Dos adolescentes fumetas y aburridos deciden hacerle una broma a un repartidor de pizza, con el objetivo de ganarle unos pesos. El hecho, que no pasaría de un pequeño acto criminal local sin mayores consecuencias, se enreda en una trama delictiva mayúscula cuando la casualidad reúne al repartidor poco avispado con dos delincuentes que pretenden robar el dinero de la coima de un estanciero.
A partir de allí, La noche que no se repite se lanza en una carrera frenética hacia su desenlace, con un ritmo que no queda disminuido por su narración coral ni sus saltos en el tiempo, que ayudan a dar perspectiva al desarrollo del personaje central, el siniestro pero civilizado Olveira.
La película dirigida por Aparicio García y Manuel Berriel es más maragata que Omar Gutiérrez y su famoso Colorado tomando mate juntos dentro del teatro Macció. Sus realizadores son oriundos de San José, al igual que el autor de la novela en la que está basada (Pedro Peña), el elenco de actores y el equipo técnico. Está filmada casi íntegramente en ese departamento y está llena de referencias a la localidad. Y sin embargo, funciona perfectamente para cualquiera que no haya puesto un pie en San José, porque el de La noche que no se repite es un San José de ficción, exagerado y por momentos brutal, por más reconocible que sea.
La película es al mismo tiempo una comedia negra, un policial, una película de suspenso, un "buddy film", un relato costumbrista y hasta un filme de denuncia social, en el que no faltan la corrupción policial y política matizadas por un humor no siempre sofisticado pero muy efectivo.
Este collage de géneros, sin embargo, termina siendo un experimento exitoso, más allá de que no todas las costuras sean perfectas (hay, por ejemplo, algunos personajes subexplotados en la trama). De paso, meten el mejor chiste que se haya hecho sobre la utilidad de la Tarjeta Joven en Uruguay y superan a Trainspotting en la representación del peor baño en la historia del cine.
Ya en su segunda semana en cartelera, charlamos sobre este extraño hijo cinematográfico de San José -querible, retorcido y lleno de amor por el departamento- con el realizador Manuel Berriel.
Manden sólidos
Aparicio García y Manuel Berriel se rebuscaron tanto como sus personajes para conseguir la plata necesaria para filmar la película, con la única salvedad de que no llegaron a extremos criminales. Ganaron un fondo que les cubría solo un cuarto del presupuesto previsto, por lo que debieron realizar toda una tarea de ingeniería para hacer valer cada peso, además de apelar a la buena voluntad de mucha gente que cobró muy poco.
Para peor, se trataba de una película ambiciosa: la filmación era de noche y en exteriores. "Si llovía sonábamos, pero increíblemente en un mes solo llovió los jueves, que era el día que descansábamos", cuenta Manuel.
"La hicimos gracias a que la gente se comprometió con el proyecto y a que le dedicamos mucho más tiempo del que en realidad teníamos", agrega. El catering para todo el elenco, por ejemplo, lo obtuvieron gracias al comedor municipal de la Intendencia de San José. El Centro MEC de San José y Colonia aportó la camioneta para la producción y una panadería local cedía al final de la jornada todos los bizcochos sin vender, de modo de complementar el catering. Dos inmobiliarias hablaron con los dueños de las casas para que las prestaran para filmar y varios amigos cedieron sus autos.
Como filmar de noche requería mucho gasto en iluminación, los directores consiguieron que un conocido les trajera de Estados Unidos la mejor cámara posible para ese objetivo: al término de la película, la vendieron al mismo precio que la compraron y recuperaron la plata.
Al final del rodaje, Aparicio y Manuel tenían más experiencia en conseguir aportes que Jimmy Wales, el fundador de Wikipedia, pero habían logrado el propósito. Pese a ello, estuvieron un año parados hasta que consiguieron un fondo de finalización de la intendencia que les permitió pagar la posproducción.
