Jorge Costigliolo | Montevideo Portal
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Promediaba la década del 80 y la primavera democrática, tan ansiada y anunciada, llegaba tarde, destemplada y opaca. Resultó que la libertad y la alegría se agotaron en los carteles políticos, y miles de pibes, que se dejaban crecer de nuevo el pelo o se afeitaban las patillas, quedaban con más bronca que antes, y con las guitarras calientes. En esa pequeña multitud de jóvenes desencantados estaba Tabaré Rivero, veterano con dos décadas largas en medio de tantos imberbes gritones, tanto o más molesto que el resto. Por ese entonces, fundó una banda que hasta el día de hoy lleva su nombre, y, entre 1987 y 1989 editó dos discos que son piedras angulares del rock uruguayo post dictadura.
Sigue siendo rocanrol (1987) y Rocanrol del arrabal (1989), los dos primeros discos de la banda, suenan, aún hoy, frescos y contundentes, camp y modernos, inteligentes y mordaces. Y rabiosos. Es que, si Los Estómagos pasaban por deprimidos y Los Traidores por desesperanzados, la Tabaré estaba enojada. Y mucho. A 25 años del lanzamiento del primero de los trabajos, el sello Bizarro reedita ambas obras, que, con un sonido sensiblemente mejorado, siguen teniendo vigencia. Rebeldía, todavía, sigue siendo rocanrol.
Tabaré Rivero es una suerte de eslabón perdido, una pieza que encastra en la evolución quebrada entre el rock uruguayo de los 70, que se apuntaba en la historia como creativo y renovador, y la música pendenciera de la post dictadura; "y no me disgusta para nada el mote", dice el cantante.
"Estuve en la movida de los 70 como público, y no me perdía un toque de esos. Después curtí toda la onda del canto popular, porque no había rock, y por una cuestión política: era el lugar en el que se podía estar codo a codo, y, en el medio de toda esa cantidad de gente que pasó por ahí, había algunos, pocos, muy interesantes. Cuando volvió el rock yo ya había escuchado toda la música anglosajona de los años 60, la psicodelia, un montón de cosas. Y tenía rabia, la rabia de haber perdido mi juventud. A los 16 años me agarró la dictadura, tenía 28 cuando terminó. Encima era el país más aburrido del mundo en dictadura, y siguió siéndolo por 10 años más. Si bien, pese a que la policía me jodió mucho nunca me llegaron a meter una picana, por suerte, me hicieron un agujero en la cabeza, con toda la prepotencia de la época".
Muy chiquilín, Rivero tentó suerte en la música. "En el 75 tuve una banda, que quise que fuera de rock, pero no coincidíamos. Era más una onda Crosby, Still & Nash. La armé con Luis Trochón, que después se fue tirando hacia el candombe, y nos abrimos". Esa experiencia fue Euterpe, un fracaso en cuanto a presentaciones en vivo, pero fermental en el camino de Rivero. Y mientras no se daban los acordes, la búsqueda siguió por otro lado."El canto popular no era lo mío, el rock no se tocaba en Uruguay, así que me incliné por el teatro. Yo venía de una familia de gente teatrera, y por ahí encontré ejercicios y textos que no decía ningún uruguayo, y que más o menos se podían entender como hablando de la conflictividad de la época", dice.
"En el año 85, por casualidad conozco a unos músicos en un teatro: Riky Musso y Alvin Pintos del Cuarteto de Nos. Estaba también Mandrake Wolf, Trevor Podargo, que fue el baterista de los Tontos, y entre todos empezamos a armar La Tabaré. Después, con algunos de ellos, pedí el Teatro Circular, porque sí, porque era el único lugar que me podían dar a mí, y total, ¿qué iba a pasar? ¿Qué no fuera nadie? Mis amigos seguro que iban... y se agotaron las entradas. Y no paré más.
