Jorge Costigliolo | Montevideo Portal
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El teniente coronel José Comas gobernó lo que, entre 1916 y 1921, todavía era el territorio nacional de Formosa, al norte de Argentina, y en el límite con Paraguay. Desde allí viaja su bisnieto, también José Comas, aunque no por motivos políticos. Va hacia Corrientes, tierra de chamamé y yerba mate. José Comas, el bisnieto, es el baterista de Las Pastillas del Abuelo, una de las bandas argentinas de mayor crecimiento en los últimos años.
José viene en el micro, mirando con sus compañeros de grupo la película de Pearl Jam, y sentado en una posición en la que, si no tuviera confianza fraternal con quienes lo rodean, no podría estar. Luca Prodan dijo, en una de sus últimas entrevistas, que se internaría en una clínica de Formosa, para desintoxicarse. "No conozco una sola persona que me haya dicho: -Fui a Formosa. Yo amo Formosa. Nunca fui y quiero ir", decía Luca. Y Comas, en parte, coincide. "No sé si Luca tenía razón o no, pero era la única provincia en la que no habíamos tocado, y teníamos como ‘una cosa', algo pendiente".
Lo cierto es que la banda fue, vio y venció. No paran de tocar desde hace meses. Están presentando ‘Desafíos', su quinto disco, que los traerá a Montevideo el 22 de marzo. "Esto nos encanta. Salir de repente un miércoles a la tarde, y saber que hasta el domingo no llegamos a casa, seguimos viajando, en el bondi, tocando, compartiendo, conociendo lugares nuevos". Comas dice que Las Pastillas juegan ya como locales en la capital uruguaya, y que, para él, esa localía es personal. Siendo niño jugaba al rugby, y venía a menudo a jugar en el Liceo Francés. Y ese no es el único vínculo que lo une con nuestro país: fue fugaz baterista de Los Iracundos, y, además, le tocó "aprender a ‘choricear' para tocar algo de marcha camión, un género que hacemos con la banda y que yo no había escuchado en mi vida". Dice que aprendió.
Música, maestros
La leyenda cuenta que varios de los integrantes de la banda se conocieron en el Secundario, en el Colegio Mariano Acosta, en el corazón de la capital argentina. En parte es cierto, pero la historia de Las Pastillas del Abuelo tiene bastante más de elaboración que de mito. "Ale, Pity y Joel se conocieron en el colegio, pero los demás son del SADEM, del sindicato de músicos", cuenta Comas, que explica que todos tienen una formación musical académica que los aparta del estereotipo de ‘banda de amigos ensayando en el garaje', y que pasaron por centros tan prestigiosos como el porteño Conservatorio Manuel de Falla y la californiana Escuela de Música de Berkeley. Por eso, apunta, sus influencias se escapan de la tradición del rock argentino, urbano y conservador por excelencia. Para Comas, depende de "la instrucción y lo que uno puede llegar a oír durante su formación. Después está todo lo que a uno le gusta escuchar y tocar y que aprendió. Mi abuelo materno me hizo escuchar mucha música clásica, y mi mamá también. Me gustan cosas puntuales, no soy un erudito. También me encanta el metal, el punk, soy fanático a muerte de Queen. Creo que es un poco la posibilidad de juego que nos damos y nos permitimos" lo que hace a la riqueza estilística del combo.
Sin embargo, ese profesionalismo no impide que Las Pastillas sea, también, una barra de amigos, conectados por algo que escapa del pentagrama. "Cuando era chico soñaba con tocar con Pearl Jam", ilustra Comas, y, "en las Pastillas, de alguna manera encontré mi propio ‘Pearl Jam'". Cuando lo invitaron a participar del proyecto venía de una experiencia con Los Iracundos y de tocar con una banda de country. "Me escuché los temas en el demo y me los aprendí, todo bien, pero cuando entré en la sala me corrió una adrenalina, me pasó un aluvión de sensaciones. Quise quedar en el grupo como nunca me había pasado antes, cuando estaba ahí adentro dije ‘acá quiero quedarme'. No sé qué me pasó, yo no conocía a esa gente", dice.
