"Ocho veces quiero" no es solamente un libro de deportes o una obra pensada exclusivamente para mujeres. Lo protagonizan deportistas que son mujeres, por supuesto, pero la lupa no está puesta especialmente en su condición femenina o en la práctica de sus disciplinas (aunque por supuesto que hacen al tema), sino en otros aspectos menos conocidos: su vida, la forma en que piensan, el camino que las llevó hasta el lugar en el que se encuentran.
Su autora, la periodista Patricia Pujol (integrante de la revista Túnel y del programa radial Deportivo Uruguay), no se dejó llevar por preconceptos, tan abundantes en la era de las redes sociales, y trabajó especialmente el vínculo con las verdaderas protagonistas del libro para dejar un testimonio cálido y humano sobre sus vidas, sus pasiones y la forma en que viven el deporte.
Y las protagonistas -porque la autora ofrece sus impresiones pero se hace hábilmente a un lado al retratar sus perfiles- son la velerista Dolores Moreira Fraschini, la ex tenista Patricia Miller Sichero, la gimnasta Daiana Casella Serena, la atleta Deborah Rodríguez Güelmo, la futbolista y entrenadora Sarita Figueras Sánchez, la boxeadora Christian Namús Corrales, la ex atleta Beatriz Daher Jure y la basquetbolista Victoria Pereyra Souto. Todas ellas figuran en el libro con sus dos apellidos, como queriendo dar entrada a otras mujeres fundamentales: sus madres.
Sobre la invisibilización de las mujeres deportistas y los deportes menores, sobre los prejuicios y la capacidad para descubrir las historias que forman nuestras vidas, charlamos con Patricia Pujol.
¿Cómo estableciste el criterio de selección de estas deportistas uruguayas?
La idea fue armar una lista primaria de nombres de deportistas uruguayas de diversas generaciones, que se desarrollaran en distintas disciplinas y en modalidades también distintas. A algunas ya las conocía de haberlas entrevistado antes, a otras no. Fui llegando a algunas de ellas a través del conocimiento y afinidad de otras personas. Además, teníamos que generar un vínculo para que el trabajo pudiera ser desarrollado, esto es, disponer del tiempo para varios encuentros y manifestar la aceptación de la propuesta de formar parte del libro. Era fundamental que se sumaran al camino, ya que incluía también conversar con algunos familiares, entrenadores, visitarlas en los entrenamientos, en sus casas o sus trabajos.
¿Te quedaste con ganas de incluir alguna que haya quedado afuera por algún motivo?
Sí, hay varias otras mujeres que formaron parte de esta misma lista inicial, con las que llegamos a tener algún encuentro, pero por diversos motivos no pudimos continuar el proceso de trabajo. También hice una lista con nombres de mujeres que nunca llegué a contactar. Tenía claro que no podía incluir todas las disciplinas que quería ni todas las historias que fueran interesantes. Había que acotar el trabajo a lo posible aunque ello significara algunas renuncias. En todos los casos este criterio fue manifiesto y eso evitó posibles malestares. Agradezco la generosidad de aquellas que aún no formando parte del trabajo final dispusieron de su tiempo para el encuentro inicial y alentaron la idea.
Fuiste generando un vínculo con tus entrevistadas para hacer este libro... ¿cuántas primeras impresiones o preconceptos te cambiaron a raíz de ese conocimiento?
Por suerte, varios. Esta es la respuesta a las dos cosas: a tu afirmación y a tu pregunta.
El enfoque que intenta plasmar el libro persigue algunas pistas pero se deja guiar por el encuentro. En algunos casos, terminó apareciendo en el texto final algunas aproximaciones a mis prejuicios o preconceptos, para dar cuenta de que muchas veces uno parte de premisas erradas y eso reduce el universo posible a ser contado.
Sin embargo, si uno se aproxima con la suficiente distancia, humildad y apertura, y aplica ahí, en ese espacio, las herramientas que brinda el periodismo, hallará espacios que no conocía. En las primeras páginas del libro, transcribí una cita de Leila Guerriero que habla un poco de esto, del ejercicio cuando se pide una entrevista. De ese espacio que se genera entre el grabador y la persona, el periodista y la persona, el periodista y el grabador. Ese play-rec en el que Guerriero aplica la misma ética que aplica en las cosas de la vida. No se trató de agradar a las entrevistadas en ningún caso, tampoco de generar una percepción de disgusto en ellas.
