¿Te terminó gustando el disco que quedó?
No sé hasta qué punto uno puede apreciar algo que hace uno mismo. Vos en un espejo no mirás si la ropa te está quedando bien. Pero sí, hay cosas que me gustan mucho, sobre todo por un lado que me resulta un poco incómodo, y que es la idea de que se focalice todo lo que es La Hermana Menor en mi trabajo, en mi parte en la banda. Creo que este es un disco del grupo, porque se ha hablado mucho de la cantidad de cambios que tuvo La Hermana Menor, pero la verdad es que hace siete años que somos los mismos. En ese aspecto, las participaciones del resto de la banda tienen un peso muy importante. Es el disco más instrumental que tenemos, con temas muy extensos.
¿Y decís que esa mitad de canciones que quedaron fuera se despegan de lo que resultó Todas las películas son de terror?
Sí, creo que la selección que se hizo fue bastante coherente. Ahí había otro disco, otra vertiente más agreta, menos autorreflexiva. Hay algo que tiene que ver con la forma en que componemos nosotros, y es que los textos siempre se escriben después de que está hecha la música y la melodía, y a veces ya con una base de arreglos. Entonces yo trato de que lo que dice la canción tenga que ver con lo que dice la música. Para mí no tiene sentido de otra forma, si no escribiría y no estaría cantando. Había una serie de composiciones que iban por un lado más hostil, si se quiere hasta social, del que no quedó mucho en lo que terminamos editando. Dentro de los márgenes de lo que son mis intereses personales, y, aunque me incomoda un poco hablar de ‘sociales', sí son sociales, ese lado quedó como relegado. Pero esas canciones están también, y tengo interés en ver si, a lo largo del año que viene, podemos hacer una edición no comercial, desde la página nuestra, con otro tipo de producción, mucho más rústica.
La Hermana Menor siempre ha sido una banda medio esquizoide en ese aspecto. Por un lado es un grupo como muy íntimo, muy minimalista, y por el otro somos una banda muy eléctrica, que nos gusta tocar fuerte, y es algo que disfrutamos mucho de hacer en vivo. Nos gusta que los temas no tengan salidas definidas, que podamos improvisar. Somos una banda Old School total.
Foto: Montevideo Portal l Alejandra Pintos
Barrios que son barrios
En este disco seguís mostrando esa faceta descriptiva de lugares, geografías reconocibles...
No soy un buen narrador de historias, y tampoco soy un compositor muy reflexivo. Es muy difícil que digas ‘en esta canción quiso decir tal cosa'. Generalmente trato de ir buscando un cierto clima general, de transmitir un estado, si querés emocional, a partir de las cosas significantes, de imágenes. Capaz que porque soy crítico de cine (Tussi, aka Gonzalo Curbelo, es periodista de La Diaria), mi imaginación verbal es muy visual. Siempre escribí mucho en la referencia concreta. No puedo escribir ‘agarré una calle'. Tengo que nombrar una calle, aunque sea ficticia, como puede ser la Avenida de los Gingkos, que es la Avenida Sarmiento, pero no importa. El darle nombre a las cosas, aunque no se conozca la referencia que se está haciendo, para mí, es el famoso ‘pinta tu aldea y pintarás el mundo'. Se vuelve mucho más concreto, más personal para el oyente. Me gusta que las canciones se puedan visualizar.
Y soy un enamorado de la geografía humana y de la geografía natural. Y de la geografía de los sueños, también. Me gusta eso de tener la posibilidad de pintar con palabras un cierto lugar. Creo que, curiosamente, el ir a cosas materiales concretas, en ciertas formas es un camino de aproximación a las cosas difíciles de decir mucho más exacto o acertado que hacer una gran reflexión o tratar de filosofar en canciones.
Como esa frase que dice "la moza (...) pregunta si quiero algo más, yo quiero todo el tiempo"...
