Por Martín Otheguy
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Mateo Arizcorreta dice que su exsocio en la escritura, Diego Ruiz, se fue del país para no volver, lo que truncó la posibilidad de que siguieran escribiendo libros a dúo. Quien haya leído ¿No has oído hablar de Cardoso?, la febril novela humorística firmada por ambos, sabrá que el autor de un libro tan rabelesiano es capaz de idear cualquier trama. Como, por ejemplo, eliminar al socio que se queda con el 50% de los royalties de autor y enterrar el cuerpo en algún paraje desconocido para enriquecerse con el fruto del trabajo colectivo. Sin dudas las pingües ganancias de los escritores en Uruguay son una tentación que favorece este tipo de intrigas.
Sin embargo, basta con examinar la evidencia del posible crimen-en este caso, la nueva novela de Arizcorreta, Alguien controla los dados (Tajante, 2019)- para desechar la hipótesis. El estilo deliberadamente arcaico y la hilarante esgrima gramatical quedaron en un plano secundario, dando paso a un estilo propio que va desenredando la trama con diálogos a ritmo de bofetadas. Por supuesto que Arizcorreta no reniega del ADN que transmitió a ambas criaturas: permanece el uso de frases cortas, que agilizan la lectura, y la misma obsesión por ver el mundo a través del prisma del absurdo, en su intento por encontrarle alguna forma.
Quizá lo más preocupante en términos de salud mental no es que Arizcorreta haya intentado desarrollar una clara voz propia sino que, para lograrlo, se haya desdoblado en cuatro personalidades. No en vano Alguien controla los dados es una novela coral, si se perdona el cliché: está narrada hábilmente por cuatro personajes distintos y con estilos muy diferenciados.
Está Adrián, el mago fracasado; Amalia, una artista y laburante desnorteada; Guiérrez, el emprendedor delirante que es a la vez conservador y socialmente progresista; y Griselda, una astróloga aún más ida de lo usual en la profesión. Sus caminos se irán entrelazando en una trama que juega constantemente con el realismo y el absurdo, como las caras de una moneda al aire, y que termina precipitándose en una Salto fantástica que explota en forma muy original tópicos uruguayos. No conviene adelantar mucho, pero baste decir que en el camino hay un conejo suicida, una delirante empresa de apuestas y un departamento del interior con el realismo mágico en función turbo.
Curiosamente, el estilo más trabajado y que se acerca más al de Cardoso -el de la astróloga Griselda- es el que lastra a veces el ritmo de la novela, pero Arizcorreta sabe devolverlo a su thriller vernáculo con una buena dosis de humor y la capacidad de observación de un comediante de stand up (solo que aplicada para el bien).
A Arizcorreta no le interesa mucho ubicar su obra en el panorama de la literatura uruguaya o ponerse a pensar si es parte de una corriente relativamente nueva que le escapa a la solemnidad y la autocontemplación. Le interesa generar libros entretenidos sin importarle si parece "banal" y aspira a que su "masa vaya creciendo novela a novela" (no la suya, que es bastante esbelta, sino la masa de sus lectores). Ese gusto puro por la ficción se respira en Alguien controla los dados, que, como bromea el autor, muestra "un trabajo serio detrás de la idiotez de los planteos", y un esfuerzo grande para que "todo fluya".
Sobre esta novela de aventuras desarrollada en un Uruguay paralelo que, como un espejo deformado, nos devuelve astutamente algunos detalles que se nos suelen escapar, charlamos con el autor.
La novela tiene una voz narrativa bien distinta a Cardoso. ¿Esto es un cambio natural por tratarse de un trabajo en solitario o hiciste un esfuerzo consciente por distanciarte de eso?
La voz narrativa fue lo que más trabajamos en nuestra primera novela. Lo que me sucedió fue que luego de haberla terminado, todo lo que escribía me sonaba parecido o directamente igual al estilo de Cardoso. Esto, de hecho, me está sucediendo ahora con Alguien controla los dados.
Entonces intenté distintos caminos infructuosos, hasta que di con las voces de estos cuatro sujetos. A su vez, estas voces me sirvieron para dejar de lado el sustrato paródico de la voz narrativa de Cardoso y apuntar a presentar personajes más ambidiestros.
¿Cómo fue el trabajo de encontrar cuatro estilos distintos, correspondientes a los cuatro narradores?
Me interesaba mucho trabajar con narradores en primera persona que, sin emplear un estilo de "fluir de conciencia", sí tuvieran un registro con cierta verosimilitud oral. Lo que más me costó no fue tanto concebir las distintas voces, sino intentar que fuesen sólidas, diferenciables y que funcionaran en concordancia con los arcos narrativos individuales de cada uno.
¿Cómo y por qué se dio la elección de estos cuatro personajes con sus profesiones?
Fueron naciendo sus voces. Primero la de Adrián, el mago, con su respiración machacante y ese tono quejoso; después la del emprendedor demodé, con su voracidad sin límites, luego la de Amalia, con sus circunloquios procrastinadores y por último la de Griselda con esa cadencia expansiva. En los casos de Adrián y de Griselda, incluso, lo primero que escribí son las dos oraciones iniciales de cada uno en la novela.
