"Siempre canté, desde los dos años. Tengo grabaciones de súper chiquita cantando; hablaba más o menos y cantaba en esa media lengua que es todo un entrevero". Maia Castro es cantante. También toca la guitarra, compone y hasta hace de profesora, pero ante todo es cantante: una que fue parte de la Antimurga BCG, que integró la efímera banda Malena Morgan y que un buen día se animó a salir al ruedo sola. Ahora, a dos años de la aparición de "De saltos y otros vientos", se prepara para cerrar un ciclo en la Sala Hugo Balzo del Auditorio Nacional del Sodre.
Desde chica contó con el estímulo familiar musical, pero ella, que primero usó la viola como tambor y después aprendió a tocar las cuerdas, nunca se planteó hacer carrera en este ambiente. De hecho, para recibirse de antropóloga sólo le falta entregar la segunda mitad de su tesis, algo que hace un largo tiempo está en stand by. "Nunca más encontré el tiempo y las ganas de querer dedicarle mi tiempo a eso", le reconoce a Montevideo Portal quien no tuvo que dar explicaciones por su ambición de cantar, ya que vivía sola y tenía 25 años cuando comenzó esta aventura del arte.
Todo se dio con tiempos particulares en su historia. Aunque cuando se metió a la BCG sólo tenía 15, con 25 ya parecía ser grande para empezar a forjar una trayectoria. A eso se le suma que desde el arranque fue intérprete, porque su veta de compositora se hizo esperar: "me gusta mucho escribir y quizás es difícil en un repertorio de tangos sentir que estás a la par, en ese nivel de composiciones, como para meter tus canciones". "Los tangos tienen una poesía impresionante, entonces hasta que no me sentí 100 por ciento segura de que algo realmente me gustaba y me convencía no lo hice", cuenta quien entre otras cosas hace tangos porque es lo que le sale.
Su primer álbum, "Maia Castro", no tiene ningún tema propio, y en algún lugar de su casa o de su mente tiene archivados otros que "nunca" cantará.
Maia no se considera una compositora prolífica, sino más bien una que va por rachas: "cuando estoy más ocupada y con más cosas son los momentos más creativos, y a veces tengo tiempo libre de sobra y no hago nada". No se presiona, dice con la calma que transmite, si bien admite que le gustaría tener "un poco más de rutina". Por ahora funciona así: las cosas "van saliendo" -las letras se escriben a mano y las melodías se van grabando y guardando en la computadora-, se van puliendo y quedan prontas. Algunas, no todas. "Me gusta probar cosas y divagar", señala.
Así fue que nació, por ejemplo, su versión de "La bestia pop": "me puse un día frente a la estufa a tocar la canción y surgió la idea. Es más, en el primer disco ni siquiera iba a estar porque yo no quería. Y mi pianista me decía: ‘Maia, esa canción tenés que hacerla'. Y el arreglador de la canción, que fue el guitarrista Fredy Pérez, hizo un arreglo alucinante y me convencieron. Y disfruto muchísimo de hacerla". Lo mismo ocurrió con "Al vacío", a la cual le descubrió la esencia tanguera antes de ver una película en el cine. "Es más parte de un juego que de una búsqueda demasiado intelectual", aprecia.
Pasos largos
El padre de Maia Castro, guitarrista no profesional, fue miembro fundador de la BCG cuando todavía no era una murga sino "una cosa rarísima". Ella estuvo en ese ambiente de chiquita y una vez, cuando ya no tenía relación familiar y cuando supo que iban a probar nuevas voces, se presentó. Con 15 años fue la única mujer aceptada, y como era muy tímida (ahora también, pero sin los traumas de la adolescencia), usó ese grupo de gente como escuela. "Me dio soltura arriba del escenario, no tener miedo", reconoce, y agrega: "el Flaco Esmoris como director es un capo porque logra sacar cosas de la gente que vos no tenés ni idea que podés hacer. Fue tremenda experiencia".