¿Y qué quise decir con que quiero todo el tiempo, no? Esa es una canción muy curiosa. En discos anteriores me preguntaban mucho por situaciones que estaban narradas en los temas, sobre qué mina estaba hablando, dónde había sido tal cosa y para quién estaba hecha tal o cual canción. Siempre me dio mucho pudor trabajar con mi propia vida en las canciones. Obviamente hay cosas que son muy interiores, porque si no hay un motor interior no las escribís. Pero el estar registrando tipo diario en canciones lo que a uno le pasa... hay gente que lo hace muy bien, pero a mí me parece como ‘Intrusos en la canción'. No me importa revelar tanto sobre cómo vivo y lo que hago, ni tampoco atar una canción a una situación tan concreta. Pero en este disco, en varios casos, y este (‘Doble cabina') es uno, hubo un desafío a mí mismo, de cómo narrar cosas que realmente pasaron, punto por punto, sin alterarlas. Sé que hay canciones que, por metáfora o aproximación, tienen que ver con determinadas cosas de mi vida. Es decir, directamente contar algo que tenga significado para mí y para la banda. ‘Doble cabina' cuenta la historia de una microgira que hicimos hace un par de veranos por Rocha, y todo lo que hay en la canción fue así. Pinchamos cuando salimos, yo estaba en un cibercafé mientras la banda estaba en la playa, tocamos ‘Wild & Blue' de los Mekons, nos atendió una moza alemana: todo es verdad. Sin embargo, la canción tiene un clima súper melancólico, que hizo que los de la banda me preguntaran por qué mentía, si estuve chocho durante todo ese tiempo... y no es que sea mentira; solamente utilicé todos los datos de la realidad para contar otra cosa que no era real.
La atmósfera del disco no es triste ni enojada, sino más bien melancólica...
Es curioso. Hablé con un amigo crítico argentino, uno de los primeros en escuchar el disco, sobre que, en cierta forma, es el disco del cuarentazo. Lo que nunca pude hacer es escribir canciones atemporales, que no sean lo que pienso, lo que creo o lo que me hay pasado. Siempre están escritas desde el punto de vista de la persona que soy, de la edad que tengo, de mi clase social, de mi situación general. No fue una cosa pensada tampoco, pero después, revisando el disco, me di cuenta de que eso era lo que podía escribir un tipo que pasó los 40 y que sigue en una banda de rock and roll, que le sigue gustando, pero que al mismo tiempo le parece todo un poco ridículo.
Y al que todavía le siguen pidiendo que explique las canciones...
Sí, y puede ser un poco demasiado, sobre todo porque no tenés tanta perspectiva de vos mismo, para hablar de una cosa que vos hiciste, bajo parámetros artísticos y no según especulación de resultados. Generalmente es un proceso de búsqueda en el que ni siquiera estás muy seguro de cómo es percibido el resultado por la persona a la que le va a llegar. Es una situación incómoda tercerizarse tanto como para decir ‘yo hice esto porque quería decir...' No sé, puede ser que haya artistas que tengan una visión tan objetiva sobre sí mismos, pero no es mi caso. Pienso, sinceramente, que la gente que recibe una obra completa, puede ser el productor o el tipo que compra el disco, sabe más a veces sobre el disco que lo que sabés vos. Vos sabés todas las circunstancias, si te dolía la muela, si te habías peleado con tu novia, sabés todo, y el tipo no sabe nada: sólo sabe lo que quedó de todo eso, y es lo que importa. Nosotros no estamos hablando acá por mi importancia existencial como ser humano, sino porque acabo de sacar un disco.
¿Terminás sabiendo más de vos mismo cuando escuchás lo que decís en el disco ya terminado?
Vuelvo a la teoría de los Rorschach. Te ilumina, te muestra, pero eso es después de que ya pasó todo, cuando uno más o menos encuentra qué era lo que estaba escarbando dentro de sí mismo. Pero también ese asunto de la persona que escribe aparte de lo que uno es. Es una fotografía. Uno será más o menos de lo que hace con esas canciones.
Foto: Montevideo Portal l Alejandra Pintos
Los vampiros duermen asimilados
La expresión "todas las películas son de terror" suena a nuevo paradigma, pero no alude al cine, ¿no?
El título del disco fue casi el único combate serio que tuvimos con el productor. Creo que Pau nunca llegó a entender, que siempre pensó que era una referencia al background cinematográfico mío, y en verdad estaba hablando de un estado de ánimo muy particular, que no se lo deseo a nadie, que es cuando todas las películas asustan, que cualquier película que tenga una situación humana intensa te asusta. Porque estás pasando por un estado de parálisis personal o de incomodidad con uno mismo, y cualquier espejo humano te asusta.