Con Christian Namús me pasó que en el primer encuentro le dije que no sabía si la incluiría porque no me gusta el boxeo. Ella se sonrió y a la media hora de charla me di cuenta de que debía dejar ese prejuicio de lado y continuar el trabajo con ella. Ese mismo prejuicio me había llevado hasta ahí. El resultado me sorprendió porque personalmente creo que, aunque sigo pensando que pegar y dejarse pegar en un cuadrilátero es un evento infame, haberla incluido fue un gran acierto. Aprendí mucho, valoré su generosidad para aceptar mi mirada nunca complaciente sobre su disciplina. Surgió un respeto mutuo que colaboró con el resultado final. Me descubrí escribiendo sobre un disgusto enriquecedor.
En el caso de Déborah Rodríguez, en particular, vos establecés de entrada ese preconcepto que tienen muchos uruguayos (por ejemplo, "es asquerosa"). ¿De donde creés que surge esa sensación?
Existe la construcción de una imagen pública (podemos asumir que es la que los medios de comunicación producen o reproducen de una deportista destacada) que se alimenta de varios ingredientes: impronta personal, el marco del medio que la reproduce, el contenido, el contexto, la oportunidad.
En el caso de Déborah Rodríguez intenté usar el prejuicio como juego para abrir esa impresión, para entrar en ese concepto y sin exponerlo explícitamente, dar una versión de la atleta sobre su propia imagen personal construida en y para los medios de comunicación. En algunos casos, esa imagen se confunde con la persona y no es posible separarlas. Contar su experiencia tras las declaraciones realizadas en los Juegos Olímpicos de Río 2016 fue un ejemplo de esta mezcla de personas-personaje. Encontré una vivencia real en tiempo real: estaba yo siguiendo a Déborah en los Juegos Olímpicos y escucho su declaración, como tantas personas hicieron, y me hizo mucho ruido. No apuré el juicio. Esperé un poco a ver cómo se desarrollaba ese asunto en los medios. Cuando me encontré con ella después de unos cuantos meses del suceso, conversamos sobre eso porque entendí que la había afectado aquella situación y quería saber cómo había sido saltar esa otra valla. Eso está desarrollado en el libro desde el lugar que me pareció interesante abordarlo.
¿Creés que sería distinta la reacción si no se tratara de una mujer?
Creo que sí. No le permitimos lo mismo a hombres y mujeres, y nuestros juicios varían de acuerdo a eso, aún tratándose de situaciones similares.
¿Considerás que hay una invisibilización de la mujer uruguaya deportista en los medios? Y de ser así, ¿a qué se debe?
Creo que las mujeres deportistas están sub representadas en los medios nacionales. Primero porque el concepto de deporte en Uruguay remite velozmente al fútbol, que es un deporte masivo y que, en el ámbito profesional, está jugado por hombres. Luego, el resto de los deportes que se practican -y algunos de ellos aparecen en el libro- quedan en segmentos marginales de los informativos o programas deportivos, en el mejor de los casos. Este contexto acorta las posibilidades de hacer visible a mujeres en deportes. Sin embargo, van apareciendo deportistas destacadas en varias disciplinas, van trascendiendo en sus desempeños en el exterior, representan a Uruguay en competencias, y eso, en algunos casos, llega a tomar estado público a través de los medios. Aparece la imagen de la mujer deportista atada a su nivel rendimiento y no a su existencia en sí. Me parece bastante exitista pero sucede. Los logros, las victorias, ganan mucho más espacio en los medios de comunicación que los procesos. Falta mucho de contar el camino que nos trajo hasta acá.
¿Sentís algún correlato o identificación con tu propia situación, que es la de desempeñarte en una actividad con predominio masculino (como el periodismo deportivo)?
Totalmente. Somos pocas las mujeres que accedemos a desempeñar tareas en el periodismo dedicado al deporte en los medios masivos, y cuando estamos, a veces suelen ser espacios marginales en programas llevados adelante por hombres. Son excepcionales (si tomamos el total de hombres trabajado en esos ámbitos) las mujeres visibilizadas en esos roles de presentación de datos (informativistas, panelistas, columnistas, conductoras, periodistas).