Aunque su carrera luego no tuvo tintes murgueros ni carnavaleros, mantuvo las raíces populares. Pero más allá de eso, su aprendizaje con la BCG pasó por otro lado. "Trabajábamos muchísimo, ensayábamos un montón y si físicamente sino estabas bien no funcionaba; hasta hacíamos ejercicios", cuenta, asegurando que los mitos del ambiente no tenían ni base en su época, ya que a pesar de haber tenido una imagen de "murga súper loca", era "la más sana del mundo".
Esmoris fue fundamental en sus enseñanzas. "Siempre me quedó grabada una frase del Flaco, que nos dijo que él no creía en el talento sino en el trabajo, que sólo con el talento no hacés nada. Y es verdad, y eso también es parte del respeto que vos le tengas al público. Nosotros íbamos al Defensor Sporting y había 2000 personas esperándonos a las 2 de la mañana porque era el boom del momento, pero íbamos al tablado de La Tierrita y había 15, y el espectáculo tenía que ser el mismo, porque si no el Flaco nos colgaba a cada uno. Esa fue otra de las cosas que aprendí: lo más importante es que vos respetes al público, no importa si son 10 en Cerro Norte o 2000 en Punta Carretas", sentencia.
No sólo con la BCG aprendió, sino también con Malena Morgan, una banda de rock que fue "muy efímera", según sus palabras, y a la que entró cuando salía Gustavo Pena. Compartió escenario con Herman Klang, Diego Bartaburu y muchos guitarristas, e incluso con el Príncipe como invitado, y a sus "18 o 19 años" grabó por primera vez. La experiencia fue prácticamente traumática.
"Detesté grabar porque me sentía súper presionada por la grabación en sí. Después se me pasó, pero me gusta más tocar en vivo que grabar. Me cuesta el disfrute de la grabación, me estresa", asume. Por eso, para su último trabajo craneó junto a Fede Lima, que fue el productor artístico, la posibilidad de grabar las voces en vivo, con los músicos en sus respectivas cabinas. ¿Qué pasó? "Se me hizo mucho más disfrutable".
Así como fue aprendiendo a disfrutar de grabar, también aprendió a que tocar la guitarra en vivo no fuera un obstáculo. "Cada vez estoy mejor", dice como si se tratara de una enfermedad que tuvo que curar a la fuerza, porque en 2013 se fue de gira a Europa sólo con su guitarrista y era necesario que además de cantar fuera instrumentista. "A mí me gusta mirar al público y ya no me pasa que la guitarra me genere nerviosismo, pero también me gusta mucho cantar mirando a la gente; poder moverme, bailar. Entonces hay canciones que aunque me gustaría tocarlas con la guitarra no lo hago, porque lo otro me gusta mucho más. Además, creo que le aporto más a la interpretación desde ese lugar, y no me voy a poner a tocar cuando tengo tremenda banda atrás", explica, sencillo.
Cuando elige no tocar es por una cuestión de comodidad, la misma que le llevó a definir su estética en escena, algo que lejos de ser "una pavada superficial" es "fundamental". Con el cuero se siente cómoda: "soy una mezcla de toda la música con la que me formé, y creo que la estética tiene que reflejar eso".
La mezcla a la que hace mención es mezcla de verdad -tango, folclore, rock, funky- y desde siempre, al punto de que su regalo de 15 años fue un equipo de audio "gigante" con todos los discos que le gustaban, incluyendo uno de los Red Hot. Poco familiarizada en su juventud con el rock post dictadura, asegura que era "un bicho rarísimo" por las cosas que escuchaba respecto a su generación. Eso aflora los recuerdos: "cuando descubrí a Spinetta no lo podía creer. Tenía dos cassettes de 90 minutos que los metía en el walkman, ponía el reversible y andaba todo el tiempo. Tenía el ‘Pelusón of Milk' y uno de Janis Joplin. Y con esos dos me mataba, pero también me gustaba escuchar a Zitarrosa. El tango y la música folclórica es nuestra identidad, es inevitable".
¿De dónde venimos?
