Contenido creado por Jorge Luis Costigliolo
Entrevistas

Pelos y señales

Con Samantha Navarro

Samantha Navarro “volvió al inicio” después de varios años con su banda sabática, La Dulce. Ahora, armada de una guitarra y poca cosa más, enfrenta el desafío de asumir, otra vez, la responsabilidad de un escenario. En diálogo con Montevideo Portal, la artista miró para atrás, habló del presente y proyectó el futuro, que incluye viajes al interior y Ceibalitas.

27.05.2011 18:27

Lectura: 8'

2011-05-27T18:27:00-03:00
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Jorge Costigliolo | Montevideo Portal
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Hacerlo ahora es fácil, y capaz que hasta te festejan la gracia, pero hace 15 años, que una mina se parara al frente de una banda, con la guitarra colgando del cuello y cantando sus propias canciones no estaba tan bien visto. Más aún cuando quien estaba al frente de los músicos era Samantha Navarro, con su pelo, sus lentes y su voz de pandemonio, más aún cuando el cancionero era ese bestiario de seres imperfectos, retorcidos, terribles y encantadores.

Que se tomó unos años de vacaciones solistas y se unió a esa suerte de banda sabática que es La Dulce. Otra cosa. Menos áspera. Más liviana. Que duele menos. Dulce, eso. Y que ahora "vuelve al inicio" a aporrear y acariciar esa guitarra que es casi su única compañera con el mismo entusiasmo. Con una fauna lírica no tan monstruosa, pero cargada de juegos de palabras, retruécanos y sinsentidos. En fin, que Samantha Navarro está acá, de nuevo. Y tiene sus motivos.

 


No tan dulce

"Me estaba pasando que algunas canciones no eran aprobadas por La Dulce, canciones que me gustaban mucho y que no encontraban en el grupo el arreglo adecuado. Y llegó el momento de juntar coraje y hacer un disco de guitarra y voz, que por otra parte venía posponiendo desde hace muchos años" dice Samantha Navarro.

Esta nueva propuesta "tiene que ver con escuchar una canción e imaginarse los arreglos, y no que esté todo ya implícito. Es mucho más sugerente. Es, con todas las exageraciones posibles, como la diferencia entre lo porno y lo erótico. Hay mucho más para la imaginación del oyente, con todo el riesgo que ello implica. Estamos en un mundo sobrecondimentado, vivimos en medio de una ensalada llena de verduras, carnes, y todo tiene por encima mayonesa y salsa de soja, mucha sal y grasas trans. Ese es nuestro mundo, y yo vengo a proponer una ensalada de lechuga".

Y, aunque desde el título del álbum juegue con un reinicio, una vuelta al principio, Samantha Navarro sabe, y reconoce, que no es lo mismo. Pasaron ocho años desde su último trabajo como solista y ahora "el espíritu vuelve a ese punto en el que me importa un pepino qué es lo que tendría que estar sonando. Con la edad, empecé a tener un cierto respeto y cuidado por lo que se espera de un disco. En mi primer trabajo no tuve ningún respeto por nada, me parecía que tenía que ser tal como fue, y tenía una confianza infantil en lo que estaba haciendo. Este tiene un poco de esa irreverencia. Con La Dulce, que es una democracia y las influencias son tan diversas, al final siempre llegamos a un lugar medio, no es algo tan puntiagudo", explica.

"La Dulce es como un cóctel, donde todos los elementos se mezclan, se combinan, y generan algo nuevo. El grupo surgió, en su momento, a raíz de una inquietud mía. Me cansé de ser solista y quise ser parte de un proyecto colectivo, de poder ‘diluirme' en cierto sentido. Ahora estoy como más concentrada. Para llevar eso al extremo dije ‘voz y guitarra al frente, como si yo fuera a tu casa'".

 

Sapo de otro pozo

‘Volver al inicio' apareció en el sopor del verano, aunque Samantha Navarro dice que es un disco de invierno, para escuchar al lado de la estufa. "Cuando lo presentemos, con la entrada, te van a dar un ponche y un paquete de Kleenex", bromea. Y pese a no tener un aire triste, sí tiene cierta melancolía propia de la canción montevideana, austera y frontal, a contrapelo de lo que suena en la radio.