Es casi el mismo concepto que maneja Mandrake Wolf en Monstruo (Bizarro, 2012), y él es un tipo que elogia tus canciones. ¿Creés que hay alguna conexión, algún punto de contacto entre lo que hace La Hermana Menor y la música popular uruguaya, por llamar de alguna manera a lo que no es estrictamente rock?
Sí. Bueno, creo que somos una banda absolutamente impopular, y Madrake también. Hoy en día está viviendo, y me alegro muchísimo, un momento de reconocimiento espléndido, pero nunca hizo música popular, salvo ese misterio que fue ‘Amor profundo'. Es un compositor muy complejo. Tiene una forma de escritura fragmentaria, creo, como la que tengo yo. No se parece a la de otro compositor al que admiro muchísimo que es Pedro Dalton. Mandrake puede referirse a un video porno de Wanda Nara pero dentro de una canción espiritual, le gusta ir a referencias muy materiales.
¿Hay una ‘escuela' o línea de tiempo en la que ubicarte como compositor?
Sí. Yo me sentiría mucho más próximo de la escuela de Jaime. Él, más allá de que también tiene una fascinación por lugares montevideanos que a mí también me fascinan, es un letrista muy dúctil, un gran narrador de historias. Y también le gusta mucho trabajar con imágenes precisas. Cuando Jaime canta ‘las cenizas al viento se pierden sobre el mar picado frente a la misma Rambla en la que le tocó crecer', está la geografía de la Rambla Sur, pero no es una canción sobre la Rambla Sur. Le gusta agarrar elementos de afuera, no sé. Creo que me influyó eso. Y las mil y una canciones montevideanas de Cabrera: nunca son canciones de postal. No creo que Cabrera le esté contando a nadie cómo es Montevideo, no es una canción turística ni nada por el estilo, pero para que Cabrera pueda ser Cabrera tiene que hablar de Paso Molino, del Club Ciclista Fénix, Belvedere y lo que sea, porque son sus circunstancias.
¿Te molesta ser impopular?
No, y además la impopularidad es una forma de arrogancia, de sentirse como parte de una cierta elite. Nosotros hemos sido una banda operativa y autosuficiente, hace mucho tiempo que podemos pagarnos nuestros discos, nuestros ensayos, nuestros instrumentos y eventualmente algún gusto más. Eso es todo un logro en Montevideo. Ahora, la barra de lo que es popular ha subido mucho en la última década y media. Hay un montón de músicos uruguayos que han llegado a lugares que eran inimaginables hace 20, 30 años. En relación con eso sí somos una banda absolutamente impopular. Pero nunca nos quejamos. Hay ciertas constantes en relación al éxito en nuestro espacio musical, que son totalmente objetivas: si no hacés determinadas cosas no vas a tener éxito. Si no recurrís a determinada forma de producción, de composición, de escritura que apunten al mayor común denominador, el mayor común denominador no te va a dar pelota. Y no está mal.
Yo siempre pensé que uno tocaba para diez personas. Podés estar tocando para cien, para mil, pero uno, en el interior de uno, estás tocando para diez personas. No sé, a veces creo que algunos aspectos de la banda han sido un poco subestimados, sobre todo en la parte instrumental. Creo que, si tengo un talento como músico ha sido el poder convencer a músicos mucho mejores que yo de trabajar conmigo. Que músicos del calibre de Marcelo Alfaro o Iván Krisman no sean conocidos popularmente me parece un poco frustrante, pero ellos tampoco se quejan. Nadie en La Hermana Menor está por eso, realmente es una banda a la que le chupa todo un huevo, tocamos para diez personas.
¿Y si no hay dinero y tampoco popularidad, qué motiva seguir tocando después de los 40?
Es como todo, después de determinada edad, cualquier actividad a la que le dediques mucho tiempo se lo estás restando a tu vida ‘oficial', a tu familia, al trabajo con el que pagás las cuentas. Entonces tener una banda parece un poco el sueño loco de una muchachada ilusionada.
Hay gente que sale a correr...
Bueno, eso le resultará útil para que le entren los pantalones, o para quedarse en la oficina hasta más tarde, pero en el fondo es lo mismo.
¿Y cuál es para vos, entonces, la ‘utilidad' de La Hermana Menor?