Para Maia el tango es inevitable y es lo que le sale, aunque cada vez se siente menos encasillada. "A veces la etiqueta del tango te abre muchas puertas pero te cierra otro montón", dice: por ejemplo, las de la gente que no escucha ese género, o las de los que consideran que lo que ella u otros artistas jóvenes hacen no puede ser 2x4. "Pasa con mucha gente que se cierra a que el tango no les gusta y de repente te escucha porque hacés una versión de los Redondos en milonga, para la oreja y se termina acercando. Y pasa lo contrario, gente que dice: ‘esta gurisa qué va a saber de tango', y capaz que escuchan la versión de ‘Lejana tierra mía' y dicen: ‘ah, mirá, es interesante'. Y se acercan y empiezan a escuchar el abanico de cosas que hacemos".
Eso le pasa desde que empezó a cantar, y por eso buscó sacarle a las canciones otro costado, como por ejemplo a "Chorra", que le rescató el humor. "O en la gira que hice por el interior, en Carmelo me invitó la Comisión de Fomento de la escuela a que fuera a cantarles tango a los niños. Me tomé un ómnibus porque si no tenían que salir todos los músicos súper temprano; fui con la guitarra y cuando llegué había 300 niños, todos prolijamente sentados en el patio de la escuela. Y les canté ‘Haragán', un tango viejísimo que cantaba Gardel. Yo les decía: ‘¿vieron que dicen que el tango es triste? Yo les voy a cantar uno divertido'. Les empecé a cantar y se mataban de risa. Y de noche fueron al concierto muchos de los niños y me gritaban que cantara el tango divertido".
Además, le saca el mote de triste al tango o también se lo pone a buena parte del pop y del rock, y no le hacen ruido los clásicos porque son "desafíos". "De hecho me ha pasado con canciones que armamos el arreglo y digo: ‘esto no va'. No le encuentro ese otro lugar, quizás por una carencia mía y no por la canción en sí". "A mí me gusta tomar riesgos", agrega de inmediato, a pesar de que sabe de los modos fáciles de trabajar. "Pero no me interesa. Hay que ser sincero con lo que uno hace, y si lo sos y estás convencido de lo que hacés, ya está: la gente se da cuenta. Entonces estamos en un camino intermedio, que no es el más fácil pero que me tiene convencida a mí".
Así como le gustan los riesgos también le gusta la calma, y con eso ha tratado de llevar su trabajo discográfico. Después de editar en 2007, 2009 y 2012 considera grabar en 2015 para publicar a fines de año o posiblemente en 2016. Sobre eso cuenta: "en el último disco abrí bastante la cancha en cuanto a presentar mis canciones y que todos opinaran sobre cómo trabajar los arreglos (que están a cargo de Horacio Di Yorio, pianista y arreglador que comparte con Mónica Navarro, y eventualmente por su guitarrista Matías Romero). La última palabra la tengo yo y para mí es fundamental que se la música no le pase por arriba a la interpretación, sino que vayan juntos".
Eso, reconoce, es "un laburo bárbaro". Como ejemplo pone "Volver", clásico de clásicos excesivamente interpretado. "Lo cantaba Gardel y es el cantor más grande de tangos de la historia. Y pienso que siempre tenés que aportarle algo desde la interpretación, porque si voy a hacer lo mismo lo haré en mi casa para mí; lo grabo y me escucho. ¿Para qué lo voy a hacer en un disco? Entonces, cuando empezamos a trabajar en esa canción, lo fundamental era cantarla desde otro lugar, rescatarle la dulzura. Y es arriesgado, porque la gente espera que cuando cantás ‘Volver' lo hagas clásico, y nosotros lo llevamos a otro lado, cero vibrato. Es difícil, porque la gente está esperando otra cosa, pero sin embargo es una de las versiones que más gusta. Y creo que siempre que hagas las cosas desde un lugar sincero, la gente se da cuenta. El público no es tonto".
El laburo pasa por ese lado y no por tener que trabajar con hombres, aunque reconoce que hay "un machismo oculto" que la hace sentir que tiene que justificar "más" las cosas que hace, y que si las hiciera un hombre serían entendidas fácilmente. "Pero con mis músicos me llevo bárbaro. Siempre me dan para adelante y es un apoyo muy importante".
