Contenido creado por Jorge Luis Costigliolo
Entrevistas

Rock and roll actitud

Con Marcos, vocalista de Motosierra

“Los uruguayos le enseñamos a los argentinos a tocar rock and roll. Los Shakers y los Mockers lo hicieron. El problema es que cantaban en inglés, y después vinieron Tanguito y Litto Nebbia, hicieron ‘La balsa’ y acabaron con todo lo bueno que había”, dijo Marcos, vocalista de Motosierra, que conversó con Montevideo Portal.

14.02.2013 19:52

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2013-02-14T19:52:00-03:00
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Jorge Costigliolo | Montevideo Portal
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A fines de la década del 90, Uruguay no lo sabía, pero las siete plagas se preparaban para caer, todas juntas, sobre el país. Una de las peores crisis económicas y financieras de la historia esperaba a la vuelta de la esquina, y el rock vernáculo empezaba a sacar chapa de grande en grandes escenarios, publicando discos y proyectando al exterior bandas de sonido internacional. Mientras, tras los decorados fastuosos y los fuegos fatuos de los sponsors, con las patas hundidas en el barro, el under seguía cocinando su guiso espeso.

Allí apareció Motosierra, esa tormenta, el incendio más grande de los últimos 20 años. Escandalosos, ensordecedores y divertidos, rápidamente coparon la parada, tomando la posta de Chicos Eléctricos (de hecho, Gabriel Barbieri, bajista fundador de Motosierra, había sido miembro del grupo), y desde entonces fueron, hasta hoy, la banda más desquiciada y ruidosa del casi siempre pacato rock uruguayo.

Tenían con qué: formada por Barbieri en bajo, Luis Machado, ex guitarrista de La Tabaré y La Sudaca, Wallo, baterista que venía de tocar en Cross, y Marcos, que tuvo otros apodos pero decidió apellidarse Motosierra, potenciaron la demencia de bandas influyentes como The Stooges, Dwarves y Turbonegro en un cóctel casi venenoso.

Años después y con un tendal de discos y canciones desperdigadas en distintos formatos, Motosierra sigue en pie. Distinta, sí, porque Gabriel Barbieri pegó el portazo antes de Rules! (Bizarro, 2003), y Luis Machado vive en España desde hace más de un lustro.

"La historia de Motosierra es bastante rara, y si estamos hoy en activo es por perseverancia, porque queremos, y porque somos una familia. Es una banda más grande que nosotros, tiene vida propia, y es muy emocionante eso. Estamos unidos por algo que es más grande que nosotros".

Esto lo dice Marcos Motosierra, el tipo que tomó el nombre de la banda como apelativo y lleva su santo y seña grabado en el brazo. Un tipo que estuvo cuatro años en Brasil "por amor", pero que volvió porque el corazón le pedía sinceridad, amigos, escenario.

"En algún momento va a salir un disco. Cuando juntemos temas, tengamos canciones. Pero la banda está viva también porque sigue tocando, y no en Uruguay, sino afuera, en Brasil y Buenos Aires. Nos invitan mucho desde ahí. Acá estás un año sin tocar y nadie te da pelota, nadie se entera, y de repente nos llevan a un recital en Brasil, con avión, hotel, plata, y tocás con Bad Religion, Kyuss o Sepultura, como nos ha pasado. La banda creció muchísimo afuera, y acá se mantiene como estaba, porque nunca vamos a llegar a nada".

En tanto, despunta el vicio al frente de Rotten State, un combo que reivindica el crossover que cultivaron en los 80 D.R.I y Suicidal Tendencies, y aguanta el mostrador en Fénix, un bar de la Ciudad Vieja que combina la tradición tanguera y el rock and roll.

Con Rotten State. Foto: Facebook

Nadie es profeta

Para los turistas del rock, el encuentro letal con Motosierra fue en el Pilsen Rock de 2005. ‘Motosierra es una mierda', dijeron a coro unos cuantos. ‘Motosierra es lo más', cantaron los de siempre. La mayoría, que era inmensa, optó por hacer oídos sordos (casi literalmente) y esperar que pasara el vendaval. Pero Motosierra sabía, o intuía, que ese no iba a ser su despegue, y que su sino era el de la indiferencia.

"Esta banda se iba a llamar Los Satanazis, porque creíamos que lo íbamos a hacer iba a ser tan feo, que se juntaba lo peor de lo peor para asustar a la gente. A la crítica, a los empresarios discográficos, nunca les importamos, y sabíamos que en el exterior iba a haber gente a la que le podía gustar más el grupo que acá. Por eso cantamos en inglés, con la paradoja de que, después, a los gringos les gustaban más las canciones en español".