Somos todos subversivos
Por aquellos años, La Tabaré se diferenciaba del resto de sus contemporáneos, no solo por lo musical, algo lógico teniendo en cuenta las abismales diferencias en años (perdidos) entre Rivero y los más jóvenes, sino en el cómo decir. Quizás los temas fueran los mismos, pero el grupo marcaba una impronta de inquietudes originales. Así, tópicos que aún no se tocaban o se mencionaban tímidamente, en las manos de Rivero eran barro de canción: el sexo, la crisis económica, la democracia y el psicoanálisis, desfilaban entre la sátira y la ira.
"Siempre hablamos de esas cosas, un poco en joda, un poco en serio", recuerda. "Era transgresión. Por ejemplo, en ‘Neurosis en mi casa', decíamos ‘María Muñeca no es mujer'... y era transgresor... ¡a la puta, están hablando de la paja!. Hoy por hoy es una canción que puede cantar un niño de 4 años y explicarle a la madre que está hablando de la masturbación. En aquel momento era muy fuerte".
Al mismo tiempo, el sonido del grupo era distinto. Difícil de encasillar estilísticamente, en sus primeros trabajos, La Tabaré fue del heavy ochentoso a la new wave, metió baladas, malambeó, versionó a los Stones y Frank Zappa y se vistió de punk. "Tocábamos distinto, no sé si mejor, pero era otra cosa. A mí el punk me gustó, pero ya era grande cuando lo escuché. Me gustaba ideológicamente, cuando vino a contrarrestar a bandas como Mahavishnu, todo ese jazz rock que me aburría, no me gustaba nada. Y acá en los 70 era lo que se consumía. Iba a ver a Siddharta, y decía ‘qué bien que tocan y cómo me aburro'. Yo entendía al punk como el twist o el rockabilly con más distorsión. Pero me gustaba la actitud, algo que hoy por hoy ha desaparecido. Para mí, el valor del punk es la actitud: la furia mezclada con esa música sencillísima. Era una patada impresionante.
Tabaré Rivero hace esta reflexión en una cómoda oficina del sello, con aire acondicionado, sillones mullidos y café a la orden. ¿Fue este el precio que el rock cobró por adocenarse?
"No lo sé", confiesa Rivero. "Muchas cosas influyeron en la vida de nosotros, no solamente en el rock, que nos han desengañado, desencantado. Hay, además, una juventud que no fue educada pensando que el arte tenga un valor, una fuerza política. Ni siquiera los políticos lo creen. La prueba está que en todos estos años, el Frente Amplio, a todos los artistas les dio muy poca bola. Y, salvo dos o tres murgas, los demás no pinchan ni cortan. Todo eso influyó para que los gurises agarraran ejemplos extranjeros, de bandas de punk, como Attaque 77, que tocan temas de Gilda ‘porque son lindos'... ¿por qué tocás canciones de Roberto Carlos, o de Gilda? ¿Porque son lindas? Mirá que el punk no es eso, te agarra Johnny Rotten o Joe Strummer y te rompen todo... No era el punk una tontería tal como se está planteando ahora, fútbol y cerveza..."
Pero tampoco el rock que se hacía en Montevideo sobre el final de los 80 dejaba demasiado espacio para esa frivolización. Y Tabaré Rivero, desde su trinchera, soñaba con que, si no se podía cambiar el mundo, al menos se podía pintar la aldea, y que esa tarea debía ser una obra colectiva.
Fue así que La Tabaré hizo punta y fue pionera en invitar artistas de otros grupos y otras tiendas a interpretar sus canciones. En aquellos lejanos primeros discos, Renzo Teflón, Gabriel Peluffo, la BCG, el Gato Eduardo, Pablo Martín y Esteban de Armas compartieron surcos. Después, más acá, vinieron Eduardo Darnauchans, Juan Casanova, Gustavo Cordera. "Yo creía mucho en la ideología del rock. La ideología que podría haber tenido el rock, no sé, en Woodstock, que tenía una actitud política contra la guerra, acá, en Sudamérica, se traspasó y éramos considerados, por tener pelo largo y una guitarra eléctrica en dictadura, muy subversivos, al punto que casi se prohibió el género. Me gustaba que tuviera esa impronta contestataria y seria. Y soñaba, fantaseaba con un ‘movimiento rockero', así, entre comillas. Me gustaba la idea de apretar el pedal de la distorsión y volarle la cabeza a todo el mundo, en un país que estaba quieto, adormilado. Quería despertar a todos y salir a putearlos porque el Uruguay había votado, bueno, todavía sigue votando, que los milicos no fueran en cana. Estaba muy furioso".