Al principio fue el verbo
La primera persona a la que hay que agradecer por haber hecho posible esta película es a la mamá de Manuel Berriel. "Estábamos filmando con Aparicio un corto cuando mi vieja me comentó que Pedro Peña escribía y me pasó la novela. A él lo conocíamos de toda la vida de la Asociación Cristiana de Jóvenes de San José, pero no sabíamos de su veta literaria. La leí de un tirón y me encantó, se la conté a Aparicio emocionado y me dijo de filmarla. Quedó por esa, hasta que un día, borracho, Aparicio me insistió en que teníamos que hacerla y empezamos el proyecto", cuenta Manuel.
Desde el comienzo decidieron contratar gente de San José para la película. Usaron un espacio cultural de la ciudad para hacer el casting a 140 aspirantes, del que salió el 90 % de los actores. Algunos nunca habían actuado en su vida y otros, como Ernesto Pérez (que encarna al protagonista Olveira) tenían experiencia en teatro o en el carnaval. El actor que hace el papel de Pocho, el capo narco local, ni siquiera llegó así: los directores vieron que había puesto "Me gusta" en la página de la película, miraron su foto de perfil y lo llamaron para probarlo. Y si bien actúa con mucha naturalidad, habla de forma tan entreverada que los realizadores recurrieron al gag de subtitularlo, algo esencial teniendo en cuenta que Pocho va desencadenando buena parte de la trama.
El San José que aparece representada "es un San José con IVA", dice Berriel. "Es una ficción y nos permitimos volar, pero está basado en la ciudad. No tiene nada que ver con la realidad, pero a la vez nos inspiramos todo el tiempo en las cosas que recordamos de nuestra adolescencia en San José y la llenamos de referencias al departamento, en cuanto a personajes y lugares. Lo divertido era tomar eso y meterle una historia que parece de otro lugar, del bajo de Nueva York", dice el director.
Berriel sabe que más de un coterráneo se va a escandalizar con esta representación extrema, pero aclara que "no deja de ser una historia de ficción: ninguna película tiene la responsabilidad de mostrar la realidad tal cual es". "Había una historia buenísima que decidimos contar a nuestra manera, lo que se fue dando en el proceso de tomar varias cosas para el guion", cuenta, en relación al pastiche de géneros que cohabitan en el filme. Otra decisión "absolutamente consciente" fue el ritmo de la película."No queríamos bajar línea o hacer algo demasiado profundo sino contar una historia nuestra en forma entretenida", señala.
Tu violencia
Aunque los realizadores no buscaron homenajear conscientemente a ningún género o director, Manuel reconoce que en la película se pueden apreciar las influencias de Tarantino (en especial en la dupla que forman los dos delincuentes centrales), el cine negro, el primer Martin Scorsese o los hermanos Coen. En algunas escenas las referencias son directas: los planos generales de Historias extraordinarias (Llinás, 2008) cuando la filmación se retrotrae a un episodio ocurrido en los 90, y Giullieta de los espíritus (1965), de Fellini, en el episodio que involucra a un curandero y un niño.
Pero la violencia en La noche que no se repite, a diferencia de Tarantino, no está estilizada. O, a diferencia de tantas películas, disimulada con elipsis o transiciones. Está expuesta en crudo y te da en la cara como una trompada de Olveira, el protagonista. Lo mismo ocurre con el sexo, la evacuación corporal (tanto la número uno como la número dos) o el consumo de droga.
"Eso fue una decisión consciente. Queríamos que la violencia impactara, que no pasara inadvertida, no fuera liviana ni naturalizarla. Lo que queríamos era generar emociones, sean cuales sean. En el momento de mostrar la violencia pretendíamos que generara algo y no quedarnos a medio camino", explica Manuel.
Los directores pergeñaron dos términos para definir el filme: "canarioxplotaition" (en alusión al "blaxploitation", subgénero de los 70 protagonizado por actores negros) y "punk retro rural". No solo por la habilidad de sus directores para el do it yourself: "hay algo de punk porque es irreverente, no es políticamente correcta y va al hueso", ensaya como explicación Manuel. Pasen y vean, taraos, dirían en San José.