Que es parte de la vida, de lo que a uno le hace sentir bien, estar vivo. Creo que validarse a uno mismo después de los 40 por el reconocimiento, por la posibilidad de ser reconocido artísticamente, es muy triste. No es una cuestión de validarme ante la gente. Me parece que tengo cosas para decir, para explorar. Llevo no sé cuántos años tocando con los mismos tipos en La Hermana Menor, y hasta el día de hoy pienso ‘con estos tipos puedo hacer esta otra cosa que todavía no hicimos'. Es eso.
Foto: Montevideo Portal l Alejandra Pintos
No soy bueno
Hablabas de impopularidad y falta de reconocimiento, pero no es nuevo. El primer disco de La Hermana Menor, Ex, fue vapuleado por la crítica, que después les dio no sé cuántos Premios Graffiti...
Bueno, creo que, particularmente, nuestro primer disco no lo entendió nadie. Me resultó paradójico, en su momento, porque era una época en que no había inflexión crítica. Era la época de las vacas gordísimas del rock uruguayo, y todo lo que hacía cualquier banda era festejado como un gol de Forlán. Nosotros sacamos ese bicho, (Ex, Bizarro), que era un disco más complejo, que sonaba distinto a todo lo demás, y la impresión general fue ‘¿qué es esta mierda?'. Fue un disco que no tuvo mucha trascendencia, y sin embargo ahí está la base de todo el repertorio en vivo de La Hermana Menor hoy en día.
¿Por qué fue? ¿La crítica buscaba el gol de Forlán?
Puede ser. Y nosotros estábamos jugando al monito. No estábamos generando el Gran Disco Uruguayo. Era un trabajo tal vez más introspectivo, con una producción que deliberadamente oscurecía algunas cosas. No tengo la menor idea de qué pasó. Sin embargo, y como suele suceder, el disco fue muy bien recibido por la crítica de Argentina, y creo que eso tuvo un poco de rebote. Esa relación medio morbosa que se tiene acá con respecto de la cultura argentina, de hablar pestes de todo lo que se afirma del otro lado del Plata, pero sin embargo dicen ‘¿cómo? ¿Le gustó a esta gente de la Rolling Stone? Vamos a escucharlo de vuelta'.
¿Es mejor la crítica argentina?
Depende. La crítica uruguaya fue muy buena, muy dura durante muchos años. Tenemos toda una escuela muy musicológica, y también muy ideologizada, que era parte inseparable de lo que fue todo el movimiento del canto popular y de esa música imprecisa que no era canto popular, pero sí la más hermosa que se ha hecho en Latinoamérica en las últimas décadas. En esa época, culturalmente, Uruguay se destacó mucho por su escuela crítica. Después de eso, y no es un fenómeno exclusivamente uruguayo, la crítica desapareció bastante en el mundo, y se convirtió en una forma de reproducción de gacetillas de prensa, de promoción o de acumulación de estrellitas. Tengo la sensación de que, cuando se democratiza un poco más, cuando la crítica deja de expresarse a través de los medios oficiales, que tienen intereses comerciales, y aparece todo el tema de los blogs, se diluyen los nombres. Hay una maraña de gente opinando, muchos de ellos con autoridad y otros que no saben un carajo. Esa proliferación de voces, por su propia cantidad, generó que volvieran a validarse por su propio peso, por lo que decían y no por el medio en que estaban. Creo que hay gente que escribe y sabe mucho. Hoy en día creo que hay un espacio al cual referirse a la hora, no ya de comprarse un disco, sino de bajarlo.
¿Dónde está parada hoy La Hermana Menor, cuando en la escena de rock local se ve un ‘crecimiento' de artistas de tu misma camada?
Generacionalmente estamos muy cerca de los Buenos Muchachos, pero al mismo tiempo somos una banda que se mueve en un circuito muy pequeño, en el que convivimos con bandas que son de otra generación. Es un lugar raro el nuestro. Pero si hay algo que no tenemos es perspectiva de proyectos a futuro, más allá de seguir haciendo música mientras tengamos ganas.
¿Nunca tuvieron esa expectativa? ¿Cuál era ‘la zanahoria' en los 90?