El chivo expiatorio
Las Pastillas del Abuelo es uno de los grupos ‘nuevos' que alcanzó cierta masividad tras el episodio de Cromañón, el mismo que no sólo se cobró la vida de decenas de jóvenes, sino que, mediante sus ‘efectos secundarios' frustró o al menos cambió de manera radical la carrera de una enorme cantidad de artistas.
En 2004, el grupo recién comenzaba, y el fantasma de la censura y la represión se les apareció, como a casi todas las bandas independientes. "Nunca dudamos de seguir adelante, pero nos preguntamos qué hacer. Casi no se podía tocar, y hubo que ver qué era lo que nos convenía en ese momento. No podíamos proyectar una situación ideal, decir ‘vamos a tocar cinco veces por mes', porque era mentira. Entonces decidimos abocarnos a hacer un disco, y en el medio salieron un montón de fechas, pero tuvimos que ‘inventar' lugares. Tocamos en peñas, por ejemplo, lugares en los que habitualmente el rock no entraba. Queríamos el lugar, la gente la llevábamos nosotros. Así tocamos en La Señalada, una peña del Abasto, y metimos 800 personas, cuando habitualmente iban 300. Después del recital había cinco, seis patrulleros afuera, y no pasaba nada, era pura fiesta. En ese momento por ahí se entendía la alarma de la gente", dice Comas, aunque no la justifica, y tiene su propia teoría para explicar los hechos.
En Argentina, apunta, "el nivel de educación no es tan bueno. Muchos medios mal informando generan una paranoia, van manipulando la situación al punto de que, cualquier cosa, en ese momento, sonara a Cromañón. Si había una banda de rock, para la gente, se podía morir cualquiera", dice, y coincide con un diagnóstico que varios artistas gritaron a quien los quisiera oir por ese entonces: "éramos chivos expiatorios nosotros y todas las bandas que dábamos vuelta por el rock en Argentina, y todo el que quisiera tocar en Buenos Aires. En realidad lo que los medios hacían con eso era ocultar muchas otras cosas".
Pero Las Pastillas del Abuelo trazó su propio sendero, y no le fue mal. Buscaron un camino de independencia y autogestión que, más pronto que tarde, comenzó a dar sus frutos. Antes de Cromañón, dice Comas, "había posibilidades de hacerlo menos difícil en algunos aspectos. Igual, no es para cualquiera cualquier camino. Cada uno tiene el suyo, y es lo que va. No está mal. A nosotros nos tocó el momento post Cromañón para hacer lo que pudiéramos, y nos fue bien. Un montón de bandas quedaron por el camino, o tuvieron que mutar. Ahí me pongo a pensar qué es lo importante. ¿Ser el mejor músico del planeta o es más que eso? Porque hay que tener culo, tenés que estar ahí, tenés que tocar muy bien, ser buena gente y conectarte con los demás para que tiren todos para el mismo lado. Son muchas variables".
Su pregunta no molesta
Esta nueva visita de Las Pastillas del Abuelo tiene por excusa la presentación de ‘Desafíos', un trabajo que, según Comas, es "de alguna forma, la culminación de ‘Crisis', que es el disco que son todas preguntas. Pero es la contestación nuestra de ahora. Hay muchos temas que Pity escribió que le cuesta tocarlos, cantarlos, porque el sentido quizás varió un poco y ya no se siente totalmente identificado. Como banda, lo que hacemos es grabar para que quede algo de alguna forma inmortalizado en ese momento. Es una foto de un momento preciso. Después, ya nadie se acuerda exactamente qué tocó, y para cada uno eso representa distintas cosas".
Y la banda es, en ese sentido, una suerte de terapia. "Hay un poco de todo. Por ahí quien escribe una canción tira un interrogante, quizás uno de nosotros tiene parte de la respuesta, y es, sí, una búsqueda de cada uno. Si uno le encuentra el sentido está buenísimo". La ruta, el micro y el calor quedaron atrás por un momento. Más tarde habrá que volver a cargar los bolsos y seguir andando. "Y hacer esa búsqueda en grupo es también como una terapia constante. Ver, analizar, sacar conclusiones de cómo reacciona el otro", dice al final.
Las Pastillas del Abuelo se presenta este jueves 22 de marzo, a las 21 horas en el Teatro de Verano.
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