Y cuenta que una vez, alguien vio, en un partido de la Bundesliga, a un tipo con la remera de Motosierra. Posta. Cosas de la globalización.

Los discos de la banda se editaron en el Viejo Mundo, cosecharon fans y tuvieron todo para ir a la conquista de Europa, menos una cosa: guita. En cambio, Buenos Aires y Brasil se convirtieron en su plaza fuerte.

"En Brasil podemos hacer lo que hacemos porque logramos un piso, es más barato ir, cuesta menos. Empezamos a viajar de la forma más guerrera posible; compramos los pasajes de acá a Porto Alegre, con seis o siete shows arreglados, y sin saber cómo íbamos a volver. Durmiendo en el piso, andando en camioneta todo el día, haciendo 800 kilómetros para ir de un show a otro... así hicimos cuatro giras por Brasil. A los brasileros les gustó mucho, les pareció que el show de la banda era bueno, y que estábamos más locos que la mierda, así que nos empezaron a llevar a los festivales.

Además, cuando me quedé en Brasil empecé a conocer a la gente que maneja los festivales, y entonces ‘vendí' la banda. Todo el circuito de festivales independientes, que son una cantidad y juntan 30.000 personas y te empiezan a llamar siempre. En Brasil está la Ley de Incentivo Cultural del Estado, que financia parte de los festivales. Los fondos vienen de la ganancia de Petrobras , descontando los robos de la corrupción brasilera. Esa ley estipula que tenés que traer bandas extranjeras, y lo más barato es una banda uruguaya, que cobra poco y está al lado".

La alegría no es brasilera

"Un día sentí que ya no me podía quedar acá, no aguantaba más". Y se fue. Brasil, el monstruoso y casi desconocido vecino del norte, fue su casa durante cuatro años.

"En Brasil aprendí que me gusta Uruguay. Ahí viví cuatro años, casado. Mi ex mujer prácticamente no chupa, no fuma, no toma drogas, y yo, dentro de lo que es el ambiente del rock and roll de San Pablo, me mantuve bastante al margen. Laburé dos años en la zona de la Rua Augusta, que es donde se da la movida rockera paulista, y me pareció todo una careteada. No existe esa cosa del rockero uruguayo, de ‘rock hasta el fin'. A nadie le importa: al tipo que hoy está en una banda de glam metal mañana hace un grupo tecno pop y después una indie. No importa. Eso no pasa en Uruguay, lo que te mantiene es la credibilidad, y además, acá todos te conocen. Eso no está mal: por eso se hace mejor música en Uruguay. No está contaminado por los medios, no hay presiones de productores, minitas, no hay una recompensa. Y además hay hambre, y cuando hay hambre hay buen rock and roll".

En Brasil vi un montón de bandas, y no tenían nada detrás. Eran aburridas, y si eran divertidas, porque se supone que Brasil es un país divertido, pero eran huecas, sin cabeza. Las letras eran una boludez, los brasileros son unos boludos, tocan bien pero son unos boludos. Los argentinos son más rockeros que los brasileros, pero tocan muy mal. Prefieren pasarse horas delante de un espejo fijándose cómo tienen el pelo antes que ponerse a ensayar las canciones. Uruguay, en cambio, es un país rockero, y siempre lo fue. De hecho, le enseñamos a los argentinos a tocar rock and roll, los Shakers y los Mockers lo hicieron. El problema es que cantaban en inglés, y después vino el pelotudo de Tanguito y Litto Nebbia, hicieron ‘La balsa', y acabaron con todo lo bueno que había".

La gran estafa del rock and roll

En 2005, Motosierra pasó de tocar en los habituales antros montevideanos al escenario, por ese entonces, más codiciado por buena parte de la fauna rockera local: el Pilsen Rock. Allí, sin quererlo, el grupo fue testigo del inicio del fin de un fenómeno sociológico que todavía no fue debidamente analizado. Miles y miles de personas, llegadas de todas partes del país, se daban cita en Durazno, para presenciar un festival de características de Primer Mundo. Esa multitud se fue deshilachando con el paso de los años, y hoy el público que va a los conciertos, si bien es numeroso, es bastante más acotado que entonces.