Sabés que nunca tuve perspectivas; lo que viniera, bienvenido. Ahí sólo puedo hablar a título personal. Lo único que siempre quise es hacer música, sin tener que especular con que lo que yo hiciera tuviera o no difusión, y cobrara menos en Agadu y no pudiera pagar la luz. Siempre tuve otro trabajo.
¿Te libera eso?
Es una cuestión compleja. Siempre me llamó mucho la atención una cosa que sostenía Steve Albini. Él decía que para mantener la música pura nunca tenía que ser tu primer trabajo, que la mutualista no dependiera de ser músico. Sí tratar de conseguir todo el rédito económico posible, que te paguen lo que merecés, pero no depender de eso. Si tenés necesidades objetivas que cumplir, como mandar a tu hijo al liceo, y la variable es hacer tu música más accesible o vehiculizarla con una tarjeta de crédito atrás, no vas a tener posibilidad de decidir. Me parece que es un punto de vista válido. Simultáneamente, el día tiene 24 horas. Yo tengo amigos en bandas muy exitosas, y vos ves que los tipos componen y tocan bajo una ética irreprochable. Las posibilidades que te da eso, de poder meterte dos meses a grabar un disco en una chacra, y no tener que ir a marcar tarjeta a ningún lado ni cosas por el estilo es envidiable. Supongo que el secreto es tratar de lograr un equilibrio entre las dos cosas.
Foto: Montevideo Portal l Alejandra Pintos
El eco de la explosión
Decías que no podés despegarte de tu interés social, y eso se percibe en los trabajos de La Hermana Menor; hay siempre como un clima de desencanto, de ‘no está todo bien' que contradice cierto discurso de la música contemporánea local...
Siempre me pareció que ningún músico está ahí para hacer jingles de apoyo, o para poner el hombro en nada. Siempre vi al rockero como una figura disidente, y que está viendo el vaso medio vacío. No soy un tipo que haga canciones políticas ‘políticas'. Pero soy una criatura política. Es un tema que me apasiona, y abro los diarios por la sección de política y no de cultura. Pero como me muevo en un ámbito cultural, tengo serios problemas con el discurso de izquierda, progresista. Me tiene profundamente aburrido ese discurso, me parece que está vaciado. Y no entiendo esa celebración de todo, esa celebración general. No entiendo en qué momento los músicos, los rockeros, se volvieron los yernos ideales de las madres uruguayas. No entiendo cuándo los gobiernos empezaron a sentirse representados por las bandas de rock y las selecciones deportivas consideraron sus canciones himnos. No entiendo. Para mí, la gran parte de la música que me interesa surge de una posición de incomodidad y de disidencia. Tal vez ese sea el motivo por el que estamos a un lado. No estamos para hacer la banda de sonido de la felicidad del futuro de nadie. Yo tenía 12 años y me quedé helado viendo, en el programa de Carbone, a Johnny Rotten cantando ‘no future'. Ahí dije, ‘caramba, ahí hay un tipo diciendo algo que tiene sentido'. 30 años después sigo pensando lo mismo.
Entre los personajes que aparecen en las canciones del grupo, Satán es un nombre recurrente. ¿Será que el rock es la música del diablo?
Hay un concepto que maneja muy bien Kundera, en el Libro de la Risa y el Olvido. Él dice que en su idioma, el checo, aunque también en el español, hay una sola palabra para designar la risa, cuando en realidad hay dos conceptos absolutamente distintos que producen el mismo efecto físico de la risa. Uno es la complacencia ante todo lo que ves, que te alegra y es hermoso, y te reís como festejo de todo eso. La otra mirada es cuando lo que ves no te parece hermoso, te parece ridículo, y también te hace gracia, y dice que la primera es la risa de los ángeles y la segunda la del diablo. A mí la figura de Satán siempre me pareció una muy buena metáfora: el lucero del alba, la luz caída, lo prometeico, la rebeldía. Es raro, son cosas que me siguen pareciendo interesantes, pero a la vez, todo rebelde a los 40 años encierra una cosa un poco ridícula. No son cosas que elijas. Desde que los Rolling Stones se pintaron la cara en el video de ‘Jumping Jack Flash', desde que Robert Johnson se paró en aquel cruce de carreteras y le vendió el alma a Mandinga para tocar bien la guitarra, siempre hubo diablo. Si después el rock se volvió una música para movilizar el Estadio Centenario... son decisiones personales. No es la música que me interesa.