En mi caso personal, que suelo cubrir eventos futbolísticos entre hombres, contando la actividad de equipos integrados por hombres, reconozco una sensación de ser "extranjera" en el ambiente. Hace nueve años que trabajo en el programa Deportivo Uruguay en Radio Uruguay y todavía me sucede que me miran raro cuando entro a un vestuario. Llama la atención. Por otra parte, creo que está muy bien ocupar esos espacios en los medios y que hay muchas mujeres muy bien calificadas para desarrollarse en Uruguay. Sería interesante que no nos llamara tanto la atención y comencemos promover más espacios posibles para plantearnos la equidad.
¿La motivación de escribir este libro parte un poco por ese lado? (el de la invisibilización). Si no es así, ¿de dónde nace?
Parte de la necesidad de contar un "ser mujer" diverso, aquí y ahora. De plasmar relatos que tenían que ser contados para perdurar, para permanecer, para compartir de alguna manera que hay complejidades detrás del desarrollo deportivo de una mujer y que esas vivencias no son tan distintas de otras que viven algunas mujeres en otras áreas de desempeño en una sociedad machista como la nuestra. Esto quiere decir que algo de lo que se cuenta en el libro se ciñe a la historia personal y particular de las protagonistas, pero también, en una lectura más extendida, uno puede advertir que los temas son similares a los que cualquier otra mujer se plantea en algún momento de su vida.
En ese sentido, el desafío era doble: encontrar los puntos más destacados de las carreras deportivas, los nudos, las angustias, las expectativas y también, conocer qué se planteaban conceptualmente sobre algunos otros temas como la maternidad, la muerte, el desapego, el reconocimiento, el amor, y cómo convivían con todo esto.
Me rechinó, en principio, hacer un libro escrito por una mujer sobre mujeres. En muchos casos, me disgusté con la idea de creer que eso es una tarea de segundo orden, como si tuviera que venir un hombre a contarlas para legitimar la mirada. Algo de eso hubo y algo de eso quedó por el camino rápidamente.
En algunos perfiles optaste por el relato de la deportista en primera persona (el caso Miller, por ejemplo) y en otros por el relato desde la perspectiva periodística. ¿Por qué optaste por estos enfoques distintos?
Sospecho que la forma de la escritura tuvo más que ver con la necesidad que cada capítulo me planteó desde el abordaje, desde el principio del trabajo. En algunos casos, tuve claro que contar cómo fue el encuentro entre las protagonistas y yo agregaba valor al relato. En otros me pareció innecesario porque el encuentro en sí funcionaba como dato pero no aportaba al desarrollo de esa historia, no planteaba un tema nuevo al lector.
El capítulo de la ex tenista Patricia Miller es el único que está escrito en primera persona y se debió casi a un azar. Me impresionó que fuera su voz tan potente y me arriesgué a tomar prestada su identidad para contar mi mirada sobre su vida. Claramente esto no es parte del ejercicio del periodismo que hago habitualmente y por eso, tomé la decisión de conversarlo con ella, solicitar su aprobación para continuar por ese camino. Lo que terminó sucediendo es que ella misma quiso aportar a esa construcción y un poco en broma, otro poco en serio, creo que surgieron varias Patricias en ese capítulo. No es ella, no soy yo, pero es una construcción sobre su historia desde mi mirada, con su aporte.
¿Cuál de las historias te sorprendió más, en el sentido de encontrarte con un material inesperado?
El capítulo de Beatriz Daher fue el que me contactó en el paso del tiempo. Es la deportista con más años que tiene el libro -competía en salto largo en la década del 40- y eso hizo que el aporte histórico fuera intenso. Revivir distintas situaciones con ella, ver su archivo personal, conocer su vivencia sobre envejecer en Uruguay, haber viajado desde muy chica a Montevideo desde su José Batlle y Ordóñez natal, dar cuenta de la evolución de una disciplina a través del tiempo. Beatriz tuvo algunos problemas de salud mientras estábamos trabajando en el libro y si bien eso no aparece en el texto, fue parte del vínculo. Haberla conocido fue un gusto -cada vez que le hablaba del libro se sonreía- y creo que aportó mucho en ese sentido. Quedé muy agradecida.
La historia de Daiana Casella también fue removedora, intensa. Más que por el "material inesperado" por las emociones que motivaron los datos (que eran material esperado, utilizando tu expresión), las charlas, el encuentro. Me conmoví, pensé durante horas, días, aprendí. No sabía cómo terminar la historia, no podía. No terminaba de escribir. "Quiero ser valiente en el intento" me pareció justo y oportuno, y apareció en el momento menos esperado. Vaya uno a saber...