"Estamos copando la escena tanguera", añade con una risa cuando se refiere a las mujeres que tanguean en Uruguay, fenómeno al que no le encuentra una "explicación lógica". "Siempre estuvieron las mujeres haciendo cosas pero ahora se nos ve más y son nuestros proyectos, somos las que tomamos las decisiones. Creo que todas hacemos las cosas bastante bien y cada una con un estilo propio y súper personal; tiene que ver con la cabeza de la propuesta en sí", argumenta.
Como los estilos son diferentes y la convivencia entre artistas es pacífica, Maia se da el lujo de vivir de la música "en el más amplio espectro" (tocando, grabando, dando clases y talleres). "Tampoco tengo grandes ambiciones económicas y mientras pueda hacer lo que quiero soy mucho más feliz sin tener tremenda casa en no sé qué barrio", dice, y reitera que está "súper feliz".
Buscándole algo malo a su carrera se encuentra con dificultades, aunque después descubre cosas que "te frustran". "Uruguay es un país difícil; es fácil en el sentido de que es chiquito y que no somos tan cerrados como en otros países", expresa, antes de contar que en Argentina, para tener difusión, es necesario hacer una gran inversión en prensa, algo que para ella es "ingrato" y "muy violento". "En 2005, cuando empecé con el proyecto, grabamos un demo de seis canciones con mi guitarrista. Con Sabina, que era la persona que en ese momento me daba una mano y me conseguía toques, hicimos un montón de copias, le hicimos una tapita linda y arrancó ella en bicicleta a repartir por todas las radios. Y en El Espectador me empezaron a pasar. El Profe Piñeyrúa no era el que recibía los discos, sino que era Gonzalo Delgado, pero no sé por qué le llegó a él. Lo escuchó, le encantó y empezó a pasarlo, y me llamaron para hacerme una nota. Eso en otro país es imposible", valora casi complacida.
Entonces lo más parecido a algo malo que se le ocurre es tener que hacerse cargo de cosas que no le corresponden, como de la producción de una gira extensa que hizo por Europa. "La hice toda yo y eso en cierto punto es feo, porque es súper cansador, te agota, te estresa y todo un montón de cosas, pero por otro lado te da la satisfacción de que todo sale, todo es redondito y es fruto de tu laburo", observa ambiguamente.
Esa gira a la que hace referencia se dio en agosto y setiembre de este año, recién, por casi toda Europa: "estuve en Oslo, Berlín, Hamburgo, tres ciudades de Polonia, Copenhague, Suecia y Estocolmo, y estuvo alucinante".
Maia fue con su guitarrista, su bandoneonista y su pianista, y se presentó mayormente ante público local, a diferencia de la vez anterior, en la que se había centrado en colectividades latinas y colonias uruguayas. El repertorio no lo adaptó, porque para su sorpresa una de las canciones que más gusta es "Pausa", que es suya. "Mi pianista era el que hacía las traducciones y en ‘Pausa' me decía que dijera que era ‘uruguayan milonga'. Después me venían a preguntar dónde estaba la uruguayan milonga en los discos", ríe, resaltando el gusto que tienen allá por el baile, sin la "tranca" de los uruguayos.
A pesar de ese lado "pacato" de los orientales, en la Hugo Balzo ella invitará a bailar al público. Este show, que se dará en doble fecha (la sala tiene capacidad para 200 personas) y con ese ambiente que a ella le gusta, con cercanía del público y buen sonido, servirá para enmarcar dos años fructíferos, que incluyeron una presentación en la Sala Zitarrosa, una larga recorrida por el interior y el tour europeo. Por lo tanto tendrá muchas canciones del último disco, otras tantas de los anteriores y algunas nuevas.
"Está bueno cerrar los ciclos; eso también te permite empezar en algo nuevo, en un disco y en lo que se va a venir el año que viene", avisa, y la deja picando.
Maia Castro se presenta el sábado 18 y domingo 19 de octubre en la Sala Hugo Balzo del Auditorio Nacional del Sodre junto a Horacio Di Yorio (piano), Matías Romero (guitarra), Nario Recoba (bandoneón), Pablo Abdala (batería y percusión), Enrique Anselmi (contrabajo eléctrico) y artistas invitados. Las entradas se venden en todos los locales de RedUTS.
Montevideo Portal | Belén Fourment
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