"Nunca lo vi como algo realmente rockero", dice Marcos. "¿Dónde estaban esas 100.000 personas antes del Pilsen Rock... ¿viendo bandas under? ¡No! Estarían en la cumbia, y hoy estarán en la murga. No sé, pero no es el público rockero, ese que va a ver bandas nuevas, que siempre está apoyando. Todo es medio under acá, los grupos que tocan durante mil años tienen un público que no pasa de las 200 personas, que además tienen bandas. Tampoco se renueva mucho. Eso también es negativo. A mí me exaspera ver a los guachos de liceo que van a ver a Trotsky Vengarán, y no tengo nada en contra de ellos, pero me parece que una chica de liceo no puede tener de sex symbol a un gordito que canta. Tenés que buscar un espejo en los pibes de tu edad, no un tipo de 40 años. Este país es un viejazo, y tenés que pagar derecho de piso, respetar al veterano, y el rock and roll no es eso. Es como decían los Who, ‘espero morirme antes de llegar a viejo'. Y en Uruguay hay como un culto a lo que ya pasó: a Maracaná, a Onetti... esa nostalgia de vivir lo que nunca fue, y no vivir el momento. La ciudad es vieja, los habitantes son viejos. Yo ya soy viejo".

El rock, cree Marcos, debe tener siempre un antagonista. No es invento nuevo. Desde Elvis a los Sex Pistols, los rockeros buscaron su Némesis en la sociedad. La moral, el recato, las instituciones, alimentaron el discurso y la personalidad del rock.

Y es que el género, dice, "por ser muy pasional, muy adolescente, tiene que ponerse de un lado de la vereda y buscar a alguien enfrente. Eso es importante. Sea la policía, los viejos, el Estado, lo que sea. Algo de insatisfacción tiene que haber. De hecho, la gente que se mete en el rock es porque está insatisfecha con algo, tiene algo para decir. Al menos eso se supone. No lo hace, o no debería, porque quiere salir en una revista, se presume que algo lo mueve. Eso es lo que yo creo. Siempre tenés que tener algo a lo que enfrentarte".

"Acá, como nos conocemos todos y el medio es chico, te das cuenta que hay muchos prejuicios que tenés, y las personas son personas, y cada uno hace lo que hace, y está bien. Conocí muchos músicos de rock and roll, a quienes admiro y respeto como músicos, y como personas no son tan buenos. Y hay mucha gente de bandas que no me interesan y son muy buenas personas".

"En Brasil son mucho más intolerantes. Hay skinheads. Son muy de burlarse del otro. Hay mucha mezcla cultural, mucha diferencia social, y la gente está muy encasillada por su status, por la guita que tienen, por cómo se visten. Acá no. Capaz que por eso somos Tercer Mundo. En el Primer Mundo se organizan para chuparnos la vida a nosotros, es así. Divide y reinarás".

I wanna be me

"Yo soy un tipo tranquilo, me llevo bien con todo el mundo", dice. "Mucha gente piensa que soy el que bardeó a Omar Gutiérrez, y que no fue así, que toma merca todo el día, y salgo a gritar a la calle y a mear a los policías. No soy eso". Es sí, un entertainer furioso capaz de subir a cantar con la mandíbula rota, minutos después de ser patoteado por un grupo de cabezas huecas con algunas ideas nazis. ¿Qué más?

"Me gusta salirme con la mía, creo en algo que no sé muy bien qué es pero lo tengo que seguir. Soy amigo de mis amigos y quiero vivir en paz. Me gusta el rock and roll y quiero darle al rock and roll lo que el rock and roll me dio a mí, aportar mi grano de arena. Sé que no tengo mucho talento como cantante, de hecho no lo soy, soy un performer. No me gustan los mensajes difíciles, prefiero las cosas directas. Me gusta divertirme y hacer pasar bien a mis amigos. Ser fiel a mí mismo y no joder, no hacerle a otras personas lo que no me gusta que me hagan a mí. Estoy en el negocio del entretenimiento, show bussiness. Estoy en una banda para hacer divertir a la gente. No me puedo poner una camisa y una corbata y salir a trabajar para otros. Yo vivo de la boca: lo mío es hablar, cantar, chupar, fumar y comer. Supongo que la gente cree en mí porque yo creo en mí".

En ese plan, Marcos y Motosierra justifican la pose. Bajo la cáscara hay una enorme actitud, y eso no se ensaya. Cuando el rock se adocena, se vuelve familiar, nunca está de más una sacudida, una buena patada en el culo. Y Motosierra sabe patear.

Escuchá 'Nightmare',  de Motosierra

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Jorge Costigliolo | Montevideo Portal
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