Contenido creado por Inés Nogueiras
Entrevistas

Al sur del sur

Con Laura Restrepo

"Ante la acechanza de la muerte hay una especie de amor por la vida y un deseo de sobrevivir que muchas veces va mezclado con la alegría", dijo la colombiana Laura Restrepo, que vino a Uruguay a presentar su novela "Hot Sur" y dialogó con Montevideo Portal sobre la literatura, la caída del sueño americano, la violencia y la realidad política de su país.

11.05.2013 08:00

Lectura: 13'

2013-05-11T08:00:00-03:00
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Montevideo Portal / Inés Nogueiras
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La escritora Laura Restrepo visitó nuestro país para presentar su nueva novela "Hot Sur", un ambicioso proyecto literario que despliega la historia de María Paz, una joven latina que llega a Estados Unidos persiguiendo la utopía del "sueño americano" a instancias de su madre y que es detenida en una cárcel de mujeres, acusada del homicidio de su marido.

Sobre el horror dentro y fuera de la cárcel, el ejercicio de la escritura y la narración de una vida signada por la violencia, pero también sobre la esperanza y en cierto modo sobre la alegría, discurren las casi 600 páginas de esta novela que la autora dedicó a un latino preso en Estados Unidos con el que intercambió correspondencia durante los últimos veinte años.

La novela es presentada por los editores como "un canto al Sur, a la mujer, a lo marginal, y una crítica feroz a los espejismos de prosperidad que ofrece capitalismo". Sobre estos temas conversamos con la autora colombiana, que también reflexionó sobre la situación política de su país de origen y de los países latinoamericanos en general, así como su experiencia como integrante de la guerrilla M19.


¿Cómo surgió la idea de esta novela?

Tenía la sensación de que era una historia que estaba ahí gravitando y que había que contarla: esa relación entre nosotros los del sur con la gente del norte, ese éxodo bastante masivo hacia el norte y el sueño americano como guía de lo que ha sido la vida en el sur.

Pero lo que me dijo "es ya, hay que contarlo ya" fue la sensación de que estábamos viviendo un momento muy único en que ese sueño empezaba a desmoronarse ante los ojos de millones de personas. Eso era así desde hace mucho tiempo, soy una persona de izquierda y la izquierda venía diciéndolo desde hace mucho, pero la sensación es que de golpe algo pasó, algo hizo click y son millones las personas que están viendo que allá ni les dan techo, ni les dan educación, ni les dan futuro, ni les dan salud, ni les dan felicidad. Que el famoso progreso que se supone que venía de la mano con todo este sistema, en realidad nunca llegó. Que la famosa democracia que se suponía que se iba a ir consolidando, por el contrario, cada vez es más esquiva y cada vez es más llena de excepciones a sus propias normas.

Entonces, si uno tiene el oficio de escribir y siente que vive un momento de quiebre, debe entrarle. Con las herramientas de la novela, que desde luego no es echar un rollo ni hacer ideología, pero la idea que yo tenía al hacer la novela era que ese cambio se percibía en el aire.

¿Persiste aún el sueño americano en los países latinos?

Lo que pasa es que vivimos en sociedades construidas con el sueño global americano. Todo el planeta se construyó a imagen y semejanza de ese sueño. Quizá en América Latina la crisis hoy se siente menos porque la hemos vivido siempre, pero es muy notoria la manera como en Europa se empieza a salir a la calle a buscar otra cosa, otra cosa que no tiene nombre pero que claramente se está buscando. Siguen siendo miles los que se van para allá, pero en una realidad distinta porque en Estados Unidos no hay trabajo para los propios locales y cada vez menos para los que se van para allá.

¿Es difícil escribir sobre la violencia?

La violencia es un componente muy fuerte del mundo en el que vivimos. La idea de que haya gente que está siendo bombardeada, gente expulsada de su tierra, invasiones. Hay una violencia militar y política brutal en el mundo, continentes como África librados a la buena de dios... cómo no lidiar con ese tema, que es un fantasma que te avasalla.

Al ser colombiana conozco bien el tema. Ese contubernio con la muerte ha marcado mi vida en muchas etapas, de manera muy estremecedora. También es esa violencia con el planeta, la posibilidad cada vez más inminente de que esto se nos acabe, por el agotamiento de los recursos, por el abuso en la utilización del planeta. O la violencia contra los animales. Siento que es una obsesión muy presente en mí, pero no para reflejarla tal cual, desde luego eso sería una paliza, pero sí hay algo que seguramente como colombiana también he aprendido, que es que ante la acechanza de la muerte hay una especie de amor por la vida y un deseo de sobrevivir que muchas veces va mezclado con la alegría.

¿Qué te aportó tu correspondencia con Javier, al que le dedicas la novela?