Y, "por otro lado", agrega, "tal vez un poco antes, volvían los Fatorusso, y Rada hablaba maravillas de ellos, Mariana Ingold hablaba maravillas de Mateo, del Corto Buscaglia. Como que entre ellos eran todos divinos, y nosotros, los rockeros, siempre hablábamos mal del otro. Yo pensé, ‘vamos a tratar de juntarnos, de unirnos', pero no lo logré. Cuando le hacían una entrevista a un músico uruguayo de rock y le preguntaban qué música de acá escuchaba, respondía ‘ninguna'. Ahora cambió un poco".
Todo el mundo cambió
Aquellos años del final de la década y comienzos de la siguiente fueron particularmente violentos. El rock uruguayo se había reducido al garaje, de los grupos que habían tenido una proyección medianamente masiva solo sobrevivieron El Cuarteto de Nos y La Tabaré, y Los Estómagos se habían inmolado en un último concierto donde no faltaron las puteadas, los líos y la represión policial.
"Yo estaba muy furioso en esa época", dice Rivero. "Y en los toques en vivo la gente tiraba energía, yo desbordaba de la energía furiosa, la transmitía, entre canción y canción, y mi actitud, era la de un desquiciado. Y lo estaba. Para peor, muchas veces, ‘de cara', algo que mucha gente me lo ha reprochado: ‘vos estabas de cara, y, por tu culpa, yo no'... pero no, viejo. En ninguna canción mía digo que hay que estar de la cabeza. Creo que la gente entendía, subliminalmente, eso que yo no quería decir pero que estaba diciendo, y respondía mal. En esa época se acercaban algunos de los que le gustaba la banda, y me decían ‘vo, hijo de puta, dame un autógrafo acá', o me querían sacar una pulserita que yo tenía. ¡Pará, loco!"
Los shows de La Tabaré, y en general del rock nacional, se volvieron espaciados, infrecuentes. Cuando ocurrían, buena parte del público se encomendaba a los santos, porque no se sabía, jamás, cuál sería su suerte. "Pensábamos que un día iban a matar a uno", dice Rivero, y recuerda que, en una oportunidad, el grupo se presentó en el Teatro de Verano. "Adentro todo normal, apenas alguna piñata". Pero afuera fue una hecatombe. "Afuera a los guachos los corrían hasta adentro del agua, y al otro día me despertaba Radio Carve, a las 9 de la mañana, ‘ah, Tabaré, queremos saber por qué usted infunde la violencia en la juventud'. Y no tenía la viveza de responder bien, porque estaba dormido. Una radio que nunca me había dado bola, y no me dio bola después".
Pero, como dijo Dylan, los tiempos estaban cambiando. "Y cambiaron. Los por qué no los sé. Sospecho que fue por la entrada de MTV, me gusta joder con eso. Yo tuve cable en el 97, 98, y ese canal era una máquina de confundir. Pasaban Metallica y al lado a Diego Torres. A partir de esa época, y la llegada de El Peyote Asesino y La Vela Puerca, para mí cambio todo. No tengo una explicación. Sí sé que fui a ver conciertos de La Vela Puerca y eran pacíficos. Y los envidiaba. Y no me disgustaban. Y veía que la gente disfrutaba como loca, y no se pegaba. Y dije ‘acá la cosa está cambiando'. En el 96 habíamos decidido no tocar más, hicimos dos recitales en un boliche de Pocitos y era un kilombo infernal, la gente volaba por arriba del escenario. Y en el 97 pudimos volver a tocar, y a ver, de a poquito, que la gente empezaba a tener otro comportamiento".