"No tengo mucha idea de cómo es la movida", dice "pero ahora parece que la onda es hacer discos orgánicos, con muchos instrumentos, ruiditos y soniditos y yo grabo un disco pelado de guitarra y voz. No estoy muy en la movida, hablo desde el prejuicio. No soy ‘cool' pero, si tengo que elegir entre cool y grasa, elijo grasa toda la vida. Sin grasa no hay paraíso. Siempre fui sapo de otro pozo. Cuando empecé fui pionera, porque no había mujeres que tuvieran una banda atrás, una guitarra entre las manos, que se subieran al escenario a cantar sus canciones, y que les importara un pepino todo. Ahora sí hay, pero pasaron 14 años".

Pero no fueron años de sentarse a mirarla desde arriba. Hubo que caerse, levantarse y acostumbrarse a los raspones. Eso duele, pero enseña. "Cuando era más chica creía que me cantaba todo, esa cosa que tiene la juventud de la hormona en punta, que te imaginás que sos bárbara. Con el tiempo he escuchado mucho, tratando de afinar muchos aspectos, y creo que ahora canto mejor. Otra cosa que descubrí es que ahora puedo ser intérprete, y antes no lo lograba. Cantaba mis temas básicamente por la imposibilidad de interpretar otras cosas. Por esta cuestión de ser sapo de otro pozo, me parece que, en algún punto, puse la carreta delante de los bueyes, con las ventajas y las desventajas que ello supone, pero hoy sí estoy pudiendo cantar cosas de otros. Para mí es un placer increíble, porque hay muchas canciones que me encantan, y que trataba de cantarlas y era un crimen".

Además, "ya cumplí mis objetivos de composición", dice. "Me había puesto objetivos ambiciosos, como componer 160 canciones en un determinado período de tiempo, y lo logré. Ya cumplí un montón de metas personales, este es mi quinto disco solista, además de grabar con La Dulce, música de teatro, otro que está por salir con Santuario, saqué un libro el año pasado. Cada tanto me pega: venir remando así y no llegar a fin de mes y que no te salen las cosas"

 

A la sombra del ceibal

‘Volver al inicio' es, también, un reencuentro con algunos de sus personajes retorcidos, burtonianos. Ayer eran Analía, Josefina y la barrabrava naif de ‘Tengo recuperación', y hoy son las mujeres que chusmean en la peluquería y la chica que alcanza el 105 vetusto ni bien llega a la parada.

"En un punto volví ahí", cuenta. "Ahora me puse a explorar el folklore. Así como hay un símil chocolate creo que hay un símil folklore, y es lo que vengo haciendo. Pero claro, meter esas historias raras dentro de esos ritmos, pese a ser difícil, es interesante. Por ahora estoy en un primer plano, más bien picaresco, y luego voy a tratar de incorporar personajes. Ya tengo un montón".

Samantha Navarro no cree que eso que llama ‘símil' sea la música popular, el folklore de este tiempo. "Es un símil porque yo estoy tocando con una guitarra de cuerdas de acero, y la idea es que aparezca una distorsión en algún momento, jugar con delays en la voz, cosas así", dice. Además, "mi música no es popular, me encantaría que lo fuera. Es popular como dice mi padre, porque no es académica, pero no la cantan en las escuelas. Lograr que mis canciones sean cantadas por los niños, por ejemplo, es un objetivo de mi vida que aún no he logrado".

Cumplir ese objetivo, cree, no requiere de infraestructura ni grandes inversiones. Hay que cargar la mochila. Así de simple. "Se logra de una manera muy directa que es ir a los lugares, conectarse y trabajar, en esta caso con los niños, y si se copan, todo bien. Tengo ese plan: un taller que está bueno, con las computadoras del Plan Ceibal".

Todo está listo, dice, para empezar con el proyecto en una escuela rural de Colonia. Ella, la guitarra y las Ceibalitas. La escuela rural, cree, "tiene una sabiduría del espacio y del tiempo totalmente distinta de la de los montevideanos. Este año, con los talleres en el interior, la montaña se moverá. Ahí aprendés a lo bobo, y además, me van a venir un montón de historias para las canciones estas". A partir de allí, dice, también espera que se abran las puertas de los festivales del interior, armada de un montón de "canciones lindas, hermosísimas, y voy a tratar de hacerlas más hermosas aún. Tengo un repertorio que es como medio depre, invernal y terrible, y ahora estoy trabajando en un repertorio más ‘fiestero'".

Sería bueno, entonces, dar paso al universo musical de Samantha Navarro, al triste, al desconsolado, al desencantado y al encantador, y que ese cortejo de freaks y monstruos familiares se convierta en canción popular. Ya es hora.

 

Jorge Costigliolo | Montevideo Portal
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