Aunque no lo conozco, solamente a través de la correspondencia, fue un contacto directo y personal con una realidad que viven miles de latinos que están presos allá, y también conocimiento de causa, porque es un hombre muy inteligente y sus cartas siempre hablaban de cosas muy concretas, de mecanismos de sobrevivencia en la cárcel, de olores, de sensaciones. Para la novela tuve testimonios de otra gente y además se ha escrito a paladas sobre las cárceles norteamericanas, pero ese contacto con las cartas suyas, que además tiene una letra muy bonita, muy inteligente...

¿Cómo se dio ese vínculo?

Él había estado preso mucho tiempo por delitos de narcotráfico pero luego salió en libertad condicional y la segunda vez que lo meten preso es mediante mecanismos muy torcidos. No estamos hablando de una mansa oveja, ciertamente, pero esa segunda vez hay un montón de irregularidades, entonces escribí un artículo pidiendo justo juicio y trato humanitario para él. Y a partir de ahí empezó este contacto que ya lleva 20 años.

¿Siguen en contacto?

Sí, bueno, se le había perdido mi dirección pero esta mañana (sábado 4 de mayo) recibí por e-mail un mensajito suyo porque recibió mi novela y le pidió a alguien que me dijera que la había recibido y que le encantó.

Recién mencionabas una serie de violencias distintas, al leer la novela tampoco puede dejar de verse la violencia de género...

Fíjate que, ahora que lo mencionas, es interesante María Paz enfrentada a este novio que resulta un criminalazo y ella no se da cuenta. Me parece interesante, ahora que millones de mujeres andan leyendo esto de las sombras de gris ["50 sombras de Grey", de E.L.James], no lo he leído pero no deja de extrañarte el hecho de que los golpes resulten atractivos para alguien.
Esa violencia física contra las mujeres, que además se da en todos lados, no solo en los países latinoamericanos... cómo no medírtele al tema.

En los términos en los que lo hace María Paz, en la medida que se enamora de este tipo, de alguna manera está encadenada o ligada a esto que le hace daño, una especie de fuerza del mal, una perversión moral que es una mezcla de crueldad y de infantilismo, capaz de demoler al mundo que lo rodea. Era interesante ver las repercusiones que eso tenía en ella, que es una mujer muy del montón. Por eso los editores pusieron en la tapa que cuando finalmente logra salir de la cárcel, se va a topar con que el verdadero horror la está esperando afuera, en los brazos de este amante que no le va a dar tregua.


¿Por qué decidiste contar la historia desde una estructura que mezclaba el reportaje con diarios personales o autobiografías?

Fíjate que una cosa que me molesta es la visión etnográfica de nuestros propios asuntos. Es como si ante el resto del mundo y hacia nosotros mismos fuéramos tema de estudio, más que objeto de literatura. Si tú hablas de un tema recurrente entre los latinoamericanos, entonces estás haciendo una investigación o estás haciendo una denuncia, pero no estás haciendo una novela. ¿Por qué? Seguimos relegados a categoría de National Geographic y no logramos mojar páginas de literatura.

Me interesaba decir desde el principio que esos personajes eran eso, personajes, y que esa ficción era eso, una ficción; que los personajes estaban hechos de papel, de palabras. Y el recurso técnico que utilicé es ponerlos a escribir su propia historia, entonces la novela no es solamente la historia de unos personajes, sino cómo esos personajes escriben sobre sí mismos. Por eso María Paz, como presa, se mete en un taller de escritura y hace estas tareas, pero no sólo hace una recopilación de sus memorias sino que también está pensando todo el tiempo en qué significa la escritura, qué significa escribir y así todos los personajes, de una manera u otra, van reseñando su vida por escrito. Era como hacer literatura dentro de la literatura, y un poco apartar la realidad sociológica y hacerla mediar a través de la literatura, para que la lectura no fuera inmediata.

¿A qué atribuís eso? ¿Por qué esperan de un escritor latinoamericano una denuncia o un análisis sociológico?

No sólo esperan, casi que lo exigen de ti. Y casi que nos lo exigimos a nosotros mismos. Creo que tiene que ver con una clara discriminación de lo que son los prestigios: la literatura francesa es universal, algo que le pasa a un francés le pasa a todo el mundo; pero nosotros todavía no alcanzamos esa categoría y no sé hasta qué punto no tenemos la culpa. Seguimos siendo como las tribus, que se considera que hay que estudiarlas. "Cómo sufren los latinoamericanos"... ¡no me jodas! es cómo sufre todo el mundo. Los sufrimientos serán de una índole o de otra, pero la vida es difícil para todo el mundo.