Con el tiempo fui dándoles cuerpo y vistiéndolas (es decir, trabajando en el mundo personal de cada personaje) y así se fueron conformando los protagonistas. Una vez que conté con los personajes, sus motivaciones y conflictos, fui probando escenarios en los que podrían interactuar en un mismo universo narrativo. Tenía muchas dudas de que ese encastre funcionara, pero en cierto momento me tiré al agua y llevé esa idea hasta el final.
El absurdo está presente en tus dos novelas, pero esta última comienza con un realismo engañoso. ¿Fue premeditado o se fue tornando al absurdo a medida que escribías, a modo de deformación profesional?
No fue premeditado. De hecho todo comenzó con el personaje de Adrián, que si se lo sigue solamente a él a lo largo de la novela, tiene un registro bastante costumbrista y un arco muy plano. Lo que sucedió fue que en la medida que los demás personajes fueron profundizando en sus respectivos conflictos, varias resoluciones fueron alejándose de giros realistas. Eso es una mezcla de las cosas que más me divierten como narrador, de deformación profesional como decís vos y también de mis limitaciones.
Teniendo eso en cuenta, me aboqué a cuidar la verosimilitud del relato, de forma tal de que la novela fuera construyendo e imponiendo sus reglas, con el objetivo de que cualquier vuelta inesperada pudiera ser tomada con naturalidad por el lector y no como algo descolgado o narrativamente inmotivado.
¿Fue menos o más disfrutable el proceso de escribir solo? ¿Menos o más difícil?
En lo más práctico me faltaba el látigo de Diego. Para escribir la novela anterior, Diego caía en casa sin importar si habíamos tenido un día arduo de laburo o si estábamos a punto de infartar. Era implacable. Y así la sacamos adelante. En este caso, tuve que imponerme cierta disciplina y la fui encontrando en la mañana, despertándome unas horas antes de arrancar la jornada laboral.
En lo estrictamente narrativo, fue un proceso muy bipolar. Un día me gustaba mucho lo que hacía; al otro me llenaba de dudas. Cuando escribís una novela tenés que tomar millones de decisiones para las cuales todas las posibilidades son a priori válidas y eso es a veces paralizante. Y más de una vez me tranqué mal. Pero en sí, el proceso fue disfrutable.
¿Cuánto de tu Salto se cuela en ese Salto fantástico pero en cierto modo creíble que figura en la parte final de la novela? ¿Cómo funcionó a nivel de inspiración?
Por un montón de cosas, precisaba que los personajes emprendieran un viaje a un lugar alejado pero no tanto. Cuando fui desarrollando ese escenario, me fui dando cuenta que algunos elementos eran propios de mi ciudad (por ejemplo, los personajes pernoctan en un bungalow en las termas). Ahí tomé la decisión de nombrar a la ciudad en la novela, pero a sabiendas de que es una versión muy irreal o distorsionada.
De todos modos, me interesaba remarcar que en una ciudad tan cercana (y lejana en términos de transporte) como Salto o como cualquier otra del Uruguay, pueden ocurrir hechos que pasan totalmente desapercibidos por la mirada capitalina del país.
En Cardoso buscaron inspiración -consciente o no- en autores tan distintos como Chandler, Masliah o Wodehouse ¿Hubo en tu caso alguna referencia expresa?
Expresa no, pero como estaba trabajando en primera persona, leí cuentos o novelas con ese tratamiento de Henry Trujillo, Rodolfo Fogwill, Dani Umpi, Martín Rejtman, para ver cómo resolvían algunas cosas.
Al igual que en tu anterior novela, se busca la risa a costas de los místicos y los pretenciosos. ¿Qué hay ahí que te resulta un buen motor humorístico?
Creo que el motor no está tanto en los personajes per se sino en los choques entre esa desvirtuada percepción que tienen de sí mismos y la realidad exterior. Es decir, al personaje de Griselda, la astróloga, no lo veo como una parodia. Creo que los golpes de efecto se dan cuando la realidad exterior baja de un hondazo algunas de sus pretensiones (el hecho herrrrayreissigiano de soñar con una torre de vate desde un piso no tan alto, los choques con su hija, con su editora, con la realidad urbana). De otra forma, eso pasa bastante también con el más pretencioso de los cuatro, Gutiérrez.
Hablando de pretensiones, ¿sentís que está subvalorado el humor en la literatura nacional?
No me parece. Hay varios escritores de la literatura uruguaya que trabajaron en mayor o menor medida con recursos humorísticos que son clásicos y que, a su vez, pueden encontrarse fácilmente en cualquier librería. Por ejemplo, los cuentos de Juceca o novelas como La Banda del Ciempiés o Nick Carter se divierte mientras el lector es asesinado y yo agonizo de Levrero.
También Felisberto Hernández, uno de los escritores uruguayos de mayor renombre internacional hace uso de diversas formas de humor en sus relatos.
Pasando al reino de los vivos, me gusta mucho el humor cáustico que permea las narraciones de Mercedes Estramil, que si bien es muy explícito en Iris Play, creo que está presente en toda su obra. Por su parte, Leo Maslíah hace unas semanas ganó el Premio Nacional de Literatura por su publicación más reciente.
Puede pasar sí que cuantitativamente se publiquen menos cosas con fuerte presencia del humor, lo cual tenga el efecto de que cada cosa nueva que aparezca en esa línea llame la atención o sea vista como un caso aislado. Pero eso creo que sucede también con otras áreas o subgéneros narrativos.
Alguien controla los dados
Mateo Arizcorreta
Editorial Tajante (2019)
231 páginas
Por Martín Otheguy
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