No obstante, La Tabaré, por discurso, imagen o vaya a saber qué, tenía un diferencial no del todo encomiable. "Yo era el ídolo de los pastabaseros. Iba por la calle y no había uno que no me pidiera una moneda... ‘Eh, arriba La Tabaré' me decían, y cantaban las canciones y me pedían plata. Se ve que en aquella época teníamos un público entre muy sacado y muy popular, muy humilde. Y lamentablemente algunos no terminaron bien".
Estoy cansado de esperar a Godot
"Esto no es rock, es teatro, ópera-rock, actores con canciones, pero seguro que no es rock", me decía sobre La Tabaré dos décadas atrás un periodista. Esa opinión cundía, sobre todo en la prensa de la época, fundamentalista del género y purista del estilo.
"Me molestaba que dijeran eso", dice Rivero."Yo creía que no mezclábamos el teatro con el rock. Además, para mí, en aquella época, era un teatro anquilosado, que se había quedado en esa cosa maravillosa que fue durante la dictadura, y que, ya en democracia, como yo quería explotar, quería que el teatro explotara también. Y sabía de otras corrientes teatrales, donde los actores ‘volaban', gritaban, y se enfrentaban y provocaban a la gente, como La Fura dels Baus en aquellos tiempos, y acá en Uruguay no pasaba. La banda era una banda de rock en la que yo estaba furioso, y que apareciera alguien que dijera ‘lo tuyo es teatro' me pegaba en las pelotas. Claro, cantaba Andrea Davidovics, que es actriz, y ahí teníamos una cuestión natural de movernos, de manejar el escenario, que no utilizaban para nada los músicos de canto popular, ni la mayoría de los grupos de rock. Gabriel Peluffo se movía muy bien, y Juan Casanova era muy duro pero acompañaba esa estética con el cigarrillo... Y yo creía que, si el público iba a ver una banda, no solo a escucharla, bueno... había que darle algo para que viera. Pero no era una actitud teatral, nunca planificamos nada. Yo no quería ser teatral, e incluso estaba medio ‘peleadito' con el teatro cuando empecé con la banda. Después me di cuenta de que sí, que éramos actores, y que no teníamos por qué renegar de serlo".
Ser feliz es al revés
Poco después de que Roncarol del arrabal ganara la calle, el sueño se reventó contra el piso. El rock dejó de ser negocio, desaparecieron o se desmembraron casi todas las bandas, el público se retrajo o cambió, y la escena local se convirtió en un desierto de frío. Y Tabaré Rivero se fue. Armó el bolso, se subió a un avión y bajó en Italia.
"Estaba muy loco. Loco mal. Deprimido, angustiado, aburridísimo, enojadísimo, insomne, y me fui buscando ‘algo' que no sé qué era, y durante mucho tiempo pensé que no había encontrado nada. Pero me fui odiando al Uruguay y siendo un tipo tímido, retraído y con muy poca autoestima. Me fui a Italia, y en seis meses cambié. Allá lavé copas, porque me fui con la guitarra a tocar en una plaza, un día me dieron plata y al otro vino a la policía a sacarme. Lavé copas en los bares, armé stands en las ferias, hice todo el laburo de obrero que no querían hacer los italianos, y cuando volví tenía una confianza en mí mismo, una seguridad tremenda. Tímido sigo siendo, convivo con mi timidez, pero no me impide expresarme".
Seis meses después estaba de vuelta en el pago chico, otra vez al frente de la banda. Casi nadie, entre el público, notó su ausencia, porque medio año sin tocar, a principios de los 90, no escapaba a la normalidad. "No tengo ningún tic uruguayo, no tomo mate, ni carnavaleo, pero me gustaba todo lo otro de Montevideo: mis amigos, ir a un bar y sentarme y sentirme cómodo. Pavaditas. Sabía que hablaba de la dictadura y la gente me entendía, y prefería la onda dark-punk de Los Traidores a los rockeros italianos, llenos de lentejuelas, maquillados. Yo quería encontrarme con eso, con esa fantasía del rock en Uruguay. Después de eso tuve un hijo, y ahí recién empecé a ser feliz en mi vida", dice. Y ese es el comienzo de otra historia.
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