Es como un sino que nos persigue. Un escritor como Juan Rulfo escribe una novela monumental como es "Pedro Páramo" y he leído reseñas que dicen "el sentimiento de la muerte en México". ¿Por qué en México? Si es un escritor absolutamente universal. Si ese hombre hubiera escrito el equivalente en Inglaterra a nadie se le hubiera ocurrido decir "el sentimiento de la muerte en Inglaterra". Nadie dice de "Madame Bovary" que es una novela sobre el adulterio en Francia. No alcanzamos esa categoría de universal, es un problema grave a la hora de la literatura. Creo que nosotros mismos sin darnos cuenta recurrimos al caso, a presentar el caso. Tendremos que salir de eso algún día.

Ahora te voy a sacar un poco de la literatura y te voy a preguntar respecto de esa visión que tenés de la realidad de los países latinoamericanos...

Pues ahora que he hecho esta gira y que voy de país en país, me entusiasma mucho que América Latina esté buscando caminos distintos, con mayores y menores logros, con disparates más marcados en unas partes que otras, pero es evidente que la gente está votando por gente que ofrece otra salida, que los pobres dejaron de ser el cero a la izquierda. Antes se gobernaba para otra cosa, se suponía que el mercado nos iba a salvar a todos: "hay que empujar a estos bancos para que se enriquezcan mucho, porque ellos después nos van a arrastrar a todos hacia el bienestar". Está clarísimo que eso no es así, los arrastra a ellos mismos al bienestar y a los demás nos sumen en el despojo.

Me gusta, me interesa mucho ir por estos países en los que la fórmula es distinta. No voy a hacer un balance sobre si los resultados son buenos o son malos, pero ciertamente la intención es otra. Me llama la atención cómo siguen hablando en Europa como si estuviéramos siglos atrás y de repente no es tan así, ellos siguen mucho más atados a gobiernos convencionales. Ahí sí que están atados al sueño global americano. Se siente cambio en la juventud que está en la calle, pero mucho menos en las estructuras institucionales.

¿Cómo llegaste a integrar la guerrilla del M19? ¿Qué te dejó esa experiencia?

Mi vinculación al M19 fue curiosa, porque venía de una militancia trotskista muy contraria a las armas, opuesta a las armas por principio y casi por repugnancia física hacia las armas. Detesto las armas, no creo que nadie mate a nadie sea una buena cosa. Pero empezó porque había entrado a trabajar en una revista, por primera vez en un medio no político sino comercial, como encargada de la sección de política nacional cuando empezó el proceso de paz de los '80 entre el entonces presidente Belisario Bentancur y la guerrilla, que estaba solicitando el proceso de paz. Era la primera vez en América Latina que se planteaba la posibilidad de un diálogo entre un gobierno y un grupo insurgente, eso no había pasado nunca. Y me nombraron intermediaria, porque se necesitaba alguien que fuera aprobado por parte y parte.

Me fui involucrando mucho con el M19 y terminé diez años en el grupo, porque en medio de las inconsecuencias frente a la paz que hubo de parte y parte, el bando que sentía más comprometido con la entrega de armas y con la paz era el M19 y no el gobierno, que fue avasallado por las clases altas y grupos militaristas que estaban en contra de la paz.

Y como lo que empezó siendo un proceso de paz terminó siendo un baño de sangre, eso te obligaba a alinearte. Además, en todo proceso de paz el intermediario se vuelve un blanco fácil, porque lo primero es romper el puente. Si la situación anterior era que por un lado estaba la sociedad y por otro, allá en la montaña o en la clandestinidad, estaba la guerrilla, el puente es lo que hay que romper para volver al no-diálogo. Eso me fue empujando, me obligó a salir del país, entonces esa fue mi relación. ¿Qué saco de ahí? El privilegio de haber participado en lo que yo creo que fue un gran proceso hacia la democracia en Colombia, el más importante en las últimas décadas, porque el proceso de paz desembocó en un proceso muy masivo de discusión constituyente, un gran hito democrático colombiano.

¿Cómo ves las negociaciones actuales entre el gobierno y las FARC?

Ante todo proceso de paz, en cualquier parte, lo primero que uno tiene que decir es que ojalá que salga adelante, no puedes ponerte a cantar fatalidades. Me da miedo que este es un proceso muy encerrado, con delegados de parte y parte. Mientras el país no participe no va a haber un proceso de paz, por más de que firmen. Un proceso de paz requiere del perdón, y perdonar es una de las cosas más difíciles que hay, más cuando hay agravios monumentales de parte y parte. Entonces, en el momento en que se desarmen los que firmen y se metan en la sociedad, no duran dos días. Si la sociedad no ha perdonado, si no ha vivido ese proceso y no lo interpreta como una necesidad, no de la guerrilla y no del gobierno, sino del propio país, como un esfuerzo inmenso de reconciliación, de poner la página en blanco y empezar de nuevo, puede no llegar a nada. Me da miedo de que no llegue a nada.

Montevideo Portal / Inés Nogueiras
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